el amor de Dios
al pueblo elegido, signo del amor conyugal
Audiencia General 15 de
septiembre de 1982
1. Nos encontramos ante
el texto de la Carta a los Efesios 5, 22-33, que ya, desde hace
algún tiempo, estamos analizando debido a su importancia para el
problema del matrimonio y del sacramento. En el conjunto de su
contenido, comenzando por el capítulo primero, la Carta trata, sobre
todo, del misterio «escondido desde los siglos en Dios» como don
destinado eternamente al hombre. «Bendito sea Dios y Padre de
nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos bendijo con toda
bendición espiritual en los cielos; por cuanto que en El nos eligió
antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e
inmaculados ante El, y nos predestinó en caridad a la adopción de
hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad,
para alabanza de la gloria de su gracia. Por esto nos hizo gratos en
su amado» (Ef 1, 3-6).
2. Hasta ahora se habla del misterio escondido «desde los siglos» (Ef
3, 9) en Dios.
Las frases siguientes introducen al lector en la fase de la
realización de ese misterio en la historia del hombre: el don,
destinado a él «desde los siglos» en Cristo, se hace parte real del
hombre en el mismo Cristo: «en quien tenemos la redención por virtud
de su sangre, la remisión de los pecados, según las riquezas de su
gracia que superabundantemente derramó sobre nosotros en perfecta
sabiduría y prudencia. Por éstas nos dio a conocer el misterio de su
voluntad, conforme a su beneplácito, que se propuso realizar en
Cristo en la plenitud de los tiempos, recapitulando todas las cosas,
las de los cielos y las de la tierra, en El» (Ef 1, 7-10).
3. Así el eterno misterio ha pasado del estado de «ocultamiento en
Dios», a la fase de revelación y realización. Cristo, en quien la
humanidad ha sido «desde los siglos» elegida y bendecida «con toda
bendición espiritual», del Padre: Cristo, destinado, según el «designio»
eterno de Dios, para que en El, como en la Cabeza, «fueran
recapituladas todas las cosas, las del cielo y las de la tierra», en
la perspectiva escatológica revela el misterio eterno y lo realiza
entre los hombres. Por esto, el autor de la Carta a los Efesios, en
la continuación de la misma Carta, exhorta a aquellos a quienes ha
llegado esta revelación, y a todos los que la han acogido en la fe,
a modelar su vida en el espíritu de la verdad conocida. De modo
particular exhorta a lo mismo a los esposos cristianos, maridos y
mujeres.
4. En la máxima parte del contexto la Carta se convierte en
instrucción, o sea, parénesis. El autor parece hablar, sobre todo,
de dos aspectos morales de la vocación de los cristianos, haciendo,
sin embargo, referencia continua al misterio que ya actúa en ellos
gracias a la redención de Cristo, y obra con eficacia sobre todo en
virtud del bautismo. Efectivamente, escribe: «En El también vosotros,
que escucháis la palabra de la verdad, el Evangelio de nuestra salud,
en el que habéis creído, fuisteis sellados con el sello del Espíritu
Santo prometido» (Ef 1, 13). Así, pues, los aspectos morales de la
vocación cristiana permanecen vinculados no sólo con la revelación
del eterno misterio divino en Cristo y con su aceptación en la fe,
sino también con el orden sacramental que, aun cuando no aparezca en
primer plano en toda la Carta, sin embargo, parece estar presente en
ella de manera discreta. Por lo demás, no puede ser de otro modo, ya
que el Apóstol escribe a los cristianos que, mediante el bautismo,
se harían miembros de la comunidad eclesial. Desde este punto de
vista, el pasaje de la Carta a los Efesios cap. 5, 22-23, analizado
hasta ahora, parece tener una importancia particular. Efectivamente,
arroja una luz especial sobre la relación esencial del misterio con
el sacramento, y especialmente sobre la sacramentalidad del
matrimonio.
5. En el centro del misterio está Cristo. En El -precisamente en
El-, la humanidad ha sido eternamente bendecida «con toda bendición
espiritual». En El -en Cristo-, la humanidad ha sido elegida «antes
de la creación del mundo», elegida «en la caridad» y predestinada a
la adopción de hijos. Cuando después, con la «plenitud de los
tiempos», este misterio eterno se realiza en el tiempo, se realiza
también en El y por El; en Cristo y por Cristo. Por medio de Cristo
se revela el misterio del amor divino. Por El y en El queda
realizado: en El «tenemos la redención por la virtud de su sangre,
la remisión de los pecados...» (Ef 1, 7). De este modo los hombres
que aceptan mediante la fe el don que se les ofrece en Cristo, se
hacen realmente partícipes del misterio eterno, aunque actúe en
ellos bajo los velos de la fe. Esta donación sobrenatural de los
frutos de la redención hecha por Cristo adquiere, según la Carta a
los Efesios 5, 22-33, el carácter de una entrega nupcial de Cristo
mismo a la Iglesia, a semejanza de la relación nupcial entre el
marido y la mujer. Por lo tanto, no sólo los frutos de la redención
son don, sino sobre todo lo es Cristo: El se entrega a Sí mismo a la
Iglesia, como a su Esposa.
6. Debemos preguntarnos si en este punto tal analogía nos permite
penetrar más profundamente y con mayor precisión en el contenido
esencial del misterio. Debemos hacernos esta pregunta, tanto más
cuanto que ese pasaje «clásico» de la Carta a los Efesios (5, 22-23)
no aparece en abstracto y aislado, sino que forma una continuidad,
en cierto sentido, una continuación de los enunciados del Antiguo
Testamento, que presentaban el amor de Dios-Yahvé al pueblo-Israel,
elegido por El, según la misma analogía. Se trata en primer lugar de
los textos de los Profetas que en sus discursos han introducido la
semejanza del amor nupcial para caracterizar de modo particular el
amor que Yahvé nutre por Israel, el amor que, por parte del pueblo
elegido, no encuentra comprensión y correspondencia; más aún, halla
infidelidad y traición. La manifestación de infidelidad y traición
fue ante todo la idolatría, culto a los dioses extranjeros.
7. A decir verdad, en la mayoría de los casos se trataba de poner de
relieve de manera dramática precisamente esa traición y esa
infidelidad, llamadas «adulterio» de Israel; sin embargo en la base
de todos estos enunciados de los Profetas está la convicción
explícita de que el amor de Yahvé al pueblo elegido puede y debe ser
comparado con el amor que une al esposo con la esposa, al amor que
debe unir a los cónyuges. Convendría citar aquí numerosos pasajes de
los textos de Isaías, Oseas, Ezequiel (algunos de ellos ya se han
citado anteriormente, al analizar el concepto de «adulterio»
teniendo como base las palabras que pronunció Cristo en el sermón de
la montaña). No se puede olvidar que al patrimonio del Antiguo
Testamento pertenece también el «Cantar de los Cantares», donde la
imagen del amor nupcial está delineada -es verdad- sin la analogía
típica de los textos proféticos, que presentaban en ese amor la
imagen del amor de Yahvé a Israel, pero también sin ese elemento
negativo que en los otros textos constituye el motivo de «adulterio»,
o sea, de infidelidad. Así, pues, la analogía del esposo y de la
esposa, que ha permitido al autor de la Carta a los Efesios definir
la relación de Cristo con la Iglesia, posee una rica tradición en
los libros de la Antigua Alianza. Analizando esta analogía en el «clásico»
texto de la Carta a los Efesios, no podemos menos de remitirnos a
esa tradición.
8. Para iluminar esta tradición nos limitaremos de momento a citar
un pasaje del texto de Isaías. Dice el Profeta: «Nada temas, que no
serás confundida; no te avergüences, que no serás afrentada. Te
olvidarás de la vergüenza de la juventud y perderás el recuerdo del
oprobio de tu viudez. Porque tu marido es tu Hacedor, que se llama
Yahvé Sebaot, y tu redentor es el Santo de Israel, que es el Dios
del mundo todo. Si, Yahvé te llamó como a mujer abandonada y
desolada. La esposa de la juventud, ¿podrá ser repudiada?, dice tu
Dios. Por una hora, por un momento te abandoné, pero en mi gran amor
vuelvo a llamarte. /.../. No se apartará mas de ti mi misericordia,
y mi alianza de paz será inquebrantable, dice Yahvé, que te ama» (Is
54, 4-7. 10).
En el próximo capítulo comenzaremos el análisis del citado texto de
Isaías.
Esta página es obra
de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
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