la
sacramentalidad del matrimonio
Audiencia General 8 de
septiembre de 1982
1. El autor de la Carta
a los Efesios escribe: «Nadie aborrece jamás su propia carne, sino
que la alimenta y la abriga como Cristo a la Iglesia, porque somos
miembros de su cuerpo» (Ef 5, 29-30). Después de este versículo, el
autor juzga oportuno citar el que en toda la Biblia puede ser
considerado el texto fundamental sobre el matrimonio, texto
contenido en el Génesis, capítulo 2, 24: «Por esto dejará el hombre
a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán dos en una
carne» (Ef 5, 31: Gén 2, 24). Se puede deducir del contexto
inmediato de la Carta a los Efesios que la cita del libro del
Génesis (Gén 2, 24) es aquí necesaria no tanto para recordar la
unidad de los esposos, definida «desde el principio» en la obra de
la creación, cuanto para presentar el misterio de Cristo con la
Iglesia, de donde el autor deduce la verdad sobre la unidad de los
cónyuges. Este es el punto más importante de todo el texto, en
cierto sentido, su clave angular. El autor de la Carta a los Efesios
encierra en estas palabras todo lo que ha dicho anteriormente, al
trazar la analogía y presentar la semejanza entre la unidad de los
esposos y la unidad de Cristo con la Iglesia. Al citar las palabras
del libro del Génesis (Gén 2-24) el autor pone de relieve que las
bases de esta analogía se buscan en la línea que, dentro del plan
salvífico de Dios, une el matrimonio, como la más antigua revelación
(y «manifestación») de ese plan en el mundo creado, con la
revelación y «manifestación» definitiva, esto es, la revelación de
que «Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella» (Ef 5, 25),
dando a su amor redentor un carácter y sentido nupcial.
2. Así, pues, esta analogía que impregna el texto de la Carta a los
Efesios (5, 22-23) tiene su base última en el plan salvífico de Dios.
Esto quedará aún más claro y evidente cuando situemos el pasaje del
texto, que hemos analizado, en el contexto general de la Carta a los
Efesios. Entonces se comprenderá más fácilmente la razón por la que
el autor, después de haber citado las palabras del libro del Génesis
(2, 24), escribe: «Gran misterio este, pero entendido de Cristo y de
la Iglesia» (Ef 5, 32).
En el contexto global de la Carta a los Efesios y ademán en el
contexto más amplio de las palabras de la Sagrada Escritura, que
revelan el plan salvífico de Dios «desde el principio», es necesario
admitir que el término «mysterion» significa aquí el misterio antes
oculto en la mente divina y después revelado en la historia del
hombre. Efectivamente, se trata de un misterio «grande», dada su
importancia: ese misterio, como plan salvífico de Dios con relación
a la humanidad, es, en cierto sentido, el tema central de toda
revelación, su realidad central. Es lo que Dios, como Creador y
Padre desea transmitir sobre todo a los hombres en su Palabra.
3. Se trataba de transmitir no sólo la «buena noticia» sobre la
salvación, sino de comenzar, al mismo tiempo, la obra de la
salvación, como fruto de la gracia que santifica al hombre para la
vida eterna en la unión con Dios. Precisamente en el camino de esta
revelación-realización, San Pablo pone de relieve la continuidad
entre la más antigua Alianza, que Dios estableció al constituir el
matrimonio ya en la obra de la creación, y la Alianza definitiva en
la que Cristo, después de haber amado a la Iglesia y haberse
entregado por ella, se une a la misma de modo nupcial, esto es, como
corresponde a la imagen de los esposos. Esta continuidad de la
iniciativa salvífica de Dios constituye la base esencial de la gran
analogía contenida en la Carta a los Efesios. La continuidad de la
iniciativa salvífica de Dios significa la continuidad e incluso la
identidad del misterio, del «gran misterio», en las diversas fases
de su revelación -por lo tanto, en cierto sentido, de su «manifestación»-
y, a la vez, de su realización; en la fase «más antigua» desde el
punto de vista de la historia del hombre y de la salvación, y en la
fase «de la plenitud de los tiempos» (Gál 4, 4).
4. ¿Se puede entender ese «gran misterio» como «sacramento»? ¿Acaso
el autor de la Carta a los Efesios habla en el texto que hemos
citado, del sacramento del matrimonio? Si no habla de él
directamente y en sentido estricto -en este punto hay que estar de
acuerdo con la opinión bastante difundida de los escrituristas y
teólogos-, sin embargo, parece que en este texto habla de las bases
de la sacramentalidad de toda la vida cristiana, y en particular, de
las bases de la sacramentalidad del matrimonio. Habla, pues, de la
sacramentalidad de toda la existencia cristiana en la Iglesia, y
especialmente del matrimonio de modo indirecto pero del modo más
fundamental posible.
5. «Sacramento» no es sinónimo de «misterio» (1). Efectivamente, el
misterio permanece «oculto» -escondido en Dios mismo-, de manera que,
incluso después de su proclamación (o sea, revelación), no cesa de
llamarse «misterio», y se predica también como misterio. El
sacramento presupone la revelación del misterio y presupone también
su aceptación mediante la fe, por parte del hombre. Sin embargo, es,
a la vez, algo más que la proclamación del misterio y la aceptación
de él mediante la fe. El sacramento consiste en «manifestar» ese
misterio en un signo que sirve no sólo para proclamar el misterio,
sino también para realizarlo en el hombre. El sacramento es signo
visible y eficaz de la gracia. Mediante él, se realiza en el hombre
el misterio escondido desde la eternidad en Dios, del que habla la
Carta a los Efesios (cf. Ef 1, 9) al comienzo; misterio de la
llamada a la santidad, por parte de Dios, del hombre en Cristo, y
misterio de su predestinación a convertirse en hijo adoptivo. Se
realiza de modo misterioso, bajo el velo de un signo: no obstante,
el signo es siempre un «hacer sensible» ese misterio sobrenatural
que actúa en el hombre bajo su velo.
6. Al considerar el pasaje de la Carta a los Efesios que hemos
analizado, y en particular las palabras; «Gran misterio éste, pero
entendido de Cristo y de la Iglesia», hay que constatar que el autor
de la Carta escribe no sólo del gran misterio escondido en Dios,
sino también -y sobre todo- del misterio que se realiza por el hecho
de que Cristo, que con acto de amor redentor amó a la Iglesia y se
entregó por ella, con el mismo acto se ha unido a la Iglesia de modo
nupcial, como se unen recíprocamente marido y mujer en el matrimonio
instituido por el Creador. Parece que las palabras de la Carta a los
Efesios motivan suficientemente lo que leemos al comienzo mismo de
la Constitución «Lumen gentium»:... «La Iglesia es en Cristo como un
sacramento, o sea, signo e instrumento de la unión íntima con Dios y
de la unidad de todo el genero humano» (Lumen gentium, 1).
Este texto del Vaticano II no dice: «La Iglesia es sacramento», sino
«es como un sacramento», indicando así que de la sacramentalidad de
la Iglesia hay que hablar de modo analógico y no idéntico respecto a
lo que entendemos cuando nos referimos a los siete sacramentos que
administra la Iglesia por institución de Cristo. Si existen las
bases para hablar de la Iglesia como de un sacramento, la mayor
parte de estas bases están indicadas precisamente en la Carta a los
Efesios.
7. Se puede decir que esta sacramentalidad de la Iglesia está
constituida por todos los sacramentos, mediante los cuales ella
realiza su misión santificadora. Además se puede decir que la
sacramentalidad de la Iglesia es fuente de los sacramentos, y en
particular del Bautismo y de la Eucaristía, como se deduce del
pasaje, ya analizado de la Carta a los Efesios (cf. Ef 5, 25-33).
Finalmente hay que decir que la sacramentalidad de la Iglesia
permanece en una relación particular con el matrimonio: el
sacramento más antiguo.
Notas
(1) El «sacramento», concepto central para nuestras reflexiones, ha
recorrido un largo camino durante los siglos. La historia semántica
del término «sacramento» hay que comenzarla desde el término griego
«mysterion», que, a decir verdad, en el libro de Judit significa
todavía los planes militares del rey («consejo secreto», cf. Jdt 2,
2), pero ya en el libro de la Sabiduría (2, 22) y en la profecía de
Daniel (2, 27) significa los planes creadores de Dios y el fin que
El asigna al mundo y que sólo se revelan a los confesores fieles.
En este sentido «mysterion», sólo aparece una vez en los Evangelios:
«a vosotros os ha sido dado conocer el misterio del reino de Dios»
(Mc 4, 11 y par.). En las grandes Cartas de San Pablo ese término se
encuentra siete veces, culminando en la revelación del misterio
tenido secreto en los tiempos eternos, pero manifestado ahora...»
(Rom 16, 25-26).
En las Cartas posteriores tiene lugar la identificación del «mysterion»
con el Evangelio (cf. Ef 6, 19) e incluso con el mismo Jesucristo
(cf. Col 2, 2; 4. 3; Ef 3, 4), lo que constituye un cambio en la
inteligencia del término; «mysterion» no es ya sólo el plan eterno
de Dios, sino la realización en la tierra de ese plan, revelado en
Jesucristo.
Por esto, en el período patrístico comienzan a llamarse «mysterion»
incluso los acontecimientos históricos en los que se manfiesta la
voluntad divina de salvar al hombre. Ya en el siglo II, en los
escritos de San Ignacio de Antioquía, de San Justino y Melitón, los
misterios de la vida de Jesús, las profecías y las figurar
simbólicas del Antiguo Testamento se definen con el término «mysterion».
En el siglo III comienzan a aparecer las versiones más antiguas en
latín de la Sagrada Escritura, donde el término griego se traduce o
por el término «mysterion», o por el término «sacramentum» (por
ejemplo: Sab 2, 22; Ef 5, 32), quizá por apartarse explícitamente de
los ritos mistéricos paganos y de la neoplatónica mistagogía
gnóstica.
Sin embargo, originariamente el «sacramentum» significaba el
juramento militar que prestaban los legionarios romanos. Puesto que
en él se podía distinguir el aspecto de «inciación a una nueva forma
de vida», «el compromiso sin reservas», «el servicio fiel hasta el
peligro de muerte». Tertuliano pone de relieve estas dimensiones en
el sacramento cristiano del Bautismo, de la Confirmación y de la
Eucaristía. En el siglo III se aplica, pues, el término «sacramentum»,
tanto al misterio del plan salvífico de Dios en Cristo (cf. por
ejemplo Ef 5, 32), como a su realización concreta por el medio de
las siete fuentes de gracia, llamadas hoy «sacramentos de la Iglesia».
San Agustín, sirviéndose de varios significados de ese término,
llamó sacramentos a los ritos religiosos tanto de la Antigua como de
la Nueva Alianza, a los símbolos y figuras bíblicas, así como
también a la religión cristiana revelada. Todos estos sacramentos,
según San Agustín, pertenecen al gran sacramento: al misterio de
Cristo, y de la Iglesia. San Agustín influyó sobre la precisación
ulterior del término «sacramento», subrayando que los sacramentos
son signos sagrados; que tienen en sí semejanza con lo que
significan y que confieren lo que significan. Contribuyó, pues, con
sus análisis a elaborar una concisa definición escolástica del
sacramento: «signum efficax gratiae».
San Isidoro de Sevilla (siglo VII) subrayó después otro aspecto: la
naturaleza misteriosa del sacramento que, bajo los velos de las
especies materiales, oculta la noción del Espíritu Santo en el alma
del hombre.
Las Summas Teológicas de los siglos XII y XIII formularon ya las
definiciones sistemáticas de los sacramentos, pero tiene un
significado particular la definición de Santo Tomás: «Non omne
signum rei sacrae est sacramentum, sed solum ea quae significant
perfectionem sanctitatis humanae» (3.ª qu. 60, a. 2).
Desde entonces se entendió como «sacramento» exclusivamente cada una
de las siete fuentes de la gracia y los estudios de los teólogos
apuntaron sobre la profundización de la esencia y de la acción de
los siete sacramentos, elaborando, de manera sistemática, las líneas
principales contenidas en la tradicón escolástica.
Sólo en el último siglo se ha prestado atención a los aspectos del
sacramento, desatendidos en el curso de los siglos, por ejemplo a su
dimensión eclesial y al encuentro personal con Cristo, que han
encontrado expresión en la Constitución sobre la Liturgia (núm. 59).
Sin embargo, el Vaticano II torna, sobre todo, al significado
originario del «sacramentumm-misterium», denominando a la Iglesia «sacramento
de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo género humano»
(Lumen gentium, 1).
Aquí entendemos el sacramento -de acuerdo con su significado
originario- como realización del eterno plan divino referente a la
salvación de la humanidad.
Esta página es obra
de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
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