El amor de Cristo
a la iglesia, modelo del amor conyugal
Audiencia General 1 de
septiembre de 1982
1. El autor de la Carta
a los Efesios, al proclamar la analogía entre el vínculo nupcial que
une a Cristo y a la Iglesia, y el que une al marido y la mujer en el
matrimonio, escribe así. «Vosotros, los maridos, amad a vuestras
mujeres, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para
santificarla, purificándola, mediante el lavado del agua, con la
palabra, a fin de presentársela así gloriosa, sin mancha o arruga o
cosa semejante, sino santa e intachable» (Ef 5, 25-27).
2. Es significativo que la imagen de la Iglesia gloriosa se presente,
en el texto citado, como una esposa toda ella hermosa en su cuerpo.
Ciertamente, se trata de una metáfora; pero resulta muy elocuente y
testimonia cuán profundamente incide la importancia del cuerpo en la
analogía del amor nupcial. La Iglesia «gloriosa» es la que no tiene
«mancha ni arruga». «Mancha» puede entenderse como signo de fealdad,
«arruga» como signo de envejecimiento y senilidad. En el sentido
metafórico, tanto una como otra expresión indican los defectos
morales, el pecado. Se puede añadir que en San Pablo el «hombre
viejo» significa el hombre del pecado (cf. Rom 6, 6). Cristo, pues,
con su amor redentor y nupcial hace ciertamente que la Iglesia no
sólo venga a estar sin pecado, sino que se conserve «eternamente
joven».
3. Como puede verse, el ámbito de la metáfora es muy amplio. Las
expresiones que se refieren directa e inmediatamente al cuerpo
humano, caracterizándolo en las relaciones recíprocas entre el
esposo y la esposa, entre el marido y la mujer, indican, al mismo
tiempo, atributos y cualidades de orden moral, espiritual y
sobrenatural. Esto es esencial para tal analogía. Por tanto, el
autor de la Carta puede definir el estado «glorioso» de la Iglesia
en relación con el estado del cuerpo de la esposa, libre de señales
de fealdad o envejecimiento («o cosa semejante»), sencillamente como
santidad y ausencia del pecado: Así es la Iglesia «santa e
intachable». Resulta obvio, pues de qué belleza de la esposa se
trata, en que sentido la Iglesia es Cuerpo de Cristo y en qué
sentido ese Cuerpo-Esposa acoge el don del Esposo que «amó a la
Iglesia y se entregó por ella». No obstante, es significativo que
San Pablo explique toda esta realidad que por esencia es espiritual
y sobrenatural, por medio de la semejanza del cuerpo y del amor, en
virtud de los cuales los esposos, marido y mujer, se hacen «una sola
carne».
4. En todo el pasaje del texto citado esta bien claramente
conservado el principio de la bi-subjetividad: Cristo-Iglesia,
Esposo-Esposa (marido-mujer). El autor presenta el amor de Cristo a
la Iglesia -ese amor que hace de la Iglesia el Cuerpo de Cristo, del
que El es la Cabeza- como modelo del amor de los esposos y como
modelo de las bodas del esposo y la esposa. El amor obliga al
esposo-marido a ser solícito del bien de la esposa-mujer, le
compromete a desear su belleza y, al mismo tiempo, a sentir esta
belleza física. El esposo se fija con atención en su esposa como con
la creadora, amorosa inquietud de encontrar todo lo que de bueno y
de bello hay en ella y desea para ella. El bien que quien ama crea,
con su amor, en la persona amada, es como una verificación del mismo
amor y su medida. Al entregarse a sí mismo de la manera más
desinteresada, el que ama no lo hace al margen de esta medida y de
esta verificación.
5. Cuando el autor de la Carta a los Efesios -en los siguientes
versículos del texto (5, 28-29) piensa exclusivamente en los esposos
mismos, la analogía de la relación de Cristo con la Iglesia resuena
aún más profundamente y le impulsa a expresarse así: «Los maridos
deben amar a sus mujeres como a su propio cuerpo» (Ef 5, 28). Aquí
retorna, pues, el tema de «una sola carne», que en dicha frase y en
las frases siguientes no sólo se reitera, sino que también se
esclarece. Si los maridos deben amar a sus mujeres como al propio
cuerpo, esto significa que esa uni-subjetividad se funda sobre la
base de la bi-subjetividad y no tiene carácter real, sino
intencional: el cuerpo de la mujer no es el cuerpo propio del marido,
pero debe amarlo como a su propio cuerpo. Se trata, pues, de la
unidad, no en el sentido ontológico, sino moral: de la unidad por
amor.
6. «El que ama a su mujer, a sí mismo se ama» (Ef 5, 28). Esta frase
confirma aún más ese carácter de unidad. En cierto sentido el amor
hace del «yo» del otro el propio «yo»: el «yo» de la mujer, diría,
se convierte por amor en el «yo» del marido. El cuerpo es la
expresión de ese «yo» y el fundamento de su identidad. La unión del
marido y de la mujer en el amor se expresa también a través del
cuerpo. Se expresa en la relación recíproca, aunque el autor de la
Carta a los Efesios lo indique sobre todo por parte del marido. Este
es el resultado de la estructura de la imagen total. Aunque los
cónyuges deben estar «sometidos unos a los otros en el temor de
Cristo» (esto ya se puso de relieve en el primer versículo del texto
citado: (Ef 5, 22-23), sin embargo, a continuación el marido es
sobre todo, el que ama y la mujer, en cambio, la que es amada. Se
podría incluso arriesgar la idea de que la «sumisión» de la mujer al
marido, entendida en el contexto de todo el pasaje (5, 22-23) de la
Carta a los Efesios, significaba, sobre todo, «experimentar el amor».
Tanto más cuanto que esta «sumisión» se refiere a la imagen de la
sumisión de la Iglesia a Cristo, que consiste ciertamente en
experimentar su amor. La Iglesia, como esposa, al ser objeto del
amor redentor de Cristo Esposo, se convierte en su cuerpo. La mujer,
al ser objeto del amor nupcial del marido, se convierte en «una sola
carne» con él en cierto sentido, en su «propia» carne. El autor
repetirá esta idea una vez más en la última frase del pasaje que
estamos analizando: «Por lo demás, ame cada uno a su mujer, y ámela
como a sí mismo» (Ef 5, 33).
7. Esta es la unidad moral, condicionada y constituida por el amor.
El amor no solo une a dos sujetos, sino que les permite
compenetrarse mutuamente, perteneciendo espiritualmente el uno al
otro, hasta tal punto que el autor de la Carta puede afirmar: «El
que ama a su mujer, a sí mismo se ama» (Ef 5, 28). El «yo» se hace,
en cierto sentido, el «tú», y el «tú» el «yo» (se entiende en
sentido moral). Y por esto la continuación del texto que estamos
analizando, dice así: «Nadie aborrece jamás su propia carne, sino
que la alimenta y la abriga como Cristo a la Iglesia, por que somos
miembros de su cuerpo» (Ef 5, 29-30). La frase que inicialmente se
refiere aún a las relaciones de los cónyuges, en la fase sucesiva
retorna explícitamente a la relación Cristo Iglesia, y así, a la luz
de esa relación, nos induce a definir el sentido de toda la frase.
El autor, después de haber explicado el carácter de la relación del
marido con la propia mujer, formando «una sola carne», quiere
reforzar aún más su afirmación precedente «El que ama a su mujer, a
sí mismo se aman» y, en cierto sentido, sostenerla con la negación y
la exclusión de la posibilidad opuesta («nadie aborrece jamás su
propia carne», Ef 5, 29). En la unión por amor, el cuerpo «del otro»
se convierte en «propio», en el sentido de que se tiene solicitud
del bien del cuerpo del otro como del propio. Dichas palabras, al
caracterizar el amor «carnal» que debe unir a los esposos, expresan,
puede decirse, el contenido más general y, a la vez, el más esencial.
Parece que hablan de este amor, sobre todo, con el leaguaje del «ágape».
8. La expresión, según la cual, el hombre «alimenta y abriga» la
propia carne -es decir, el marido «alimenta y abriga» la carne de la
mujer como la suya propia- parece indicar más bien la solicitud de
los padres, la relación tutelar, mejor que la ternura conyugal. Se
debe buscar la motivación de este carácter en el hecho de que el
autor pasa aquí indistintamente de la relación que une a los esposos
a la relación entre Cristo y la Iglesia. Las expresiones que se
refieren al cuidado del cuerpo, y ante todo a su nutrición, a su
alimentación, sugieren a muchos estudiosos de la Sagrada Escritura
una referencia a la Eucaristía, con la que Cristo, en su amor
nupcial, «alimenta» a la Iglesia. Si estas expresiones, aunque en
tono menor, indican el carácter específico del amor conyugal,
especialmente del amor en virtud del cual los cónyuges se hacen «una
sola carne», al mismo tiempo, ayudan a comprender, al menos de modo
general, la dignidad del cuerpo y el imperativo moral de tener
cuidado por su bien: de ese bien que corresponde a su dignidad. El
parangón con la Iglesia como Cuerpo de Cristo, Cuerpo de su amor
redentor y, a la vez, nupcial, debe dejar en la conciencia de los
destinatarios de la Carta a los Efesios (5, 22-23) un sentido
profundo del «sacrum» del cuerpo humano en general, y especialmente
en el matrimonio, como «lugar» donde este sentido del «sacrum»
determina de manera particularmente profunda las relaciones
recíprocas de las personas y, sobre todo, las del hombre con la
mujer, en cuanto mujer y madre de sus hijos.
Esta página es obra
de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
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