El esposo y la
esposa en el misterio de Cristo de la Iglesia
Audiencia General 25 de
agosto de 1982
1. En las precedentes
reflexiones sobre el capítulo 5 de la Carta a los Efesios (21-33)
hemos llamado especialmente la atención sobre la analogía de la
relación que existe entre Cristo y la Iglesia, y de la que existe
entre el esposo y la esposa, esto es, entre el marido y la mujer,
unidos por el vínculo matrimonial. Antes de disponernos al análisis
de los pasajes siguientes del texto en cuestión, debemos tomar
conciencia del hecho de que en el ámbito de la fundamental analogía
paulina: Cristo e Iglesia, por una parte, hombre y mujer, como
esposos, por otra, hay también una analogía suplementaria: esto es,
la analogía de la Cabeza y del Cuerpo. Precisamente esta analogía
ccnfiere un significado principalmente eclesiológico al enunciado
que analizamos: la Iglesia, como tal, está formada por Cristo; está
constituida por El en su parte esencial, como el cuerpo por la
cabeza. La unión del cuerpo con la cabeza es sobre todo de
naturaleza orgánica, es, sencillamente, la unión somática del
organismo humano. Sobre esta unión orgánica se funda, de modo
directo la unión biológica, en cuanto se puede decir que «el cuerpo
vive de la cabeza» (si bien del mismo modo, aunque de otra manera,
la cabeza vive del cuerpo). Y además, si se trata del hombre, sobre
esta unión orgánica se funda también la unión psíquica, entendida en
su integridad y, en definitiva, la unidad integral de la persona
humana.
2. Como ya he dicho (al menos en el pasaje analizado), el autor de
la Carta a los Efesios ha introducido la analogía suplementaria de
la cabeza y del cuerpo en el ámbito de la analogía del matrimonio.
Parece incluso que haya concebido la primera analogía: «cabeza,
cuerpo», de manera más central desde el punto de vista de la verdad
sobre Cristo y sobre la Iglesia, que él proclama. Sin embargo, hay
que afirmar del mismo modo que no la ha puesto al lado o fuera de la
analogía del matrimonio como vínculo nupcial. Más aún, al contrario.
En todo el texto de la Carta a los Efesios (5, 22-33), y
especialmente en la primera parte, de la que nos estamos ocupando
(5, 22-23), el autor habla como si en el matrimonio también el
marido fuera «cabeza de la mujer», y la mujer «cuerpo del marido»,
cual si los dos cónyuges formaran una unión orgánica. Esto puede
hallar su fundamento en el texto del Génesis donde se habla de «una
sola carne» (Gén 2, 24), o sea, en el mismo texto al que se referirá
el autor de la Carta a los Efesios después en el marco de su gran
analogía. No obstante, en el texto del libro del Génesis se pone
claramente de relieve que se trata del hombre y de la mujer como de
dos distintos sujetos personales, que deciden conscientemente su
unión conyugal, definida por el arcaico texto con los términos: «una
sola carne». Y también en la Carta a los Efesios queda igualmente
claro. El autor se sirve de una doble analogía: cabeza-cuerpo,
marido-mujer, a fin de ilustrar con claridad la naturaleza de la
unión entre Cristo y la Iglesia. En cierto sentido, especialmente en
este primer pasaje del texto a los Efesios 5, 22-23, la dimensión
eclesiológica parece decisiva y predominante.
3. «Las casadas estén sujetas a sus maridos como al Señor; porque el
marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia y
salvador de su cuerpo. Y como la Iglesia está sujeta a Cristo, así
las mujeres a sus maridos en todo. Vosotros, los maridos, amad a
vuestras mujeres, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella...»
(Ef 5, 22-25).
Esta analogía suplementaria «cabeza-cuerpo» hace que en el ámbito de
todo el pasaje de la Carta a los Efesios 5, 22-33, nos encontremos
con dos sujetos distintos, los cuales, en virtud de una especial
relación recíproca, vienen a ser, en cierto sentido un solo sujeto:
la cabeza constituye juntamente con el cuerpo un sujeto (en el
sentido físico y metafísico), un organismo, una persona humana, un
ser. No cabe duda de que Cristo es un sujeto diverso de la Iglesia,
sin embargo, en virtud de una relación especial, se une con ella,
como en una unión orgánica de cabeza y cuerpo: la Iglesia es así
fuertemente, así esencialmente ella misma en virtud de la unión con
Cristo (místico). ¿Se puede decir lo mismo de los esposos, del
hombre y de la mujer, unidos por un vínculo matrimonial? Si el autor
de la Carta a los Efesios ve la analogía de la unión de la cabeza
con el cuerpo también en el matrimonio, esta analogía, en cierto
sentido, parece referirse al matrimonio, teniendo en cuenta la unión
que Cristo constituye con la Iglesia y la Iglesia con Cristo. La
analogía, pues, se refiere sobre todo al matrimonio mismo como a la
unión en virtud de la cual «serán dos una sola carne» (Ef 5, 31; cf.
Gén 2, 24).
4. Sin embargo, esta analogía no oscurece la individualidad de los
sujetos: la del marido y la de la mujer, es decir, la esencial bi-subjetividad
que está en la base de la imagen de «un solo cuerpo», más aún, la
esencial bi-subjetividad del marido y de la mujer en el matrimonio,
que hace de ellos, en cierto sentido, «un solo Cuerpo», pasa, en el
ámbito de todo el texto que estamos examinando (Ef 5, 22-33), a la
imagen de la Iglesia-Cuerpo, unido con Cristo como Cabeza. Esto se
ve especialmente en la continuación de este texto, donde el autor
describe la relación de Cristo con la Iglesia precisamente mediante
la imagen de la relación del marido con la mujer. En esta
descripción la Iglesia-Cuerpo de Cristo aparece claramente como el
sujeto segundo de la unión conyugal, al cual el sujeto primero,
Cristo, manifiesta el amor con que la ha amado, entregándose «a sí
mismo por ella». Ese amor es imagen y, sobre todo, modelo del amor
que el marido debe manifestar a la mujer en el matrimonio cuando
ambos están sometidos uno al otro «en el temor de Cristo».
5. Efectivamente, leemos: «Vosotros, los maridos, amad a vuestras
mujeres, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para
santificarla, purificándola, mediante el lavado del agua, con la
palabra, a fin de presentársela así gloriosa, sin mancha o arruga o
cosa semejante, sino santa e inmaculada. Los maridos deben amar a
sus mujeres como a su propio cuerpo. El que ama a su mujer, a sí
mismo se ama, y nadie aborrece jamás su propia carne, sino que la
alimenta y la abriga como Cristo a la Iglesia, porque somos miembros
de su cuerpo. Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y se
unirá a su mujer, y serán dos en una carne» (Ef 5, 25-31).
6. Es fácil descubrir que en esta parte del texto de la Carta a los
Efesios 5, 22-33 «prevalece» claramente la bi-subjetividad: se pone
de relieve tanto en la relación Cristo-Iglesia como en la relación
marido-mujer. Esto no quiere decir que desaparezca la imagen de un
sujeto único: la imagen de «un solo cuerpo». Esta se conserva
incluso en el pasaje de nuestro texto, y en cierto sentido está allí
todavía mejor explicada. Lo veremos con mayor claridad al analizar
detalladamente el pasaje antes citado. Así, pues, el autor de la
Carta a los Efesios habla del amor de Cristo a la Iglesia,
explicando el modo en que se expresa ese amor, y presentando, a la
vez, tanto ese amor como sus expresiones cual modelo que debe seguir
el marido con relación a la propia mujer. El amor de Cristo a la
Iglesia tiene como finalidad esencialmente su santificación: «Cristo
amó a la Iglesia y se entregó por ella... para santificarla» (Ef 5,
25-26). En el principio de esta santificación está el bautismo fruto
primero y esencial de la entrega de si que Cristo ha hecho por la
Iglesia. En este texto el bautismo no es llamado por su propio
nombre, sino definido como purificación «mediante el lavado del agua,
con la palabra» (Ef 5-26). Este lavado, con la potencia que se
deriva de la donación redentora de sí, que Cristo ha hecho por la
Iglesia, realiza la purificación fundamental mediante la cual el
amor de El a la Iglesia adquiere un carácter nupcial a los ojos del
autor de la Carta.
7. Es sabido que en el sacramento del bautismo participa un sujeto
individual en la Iglesia. Sin embargo, el autor de la Carta, a
través de ese sujeto individual del bautismo ve a toda la Iglesia.
El amor nupcial de Cristo se refiere a ella, a la Iglesia, siempre
que una persona individual recibe en ella la purificación
fundamental por medio del bautismo. El que recibe el bautismo, en
virtud del amor redentor de Cristo, se hace, al mismo tiempo,
participe de su amor nupcial a la Iglesia. «El lavado del agua, con
la palabra» en nuestro texto es la expresión del amor nupcial en el
sentido de que prepara a la esposa (Iglesia) para el esposo, hace a
la Iglesia esposa de Cristo, diría «in actu primo». Algunos
estudiosos de la Biblia observan aquí que, en el texto que hemos
citado, el «lavado del agua» evoca la ablución ritual que precedía a
los desposorios, y que constituía un importante rito religioso
incluso entre los griegos.
8. Como sacramento del bautismo el «lavado del agua con la palabra»
(Ef 5, 26) convierte a la Iglesia en esposa no sólo «in actu primo»,
sino también en la perspectiva más lejana, o sea, en la perspectiva
escatológica. Esta se abre ante nosotros cuando, en la Carta a los
Efesios, leemos que «el lavado del agua» sirve, por parte del esposo,
«a fin de presentársela así gloriosa, sin mancha o arruga o cosa
semejante, sino santa e inmaculada» (Ef 5, 27). La expresión «presentársela»
parece indicar el momento del desposorio, cuando la esposa es
llevada al esposo, vestida ya con el traje nupcial, y adornada para
la boda. El texto citado pone de relieve que el mismo Cristo-Esposo
se preocupa de adornar a la Esposa-Iglesia, procura que esté hermosa
con la belleza de la gracia, hermosa gracias al don de la salvación
en su plenitud, concedido ya desde el sacramento del bautismo. Pero
el bautismo es sólo el comienzo, del que deberá surgir la figura de
la Iglesia gloriosa (como leemos en el texto), cual fruto definitivo
del amor redentor y nupcial, solamente en la última venida de Cristo
(parusía).
Vemos con cuánta profundidad el autor de la Carta a los Efesios
escruta la realidad sacramental, al proclamar su gran analogía:
tanto la unión de Cristo con la Iglesia, como la unión nupcial del
hombre y de la mujer en el matrimonio quedan iluminados de este modo
por una especial luz sobrenatural.
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de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
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