relación
de los cónyuges a imagen de la relación de cristo con la iglesia
Audiencia General 11 de
agosto de 1982
1. Comenzamos hoy un
análisis más detallado del pasaje de la Carta a los Efesios 5,
21-33. El autor, dirigiéndose a los cónyuges, les recomienda que
estén «sujetos los unos a los otros en el temor de Cristo» (5, 21).
Se trata aquí de una relación de doble dimensión o de doble grado:
recíproco y comunitario El uno precisa y caracteriza al otro. Las
relaciones recíprocas del marido y de la mujer deben brotar de su
común relación con Cristo. El autor de la Carta habla del «temor de
Cristo» en un sentido análogo a cuando habla del «temor de Dios». En
este caso, no se trata de temor o miedo, que es una actitud
defensiva ante la amenaza de un mal, sino que se trata sobre todo de
respeto por la santidad, por lo sacrum: se trata de la pietas que en
el leaguaje del Antiguo Testamento fue expresada también con el
término «temor de Dios» (cf. por ejemplo, Sal 103, 11; Prov 1, 7;
23, 17; Sir 1, 11-16). Efectivamente, esta pietas, nacida de la
profunda conciencia del misterio de Cristo debe constituir la base
de las relaciones recíprocas entre los cónyuges.
2. Igual que el contexto inmediato, también el texto elegido por
nosotros tiene un carácter «parenético» es decir, de instrucción
moral. El autor de la Carta desea indicar a los cónyuges cómo deben
ser sus relaciones recíprocas y todo su comportamiento. Deduce las
propias indicaciones y directrices del misterio de Cristo presentado
al comienzo de la Carta. Este misterio debe estar espiritualmente
presente en las recíprocas relaciones de los cónyuges. Penetrando
sus corazones, engendrando en ellos ese santo «temor de Cristo» (es
decir, precisamente la pietas) el misterio de Cristo debe llevarlos
a estar «sujetos los unos a los otros»: el misterio de la elección,
desde la eternidad, de cada uno de ellos en Cristo «para ser hijos
adoptivos» de Dios.
3. La expresión que abre nuestro pasaje de Ef 5, 21-33, al que nos
hemos acercado gracias al análisis del contexto remoto e inmediato,
tiene una elocuencia muy particular. El autor habla de la mutua
sujeción de los cónyuges, marido y mujer, y de este modo da también
a conocer cómo hay que entender las palabras que escribirá luego
sobre la sumisión de la mujer al marido. Efectivamente, leemos: «Las
casadas estén sujetas a sus maridos como al Señor» (5, 22). Al
expresarse así, el autor no intenta decir que el marido es «amo» de
la mujer y que el contrato inter-personal propio del matrimonio es
un contrato de dominio del marido sobre la mujer. En cambio, expresa
otro concepto: esto es, que la mujer, en su relación con Cristo -que
es para los dos cónyuges el único Señor- puede y debe encontrar la
motivación de esa relación con el marido, que brota de la esencia
misma del matrimonio y de la familia. Sin embargo, esta relación no
es sumisión unilateral. El matrimonio, según la doctrina de la Carta
a los Efesios, excluye ese componente del contrato que gravaba y, a
veces, no cesa de gravar sobre esta institución. En efecto, el
marido y la mujer están «sujetos los unos a los otros», están
mutuamente subordinados. La fuente de esta sumisión recíproca está
en la pietas cristiana, y su expresión es el amor.
4. El autor de la Carta subraya de modo particular este amor, al
dirigirse a los maridos. Efectivamente escribe: «Y vosotros, los
maridos, amad a vuestras mujeres»... y con esta manera de expresarse
destruye cualquier temor que hubiera podido suscitar (dada la
sensibilidad contemporánea) la frase precedente: «Las casadas estén
sujetas a sus maridos». El amor excluye todo género de sumisión, en
virtud de la cual la mujer se convertiría en sierva o esclava del
marido, objeto de sumisión unilateral. El amor cierta mente hace que
simultáneamente también el marido esté sujeto a la mujer, y sometido
en esto al Señor mismo igual que la mujer al marido. La comunidad o
unidad que deben formar por el matrimonio, se realiza a través de
una recíproca donación, que es también una mutua sumisión. Cristo es
fuente y, a la vez, modelo de esta sumisión que, al ser recíproca
«en el temor de Cristo», confiere a la unión conyugal un carácter
profundo y maduro. Múltiples factores de índole psicológica o de
costumbre, se transforman en esta fuente y ante este modelo, de
manera que hacen surgir, diría, una nueva y preciosa «fusión» de los
comportamientos y de las relaciones bilaterales.
5. El autor de la Carta a los Efesios no teme aceptar los conceptos
propios de la mentalidad y de las costumbres de entonces; no teme
hablar de la sumisión de la mujer al marido; ni tampoco teme (también
en el último versículo del texto que hemos citado) recomendar a la
mujer que «reverencie a su marido» (5, 33). Efectivamente, es cierto
que cuando el marido y la mujer se sometan el uno al otro «en el
temor de Cristo», todo encontrará su justo equilibrio, es decir
corresponderá a su vocación cristiana en el misterio de Cristo.
6. Ciertamente es diversa nuestra sensibilidad contemporánea,
diversas son también las mentalidades y las costumbres, y es
diferente la situación social de la mujer con relación al hombre. No
obstante, el fundamental principio parenético que encontramos en la
Carta a los Efesios, sigue siendo el mismo y ofrece los mismos
frutos. La sumisión recíproca «en el temor de Cristo» -sumisión que
nace del fundamento de las pietas cristiana- forma siempre esa
profunda y sólida estructura que integra la comunidad de los
cónyuges, en la que se realiza la verdadera «comunión» de las
personas.
7. El autor del texto a los Efesios, que comenzó su Carta con una
magnífica visión del plan eterno de Dios para con la humanidad, no
se limita a poner de relieve solamente los aspectos tradicionales de
las costumbres o los aspectos éticos del matrimonio, sino que
sobrepasa el ámbito de la enseñanza y, al escribir sobre las
relaciones recíprocas de los cónyuges, descubre en ellas la
dimensión del misterio de Cristo, de quien él es heraldo y apóstol.
«Las casadas estén sujetas a sus maridos como al Señor, porque el
marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia y
salvador de su cuerpo. Y como la Iglesia está sujeta a Cristo, así
las mujeres a sus maridos en todo. Vosotros, los maridos, amad a
vuestras mujeres, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella...»
(5, 22 23). De este modo, la enseñanza propia de esta parte
parenética de la Carta en cierto sentido se inserta en la realidad
misma del misterio oculto desde la eternidad en Dios y revelado a la
humanidad en Jesucristo. En la Carta a los Efesios somos testigos
diría, de un encuentro particular de ese misterio con la esencia
misma de la vocación al matrimonio. ¿Cómo hay que entender este
encuentro?
8. En el texto de la Carta a los Efesios este encuentro se presenta
ante todo como una gran analogía. Leemos allí: «Las casadas estén
sujetas a sus maridos como al Señor...»; he aquí el primer miembro
de la analogía. «Porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo
es cabeza de la Iglesia...» éste es el segundo miembro, que
constituye la clarificación y la motivación del primero. «Y como la
Iglesia está sujeta a Cristo, así las mujeres a sus maridos...»: a
la relación de Cristo con la Iglesia, presentada antes, se expresa
ahora como relación de la Iglesia con Cristo, y aquí está
comprendiendo el siguiente miembro de la analogía. Finalmente: «Vosotros,
los maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a la Iglesia y
se entregó por ella...»: he aquí el último miembro de la analogía.
La continuación del texto de la Carta desarrolla el pensamiento
fundamental, contenido en el pasaje que acabamos de citar; y todo el
texto de la Carta a los Efesios en el capítulo 5 (vv. 21-33) está
totalmente penetrado por la misma analogía; esto es, la relación
recíproca entre los cónyuges, marido y mujer, los cristianos la
entienden a imagen de la relación entre Cristo y la Iglesia.
Esta página es obra
de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
|