vida cristiana de
la familia
Audiencia General 4 de
agosto de 1982
1. En nuestra reflexión
precedente cité el capítulo V de la Carta a los Efesios (vv. 22-23).
Ahora, después de una primera lectura sobre este texto «clásico»,
conviene examinar el modo en que este pasaje -tan importante para el
ministerio de la Iglesia, como para la sacramentalidad del
matrimonio- se encuadra en el contexto inmediato de toda la Carta.
Aun sabiendo que hay una serie de problemas discutidos entre los
escrituristas respecto a los destinatarios, a la paternidad e
incluso a la fecha de su composición, es necesario constatar que la
Carta a los Efesios tiene una estructura muy significativa. El autor
comienza esta Carta presentando el plan eterno de la salvación del
hombre en Jesucristo.
«...Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo... en El nos eligió...
para que fuésemos santos e inmaculados ante El en caridad, y nos
predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al
beneplácito de su voluntad, para la alabanza del esplendor de su
gracia, que nos otorgó gratuitamente en el Amado, en quien tenemos
la redención por su sangre, la remisión de los pecados, según las
riquezas de su gracia..., para realizarlo al cumplirse los tiempos,
recapitulando todas las cosas en Cristo...» (Ef 1, 3. 4-7. 10).
El autor de la Carta a los Efesios, después de haber presentado con
palabras llenas de gratitud el designio que, desde la eternidad,
está en Dios y, a la vez, se realiza ya en la vida de la humanidad,
ruega al Señor para que los hombres (y directamente los
destinatarios de la Carta) conozcan plenamente a Cristo como cabeza:
«...le puso por cabeza de todas las cosas en la Iglesia que es su
cuerpo la plenitud del que lo acaba todo en todos» (1, 22-23). La
humanidad pecadora está llamada a una vida nueva en Cristo, en quien
los gentiles y los judíos deben unirse como en un templo (cf. 2.
11-21). El Apóstol es heraldo del misterio de Cristo entre los
gentiles, a los cuales se dirige sobre todo, doblando «las rodillas
ante el Padre», y pidiendo que les conceda, «según la riqueza de su
gloria, ser poderosamente fortalecidos en el hombre interior por su
Espíritu» (3, 14. 16).
2. Después de esta revelación tan profunda y sugestiva del misterio
de Cristo en la Iglesia, el autor pasa, en la segunda parte de la
Carta, a orientaciones más detalladas, que miran a definir la vida
cristiana como vocación que brota del plan divino, del que hemos
hablado anteriormente, es decir, del misterio de Cristo en la
Iglesia. También el autor toca aquí diversas cuestiones, validas
siempre para la vida cristiana. Exhorta a conservar la utilidad
subrayando al mismo tiempo que esta unidad se construye sobre la
multiplicidad y diversidad de los dones de Cristo. A cada uno se le
ha dado un don diverso, pero todos, como cristianos, deben «vestirse
del hombre nuevo, creado según Dios en justicia y santidad
verdaderas» (4, 24). A esto está vinculada una llamada categórica a
superar los vicios y adquirir las virtudes correspondientes a la
vocación que todos han obtenido en Cristo (cf. 4, 25-32). El autor
escribe: «Sed, en fin, imitadores de Dios, como hijos amados, y
caminad en el amor, como Cristo nos amó y se entregó por nosotros...
en sacrificio» (5, 1-2).
3. En el capítulo V de la Carta a los Efesios estas llamadas se
hacen aún más concretas. El autor condena severamente los abusos
paganos, escribiendo: «Fuisteis algún tiempo tinieblas, pero ahora
sois luz en el Señor; andad, pues, como hijos de la luz» (5, 8). Y
luego: «No seáis insensatos, sino entendidos de cuál es la voluntad
de Dios. Y no os embriaguéis de vino (referencia al Libro de los
Proverbios 23, 31)..., al contrario, llenáos del Espíritu, hablando
entre vosotros con salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando
y salmodiando al Señor en vuestros corazones» (5, 17-19). El autor
de la Carta quiere ilustrar con estas palabras el clima de vida
espiritual, que debe animar a toda comunidad cristiana. Y, pasa
luego, a la comunidad doméstica, esto es, a la familia.
Efectivamente, escribe: «Llenáos del Espíritu.. dando siempre
gracias a Dios Padre por todas las cosas en nombre de nuestro Señor
Jesucristo, sujetos los unos a los otros en el temor de Cristo» 15,
20-21). Y precisamente así entramos en el pasaje de la Carta que
será tema de nuestro análisis particular. Podemos constatar
fácilmente que el contenido esencial de este texto «clásico» aparece
en el cruce de los dos principales hilos conductores de toda la
Carta a los Efesios: el primero, el del misterio de Cristo que, como
expresión del plan divino para la salvación del hombre, se realiza
en la Iglesia; el segundo, el de la vocación cristiana como modelo
de vida para cada uno de los bautizados y cada una de las
comunidades, correspondiente al misterio de Cristo, o sea, el plan
divino para la salvación del hombre.
4. En el contexto inmediato del pasaje citado, el autor de la Carta
trata de explicar de qué modo la vocación cristiana, concebida así,
debe realizarse y manifestarse en las relaciones entre todos los
miembros de una familia: por lo tanto, no sólo entre el marido y la
mujer (de quienes trata precisamente el pasaje del capítulo 5,
22-23, elegido por nosotros), sino también entre padres e hijos. El
autor escribe: «Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor,
porque es justo. Honra a tu padre y a tu madre. Tal es el primer
mandamiento, seguido de promesa, para que seáis felices y tengáis
larga vida sobre la tierra. Y vosotros, padres, no exasperéis a
vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y en la enseñanza del
Señor» (6, 1-4). A continuación se habla de los deberes de los
siervos con relación a los amos y viceversa, de los amos en relación
a los siervos, esto es, a los esclavos (cf. 6, 5-9), lo que se
refiere también a las orientaciones concernientes a la familia en
sentido amplio. Efectivamente, la familia estaba constituida no sólo
por los padres e hijos (según la sucesión de generaciones), sino
también pertenecían a ellas en sentido amplio incluso los siervos de
ambos sexos: esclavos y esclavas.
5. Así, pues el texto de la Carta a los Efesios, que nos proponemos
hacer objeto de un análisis profundo, se halla en el contenido
inmediato de enseñanzas sobre las obligaciones morales de la
sociedad familiar (las llamadas «Haustaflen» o códigos domésticos,
según la definición de Lutero). Encontramos también instrucciones
análogas en otras Cartas (por ejemplo, en la dirigida a los
Colosenses, 3, 18-4, y en la primera Carta de Pedro, 2, 13-3, 7).
Además, este contexto inmediato forma parte de nuestro pasaje, en
cuanto también el texto «clásico» que hemos elegido trata de los
deberes recíprocos de los maridos y de las mujeres. Sin embargo, hay
que notar que el pasaje 5. 22-23 de la Carta a los Efesios se centra
de suyo exclusivamente en los cónyuges y en el matrimonio y lo que
respecta a la familia, también en sentido amplio, se halla ya en el
contexto. Pero antes de disponernos a hacer un análisis profundo del
texto, conviene añadir que toda la Carta termina con un estupendo
estimulo a la lucha espiritual (cf. 6, 10-20), con breves
recomendaciones (cf. 6, 21-22) y una felicitación final (cf. 6,
23-24). La llamada a la lucha espiritual parece estar lógicamente
fundada en la argumentación de toda la Carta. Esa llamada es, por
decirlo así, la conclusión explícita de sus principales hilos
conductores.
Teniendo así ante los ojos la estructura total de toda la Carta a
los Efesios, en el primer análisis trataremos de clasificar el
significado de las palabras: «sujetaos los unos a los otros en el
temor de Cristo» (5, 21), dirigidas a los maridos y a las mujeres.
Esta página es obra
de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
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