Enseñanza paulina
sobre la excelencia de la virginidad
Audiencia General 30 de
junio de 1982
1. San Pablo, explicando
en el capítulo VII de su primera Carta a los Corintios la cuestión
del matrimonio y la virginidad (es decir, la continencia por el
reino de Dios), trata de motivar la causa por la que quien elige el
matrimonio hace «bien» y quien decide, en cambio una vida de
continencia, o sea la virginidad, hace «mejor». Así escribe: «Dígoos,
pues, hermanos que el tiempo es corto. Sólo queda que los que tienen
mujer vivan como si no la tuvieran...»; y también «los que compran,
como si no poseyesen, y los que disfrutan del mundo, como si no
disfrutasen, porque pasa la apariencia de este mundo. Yo os querría
libres de cuidados...» (1Cor 7, 29. 30-32).
2. La últimas palabras del texto citado demuestran que en la
argumentación Pablo se refiere a su propia experiencia, y de este
modo la argumentación se hace más personal. No sólo formula el
principio y trata de motivarlo en cuanto tal, sino que lo enlaza con
reflexiones y convicciones personales nacidas de la práctica del
consejo evangélico del celibato. Cada una de las expresiones y
alocuciones son prueba de su fuerza de persuasión. El Apóstol no
sólo escribe a sus Corintios: «Quisiera que todos los hombres fuesen
como yo» (1Cor 7, 28). Por lo demás, esta convicción personal la
había expresado ya en las primeras palabras del capítulo VII de
dicha Carta, refiriendo, si bien para modificarla, esta opinión de
los Corintios: «Comenzando a tratar de lo que me habéis escrito,
bueno es al hombre no tocar mujer...» (1Cor 7, 1).
3. Nos podemos preguntar: ¿Qué «tribulaciones de la carne» tenía
Pablo en el pensamiento? Cristo hablaba sólo de los sufrimientos (o
«aflicciones») que padece la mujer cuando ha de dar «a luz al hijo»,
subrayando a la vez la alegría (cf. Jn 16, 21) con que se regocija
en compensación de estos sufrimientos, después del nacimiento del
hijo: la alegría de la maternidad. En cambio, Pablo escribe sobre
las «tribulaciones del cuerpo» que esperan a los casados. ¿Acaso
será ésta la expresión de una aversión personal del Apóstol hacia el
matrimonio? En esta observación realista hay que ver una advertencia
justificada a quienes -como a veces los jóvenes- piensan que la
unión y convivencia conyugal han de proporcionarles sólo felicidad y
gozo. La experiencia de la vida demuestra que no rara vez los
cónyuges quedan desilusionados respecto de lo que principalmente se
esperaban. El gozo de la unión lleva consigo también las «tribulaciones
de la carne», sobre las que escribe el Apóstol en la Carta a los
Corintios. Con frecuencia son «tribulaciones» de naturaleza moral.
Si él quiere decir con esto que el verdadero amor conyugal -aquel
precisamente por el que «el hombre... se adherirá a su mujer y
vendrán a ser los dos una sola carne» (Gén 2, 24)- es al mismo
tiempo un amor difícil, ciertamente se mantiene dentro del terreno
de la verdad evangélica y no hay razón alguna para descubrir que
caracterizaría más tarde al maniqueísmo.
4. Cristo en sus palabras sobre la continencia por el reino de Dios,
de ningún modo se propone encauzar a los oyentes hacia el celibato o
la virginidad cuando les señala las «tribulaciones» del matrimonio.
Más bien se advierte que procura poner de relieve algunos aspectos
humanamente penosos de la opción por la continencia: tanto razones
sociales como razones de naturaleza subjetiva inducen a Cristo a
decir que se hace «eunuco» el hombre que toma tal decisión, es decir,
el hombre que abraza voluntariamente la continencia. Pero
precisamente gracias a esto resalta con suma claridad todo el
significado subjetivo, la grandeza y exepcionalidad de una tal
decisión: el significado de una respuesta madura a un don especial
del Espíritu.
5. No entiende de otro modo el consejo de la continencia San Pablo
en la Carta a los Corintios, pero lo expresa de modo diferente.
Escribe así: «Dígoos, pues, hermanos, que el tiempo es corto...»
(1Cor 7, 29), y un poco más adelante: «Pasa la apariencia de este
mundo...» (7, 31). Esta constatación sobre la caducidad de la
existencia humana y el carácter accidental de cuanto ha sido creado,
deben llevar a que «los que tienen mujer vivan como si no la
tuvieren» (1Cor 7, 29; cf. 7, 31), y a preparar el terreno al mismo
tiempo a la enseñanza sobre la continencia. Pues en el centro de su
razonamiento pone Pablo la frase-clave que puede relacionarse con lo
enunciado por Cristo, que es único en su género, sobre el tema de la
continencia por el reino de Dios (cf. Mt 19, 12).
6. Mientras Cristo pone de relieve la magnitud de la renuncia
inseparable de tal decisión, Pablo muestra sobre todo cómo hay que
entender el «reino de Dios» en la vida de un hombre que ha
renunciado al matrimonio por el reino. Y mientras el triple
paralelismo de lo enunciado por Cristo alcanza su punto culminante
en el verbo que indica la grandeza de la renuncia asumida
voluntariamente («hay eunucos que a sí mismos se han hecho tales por
amor del reino de los cielos», Mt 19, 12), Pablo define la situación
con una sola palabra: «no casado» (ágamos); en cambio, más adelante
incluye «reino de los cielos» en una síntesis espléndida cuando
dice: «El célibe se cuida de las cosas del Señor, de cómo agradar al
Señor» (1Cor 7, 32).
Cada palabra de este párrafo merece un análisis especial.
7. En el Evangelio de Lucas, discípulo de Pablo, el contexto del
verbo «preocuparse de» o «buscar» indica que de verdad es menester
buscar sólo el reino de Dios (cf. Lc 10, 41). Y el mismo Pablo habla
directamente de su «preocupación por todas las Iglesias» (2Cor 11,
28), de la búsqueda de Cristo mediante la solicitud por los
problemas de los hermanos, por los miembros del Cuerpo de Cristo
(cf. Flp 2, 20-21; 1Cor 12, 25). De este contexto emerge todo el
amplio campo de la «preocupación» a la que el hombre no casado puede
dedicar enteramente su pensamiento, fatigas y corazón. Ya que el
hombre puede «preocuparse» sólo de aquello que lleva en el corazón.
8. En la enunciación de Pablo, quien no está casado se preocupa de
las cosas del Señor (ta tou kyriou). Con esta expresión concisa
Pablo abarca la realidad objetiva completa del reino de Dios. «Del
Señor es la tierra y cuanto la llena», dirá él mismo un poco más
adelante en esta Carta (1Cor 10, 26; cf. Sal 23 [24], 1).
¡El objeto del interés del cristiano es el mundo entero! Pero Pablo
con el nombre «Señor» califica en primer lugar a Jesucristo (cf.,
por ejemplo, Flp 2, 11) y, por tanto, «cosas del Señor» quiere decir
ante todo el reino de Cristo, su Cuerpo que es la Iglesia (cf. Col
1, 18) y cuanto contribuye al crecimiento de ésta. De todo ello se
preocupa el hombre no casado y, por ello, siendo Pablo «Apóstol de
Jesucristo» (1Cor 1, 1) y ministro del Evangelio (cf. Col 1, 23),
escribe a los Corintios: «Quisiera yo que todos los hombres fueran
como yo» (1Cor 7, 7).
9. Sin embargo, el celo apostólico y la actividad más eficaz,
tampoco agotan el contenido de la motivación paulina de la
continencia. Incluso podría decirse que su raíz y fuente se
encuentran en la segunda parte del párrafo que muestra la realidad
subjetiva del reino de Dios. «El que no está casado se preocupa...
de agradar al Señor». Esta constatación abarca todo el campo de la
relación personal del hombre con Dios. «Agradar a Dios» -esta
expresión se encuentra en libros antiguos de la Biblia (cf., por
ejemplo, Dt 13, 19)- es sinónimo de vida en gracia de Dios, o sea,
de quien se comporta según su voluntad para serle agradable. En uno
de los últimos libros de la Sagrada Escritura, esta expresión llega
a ser una síntesis teológica de la santidad. San Juan sólo una vez
la aplica a Cristo: «Yo hago siempre lo que es de su agrado [del
Padre]» (Jn 8, 29). San Pablo hace notar en la Carta a los Romanos
que Cristo «no buscó agradarse a Sí mismo» (Rom 15, 3).
En estas dos constataciones está encerrado todo el contenido de «agradar
a Dios», entendido en el Nuevo Testamento como seguir las huellas de
Cristo.
10. Podría parecer que se sobreponen las dos partes de la expresión
paulina pues, en efecto, preocuparse de lo «que toca al Señor», de
las «cosas del Señor», debe «agradar al Señor». Por otra parte,
quien complace a Dios no puede encerrarse en sí mismo, sino abrirse
al mundo, a cuanto hay que llevar de nuevo a Cristo. Evidentemente
éstos son dos aspectos de la misma realidad de Dios y de su reino.
Pero Pablo tenía que distinguirlos para hacer ver más clara la
naturaleza y posibilidad de la continencia «por el reino de los
cielos».
Habremos de volver de nuevo sobre el tema.
Esta página es obra
de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
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