el celibato por
el reino y la significación esponsal del cuerpo
Audiencia General 28 de
abril de 1982
1. «Hay eunucos que a sí mismos se han hecho tales por amor del
reino de los cielos»; así se expresa Cristo según el Evangelio de
Mateo (Mt 19, 12).
Es propio del corazón humano aceptar exigencias, incluso difíciles,
en nombre del amor por un ideal y, sobre todo, en nombre del amor
hacia una persona (en efecto, el amor, por esencia, está orientado
hacia la persona). Y por esto, en la llamada a la continencia «por
el reino de los cielos», primero los mismos discípulos y luego toda
la Tradición viva descubrirán muy pronto el amor que se refiere a
Cristo mismo como Esposo de la Iglesia y Esposo de las almas, a las
que El se ha entregado a Sí mismo hasta el fin, en el misterio de su
Pasión y en la Eucaristía. De este modo, la continencia «por el
reino de los cielos», la opción por la virginidad o por el celibato
para toda la vida, ha venido a ser en la experiencia de los
discípulos y de los seguidores de Cristo, un acto de respuesta
especial al amor del Esposo divino y, por esto, ha adquirido el
significado de un acto de amor esponsalicio, es decir, de una
donación esponsalicia de sí, a fin de corresponder de modo especial
al amor esponsalicio del Redentor; una donación de sí, entendida
como renuncia, pero hecha sobre todo por amor.
2. Hemos sacado así toda la riqueza del contenido de que está
cargado el enunciado, ciertamente conciso, pero a la vez tan
profundo, de Cristo sobre la continencia «por el reino de los cielos»;
pero ahora conviene prestar atención al significado que tienen estas
palabras para la teología del cuerpo, lo mismo que hemos tratado de
presentar y reconstruir sus fundamentos bíblicos «desde el principio».
Precisamente el análisis de ese «principio bíblico», al que se
refirió Cristo en la conversación con los fariseos sobre el tema del
matrimonio, de su unidad e indisolubilidad (cf. Mt 19, 3-9) -poco
antes de dirigir a sus discípulos las palabras sobre la continencia
«por el reino de los cielos» (ib. 19, 10-12)-, nos permite recordar
la profunda verdad sobre el significado esponsalicio del cuerpo
humano en su masculinidad y feminidad, como la hemos deducido, a su
debido tiempo, del análisis de los primeros capítulos del Génesis (y
en particular del capítulo 2, 23-25). Así precisamente era necesario
formular y precisar lo que encontramos en los antiguos textos.
3. La mentalidad contemporánea está habituada a pensar y hablar,
sobre todo, del instinto sexual, transfiriendo al terreno de la
realidad humana lo que es propio del mundo de los seres vivientes,
los animalia. Ahora bien, una reflexión profunda sobre el conciso
texto del capítulo primero y segundo del Génesis nos permite
establecer, con certeza y convicción, que desde «el principio» se
delinea en la Biblia un límite muy claro y unívoco entre el mundo de
los animales (animalia) y el hombre creado a imagen y semejanza de
Dios. En ese texto, aun cuando relativamente muy breve, hay, sin
embargo, suficiente espacio para demostrar que el hombre tiene una
conciencia clara de lo que le distingue de modo esencial de todos
los seres vivientes (animalia).
4. Por lo tanto, la aplicación al hombre de esta categoría,
sustancialmente naturalística, que se encierra en el concepto y en
la expresión de «instinto sexual», no es del todo apropiada y
adecuada. Es obvio que esta aplicación puede tener lugar, basándose
en cierta analogía; efectivamente, la particularidad del hombre en
relación con todo el mundo de los seres vivientes (animalia) no es
tal, que el hombre, entendido desde el punto de vista de la especie,
no pueda ser calificado fundamentalmente también como animal, pero
animal racional. Por ello, a pesar de esta analogía, la aplicación
del concepto de «instinto sexual» al hombre -dada la dualidad en la
que existe como varón o mujer- limita, sin embargo, grandemente y,
en cierto sentido «empequeñece» lo que es la misma
masculinidad-feminidad en la dimensión personal de la subjetividad
humana. Limita y «empequeñece» también aquello, en virtud de lo cual,
los dos, el hombre y la mujer, se unen de manera que llegan a ser
una sola carne (cf. Gén 2, 24). Para expresar esto de modo apropiado
y adecuado, hay que servirse también de un análisis diverso de ese
naturalístico. Y precisamente el estudio del «principio» bíblico nos
obliga a hacer esto de manera convincente. La verdad sobre el
significado esponsalicio del cuerpo humano en su masculinidad y
feminidad, deducida de los primeros capítulos del Génesis (y en
particular del capítulo 2, 23-25), o sea, el descubrimiento a la vez
del significado esponsalicio del cuerpo en la estructura personal de
la subjetividad del hombre y de la mujer, parece ser en este ámbito
un concepto-clave y, al mismo tiempo, el único apropiado y adecuado.
5. Ahora bien, precisamente en relación con este concepto, con esta
verdad sobre el significado esponsalicio del cuerpo humano, hay que
leer de nuevo y entender las palabras de Cristo acerca de la
continencia «por el reino de los cielos», pronunciadas en el
contexto inmediato de esa referencia al «principio», sobre el cual
Cristo ha fundado su doctrina acerca de la unidad e indisolubilidad
del matrimonio. En la base de la llamada de Cristo a la continencia
está no sólo el «instinto sexual», como categoría de una necesidad,
diría, naturalística, sino también la conciencia de la libertad del
don, que está orgánicamente vinculada con la profunda y madura
conciencia del significado esponsalicio del cuerpo, en la estructura
total de la subjetividad personal del hombre y de la mujer. Sólo en
relación a este significado de la masculinidad y feminidad de la
persona humana, encuentra plena garantía y motivación la llamada a
la continencia voluntaria «por el reino de los cielos». Sólo y
exclusivamente en esta perspectiva dice Cristo: «El que pueda
entender, que entienda» (Mt 19, 12): con esto indica que tal
continencia -aunque, en todo caso, sea sobre todo un «don»-, también
puede ser «entendida», esto es, sacada y deducida del concepto que
el hombre tiene del propio «yo» sicosomático en su totalidad, y en
particular de la masculinidad y feminidad de este «yo» en la
relación recíproca, que está inscrita como «por naturaleza» en toda
subjetividad humana.
6. Como recordamos por los análisis precedentes, desarrollados sobre
la base del libro del Génesis (Gén 2, 23-25), esa relación recíproca
de la masculinidad y feminidad, ese recíproco «para» del hombre y de
la mujer, sólo puede ser entendido de modo apropiado y adecuado en
el conjunto dinámico del sujeto personal. ¡Las palabras de Cristo en
Mateo (19, 11-12) muestran después que ese «para», presente «desde
el principio» en la base del matrimonio, puede estar también en base
de la continencia «por» el reino de los cielos! Apoyándose en la
misma disposición del sujeto personal gracias a la cual el hombre se
vuelve a encontrar plenamente a sí mismo a través de un don sincero
de sí (cf. Gaudium et spes, 24), el hombre (varón o mujer) es capaz
de elegir la donación personal de sí mismo, hecha a otra persona en
el pacto conyugal, donde se convierten en «una sola carne», y
también es capaz de renunciar libremente a esta donación de sí a
otra persona, de manera que, al elegir la continencia «por el reino
de los cielos», pueda donarse a sí mismo totalmente a Cristo.
Basándose en la misma disposición del sujeto personal y basándose en
el mismo significado esponsalicio de ser, en cuanto cuerpo, varón o
mujer, puede plasmarse el amor que compromete al hombre, en el
matrimonio, para toda la vida (cf. Mt 19, 3-10), pero puede
plasmarse también el amor que compromete al hombre para toda la vida
en la continencia «por el reino de los cielos» (cf. Mt 19, 11-12).
Cristo habla precisamente de esto en el conjunto de su enunciado,
dirigiéndose a los fariseos (cf. Mt 19, 3-10) y luego a los
discípulos (cf. Mt 19, 11-12).
7. Es evidente que la opción del matrimonio, tal como fue instituido
por el Creador «desde el principio», supone la toma de conciencia y
la aceptación interior del significado esponsalicio del cuerpo,
vinculado con la masculinidad y feminidad de la persona humana. En
efecto, esto es lo que se expresa de modo lapidario en los
versículos del libro del Génesis. Al escuchar las palabras de Cristo,
dirigidas a los discípulos, sobre la continencia «por el reino de
los cielos» (cf. Mt 19, 11-12), no podemos pensar que el segundo
género de opción puede hacerse de modo consciente y libre sin una
referencia a la propia masculinidad o feminidad y al significado
esponsalicio, que el propio del hombre precisamente en la
masculinidad o feminidad de su ser sujeto personal. Más aún, a la
luz de las palabras de Cristo, debemos admitir que ese segundo
género de opción, es decir, la continencia por le reino de Dios, se
realiza también en relación con la masculinidad o feminidad propia
de la persona que hace tal opción: se realiza basándose en la plena
conciencia de ese significado esponsalicio, que contienen en sí la
masculinidad y la feminidad. Si esta opción se realizase por vía de
algún artificioso «prescindir» de esta riqueza real de todo sujeto
humano, no respondería de modo apropiado y adecuado al contenido de
las palabras de Cristo en Mateo 19, 11-12.
Cristo exige aquí explícitamente una comprensión plena, cuando dice:
«El que pueda entender, que entienda» (Mt 19, 12).
Esta página es obra
de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
|