la creación y la
mujer
Audiencia General del 7 de noviembre de 1979
1. Las palabras del libro del Génesis: «No es bueno que le hombre
esté solo» (Gén 2, 18) son como un preludio al relato de la creación
de la mujer. Junto con éste relato, el sentido de la soledad
originaria entra a formar parte del significado de la unidad
originaria, cuyo punto clave parecen ser las palabras del Génesis 2,
24, a las que se remite Cristo en su conversación con los fariseos:
«Dejará el hombre al padre y a la madre y se unirá a la mujer, y
serán los dos una sola carne» (Mt 19, 5). Si Cristo, al referirse al
«principio», cita estas palabras, nos conviene precisar el
significado de esa unidad originaria que hunde las raíces en el
hecho de la creación del hombre como varón y mujer.
El relato del capítulo primero del Génesis no toca el problema de la
soledad originaria del hombre: «efectivamente, el hombre es desde el
comienzo «varón y mujer». En cambio, el texto yahvista del capítulo
segundo nos autoriza, en cierto modo, a pensar primero solamente en
el hombre en cuanto, mediante el cuerpo, pertenece al mundo visible,
pero sobrepasándolo; luego, nos hace pensar en el mismo hombre, más
a través de la duplicidad de sexo. La corporeidad y la sexualidad no
se identifican completamente. Aunque el cuerpo humano, en su
constitución normal, lleva en sí los signos del sexo y sea, por su
naturaleza, masculino o femenino, sin embargo, el hecho de que el
hombre sea «cuerpo» pertenece a la estructura del sujeto personal
más profundamente que el hecho de que en su constitución somática
sea también varón o mujer. Por esto el significado de la soledad
originaria, que puede referirse sencillamente al «hombre», es
anterior sustancialmente al significado de la unidad originaria; en
efecto, esta última se basa en la masculinidad y en la femineidad,
casi como en dos «encarnaciones» diferentes, esto es, en dos modos
de «ser cuerpo» del mismo ser humano, creado «a imagen de Dios» (Gén
1, 27).
2. Siguiendo el texto yahvista, en el cual la creación de la mujer
se describe separadamente (cf. Gén 2, 21-22), debemos tener ante los
ojos, al mismo tiempo, esa «imagen de Dios» del primer relato de la
creación. El segundo relato conserva, en su lenguaje y estilo, todas
las características del texto yahvista. El modo de pensar y de
expresarse de la época a la que pertenece el texto. Se puede decir,
siguiendo la filosofía contemporánea de la religión y la del
lenguaje, que se trata de un lenguaje mítico.
Efectivamente, en este caso, el término «mito» no designa un
contenido fabuloso, sino sencillamente un modo arcaico de expresar
un contenido más profundo. Sin dificultad alguna, bajo el estrato de
la narración antigua, descubrimos ese contenido, realmente
maravilloso por lo que respecta a las cualidades y a la condensación
de las verdades que allí se encierran. Añadamos que el segundo
relato de la creación del hombre conserva, hasta cierto punto, una
forma de diálogo entre el hombre y Dios Creador, y esto se
manifiesta sobre todo en esa etapa en la que el hombre (‘adam) es
creado definitivamente como varón y mujer (is - ‘issah) (1). La
creación se realiza casi al mismo tiempo en dos dimensiones: la
acción de Dios-Yahvé que crea se desarrolla en correlación al
proceso de la conciencia humana.
3. Así, pues, Dios-Yahvé dice: «No es bueno que el hombre esté solo,
voy a hacerle una ayuda semejante a él» (Gén 2, 18). Y al mismo
tiempo el hombre confirma su propia soledad (cf. Gén 2, 20). A
continuación leemos: «Hizo pues, Yahvé Dios caer sobre el hombre un
profundo sopor; y, dormido, tomó una de sus costillas, cerrando en
su lugar con carne, y de la costilla que del hombre tomara, formó
Yahvé Dios a la mujer» (Gén 2, 21-22). Considerando lo
característico del lenguaje, es necesario reconocer ante todo que
nos hace pensar mucho ese sopor genesíaco, en el que, por obra de
Dios Yahvé, el hombre se sumerge, como en preparación para el nuevo
acto creador. En el fondo de la mentalidad contemporánea, habituada
-a través del análisis del subsconciente- a unir al mundo del sueño
contenidos sexuales, ese sopor puede suscitar una asociación
especial (2). Sin embargo, el relato bíblico parece ir más allá de
la dimensión del subsconciente humano. Si se admite, pues, una
diversidad significativa de vocabulario, se puede concluir que el
hombre (‘adam) cae en ese «sopor» para despertarse «varón» y
«mujer». Efectivamente, nos encontramos por primera vez en Gén 2, 23
con la distinción is - ‘issah. Quizá, pues, la analogía del sueño
indica aquí no tanto un pasar de la conciencia a la subconsciencia,
cuanto un retorno específico al no ser (el sueño comporta un
componente de aniquilamiento de la existencia consciente del
hombre), o sea, al momento antecedente a la creación, a fin de que,
desde él por iniciativa creadora de Dios, el «hombre» solitario
pueda surgir de nuevo en su doble unidad de varón y mujer (3).
En todo caso, a la luz del contexto del Gén 2, 18-20, no hay duda
alguna de que el hombre cae en ese «sopor» con el deseo de encontrar
un ser semejante a sí. Si, por analogía con el sueño, podemos hablar
aquí también de ensueño, debemos decir que ese arquetipo bíblico nos
permite admitir como contenido de ese sueño un «segundo yo», también
personal e igualmente relacionado con la situación de soledad
originaria, es decir, con todo ese proceso de estabilización de la
identidad humana en relación al conjunto de los seres vivientes
(animalia), en cuanto es proceso de «diferenciación» del hombre de
este ambiente. De este modo, el círculo de la soledad del
hombre-persona se rompe, porque el primer «hombre» despierta de su
sueño como «varón y mujer».
4. La mujer es formada «con la costilla» que Dios-Yahvé tomó del
hombre. Teniendo en cuenta el modo arcaico, metafórico e imaginativo
de expresar el pensamiento, podemos establecer que se trata de
homogeneidad de todo el ser de ambos; esta homogeneidad se refiere
sobre todo al cuerpo, a la estructura somática, y se confirma
también con las primeras palabras del hombre a la mujer creada:
«Esto sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi carne» (Gén 2,
23) (4). Y sin embargo, las palabras citadas se refieren también a
la humanidad del hombre-varón. Se leen en el contexto de las
afirmaciones hechas antes de la creación de la mujer, en las que,
aun no existiendo todavía la «encarnación» del hombre, ella es
definida, como «ayuda semejante a él» (cf. Gén 2, 18 y 2, 20) (5).
Así, pues, la mujer, en cierto sentido, es creada a base de la misma
humanidad. La homogeneidad somática, a pesar de la diversidad de la
constitución unida a la diferencia sexual, es tan evidente que el
hombre (varón) despertado del sueño genético, la expresa
inmediatamente cuando dice: «Esto sí que es ya hueso de mis huesos y
carne de mi carne. Esta se llamará varona porque del varón ha sido
tomada» (Gén 2, 23). De este modo el hombre (varón) manifiesta por
vez primera alegría e incluso exaltación, de las que antes no tenía
oportunidad, por faltarle un ser semejante a él. La alegría por otro
ser humano, por el segundo «yo», domina en las palabras del hombre
(varón) pronunciadas al ver a la mujer (hembra). Todo esto ayuda a
establecer el significado pleno de la unidad originaria. Aquí son
pocas las palabras, pero cada una es de gran peso. Debemos, pues,
tener en cuenta, y lo hacemos también a continuación el hecho de que
la primera mujer, «formada con la costilla tomada del hombre»,
inmediatamente es aceptada como ayuda adecuada a él.
En la próxima meditación volveremos aún sobre este mismo tema, esto
es, el significado de la unidad originaria del hombre y de la mujer
en la humanidad.
Notas
(1) El término hebreo ‘adam expresa el concepto colectivo de la
especie humana, esto es, el hombre que representa a la humanidad;
(la Biblia define al individuo utilizando la expresión «hijo del
hombre», ben’adam). La contraposición: ‘is-’isaah subraya la
diversidad sexual (como en griego aner-gyne).
Después de la creación de la mujer, el texto bíblico continúa
llamando al primer hombre ‘adam (con artículo definido), expresando
así su «corporate personality», en cuanto se ha convertido en «padre
de la humanidad», su progenitor y representante, como después
Abraham es reconocido como «padre de los creyentes» y Jacob se
identifica con Israel-Pueblo elegido.
(2) El sopor de Adán (en hebreo tardemaah) es un sueño profundo (en
latín: sopor; en ingles: sleep) en el que cae el hombre sin
conciencia o sueños. (La Biblia tiene otro término para definir el
sueño: halom); cf. Gén 15, 12; 1 Sam 26, 12.
Freud, en cambio, examina el contenido de los sueños (en latín:
somnium; en inglés: dream), los cuales formándose con elementos
síquicos «rechazados por el subconsciente» permiten, según él, hacer
emerger en ellos los contenidos inconscientes, que, en último
análisis, serían siempre sexuales.
Esta idea es naturalmente del todo extraña al autor bíblico.
En la teología del autor yahvista, el sopor en el que Dios hace caer
al primer hombre subraya la exclusividad de la acción de Dios en la
obra de la creación de la mujer; el hombre no tenía en ella
participación alguna consciente. Dios se sirve de su «costilla»
solamente para acentuar la naturaleza común del varón y de la mujer.
(3) «Sopor» (tardemah) es el término que aparece en la Sagrada
Escritura, cuando durante el sueño o directamente después del sueño
deben suceder acontecimientos extraordinarios (cf. Gén 15, 12; 1 Sam
26, 12; Is 29, 10; Job 4, 13; 33, 15). Los Setenta traducen tardemah
por ékstasis (un éxtasis).
En el Pentateuco tardemah aparece también una sola vez en un
contexto misterioso: Abraham, por el mandato de Dios, preparó un
sacrificio de animales, ahuyenando de ellos las aves rapaces.
«Cuando ya estaba el sol, para ponerse, cayó un sopor sobre Abraham,
y fue presa de gran terror, y le envolvió densa tiniebla» (Gén 15,
12). Entonces precisamente comienza Dios a hablar y realiza con él
una alianza, que es la cumbre de la revelación hecha a Abraham.
Esta escena se parece en cierto modo a la del huerto de Getsemaní:
Jesús «comenzó a sentir temor y angustia» (Mc 14, 33) y encontró a
los Apóstoles «adormilados por la tristeza» (Lc 22, 45).
El autor bíblico admite en el primer hombre un cierto sentido de
carencia y soledad («no es bueno que el hombre esté solo»; «no
encontró una ayuda semejante a él»), y aun casi de miedo. Quizá este
estado provoca un sueño causado por la «tristeza», o quizá, como en
el caso de Abraham, «por un oscuro terror» de no-ser; como en el
umbral de la obra de la creación: «La tierra estaba confusa y vacía
y las tinieblas cubrían la haz del abismo» (Gén 1, 2).
En todo caso, según los dos textos en que el Pentateuco, o mejor, el
libro del Génesis habla del sueño profundo (tardemah) tiene lugar
una acción divina especial, es decir, una «alianza» cargada de
consecuencia para toda la historia de la salvación: Adán da comienzo
al género humano. Abraham al Pueblo elegido.
(4) Es interesante notar que para los antiguos Sumerios el signo
cuneiforme para indicar el sustantivo «costilla» coincidía con el
empleado para indicar la palabra «vida». En cuando al relato
yahvista, según cierta interpretación del Gén 2, 21, Dios más bien
cubre de carne la costilla (en vez de cerrar la carne en el lugar de
ella) y de este modo «forma» a la mujer, que trae su origen de la
«carne y de los huesos» del primer hombre (varón).
En el lenguaje bíblico ésta es una definición de consanguinidad o
pertenencia a la misma descendencia (por ejemplo, cf. Gén 29, 14):
la mujer pertenece a la misma especie que el hombre, distinguiéndose
de los otros seres vivientes creados antes.
En la antropología bíblica los «huesos» expresan un componente
importantísimo del cuerpo; dado que para los hebreos no había una
distinción precisa entre «cuerpo» y «alma» (el cuerpo era
considerado como manifestación exterior de la personalidad), los
«huesos» significaban sencillamente, por sinécdoque, el «ser» humano
(cf. por ejemplo, Sal 139, 15: «No desconocías mis huesos»).
Se puede entender, pues, «hueso de los huesos», en sentido
relacional, como el «ser del ser»; «carne de la carne» significa que
aun teniendo diversas características físicas, la mujer presenta la
misma personalidad que posee el hombre.
En el «canto nupcial» del primer hombre, la expresión «hueso de los
huesos», «carne de la carne» es una forma de superlativo, subrayado
además por la repetición triple: «esta», «esa», «la».
(5) Es difícil traducir exactamente la expresión hebrea cezer
kenegdó, que se traduce de distinto modo en las lenguas europeas,
por ejemplo, en latín: adiutorium ei conveniens sicut oportebat
iuxta eum»; en alemán: «eine Hilfe..., die ihm entspricht»; en
francés: «égal visâvis de lui»; en italiano: «un aiuto che gli sia
simile»; en español: «como él, que le ayude»; en inglés: «a helper
fit for him»; en polaco: «odopowicdnia alla niego pomoe».
Porque el término «ayuda», parece sugerir el concepto de
«complementariedad», o mejor, de «correspondencia exacta», el
término «semejante» se une más bien con el de «similitud», pero en
sentido diverso de la semejanza del hombre con Dios.
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de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
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