complementariedad
entre virginidad y matrimonio
Audiencia General 14 de
abril de 1982
1. Ahora continuamos las reflexiones de los capítulos precedentes
sobre las palabras acerca de la continencia «por el reino de los
cielos», que, según el Evangelio de Mateo (19, 10-12), Cristo
dirigió a sus discípulos.
Digamos una vez más que estas palabras, en toda su concisión, son
maravillosamente ricas y precisas; son ricas por un conjunto de
implicaciones, tanto de naturaleza doctrinal, como pastoral; pero,
al mismo tiempo, indican un justo límite en la materia. Así, pues,
cualquier interpretación maniquea queda decididamente fuera de ese
límite, como también queda fuera de él, según lo que Cristo dijo en
el sermón de la montaña, el deseo concupiscente «en el corazón» (cf.
Mt 5, 27-28).
En las palabras de Cristo sobre la continencia «por el reino de los
cielos», no hay alusión alguna referente a la «inferioridad» del
matrimonio respecto al «cuerpo», o sea, respecto a la esencia del
matrimonio, que consiste en el hecho de que el hombre y la mujer se
unen en él de tal modo que se hacen una «sola carne» (cf. Gén 2, 24;
«los dos serán una sola carne»). Las palabras de Cristo referidas en
Mateo 19, 11-12 (igual que las palabras de Pablo en la primera Carta
a los Corintios, cap. 7) no dan fundamento ni para sostener la «inferioridad»
del matrimonio, ni la «superioridad» de la virginidad o del celibato,
en cuanto éstos, por su naturaleza, consisten en abstenerse de la «unión
conyugal» «en el cuerpo». Sobre este punto resultan decididamente
límpidas las palabras de Cristo. El propone a sus discípulos el
ideal de la continencia y la llamada a ella, no a causa de la
inferioridad o con perjuicio de la «unión» conyugal «en el cuerpo»,
sino sólo por el «reino de los cielos».
2. A esta luz resulta particularmente útil una aclaración más
profunda de la expresión misma «por el reino de los cielos»; y es lo
que trataremos de hace a continuación, al menos de modo sumario.
Pero, por lo que respecta a la justa comprensión de la relación
entre le matrimonio y la continencia de la que habla Cristo, y de la
comprensión de esta relación como la ha entendido toda la tradición,
merece la pena añadir que esa «superioridad» e «inferioridad» están
contenidas en los límites de la misma complementaridad del
matrimonio y de la continencia por el reino de Dios. El matrimonio y
la continencia ni se contraponen el uno a la otra, ni dividen, de
por sí, la comunidad humana (y cristiana) en dos campos (diríamos:
los «perfectos» a causa de la continencia, y los «imperfectos» o
menos perfectos a causa de la realidad de la vida conyugal). Pero
estas dos situaciones fundamentales, o bien, como solía decirse,
estos dos «estados», en cierto sentido se explican y completan
mutuamente, con relación a la existencia y a la vida (cristiana) de
esta comunidad, que en su conjunto y en todos sus miembros se
realiza en la dimensión del reino de Dios y tiene una orientación
escatológica, que es propia de ese reino. Ahora bien, respecto a
esta dimensión y a esta orientación -en la que debe participar por
la fe toda la comunidad, esto es, todos los que pertenecen a ella-,
la continencia «por el reino de los cielos» tiene una importancia
particular y una particular elocuencia para los que viven la vida
conyugal. Por otra parte, es sabido que estos últimos forman la
mayoría.
3. Parece, pues, que una complementaridad así entendida tiene su
fundamento en las palabras de Cristo según Mateo 19, 11-12 (y
también en la primera Carta a los Corintios, cap. 7). En cambio, no
hay base alguna para una supuesta contraposición, según la cual los
célibes (o las solteras), sólo a causa de la continencia
constituirían la clase de los «perfectos» y, por el contrario, las
personas casadas formarías la clase de los «no perfectos» (o de los
«menos perfectos»). Si, de acuerdo con una cierta tradición
teológica, se habla del estado de perfección (status perfectionis),
se hace no a causa de la continencia misma, sino con relación al
conjunto de la vida fundada sobre los consejos evangélicos (pobreza,
castidad y obediencia), ya que esta vida corresponde a la llamada de
Cristo a la perfección («Si quieres ser perfecto...» Mt 19, 21). La
perfección de la vida cristiana se mide, por lo demás, con el metro
de la caridad. De donde se sigue que una persona que no viva en el «estado
de perfección» (esto es, en una institución que establezcan su plan
de vida sobre los votos de pobreza, castidad y obediencia), o sea,
que no viva en un instituto religioso, sino en el «mundo», puede
alcanzar de hecho un grado superior de perfección -cuya medida es la
caridad- respecto a la persona que viva en el «estado de perfección»
con un grado menor de caridad. Sin embargo, los consejos evangélicos
ayudan indudablemente a conseguir una caridad más plena. Por tanto,
el que la alcanza, aun cuando no viva en un «estado de perfección»
institucionalizado, llega a esa perfección que brota de la caridad,
mediante la fidelidad al espíritu de esos consejos. Esta perfección
es posible y accesible a cada uno de los hombres, tanto en un «instituto
religioso» como en el «mundo».
4. Parece, pues, que a las palabras de Cristo, referidas por Mateo
(19, 11-12) corresponde adecuadamente la complementaridad del
matrimonio y de la conciencia «por el reino de los cielos» en su
significado y en su múltiple alcance. En la vida de una comunidad
auténticamente cristiana, las actitudes y los valores propios de uno
a otro estado - esto es, de una u otra opción esencial y consciente
como vocación para toda la vida terrena y en la perspectiva de la «Iglesia
celeste»-, se completan y, en cierto sentido, se compenetran
mutuamente. El perfecto amor conyugal debe estar marcado por esa
fidelidad y esa donación al único Esposo (y también por la fidelidad
y donación del Esposo a la única Esposa) sobre las cuales se fundan
la profesión religiosa y el celibato sacerdotal. En definitiva, la
naturaleza de uno y otro amor es «esponsalicia», es decir, expresada
a través del don total de sí. Uno y otro amor tienden a expresar el
significado esponsalicio del cuerpo, que «desde el principio» está
grabado en la misma estructura personal del hombre y de la mujer.
Reanudaremos más adelante este tema.
5. Por otra parte, el amor esponsalicio que encuentra su expresión
en la continencia «por el reino de los cielos», debe llevar en su
desarrollo normal a «la paternidad» o «maternidad» en sentido
espiritual (o sea, precisamente a esa «fecundidad del Espíritu
Santo», de la que ya hemos hablado), de manera análoga al amor
conyugal que madura en la paternidad y maternidad física y en ellas
se confirma precisamente como amor esponsalicio. Por su parte,
incluso la generación física sólo responde plenamente a su
significado si se completa con la paternidad y maternidad en el
espíritu, cuya expresión y cuyo fruto es toda la obra educadora de
los padres respecto a los hijos, nacidos de su unión conyugal
corpórea.
Como se ve, son numerosos los aspectos y las esferas de la
complementariedad entre la vocación, en sentido evangélico, de los
que «toman mujer y marido» (Lc 20, 34) y de los que consciente y
voluntariamente eligen la continencia «por el reino de los cielos»
(Mt 19, 12).
San Pablo, en su primera Carta a los Corintios (que analizaremos en
nuestras posteriores consideraciones), escribirá sobre este tema: «Cada
uno tiene de Dios su propia gracia; éste, una; aquél, otra» (1Cor 7,
7).
Esta página es obra
de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
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