superioridad de
la virginidad por el reino de los cielos
Audiencia General 7 de
abril de 1982
1. Con la mirada fija en Cristo redentor, continuamos ahora nuestras
reflexiones sobre el celibato y la virginidad «por el reino de los
cielos». Cristo acepta plenamente todo lo que desde el principio fue
hecho he instituido por el Creador. Consiguientemente, por una parte,
la continencia debe demostrar que el hombre, en su constitución más
profunda, no sólo es «doble», sino que (en esta duplicidad) esta
«solo» delante de Dios con Dios. Pero, por otra parte, lo que, en la
llamada a la continencia por el reino de los cielos, es una
invitación a la soledad por Dios, respeta, al mismo tiempo, tanto la
«duplicidad de la humanidad» (esto es, su masculinidad y feminidad),
como también la dimensión de la comunión de la existencia que es
propia de la persona. El que, según las palabras de Cristo, «comprende»
de modo adecuado la llamada a la continencia por el reino de los
cielos, la sigue, y conserva así la verdad integral de la propia
humanidad, sin perder, al caminar, ninguno de los elementos
esenciales de la vocación de la persona creada «a imagen y semejanza
de Dios». Esto es importante para la idea misma, o mejor, para la
idea de la continencia, esto es, para su contenido objetivo, que
aparece en la enseñanza de Cristo como una novedad radical. Es
igualmente importante para la realización de ese ideal, es decir,
para que la decisión concreta, tomada por el hombre, de vivir en el
celibato o en la virginidad por el reino de los cielos (el que «se
hace» eunuco, para usar las palabras de Cristo) sea plenamente
auténtica en su motivación.
2. Del contexto del Evangelio de Mateo (Mt 19, 10-12) se deduce de
manera suficientemente clara que aquí no se trata de disminuir el
valor del matrimonio en beneficio de la continencia, ni siquiera de
ofuscar un valor con otro. En cambio, se trata de «salir» con plena
conciencia de lo que en el hombre, por voluntad del mismo Creador,
lleva al matrimonio, y de ir hacia la continencia, que se manifiesta
ante el hombre concreto, varón o mujer, como llamada y don de
elocuencia especial y de especial significado «por el reino de los
cielos». Las palabras de Cristo (Mt 19, 11-12) parten de todo el
realismo de la situación del hombre y lo llevan con el mismo
realismo fuera, hacia la llamada en la que, aun permaneciendo, por
su naturaleza, ser «doble» (esto es, inclinado como hombre hacia su
mujer, y como mujer hacia el hombre), es capaz de descubrir en esta
soledad suya, que no deja de ser una dimensión personal de la
duplicidad de cada uno, una nueva e incluso aún más plena forma de
comunión intersubjetiva con los otros. Esta orientación de la
llamada explica de modo explícito la expresión: «por el reino de los
cielos»: efectivamente, la realización de este reino debe
encontrarse en la línea del auténtico desarrollo de la imagen y
semejanza de Dios, en su significado trinitario, esto es, propio «de
comunión». Al elegir la continencia por el reino de los cielos, el
hombre tiene conciencia de poder realizarse de este modo a sí mismo
«diversamente» y, en cierto sentido, «más» que en el matrimonio,
convirtiéndose en «don sincero para los demás» (Gaudium et spes,
24).
3. Mediante las palabras referidas en Mateo (19, 11-12). Cristo hace
comprender claramente que el «ir» hacia la continencia por el reino
de los cielos está unido a una renuncia voluntaria al matrimonio,
esto es, al estado en el que el hombre y la mujer (según el
significado que el Creador dio «al principio» a su unidad) se
convierten en don recíproco a través de su masculinidad y feminidad,
también mediante la unión corporal. La continencia significa una
renuncia consciente y voluntaria a esta unión y a todo lo que esté
unido a ella en la amplia dimensión de la vida y de la convivencia
humana. El hombre que renuncia al matrimonio, renuncia también a la
generación, como fundamento de la comunidad familiar compuesta por
los padres y los hijos. Las palabras de Cristo, a las que nos
referimos, indican sin duda, toda esa esfera de renuncia y que la
comprende no sólo respecto a las opiniones vigentes sobre este tema
en la sociedad judía de entonces. Comprende la importancia de esta
renuncia también con relación al bien que constituyen el matrimonio
y la familia en sí mismos, en virtud de la institución divina. Por
esto, mediante el modo de pronunciar las respectivas palabras, hace
comprender que esa salida del círculo del bien, a la que El mismo
llama «por el reino de los cielos», está vinculada con cierto
sacrificio de sí mismos. Esa salida se convierte también en el
comienzo de renuncias sucesivas y de sacrificios voluntarios de sí,
que son indispensables, si la primera y fundamental opción ha de ser
coherente a lo largo de toda la vida terrena y sólo gracias a esta
coherencia, la opción es interiormente razonable y no contradictoria.
4. De este modo, en la llamada a la continencia, tal como ha sido
pronunciada por Cristo -concisamente y a la vez con gran precisión-
se delinean el perfil y al mismo tiempo el dinamismo del misterio de
la redención, como hemos dicho anteriormente. Es el mismo perfil
bajo el que Jesús, en el sermón de la montaña, pronunció las
palabras acerca de la necesidad de vigilar sobre la concupiscencia
del cuerpo, sobre el deseo que comienza por el «mirar» y se
convierte ya, entonces en «adulterio de corazón». Tras las palabras
de Mateo, tanto en el capítulo 19 (vv. 11-12), como en el capítulo 5
(vv. 27-28), se encuentra la misma antropología y el mismo ethos. En
la invitación a la continencia voluntaria por el reino de los cielos,
las perspectivas de este ethos se amplían: en el horizonte de las
palabras del sermón de la montaña se halla la antropología del
hombre «histórico»: en el horizonte de las palabras sobre la
continencia voluntaria, permanece esencialmente la misma
antropología, pero iluminada por la perspectiva del «reino de los
cielos», o sea, iluminada también por la futura antropología de la
resurrección. No obstante, en los caminos de esta continencia
voluntaria durante la vida terrena, la antropología de la
resurrección no sustituye a la antropología del hombre «histórico».
Y es precisamente este hombre, en todo caso este hombre «histórico»,
en el que permanece a la vez la heredad de la triple concupiscencia,
la heredad del pecado y al mismo tiempo la heredad de la redención,
el que toma la decisión acerca de la continencia «por el reino de
los cielos»: debe realizar esta decisión, sometiendo el estado
pecaminoso de la propia humanidad a las fuerzas que brotan del
misterio de la redención del cuerpo. Debe hacerlo como todo otro
hombre, que no tome esta decisión y su camino sea el matrimonio.
Sólo es diverso el género de responsabilidad por el bien elegido,
como es diverso el género miso del bien elegido.
5. ¿Pon acaso de relieve Cristo, en su enunciado, la superioridad de
la continencia por el reino de los cielos sobre el matrimonio?
Ciertamente dice que ésta es una vocación «excepcional», no «ordinaria».
Además, afirma que es muy importante y necesaria para el reino de
los cielos. Si entendemos la superioridad sobre el matrimonio en
este sentido, debemos admitir que Cristo la señala implícitamente;
sin embargo, no la expresa de modo directo. Sólo Pablo dirá de los
que eligen el matrimonio que hacen «bien», y, de todos los que están
dispuestos a vivir la continencia voluntaria, dirá que hacen «mejor»
(cf. 1Cor 7, 38).
6. Esta es también la opinión de toda la Tradición, tanto doctrinal,
como pastoral. Esa «superioridad» de la continencia sobre el
matrimonio no significa nunca en la auténtica Tradición de la
Iglesia, una infravaloración del matrimonio o un menoscabo de su
valor esencial. Tampoco significa una inclinación, aunque sea
implícita, hacia las posiciones maniqueas, o a un apoyo a modos de
valorar o de obrar que se fundan en la concepción maniquea del
cuerpo y del sexo, del matrimonio y de la generación. La
superioridad evangélica y auténticamente cristiana de la virginidad,
de la continencia, está dictada consiguientemente por el reino de
los cielos. En las palabras de Cristo referidas a Mateo (19, 11-12),
encontramos una sólida base para admitir solamente esta superioridad:
en cambio, no encontramos base alguna para cualquier desprecio del
matrimonio, que podría haber estado presente en el reconocimiento de
esa superioridad.
Esta página es obra
de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
|