iluminación mutua entre virginidad y matrimonio
Audiencia General 31 de
marzo de 1982
1. Continuamos
reflexionando sobre el tema del celibato y de la virginidad por el
reino de los cielos, basándonos en el texto del Evangelio según
Mateo (Mt 19, 10-20).
Al hablar de la continencia por el reino de los cielos y al fundarla
sobre el ejemplo de su propia vida, Cristo deseaba, sin duda, que
sus discípulos la entendiesen sobre todo con relación al «reino»,
que El había venido a anunciar y para el que indicaba los caminos
justos. La continencia, de la que hablaba, es precisamente uno de
estos caminos, y como se deduce ya del contexto del Evangelio de
Mateo, es un camino particularmente válido y privilegiado. En efecto,
la preferencia dada al celibato y a la virginidad «por el reino» era
una novedad absoluta frente a la tradición de la Antigua Alianza, y
tenía un significado determinante, tanto para el ethos como para la
teología del cuerpo.
2. Cristo, en su enunciado, pone de relieve sobre todo su finalidad.
Dice que el camino de la continencia, del que El mismo da testimonio
con la propia vida, no sólo existe y no sólo es posible, sino que es
particularmente válido e importante «por el reino de los cielos». Y
así debe ser, puesto que el mismo Cristo lo eligió para Sí. Y sí
este camino es tan válido e importante, a la continencia por el
reino de los cielos debe corresponder un valor particular. Como ya
hemos insinuado anteriormente, Cristo no afrontaba el problema al
mismo nivel y en la misma línea de razonamiento, en que lo
planteaban los discípulos, cuando decían: «Si tal es la condición...
preferible es no casarse» (Mt 19, 10). Estas palabras ocultaban en
el fondo un cierto utilitarismo. En cambio, Cristo indica
indirectamente en su respuesta que, si el matrimonio, fiel a la
institución originaria del Creador (recordemos que el Maestro
precisamente en este punto se refería al «principio»), posee una
plena congruencia y valor por el reino de los cielos, valor
fundamental, universal y ordinario; la continencia, por su parte,
posee un valor particular y «excepcional» por este reino. Es obvio
que se trata de la continencia elegida conscientemente por motivos
sobrenaturales.
3. Si Cristo en su enunciado pone de relieve, ante todo, la
finalidad sobrenatural de esa continencia, lo hace en sentido no
sólo objetivo, sino también explícitamente subjetivo, esto es,
señala la necesidad de una motivación tal que corresponda de modo
adecuado y pleno a la finalidad objetiva que se manifiesta en la
expresión «por el reino de los cielos», para realizar el fin de que
se trata -esto es, para descubrir en la continencia esa particular
fecundidad espiritual que proviene del Espíritu Santo- es necesario
quererla y elegirla en virtud de una fe profunda, que no nos muestra
sólo el reino de Dios en su cumplimiento futuro, sino que nos
permite y hace posible de modo especial identificarnos con la verdad
y la realidad de ese reino, tal como lo revela Cristo en su mensaje
evangélico y, sobre todo, con el ejemplo personal de su vida y de su
comportamiento. Por esto, se ha dicho antes que la continencia «por
el reino de los cielos» -en cuanto signo indudable del «otro mundo»-
lleva en sí, sobre todo, el dinamismo interior del misterio de la
redención del cuerpo (cf. Lc 20, 35), y en este sentido posee
también la característica de una semejanza particular con Cristo. El
que elige conscientemente de esta continencia, elige, en cierto modo,
una participación especial en el misterio de la redención (del
cuerpo): quiere completarla de modo particular, por así decirlo, en
la propia carne (cf. Col 1, 24), encontrando en esto también la
impronta de una semejanza con Cristo.
4. Todo esto se refiere a las motivaciones de la opción (o sea, a su
finalidad en sentido subjetivo): al elegir la continencia por el
reino de los cielos, el hombre «debe» dejarse guiar precisamente por
esta motivación. Cristo, en el caso considerado, no dice que el
hombre esté obligado a ello (en todo caso, no se trata ciertamente
del deber que brota de un mandamiento); sin embargo, no cabe duda de
que sus concisas palabras sobre la continencia «por el reino de los
cielos» ponen fuertemente de relieve precisamente su motivación. Y
la ponen de relieve (es decir, indican la finalidad de la que el
sujeto es consciente), tanto en la primera parte de todo el
enunciado, como también de la segunda, indicando que aquí se trata
de una opción particular, esto es, propia de una vocación más bien
excepcional, no universal y ordinaria. Al comienzo, en la primera
parte de su enunciado. Cristo habla de un entendimiento («no todos
entienden esto, sino aquellos a quienes ha sido dado»: Mt 19, 11); y
se trata no de un «entendimiento» en abstracto, sino capaz de
influir en la decisión, en la opción personal, en la cual el «don»,
esto es, la gracia, debe hallar una resonancia adecuada en la
voluntad humana. Este «entendimiento» incluye, pues, la motivación.
Luego, la motivación influye en la elección de la continencia,
aceptada después de haber comprendido su significado «por el reino
de los cielos». Cristo, en la segunda parte de su enunciado, declara,
pues, que el hombre «se hace» eunuco cuando elige la continencia por
el reino de los cielos y hace de ella la situación fundamental, o
sea, el estado de toda la propia vida terrena. En una decisión tan
consolidada subsiste la motivación sobrenatural, por la que fue
originada la decisión misma. Subsiste, diría renovándose
continuamente.
5. Ya nos hemos fijado anteriormente en el significado particular de
la última afirmación. Si Cristo, en el caso citado, habla de «hacerse»
eunuco, pone de relieve el peso específico de esta decisión, que se
explica por la motivación nacida de una fe profunda, pero al mismo
tiempo no oculta el gravamen que esta decisión y sus consecuencias
persistentes pueden traer al hombre, a las normales (y por otra
parte nobles) inclinaciones de su naturaleza.
La apelación «al principio» en el problema del matrimonio nos ha
permitido descubrir toda la belleza originaria de esa vocación del
hombre, varón y mujer: vocación que proviene de Dios y corresponde a
la constitución doble del hombre, así como a la llamada a la «comunión
de las personas». Al predicar la continencia por el reino de los
cielos, Cristo no sólo se pronuncia contra toda la tradición de la
Antigua Alianza, según la cual, el matrimonio y la procreación
estaban, como hemos dicho, religiosamente privilegiados, sino que se
pronuncia también, de algún modo, en contraste con ese «principio»
al que El mismo apeló y quizá, también por esto, matiza las propias
palabras con esa particular «regla de entendimiento», a la que hemos
aludido antes. El análisis del «principio» (especialmente basándonos
en el texto yahvista) había demostrado, efectivamente, que, aunque
sea posible concebir al hombre como solitario frente a Dios, sin
embargo. Dios mismo lo sacó de esa «soledad» cuando dijo: «No es
bueno que el hombre esté solo, voy a hacerle una ayuda semejante a
él» (Gén 2, 18).
6. Así, pues, la duplicidad varón-mujer propia de la constitución
misma de la humanidad y la unidad de los dos que se basa en ella,
permanecen «desde el principio», esto es, desde su misma profundidad
ontológica, obra de Dios. Y Cristo, al hablar de la continencia «por
el reino de lo cielos», tiene presente esta realidad. No sin razón
habla de ella (según Mateo) en el contexto más inmediato, en el que
hace referencia precisamente «al principio», es decir, al principio
divino del matrimonio en la constitución misma del hombre.
Sobre el fondo de las palabras de Cristo se puede afirmar que no
sólo el matrimonio nos ayuda a entender la continencia por el reino
de los cielos, sino también que la misma continencia arroja una luz
particular sobre el matrimonio visto en el misterio de la creación y
de la redención.
Esta página es obra
de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
|