virginidad o
celibato "por el reino de los cielos"
Audiencia General 17 de
marzo de 1982
1. Continuamos la
reflexión sobre la virginidad o celibato por el reino de los cielos:
tema importante incluso para una completa teología del cuerpo.
En el contexto inmediato de las palabras sobre la continencia por el
reino de los cielos, Cristo hace un paralelo muy significativo; y
esto nos confirma aún mejor en la convicción de que El quiere
arraigar profundamente la vocación a esta continencia en la realidad
de la vida terrena, abriéndose así camino en la mentalidad de sus
oyentes. Efectivamente, enumera tres clases de eunucos.
Este término se refiere a los defectos físicos que hacen imposible
la procreación del matrimonio. Precisamente estos defectos explican
las dos primeras clases, cuando Jesús habla tanto de los defectos
congénitos: «eunucos que nacieron así del vientre de su madre» (Mt
19, 12), como de los defectos adquiridos, causados por intervención
humana: «hay eunucos que fueron hechos por los hombres» (Mt 19, 12).
En ambos casos se trata, pues, de un estado de coacción, por lo
tanto, no voluntario. Si Cristo, en su paralelo, habla después de
aquellos «que a sí mismos se han hecho tales por amor al reino de
los cielos» (Mt 19, 12), como de una tercera clase, ciertamente hace
esta distinción para poner de relieve aún más su carácter voluntario
y sobrenatural. Voluntario, porque los que pertenecen a esta clase
«se han hecho a sí mismos eunucos»; sobrenatural, en cambio, porque
lo han hecho «por el reino de los cielos».
2. La distinción es muy clara y muy fuerte. No obstante, es fuerte y
elocuente también el paralelo. Cristo habla a hombres a quienes la
tradición de la Antigua Alianza no había transmitido el ideal del
celibato o de la virginidad. El matrimonio era tan común, que sólo
una impotencia física podía ser una excepción para el mismo. La
respuesta dada a los discípulos en Mateo (19, 10-12) es a la vez una
revolución, en cierto sentido, de toda la tradición del Antiguo
Testamento. Lo confirma un solo ejemplo, tomado del Libro de los
Jueces, al que nos referimos aquí no tanto por motivo del desarrollo
del hecho, cuanto por las palabras significativas que le acompañan,
«Déjame que... vaya... llorando mi virginidad» (Jue 11, 37), dice la
hija de Jefté a su padre, después de haber sabido por él que estaba
destinada a la inmolación a causa de un voto hecho al Señor. (En el
texto bíblico encontramos la explicación de cómo se llegó a tanto).
«Ve, -leemos luego- y ella se fue por los montes con sus compañeras
y lloró por dos meses sus virginidad. Pasados los dos meses volvió a
su casa y él cumplió en ella el voto que había hecho. No había
conocido varón» (Jue 11, 38-39).
3. En la tradición del Antiguo Testamento, por lo que se deduce, no
hay lugar para este significado del cuerpo, que ahora Cristo, al
hablar de la continencia por el reino de Dios, quiere presentar y
poner de relieve a los propios discípulos. Entre los personajes que
conocemos como guías espirituales del pueblo de la Antigua Alianza,
no hay ni uno que haya proclamado esta continencia con las palabras
o con la conducta (1). Entonces el matrimonio no era sólo un estado
común, sino, además, en aquella tradición había adquirido un
significado consagrado por la promesa que el Señor había hecho a
Abraham: «He aquí mi pacto contigo: serás padre de una muchedumbre
de pueblos... Te acrecentaré muy mucho, y te daré pueblos, y saldrán
de ti reyes; yo establezco contigo, y con tu descendencia después de
ti por sus generaciones, mi pacto eterno de ser tu Dios y el de tu
descendencia después de ti» (Gén 17, 4. 6-7). Por esto, en la
tradición del Antiguo Testamento el matrimonio, como fuente de
fecundidad y de procreación con relación a la descendencia, era un
estado religiosamente privilegiado: y privilegiado por la misma
revelación. En el fondo de esta tradición, según la cual el Mesías
debía ser «hijo de David» (Mt 20, 30), era difícil entender la idea
de la continencia. Todo hablaba en favor del matrimonio: no sólo las
razones de naturaleza humana, sino también las del reino de Dios
(2).
4. Las palabras de Cristo señalan en este ámbito un cambio decisivo.
Cuando habla a sus discípulos, por primera vez, sobre la continencia
por el reino de los cielos, se da cuenta claramente de que ellos,
como hijos de la tradición de la Ley antigua, deben asociar el
celibato y la virginidad a la situación de los individuos,
especialmente del sexo masculino, que a causa de los defectos de
naturaleza física no pueden casarse («los eunucos»), y por esto, se
refiere a ellos directamente. Esta referencia tiene un fondo
múltiple: tanto histórico como psicológico, tanto ético como
religioso. Con esta referencia Jesús toca -en cierto sentido- todos
estos fondos, como si quisiera hacer notar: Sé que todo lo que os
voy a decir ahora, suscitará gran dificultad en vuestra conciencia,
en vuestro modo de entender el significado del cuerpo; de hecho, os
voy a hablar de la continencia, y esto, sin duda, se asociará a
vosotros al estado de deficiencia física, tanto innata como
adquirida por causa humana. Yo, en cambio, quiero deciros que la
continencia también puede ser voluntaria, y el hombre puede elegirla
«por el reino de los cielos».
5. Mateo en el cap. 19 no anota ninguna reacción inmediata de los
discípulos a estas palabras. Sólo la encontramos más tarde en los
escritos de los Apóstoles, sobre todo en Pablo (3). Esto confirma
que tales palabras se habían grabado en la conciencia de la primera
generación de los discípulos de Cristo, y fructificaron luego
repetidamente y de múltiples modos en las generaciones de sus
confesores en la Iglesia (y quizá también fuera de ella). Desde el
punto de vista, pues, de la teología -esto es, de la revelación del
significado del cuerpo, totalmente nuevo respecto a la tradición del
Antiguo Testamento, estas son palabras de cambio. Su análisis
demuestra cuán precisas y sustanciales son, a pesar de su concisión.
(Lo constataremos todavía mejor cuando hagamos el análisis del texto
paulino de la primera Carta a los Corintios, capítulo 7. Cristo
habla de la continencia «por» el reino de los cielos. De este modo
quiere subrayar que este estado, elegido conscientemente por el
hombre en la vida temporal, donde de ordinario los hombres «toman
mujer o marido», tiene una singular finalidad sobrenatural. La
continencia, aun cuando elegida conscientemente y decidida
personalmente, pero sin esa finalidad, no entra en el contenido de
este enunciado de Cristo. Al hablar de los que han elegido
conscientemente el celibato o la virginidad por el reino de los
cielos (esto es, «se han hecho a sí mismos eunucos»), Cristo pone de
relieve -al menos de modo indirecto- que esta opción, en la vida
terrena, va unida a la renuncia y también a un determinado esfuerzo
espiritual.
6. La misma finalidad sobrenatural -«por el reino de los cielos»-
admite una serie de interpretaciones más detalladas, que Cristo no
enumera en este pasaje. Pero se puede afirmar que, a través de la
fórmula lapidaria de la que se sirve, indica indirectamente todo lo
que se ha dicho sobre ese tema en la Revelación, en la Biblia y en
la Tradición; todo lo que ha venido a ser riqueza espiritual de la
experiencia de la Iglesia, donde el celibato y la virginidad por el
reino de los cielos ha fructificado de muchos modos en las diversas
generaciones de los discípulos y seguidores del Señor.
Notas
(1) Es verdad que Jeremías debía observar el celibato por orden
expresa del Señor (cf. Jer 16, 1-2); pero esto fue un «signo
profético», que simbolizaba el futuro abandono y la destrucción del
país y del pueblo.
(2) Es verdad, como sabemos por las fuentes extra bíblicas, que en
el período intertestamentario el celibato se mantenía en el ámbito
del judaísmo por algunos miembros de la secta de los esenios (cf.
Flavio Josefo, Bell. Jud., II 8-2: 120-121; Filón Al. Hypothet., 11,
14); por esto se realizaba al margen del judaísmo oficial y
probablemente no persistió más allá de comienzos del siglo II. En la
comunidad de Qumran el celibato no obligaba a todos, pero algunos
miembros lo mantenían hasta la muerte, poniendo en práctica sobre el
terreno de la convivencia pacífica la prescripción de Deuteronomio
(23, 10-14) sobre la pureza ritual que obligaba durante la guerra
santa. Según las creencias de los qumranianos, esta guerra duraba
siempre «entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas»; el
celibato, pues, para ellos fue la expresión de estar dispuestos a la
batalla (cf. 1 Qm 7, 5-7).
(3) Cf. 1Cor 7, 25-40; cf. también Apoc 14, 4.
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de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
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