virginidad o
celibato como signo escatológico
Audiencia General 10 de
marzo de 1982
1. Comenzamos hoy a
reflexionar sobre la virginidad o celibato «por el reino de los
cielos».
La cuestión de la llamada a una donación exclusiva de sí a Dios en
la virginidad y en el celibato, hunde profundamente sus raíces en el
terreno evangélico de la teología del cuerpo. Para poner de relieve
las dimensiones que le son propias, es necesario tener presentes las
palabras, con las que Cristo hizo referencia al «principio», y
también aquellas con las que El se remitió a la resurrección de los
cuerpos. La constatación: «Cuando resuciten de entre los muertos, ni
se casarán ni serán dadas en matrimonio» (Mc 12, 25) indica que hay
una condición de vida, sin matrimonio, en la que el hombre, varón y
mujer, halla a un tiempo la plenitud de la donación personal y de la
intersubjetiva comunión de las personas, gracias a la glorificación
de todo su ser sicosomático en la unión perenne con Dios. Cuando la
llamada a la continencia «por el reino de los cielos» encuentra eco
en alma humana, en las condiciones de la temporalidad, esto es, en
las condiciones en que las personas de ordinario «toman mujer y
toman marido» (Lc 20, 34), no resulta difícil percibir allí una
sensibilidad especial del espíritu humano, que ya en las condiciones
de la temporalidad parece anticipar aquello de lo que el hombre será
partícipe en a resurrección futura.
2. Sin embargo, Cristo no habló de este problema, de esta vocación
particular, en el contexto inmediato de su conversación con los
saduceos (cf. Mt 22, 23-30; Mc 12, 18-25; Lc 20, 27-36), cuando se
refirió a la resurrección de los cuerpos. En cambio, había hablado
de ella (ya antes) en el contexto de la conversación con los
fariseos sobre el matrimonio y sobre las bases de su indisolubilidad,
casi como prolongación de ese coloquio (cf. Mt 19, 3-9). Sus
palabras conclusivas se refieren al así llamado libelo de repudio,
permitido por Moisés en algunos casos. Dice Cristo: «Por la dureza
de vuestro corazón os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres,
pero al principio no fue así. Y yo os digo que quien repudia a su
mujer (salvo caso de adulterio) y se casa con otra, adultera» (Mt
19, 8-9). Entonces, los discípulos que -como se puede deducir del
contexto- estaban escuchando atentamente aquella conversación, y en
particular las últimas palabras pronunciadas por Jesús, le dijeron
así: «Si tal es la condición del hombre con la mujer, preferible es
no casarse» (Mt 19, 10). Cristo les da la respuesta siguiente: «No
todos entienden esto, sino aquellos a quienes ha sido dado. Porque
hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre, y hay eunucos
que fueron hechos por los hombres, y hay eunucos que a sí mismo se
han hecho tales por amor al reino de los cielos. El que pueda
entender, que entienda» (Mt 19, 11-12).
3. Respecto a esta conversación referida por Mateo, se nos puede
plantear la pregunta: ¿Qué pensaban los discípulos, cuando, después
de haber oído la respuesta de Jesús había dado a los fariseos sobre
el matrimonio y su indisolubilidad, hicieron la observación: «Si tal
es la condición del hombre con la mujer, preferible es no casarse»?
En todo caso, Cristo creyó oportuna esa circunstancia para hablarles
de la continencia voluntaria por el reino de los cielos. Al decir
esto, no toma posición directamente respecto al enunciado de los
discípulos, ni permanece en la línea de su razonamiento (1). Por
tanto, no responde: «conviene casarse» o «no conviene casarse». La
cuestión de la continencia por el reino de los cielos no se
contrapone al matrimonio, ni se basa sobre un juicio negativo con
relación a su importancia. Por lo demás, Cristo, al hablar
precedentemente de la indisolubilidad del matrimonio, se había
referido al «principio», esto es, al misterio de la creación,
indicando así la primera y fundamental fuente de su valor. En
consecuencia, para responder a la pregunta de los discípulos, o
mejor, para esclarecer el problema planteado por ellos. Cristo
recurre a otro principio. Los que hacen en la vida esta opción «por
el reino de los cielos», no observan la continencia por el hecho de
que «no conviene casarse», o sea, no por el motivo de un supuesto
valor negativo del matrimonio, sino en vista del valor particular
que está vinculado con esta opción y que hay que descubrir y aceptar
personalmente como vocación propia. Y por esto, Cristo dice: «El que
pueda entender, que entienda» (Mt 19, 12). En cambio, inmediatamente
antes dice: «No todos entienden esto, sino aquellos a quienes ha
sido dado» (Mt 19, 11).
4. Como se ve, Cristo en su respuesta al problema que le planteaban
los discípulos, precisa claramente una regla para comprender sus
palabras. En la doctrina de la Iglesia está vigente la convicción de
que estas palabras no expresan un mandamiento que obliga a todos,
sino un consejo que se refiere sólo a algunas personas (2):
precisamente a las que están en condiciones «de entenderlo». Y están
en condiciones «de entenderlo» aquellos «a quienes ha sido dado».
Las palabras citadas indican claramente el momento de la oración
personal y, a la vez, el momento de la gracia particular, esto es,
del don que el hombre recibe para hacer tal opción. Se puede decir
que la opción de la continencia por el reino de los cielos es una
orientación carismática hacia aquel estado escatológico, en que los
hombres «no tomarán mujer ni marido»; sin embargo, entre ese estado
del hombre en la resurrección de los cuerpos y la opción voluntaria
de la continencia por el reino de los cielos y como fruto de una en
la vida terrena y en el estado histórico del hombre caído y redimido,
hay una diferencia esencial. El «no casarse» escatológico será un «estado»,
es decir, el modo propio y fundamental de la existencia de los seres
humanos, hombres y mujeres, en sus cuerpos glorificados. La
continencia por el reino de los cielos, como fruto de una opción
carismática, es una excepción respecto al otro estado, esto es, al
estado del que el hombre desde «el principio» vino a ser y es
partícipe, durante toda la existencia terrena.
5. Es muy significativo que Cristo no vincula directamente sus
palabras sobre la continencia por el reino de los cielos con el
anuncio del «otro mundo», donde «no tomarán mujer ni marido» (Mc 12,
25). En cambio, sus palabras se encuentran -como ya hemos dicho- en
la prolongación del coloquio con los fariseos, en el que Jesús se
remitió «al principio», indicando la institución del matrimonio por
parte del Creador y recordando el carácter indisoluble que, en el
designio de Dios, corresponde a la unidad conyugal del hombre y de
la mujer.
El consejo y, por lo tanto, la opción carismática de la continencia
por el reino de los cielos están unidos, en las palabras de Cristo,
con el reconocimiento máximo del orden «histórico» de la existencia
humana, relativo al alma y al cuerpo. Basándonos en el contexto
inmediato de las palabras sobre la continencia por el reino de los
cielos en la vida terrena del hombre, es preciso ver en la vocación
a esta continencia un tipo de excepción de lo que es más bien una
regla común de esta vida. Esto es lo que Cristo pone de relieve,
sobre todo. Que luego, esta excepción incluya en sí el anticipo de
la vida escatológica, en la que no se da matrimonio, y propia del «otro
mundo» (esto es, del estadio final del «reino de los cielos»), esto
es algo de lo que Cristo no habla aquí directamente. De hecho, se
trata, no de la continencia en el reino de los cielos, sino de la
continencia «por el reino de los cielos». La idea de la virginidad o
del celibato, como anticipo y signo escatológico (3), se deriva de
la asociación de las palabras pronunciadas aquí con las que Jesús
dijo en otra oportunidad, a saber, en la conversación con los
saduceos, cuando proclamó la futura resurrección de los cuerpos.
Volveremos sobre este tema durante las próximas reflexiones.
Notas
(1) Sobre los problemas más detallados de la exégesis de este pasaje,
cf., por ejemplo, L. Sabourin, II Evangelio di Matteo. Teologia e
esegesi, vol. II, Roma, 1977, Ediciones Paulinas, págs. 834-836; The
Positive Values of Consecrated Celibacy, en «The Way», Suplement 10,
summer 1970, pág. 51; J. Blinzler, Eisin eunuchoi. Zur Auslegunng
von Mt 19, 12, «Zeitschrift für die Neutestamentiliche Wissenschaft»,
48, 1977, pág. 268 ss.
(2) «La unidad de la Iglesia también se fomenta de una manera
especial con los múltiples consejos que el Señor propone en el
Evangelio para que los observen sus discípulos. Entre ellos destaca
el precioso don de la divina gracia, concedido a algunos por el
Padre (cf. Mt 19, 11; 1Cor 7, 7), para que se consagren a sólo Dios
con un corazón que en la virginidad o en el celibato se mantien más
fácilmente indiviso» (Lumen gentium, 42).
(3) Cf., por ejemplo, Lumen gentium, 44; Perfectæ caritatis, 12.
Esta página es obra
de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
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