eL "hombre
celestial" según san Pablo
Audiencia General 3 de
febrero de 1982
1. De las palabras de
Cristo sobre la futura resurrección de los muertos, referidas por
los tres Evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), hemos pasado
a la antropología paulina sobre la primera Carta a los Corintios,
capítulo 15, versículos 42-49.
En la resurrección el cuerpo humano se manifiesta -según las
palabras del Apóstol- «incorruptible, glorioso, lleno de poder,
espiritual». La resurrección, pues, no es sólo una manifestación de
la vida que vence a la muerte -como un retorno final al árbol de la
Vida, del que el hombre fue alejado en el momento del pecado
original-, sino que es también una revelación de los últimos
destinos del hombre en toda la plenitud de su naturaleza
psicosomática y de su subjetividad personal. Pablo de Tarso -que
siguiendo las huellas de los otros Apóstoles experimentó en el
encuentro con Cristo resucitado el estado de su cuerpo glorificado-,
basándose en esta experiencia, anuncia en la Carta a los Romanos «la
redención del cuerpo» (Rom 8, 23), y en la Carta a los Corintios (1
Cor 15, 42-49) el cumplimiento de esta redención en la futura
resurrección.
2. El método literario que San Pablo aplica aquí, corresponde
perfectamente a su estilo. Se sirve de antítesis, que a la vez
acercan lo que contraponen, y de este modo resultan útiles para
hacernos comprender el pensamiento paulino sobre la resurrección
tanto en su dimensión «cósmica», como en lo que se refiere a la
característica de la misma estructura interna del hombre «terrestre»
y «celeste». Efectivamente, el Apóstol, al contraponer Adán y Cristo
(resucitado) -o sea, el primer Adán al último Adán- muestra, en
cierto sentido, los dos polos, entre los cuales, en el misterio de
la creación y de la redención, está situado el hombre en el cosmos:
también se podría decir que el hombre ha sido «puesto en tensión»
entre estos dos polos con la perspectiva de los destinos eternos,
que se refieren, desde el principio hasta el fin, a su misma
naturaleza humana. Cuando Pablo escribe: «El primer hombre fue de la
tierra, terreno; el segundo hombre fue del cielo» (1 Cor 15, 47),
piensa tanto en Adán-hombre, como también en Cristo en cuanto
hombre. Entre estos dos polos -entre el primero y el último Adán- se
desarrolla el proceso que él expresa con las siguientes palabras:
«Como llevamos la imagen del hombre terreno, llevamos también la
imagen del celestial» (1 Cor 15, 49).
3. Este «hombre celestial» -el hombre de la resurrección, cuyo
prototipo es Cristo resucitado- no es tanto la antítesis y negación
del «hombre terreno» (cuyo prototipo es el «primer Adán»), cuanto,
sobre todo, es su cumplimiento y su confirmación. Es el cumplimiento
y la confirmación de lo que corresponde a la constitución
psicosomática de la humanidad, en el ámbito de los destinos eternos,
esto es, en el pensamiento y en los designios de Aquel que, desde el
principio, creó al hombre a su imagen y semejanza. La humanidad del
«primer Adán», «hombre terreno», diría que lleva en sí una
particular potencialidad (que es capacidad y disposición) para
acoger todo lo que vino a ser el «segundo Adán», el Hombre
celestial, o sea, Cristo: lo que El vino a ser en su resurrección.
Esa humanidad de la que son partícipes todos los hombres, hijos del
primer Adán, y que, juntamente con la heredad del pecado -siendo
carnal- es, al mismo tiempo, «corruptible», y lleva en sí la
potencialidad de la «incorruptibilidad».
Esa humanidad, que en toda su constitución psicosomática se
manifiesta «innoble» y, sin embargo lleva en sí el deseo interior de
la gloria, esto es, la tendencia y la capacidad de convertirse en «gloriosa»,
a imagen de Cristo resucitado. Finalmente, la misma humanidad, de la
que el Apóstol dice -conforme a la experiencia de todos los hombres-
que es «débil» y tiene «cuerpo animal», lleva en sí la aspiración a
convertirse en «llena de poder» y «espiritual».
4. Aquí hablamos de la naturaleza humana en su integridad, es decir,
de la humanidad en su constitución psicosomática. En cambio, Pablo
habla del «cuerpo». Sin embargo podemos admitir, basándonos en el
contexto inmediato y en el remoto, que para él se trata no sólo del
cuerpo, sino de todo el hombre en su corporeidad, por lo tanto,
también de su complejidad ontológica. De hecho, no hay duda alguna
de que si precisamente en todo el mundo visible (cosmos), ese único
cuerpo que es el cuerpo humano, lleva en sí la «potencialidad de la
resurrección», esto es, la aspiración y la capacidad de llegar a ser
definitivamente «incorruptible, glorioso, lleno de poder, espiritual»,
esto ocurre porque, permaneciendo desde el principio en la unidad
psicosomática del ser personal, puede tomar y reproducir en esta «terrena»
imagen y semejanza de Dios también la imagen «celeste» del último
Adán, Cristo. La antropología paulina sobre la resurrección es
cósmica y, a la vez, universal: cada uno de los hombres lleva en sí
la imagen de Adán y cada uno está llamado también a llevar en sí la
imagen de Cristo, la imagen del Resucitado. Esta imagen es la
realidad escatológica (San Pablo escribe: «llevaremos»); pero, al
mismo tiempo, esa imagen es ya en cierto sentido una realidad de
este mundo, puesto que se ha revelado en él mediante la resurrección
de Cristo. Es una realidad injertada en el hombre de «este mundo»,
realidad que en él está madurando hacia el cumplimiento final.
5. Todas las antítesis que se suceden en el texto de Pablo ayudan a
construir un esbozo válido de la antropología sobre la resurrección.
Este esbozo es, a la vez, más detallado que el que emerge del texto
de los Evangelios sinópticos (Mt 22, 30; Mc 12, 25; Lc 20, 34-35),
pero, por otra parte, es, en cierto sentido, más unilateral. Las
palabras de Cristo referidas por los Sinópticos, abren ante nosotros
la perspectiva de la perfección escatológica del cuerpo, sometida
plenamente a la profundidad divinizadora de la visión de Dios «cara
a cara», en la que hallará su fuente inagotable tanto la «virginidad»
perenne (unida al significado esponsalicio del cuerpo), como la «intersubjetividad»
perenne de todos los hombres, que vendrán a ser (como varones y
mujeres) partícipes de la resurrección. El esbozo paulino de la
perfección escatológica del cuerpo glorificado parece quedar más
bien en el ámbito de la misma estructura interior del
hombre-persona. Su interpretación de la resurrección futura
parecería vincularse al «dualismo» cuerpo-espíritu que constituye la
fuente del «sistema de fuerzas» interior en el hombre.
6. Este «sistema de fuerzas» experimentará un cambio radical en la
resurrección. Las palabras de Pablo, que lo sugieren de modo
explícito, no pueden, sin embargo, entenderse e interpretarse según
el espíritu de la antropología dualística (1), como trataremos de
demostrar en la continuación de nuestro análisis. Efectivamente, nos
convendrá dedicar todavía una reflexión a la antropología de la
resurrección a la luz de la primera Carta a los Corintios.
Notas
(1) «Paul ne tient absolument pas compte de la dichotomie grecque "âme
et corps"... L’apôtre recourt à une sorte de trichotomie où la
totalité de l’homme est corps, âme et esprit... Tous ces termes sont
mouvants et la division elle-même n’a pas de frontière fixe. I1 y a
insistance sur le fait que le corps et l’âme sont capables d’être "pneumatiques",
spirituels» (B. Rigaux, Dieu l’a ressucité. Exégèse et théologie
biblique, Gembloux, 1973, Duculot, pp. 406-408).
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