La antropología
paulina de la resurrección
Audiencia General 27 de
enero de 1982
1. Durante los capítulos
precedentes hemos reflexionado sobre las palabras de Cristo acerca
del «otro mundo», que emergerá juntamente con la resurrección de los
cuerpos.
Esas palabras tuvieron una resonancia singularmente intensa en la
enseñanza de San Pablo. Entre la respuesta dada a los saduceos,
transmitida por los Evangelios sinópticos (cf. Mt 22, 30; Mc 12, 25;
Lc 20, 35-36), y el apostolado de Pablo tuvo lugar ante todo el
hecho de la resurrección de Cristo mismo y una serie de encuentros
con el Resucitado, entre los cuales hay que contar, como último
eslabón, el evento ocurrido en ]as cercanías de Damasco. Saulo o
Pablo de Tarso que, una vez convertido, vino a ser el «Apóstol de
los Gentiles», tuvo también la propia experiencia postpascual,
análoga a la de los otros Apóstoles. En la base de su fe en la
resurrección que él expresa sobre todo en la primera Carta a los
Corintios (capítulo 15) está ciertamente ese encuentro con el
Resucitado, que se convirtió en el comienzo y fundamento de su
apostolado.
2. Es difícil resumir aquí y comentar adecuadamente la estupenda y
amplia argumentación del capítulo 15 de la primera Carta a los
Corintios en todos sus pormenores. Resulta significativo que,
mientras Cristo con las palabras referidas por los Evangelios
sinópticos respondía a los saduceos, que «niegan la resurrección» (Lc
20. 27), Pablo, por su parte, responde, o mejor, polemiza (según su
temperamento) con los que le contestan (1). Cristo, en su respuesta
(pre-pascual) no hacía referencia a la propia resurrección, sino que
se remitía a la realidad fundamental de la Alianza
veterotestamentaria, a la realidad de Dios vivo, que está en la base
del convencimiento sobre la posibilidad de la resurrección: el Dios
vivo «no es Dios de muertos, sino de vivos» (Mc 12, 27). Pablo, en
su argumentación postpascual sobre la resurrección futura, se remite
sobre todo a la realidad y a la verdad de la resurrección de Cristo.
Más aún, defiende esta verdad incluso como fundamento de la fe en su
integridad: «...Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación.
Vana nuestra fe... Pero no; Cristo ha resucitado de entre los
muertos» (1 Cor 15, 14, 20).
3. Aquí nos encontramos en la misma línea de la Revelación: la
resurrección de Cristo es la última y más plena palabra de la
autorrevelación del Dios vivo como «Dios no de muertos, sino de
vivos» (Mc 12, 27). Es la última y más plena confirmación de la
verdad sobre Dios que desde el principio se manifiesta a través de
esta Revelación. Además, la resurrección es la respuesta del Dios de
la vida a lo inevitable histórico de la muerte, a la que el hombre
está sometido desde el momento de la ruptura de la primera Alianza y
que, juntamente con el pecado, entró en su historia. Esta respuesta
acerca de la victoria lograda sobre la muerte, está ilustrada por la
primera Carta a los Corintios (capítulo 15) con una perspicacia
singular, presentando la resurrección de Cristo como el comienzo de
ese cumplimiento escatológico, en el que por El y en El todo
retornará al Padre, todo le será sometido, esto es, entregado de
nuevo definitivamente, para que «Dios sea todo en todos» (1 Cor 15,
28). Y entonces -en esta definitiva victoria sobre el pecado, sobre
lo que contraponía la criatura al Creador- será vencida también la
muerte: «El último enemigo reducido a la nada será la muerte» (1 Cor
15, 26).
4. En este contexto se insertan las palabras que pueden ser
consideradas síntesis de la antropología paulina concerniente a la
resurrección. Y sobre estas palabras convendrá que nos detengamos
aquí más largamente. En efecto, leemos en la primera Carta a los
Corintios 15, 42-46, acerca de la resurrección de los muertos: «Se
siembra en corrupción y se resucita en corrupción. Se siembra en
ignominia y se levanta en gloria. Se siembra en flaqueza y se
levanta en poder. Se siembra cuerpo animal y se levanta cuerpo
espiritual. Pues si hay un cuerpo animal, también lo hay espiritual.
Que por eso está escrito: El primer hombre, Adán, fue hecho alma
viviente; el último Adán, espíritu vivificante. Pero no es primero
lo espiritual, sino lo animal: después lo espiritual».
5. Entre esta antropología paulina de la resurrección y la que
emerge del texto de los Evangelios sinópticos (cf. Mt 22, 30; Mc 12,
25; Lc 20, 35-36), hay una coherencia esencial, sólo que el texto de
la primera Carta a los Corintios está más desarrollado. Pablo
profundiza en lo que había anunciado Cristo, penetrando, a la vez,
en los varios aspectos de esa verdad que las palabras escritas por
los sinópticos expresaban de modo conciso y sustancial. Además, es
significativo en el texto paulino que la perspectiva escatológica
del hombre, basada sobre la fe «en la resurrección de los muertos»,
está unida con la referencia al «principio», como también con la
profunda conciencia de la situación «histórica» del hombre. El
hombre al que Pablo se dirige en la primera Carta a los Corintios y
que se opone (como los saduceos) a la posibilidad de la resurrección,
tiene también su experiencia («histórica») del cuerpo, y de esta
experiencia resulta con toda claridad que el cuerpo es
«corruptible», «débil», «animal», «innoble».
6. A este hombre, destinatario de su escrito tanto -en la comunidad
de Corinto, como también, diría, en todos los tiempos-, Pablo lo
confronta con Cristo, resucitado, «el último Adán». Al hacerlo así,
le invita, en cierto sentido, a seguir las huellas de la propia
experiencia postpascual. A la vez le recuerda «el primer Adán», o
sea, le induce a dirigirse al «principio»« a esa primera verdad
acerca del hombre y el mundo, que está en la base de la revelación
del misterio de Dios vivo. Así, pues, Pablo reproduce en su síntesis
todo lo que Cristo había anunciado, cuando se remitió, en tres
momentos diversos, al «principio» en la conversación con los
fariseos (cf. Mt 19, 3-8; Mc 10, 2-9); al «corazón» humano, como
lugar de lucha con las concupiscencias en el interior del hombre,
durante el Sermón de la montaña (cf. Mt 5, 27); y a la resurrección
como realidad del «otro mundo», en la conversación con los saduceos
(cf. Mt 22, 30; Mc 12, 25; Lc 20, 35-36).
7. Al estilo de la síntesis de Pablo pertenece, pues, el hecho de
que ella hunde sus raíces en el conjunto del misterio revelado de la
creación y de la redención, en el que se desarrolla y a cuya luz
solamente se explica. La creación del hombre, según el relato
bíblico, es una vivificación de la materia mediante el espíritu,
gracias al cual «el primer Adán... fue hecho alma viviente» (1 Cor
15, 45). El texto paulino repite aquí las palabras del libro del
Génesis 2, 7, es decir, del segundo relato de la creación del hombre
(llamado: relato Yahvista). Por la misma fuente se sabe que esta
originaria «animación del cuerpo» sufrió una corrupción a causa del
pecado. Aunque en este punto de la primera Carta a los Corintios el
autor no hable directamente del pecado original, sin embargo, la
serie de definiciones que atribuye al cuerpo del hombre histórico,
escribiendo que es «corruptible.. débil... animal... innoble...»,
indica suficientemente lo que, según la Revelación es consecuencia
del pecado, lo que el mismo Pablo llamará en otra parte «esclavitud
de la corrupción» (Rom 8, 21). A esta «esclavitud de la corrupción»
está sometida indirectamente toda la creación a causa del pecado del
hombre, el cual fue puesto por el Creador en medio del mundo visible
para que «dominase» (cf. Gén 1, 28). De este modo el pecado del
hombre tiene una dimensión no sólo interior, sino también cósmica. Y
según esta dimensión, el cuerpo -al que Pablo (de acuerdo con su
experiencia) caracteriza como «corruptible... débil... animal...
innoble»- manifiesta en sí el estado de la creación después del
pecado. Esta creación, en efecto, «gime y siente dolores de parto»
(Rom 8, 22). Sin embargo, como los dolores del parto van unidos al
deseo del nacimiento, a la esperanza de un nuevo hombre, así también
toda la creación espera «con impaciencia la manifestación de los
hijos de Dios... con la esperanza de que también ella será libertada
de la servidumbre de la corrupción para participar en la libertad de
la gloria de los hijos de Dios» (Rom 8, 19-21).
8. A través de este contexto «cósmico» de la afirmación contenida en
la Carta a los Romanos -en cierto sentido, a través del «cuerpo de
todas las criaturas», tratamos de comprender hasta el fondo la
interpretación paulina de la resurrección. Si esta imagen del cuerpo
del hombre histórico, tan profundamente realista y adecuada a la
experiencia universal de los hombres, esconde en sí, según Pablo, no
sólo la «servidumbre de la corrupción», sino también la esperanza,
semejante a la que acompaña a «los dolores del parto», esto sucede
porque el Apóstol capta en esta imagen también la presencia del
misterio de la redención. La conciencia de ese misterio brota
precisamente de todas las experiencias del hombre que no se pueden
definir como «servidumbre de la corrupción»; y brota porque la
redención actúa en el alma del hombre mediante los dones del
Espíritu: «...También nosotros, que tenemos las primicias del
Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos suspirando por la
adopción, por la redención de nuestro cuerpo» (Rom 8, 23). La
redención es el camino para la resurrección. La resurrección
constituye el cumplimiento definitivo de la redención del cuerpo.
Reanudaremos el análisis del texto paulino de la primera Carta a los
Corintios en nuestras reflexiones ulteriores.
Notas
(1) Los Corintios probablemente estaban afectados por corrientes de
pensamiento basadas en el dualismo platónico y en el neopitagorismo
de matiz religioso, en el estoicismo y en el epicureismo; por lo
demás, todas las filosofías griegas negaban la resurrección del
cuerpo. Pablo ya había experimentado en Atenas la reacción de los
griegos ante la doctrina de la resurrección, durante su discurso en
el Aréopago (cf. Act 17, 32).
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de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
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