Los hijos de la
resurrección
Audiencia General 13 de
enero de 1982
1. «Cuando resuciten...
ni se casará ni serán dadas en matrimonio, sino que serán como
ángeles en los cielos» (Mc 12, 25, análogamente Mt 22, 30). «...Son
semejantes a los ángeles e hijos de Dios, siendo hijos de la
resurrección» (Lc 20, 36).
Las palabras con las que Cristo se refiere a la futura resurrección
-palabras confirmadas de modo singular con su propia resurrección-,
completan lo que en las presentes reflexiones hemos venido llamando
«revelación del cuerpo». Esta revelación penetra, por así decirlo,
en el corazón mismo de la realidad que experimentamos, y esta
realidad es, sobre todo, el hombre, su cuerpo: el cuerpo del hombre
«histórico». A la vez, dicha revelación nos permite superar la
esfera de esta experiencia en dos direcciones. Primero, en la
dirección del «principio» al que Cristo se refiere en su
conversación con los fariseos respecto a la indisolubilidad del
matrimonio (cf. Mt 19, 3-8): luego, en la dirección del «mundo
futuro», al que el Maestro orienta los espíritus de sus oyentes en
presencia de los saduceos, que «niegan la resurrección» (Mt 22, 23).
2. El hombre no puede alcanzar, con los solos métodos empíricos y
racionales, ni la verdad sobre ese «principio» del que habla Cristo,
ni la verdad escatológica. Sin embargo, ¿acaso no se puede afirmar
que el hombre lleva, en cierto sentido, estas dos dimensiones en lo
profundo de la experiencia del propio ser, o mejor que de algún modo
está encaminado hacia ellas como hacia dimensiones que justifican
plenamente el significado mismo de su ser cuerpo, esto es, de su ser
hombre «carnal»? Por lo que se refiere a la dimensión escatológica,
¿acaso no es verdad que la muerte misma y la destrucción del cuerpo
pueden conferir al hombre un significado elocuente sobre la
experiencia en la que se realiza el sentido personal de la
existencia? Cuando Cristo habla de la resurrección futura, sus
palabras no caen en el vacío. La experiencia de la humanidad, y
especialmente la experiencia del cuerpo, permiten al oyente unir a
esas palabras la imagen de su nueva existencia en el «mundo futuro»,
a la que la experiencia terrena suministra el substrato y la base.
Es posible una reconstrucción teológica correlativa.
3. Para la construcción de esta imagen -que, en cuanto al contenido,
corresponde al artículo de nuestra profesión de fe: «creo en la
resurrección de los muertos»- contribuye en gran manera la
conciencia de que hay una conexión entre la experiencia terrena y
toda la dimensión del «principio» bíblico del hombre en el mundo. Si
en el principio Dios «los creó varón y mujer» (Gén 1, 27), si en
esta dualidad relativa al cuerpo previó también una unidad tal, por
la que «serán una sola carne» (Gén 2, 24), si vinculó esta unidad a
la bendición de la fecundidad, o sea, de la procreación (cf. Gén 1,
29), y si ahora, al hablar ante los saduceos de la futura
resurrección, Cristo explica que en el «otro mundo» «no tomarán
mujer ni marido», entonces está claro que se trata aquí de un
desarrollo de la verdad sobre el hombre mismo. Cristo señala su
identidad, aunque esta identidad se realice en la experiencia
escatológica de modo diverso respecto a la experiencia del «principio»
mismo y de toda la historia. Y sin embargo, el hombre será siempre
el mismo, tal como salió de las manos de su Creador y Padre. Cristo
dice: «No tomarán mujer ni marido», pero no afirma que este hombre
del «mundo futuro» no será ya varón ni mujer, como lo fue «desde el
principio». Es evidente, pues, que el significado de ser, en cuanto
al cuerpo, varón o mujer en el «mundo futuro», hay que buscarlo
fuera del matrimonio y de la procreación, pero no hay razón alguna
para buscarlo fuera de lo que (independientemente de la bendición de
la procreación) se deriva del misterio mismo de la creación y que
luego forma también la más profunda estructura de la historia del
hombre en la tierra, ya que esta historia ha quedado profundamente
penetrada por el misterio de la redención.
4. En su situación originaria, el hombre, pues, está solo y, a la
vez, se convierte en varón y mujer: unidad de los dos. En su soledad
«se revela» a sí como persona para revelar simultáneamente, en la
unidad de los dos, la comunión de las personas. En uno o en otro
estado, el ser humano se constituye como imagen y semejanza de Dios.
Desde el principio el hombre es también cuerpo entre los cuerpos, y
en la unidad de los dos se convierte en varón y mujer, descubriendo
el significado «esponsalicio» de su cuerpo a medida de sujeto
personal. Luego el sentido de ser cuerpo y, en particular, de ser en
el cuerpo varón y mujer, se vincula con el matrimonio y la
procreación (es decir, con la paternidad y la maternidad). Sin
embargo, el significado originario y fundamental de ser cuerpo, como
también de ser, en cuanto cuerpo, varón y mujer -es decir,
precisamente el significado «esponsalicio»- está unido con el hecho
de que el hombre es creado como persona y llamado a la vida «in
communione personarum». El matrimonio y la procreación en sí misma
no determinan definitivamente el significado originario y
fundamental del ser cuerpo ni del ser, en cuanto cuerpo, varón y
mujer. El matrimonio y la procreación solamente dan realidad
concreta a ese significado en las dimensiones de la historia. La
resurrección indica el final de la dimensión histórica. Y he aquí
que las palabras «cuando resuciten de entre los muertos... ni se
casarán ni serán dadas en matrimonio» (Mc 12, 25) expresan
unívocamente no sólo qué significado no tendrá el cuerpo humano en
el «mundo futuro», sino que nos permiten también deducir que ese
significado «esponsalicio» del cuerpo en la resurrección en la vida
futura corresponderá de modo perfecto tanto al hecho de que el
hombre, como varón-mujer, es persona creada a «imagen y semejanza de
Dios», como al hecho de que esta imagen se realiza en la comunión de
las personas. El significado «esponsalicio» de ser cuerpo se
realizará, pues, como significado perfectamente personal y
comunitario a la vez.
5. Al hablar del cuerpo glorificado por medio de la resurrección en
la vida futura, pensamos en el hombre, varón-mujer, en toda la
verdad de su humanidad: el hombre que, juntamente con la experiencia
escatológica del Dios vivo (en la visión «cara a cara»),
experimentará precisamente este significado del propio cuerpo. Se
tratará de una experiencia totalmente nueva y, a la vez, no será
extraña, en modo alguno, a aquello en lo que el hombre ha tenido
parte «desde el principio», y ni siquiera a aquello que, en la
dimensión histórica de su existencia, ha constituido en él la fuente
de la tensión entre el espíritu y el cuerpo, y que se refiere más
que nada precisamente al significado procreador del cuerpo y del
sexo. El hombre del «mundo futuro» volverá a encontrar en esta nueva
experiencia del propio cuerpo precisamente la realización de lo que
llevaba en sí perenne e históricamente, en cierto sentido, como
heredad y, aun más, como tarea y objetivo, como contenido del ethos.
6. La glorificación del cuerpo, como fruto escatológico de su
espiritualización divinizante, revelará el valor definitivo de lo
que desde el principio debía ser un signo distintivo de la persona
creada en el mundo visible, como también un medio de la comunicación
recíproca entre las personas y una expresión auténtica de la verdad
y del amor, por los que se construye la communio personarum. Ese
perenne significado del cuerpo humano, al que la existencia de todo
hombre, marcado por la heredad de la concupiscencia, ha acarreado
necesariamente una serie de limitaciones, luchas y sufrimientos, se
descubrirá entonces de nuevo, y se descubrirá en tal sencillez y
esplendor, a la vez, que cada uno de los participantes del «otro
mundo» volverá a encontrar en su cuerpo glorificado la fuente de la
libertad del don. La perfecta «libertad de los hijos de Dios» (cf.
Rom 8, 14) alimentará con ese don también cada una de las comuniones
que constituirán la gran comunidad de la comunión de los santos.
7. Resulta demasiado evidente que -a base de las experiencias y
conocimientos del hombre en la temporalidad, esto es, en «este mundo»-
es difícil construir una imagen plenamente adecuada del «mundo
futuro». Sin embargo, al mismo tiempo, no hay duda de que, con la
ayuda de las palabras de Cristo, es posible y asequible, al menos,
una cierta aproximación a esta imagen. Nos servimos de esta
aproximación teológica, profesando nuestra fe en la «resurrección de
los muertos» y en la «vida eterna», como también la fe en la «comunión
de los santos», que pertenece a la realidad del «mundo futuro».
8. Al concluir esta parte de nuestras reflexiones, conviene
constatar una vez más que las palabras de Cristo referidas por los
Evangelios sinópticos (Mt 22, 30; Mc 12, 25; Lc 20, 34-35) tienen un
significado determinante no sólo por lo que concierne a las palabras
del libro del Génesis (a las que Cristo se refiere en otra
circunstancia), sino también por lo que respecta a toda la Biblia.
Estas palabras nos permiten, en cierto sentido, revisar de nuevo -esto
es, hasta el fondo- todo el significado revelado del cuerpo, el
significado de ser hombre, es decir, persona «encarnada», de ser, en
cuanto cuerpo, varón-mujer. Estas palabras nos permiten comprender
lo que puede significar, en la dimensión escatológica del «otro
mundo», esa unidad en la humanidad, que ha sido constituida «en el
principio» y que las palabras del Génesis 2, 24 («el hombre... se
unirá a su mujer y los dos serán una sola carne»), pronunciadas en
el acto de la creación del hombre como varón y mujer, parecían
orientar, si no completamente, al menos, en todo caso, de manera
especial hacia «este mundo». Dado que las palabras del libro del
Génesis eran como el umbral de toda la teología del cuerpo -umbral
sobre el que se basó Cristo en su enseñanza sobre el matrimonio y su
indisolubilidad- entonces hay que admitir que sus palabras referidas
por los sinópticos son como un nuevo umbral de esta verdad integral
sobre el hombre, que volvemos a encontrar en la Palabra revelada de
Dios. Es indispensable que nos detengamos en este umbral, si
queremos que nuestra teología del cuerpo -y también nuestra «espiritualidad
del cuerpo»- puedan servirse de ellas como de una imagen completa.
Esta página es obra
de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
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