la resurrección
de los cuerpos y la antropología teológica
Audiencia General 2 de
diciembre de 1981
1. «Porque cuando
resuciten de entre los muertos, ni se casarán ni serán dadas en
matrimonio» (Mc 12, 25). Cristo pronuncia estas palabras, que tienen
un significado clave para la teología del cuerpo, después de haber
afirmado, en la conversación con los saduceos, que la resurrección
corresponde a la potencia del Dios viviente. Los tres Evangelios
sinópticos refieren el mismo enunciado, sólo que la versión de Lucas
se diferencia en algunos detalles de la de Mateo y Marcos. Para los
tres es esencial la constatación de que en la futura resurrección
los hombres, después de haber vuelto a adquirir sus cuerpos en la
plenitud de la perfección propia de la imagen y semejanza de Dios -después
de haberlos vuelto a adquirir en su masculinidad y feminidad-, «ni
se casarán ni serán dados en matrimonio». Lucas en el capítulo 20,
34-35 expresa la misma idea con las palabras siguientes: «Los hijos
de este siglo toman mujeres y maridos. Pero los juzgados dignos de
tener parte en aquel siglo y en la resurrección de los muertos, ni
tomarán mujeres ni maridos».
2. Como se deduce de estas palabras, el matrimonio, esa unión en la
que, según dice el libro del Génesis, «el hombre... se unirá a su
mujer y vendrán a ser los dos una sola carne» (2, 24) -unión propia
del hombre desde el «principio»- pertenece exclusivamente a «este
siglo». El matrimonio y la procreación, en cambio, no constituyen el
futuro escatológico del hombre. En la resurrección pierden, por
decirlo así, su razón de ser. Ese «otro siglo», del que habla Lucas
(20, 35), significa la realización definitiva del género humano, la
clausura cuantitativa del círculo de seres que fueron creados a
imagen y semejanza de Dios, a fin de que multiplicándose a través de
la conyugal «unidad en el cuerpo» de hombres y mujeres, sometiesen
la tierra. Ese «otro siglo» no es el mundo de la tierra, sino el
mundo de Dios, el cual, como sabemos por la primera Carta de Pablo a
los Corintios, lo llenará totalmente, viniendo a ser «todo en todos»
(1 Cor 15, 28).
3. Al mismo tiempo, ese «otro siglo», que según la Revelación es «el
reino de Dios», es también la definitiva y eterna «patria» del
hombre (cf. Flp 3, 20) es la «casa del Padre» (Jn 14, 2). Ese «otro
siglo», como nueva patria del hombre, emerge definitivamente del
mundo actual, que es temporal -sometido a la muerte, o sea, a la
destrucción del cuerpo (cf. Gén 3, 19: «al polvo volverás»)- a
través de la resurrección. La resurrección, según las palabras de
Cristo referidas por los sinópticos, significa no sólo la
recuperación de la corporeidad y el establecimiento de la vida
humana en su integridad, mediante la unión del cuerpo con el alma,
sino también un estado totalmente nuevo de la misma vida humana.
Hallamos la confirmación de este nuevo estado del cuerpo en la
resurrección de Cristo (cf. Rom 6, 5-11). Las palabras que refieren
los sinópticos (Mt 22, 30; Mc 12, 25; Lc 20, 34-35) volverán a sonar
entonces (esto es, después de la resurrección de Cristo) para
aquellos que las habían oído, diría que casi con una nueva fuerza
probativa y, al mismo tiempo, adquirirán el carácter de una promesa
convincente. Sin embargo, por ahora nos detenemos sobre estas
palabras en su fase «pre-pascual», basándonos solamente en la
situación en la que fueron pronunciadas. No cabe duda de que ya en
la respuesta dada a los saduceos, Cristo descubre la nueva condición
del cuerpo humano en la resurrección, y lo hace precisamente
mediante una referencia y un parangón con la condición de la que el
hombre había sido hecho partícipe desde el «principio».
4. Las palabras: «Ni se casarán ni serán dadas en matrimonio parecen
afirmar, a la vez, que los cuerpos humanos, recuperados y al mismo
tiempo renovados en la resurrección, mantendrán su peculiaridad
masculina o femenina y que el sentido de ser varón o mujer en el
cuerpo en el «otro siglo» se constituirá y entenderá de modo diverso
del que fue desde «el principio» y, luego, en toda la dimensión de
la existencia terrena. Las palabras del Génesis, «dejará el hombre a
su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y vendrán a ser los
dos una sola carne» (2, 24), han constituido desde el principio esa
condición y relación de masculinidad y feminidad que se extiende
también al cuerpo, y a la que justamente es necesario definir «conyugal»
y al mismo tiempo «procreadora» y «generadora»; efectivamente, está
unida con la bendición de la fecundidad, pronunciada por Dios (Elohim)
en la creación del hombre «varón y mujer» (Gén 1, 27). Las palabras
pronunciadas por Cristo sobre la resurrección nos permiten deducir
que la dimensión de masculinidad y feminidad -esto es, el ser en el
cuerpo varón y mujer- quedara nuevamente constituida juntamente con
la resurrección del cuerpo en el «otro siglo».
5. ¿Se puede decir algo aún más detallado sobre este tema? Sin duda,
las palabras de Cristo referidas por los sinópticos (especialmente
en la versión de Lc 20, 27-40) nos autorizan a esto. Efectivamente,
allí leemos que (los juzgados dignos de tener parte en aquel siglo y
en la resurrección de los muertos... ya no pueden morir y son
semejantes a los ángeles e hijos de Dios, siendo hijos de la
resurrección» (Mateo y Marcos dicen sólo que «serán como ángeles en
los cielos»). Este enunciado permite sobre todo deducir una
espiritualización del hombre según una dimensión diversa de la de la
vida terrena (e incluso diversa de la del mismo «principio»). Es
obvio que aquí no se trata de transformación de la naturaleza del
hombre en la angélica, esto es, puramente espiritual. El contexto
indica claramente que el hombre conservará en el «otro siglo» la
propia naturaleza humana, psicosomática. Si fuese de otra manera,
carecería de sentido hablar de resurrección.
Resurrección significa restitución a la verdadera vida de la
corporeidad humana, que fue sometida a la muerte en su fase
temporal. En la expresión de Lucas (20, 36) citada hace un momento
(y en la de Mateo 22, 30, y Marcos 12, 25) se trata ciertamente de
la naturaleza humana, es decir, psicosomática. La comparación con
los seres celestes, utilizada en el contexto, no constituye novedad
alguna en la Biblia. Entre otros, ya el Salmo, exaltando al hombre
como obra del Creador, dice: «Lo hiciste poco inferior a los ángeles»
(Sal 8, 6). Es necesario suponer que en la resurrección esta
semejanza se hará mayor: no a través de una desencarnación del
hombre, sino mediante otro modo (incluso, se podría decir: otro
grado) de espiritualización de su naturaleza somática, esto es,
mediante otro «sistema de fuerzas» dentro del hombre. La
resurrección significa una nueva sumisión del cuerpo al espíritu.
6. Antes de disponernos a desarrollar este tema, conviene recordar
que la verdad sobre la resurrección tuvo un significado-clave para
la formación de toda la antropología teológica, que podría ser
considerada sencillamente como «antropología de la resurrección». La
reflexión sobre la resurrección hizo que Santo Tomás de Aquino
omitiera en su antropología metafísica (y a la vez teológica) la
concepción filosófica de Platón sobre la relación entre el alma y el
cuerpo y se acercara a la concepción de Aristóteles. En efecto, la
resurrección da testimonio, al menos indirectamente, de que el
cuerpo, en el conjunto del compuesto humano, no está sólo
temporalmente unido con el alma (como su «prisión» terrena, cual
juzgaba Platón), sino que juntamente con el alma constituye la
unidad e integridad del ser humano. Precisamente esto enseñaba
Aristóteles, de manera distinta que Platón. Si Santo Tomás aceptó en
su antropología la concepción de Aristóteles, lo hizo teniendo a la
vista la verdad de la resurrección. Efectivamente, la verdad sobre
la resurrección afirma con claridad que la perfección escatológica y
la felicidad del hombre no pueden ser entendidas como un estado del
alma sola, separada (según Platón: liberada) del cuerpo, sino que es
preciso entenderla como el estado del hombre definitiva y
perfectamente «integrado», a través de una unión tal del alma con el
cuerpo, que califica y asegura definitivamente esta integridad
perfecta.
Aquí interrumpimos nuestra reflexión sobre las palabras pronunciadas
por Cristo acerca de la resurrección. La gran riqueza de los
contenidos encerrados en estas palabras nos llevará a volver sobre
ellas en las ulteriores consideraciones.
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de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
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