límites éticos en
la obra de arte
Audiencia General del 29 de abril de 1981
1. Hemos dedicado ya una
serie de reflexiones al significado de las palabras pronunciadas por
Cristo en el sermón de la montaña, en el que exhorta a la pureza de
corazón, llamando la atención incluso sobre la «mirada concupiscente».
No podemos olvidar estas palabras de Cristo aun cuando se trata de
la vasta esfera de la cultura artística, sobre todo la de carácter
visual y espectacular, así como cuando se trata de la esfera de la
cultura «de masas» -tan significativa para nuestros tiempos-,
vinculada con el uso de las técnicas de divulgación de la
comunicación audiovisual. Hemos dicho últimamente que a la citada
esfera de la actividad del hombre se le acusa a veces de «pornovisión»,
así como en relación a la literatura se lanza la acusación de «pornografía».
El uno y el otro hecho tiene lugar cuando se sobrepasa el límite de
la vergüenza, o sea, de la sensibilidad personal respecto a lo que
se relaciona con el cuerpo humano, con su desnudez, cuando en la
obra artística, mediante las técnicas de producción audiovisual, se
viola el derecho a la intimidad del cuerpo en su masculinidad o
feminidad y -en último análisis- cuando se viola esa íntima y
constante destinación al don y al recíproco darse, que esta inscrita
en aquella feminidad y masculinidad a través de toda la estructura
del ser-hombre. Esa profunda inscripción, más aún, incisión, decide
sobre el significado esponsalicio del cuerpo, es decir, sobre la
fundamental llamada que éste recibe a formar una «comunión de
personas» y a participar en ella.
2. Es obvio que en las obras de arte, así como en los productos de
la reproducción artística audiovisual, la citada constante
destinación al don, es decir, esa profunda inscripción del
significado del cuerpo humano, puede ser violada sólo en el orden
intencional de la reproducción y de la representación; se trata en
efecto -como ya se ha dicho precedentemente- del cuerpo humano como
modelo o tema. Sin embargo, si el sentido de la vergüenza y la
sensibilidad personal quedan en tales casos ofendidos, ello acaece a
causa de su transferencia a la dimensión de la «comunicación
social», por tanto a causa de que se convierte, por decirlo así, en
propiedad pública lo que, en el justo sentir del hombre, pertenece y
debe pertenecer estrechamente a la relación interpersonal, lo que
está ligado -como se ha puesto de relieve ya antes- a la «comunión
misma de las personas», y en su ámbito corresponde a la verdad
integral sobre el hombre.
En este punto no es posible estar de acuerdo con los representantes
del así llamado naturalismo, los cuales creen tener derecho a «todo
lo que es humano», en las obras de arte y en los productos de la
reproducción artística, afirmando que actúan de este modo en nombre
de la verdad realista sobre el hombre. Precisamente es esta verdad
sobre el hombre -la verdad entera sobre el hombre- la que exige
tomar en consideración tanto el sentido de la intimidad del cuerpo
como la coherencia del don vinculado a la masculinidad y feminidad
del cuerpo mismo, en el que se refleja el misterio del hombre,
precisamente de la estructura interior de la persona. Esta verdad
sobre el hombre debe tomarse en consideración también en el orden
artístico, si queremos hablar de realismo pleno.
3. En este caso se constata, pues, que la regularidad propia de la «comunión
de las personas» concuerda profundamente con el área vasta y
diferenciada de la «comunicación». El cuerpo humano en su desnudez -como
hemos afirmado en los análisis anteriores (en los que nos hemos
referido a Génesis 2, 25)-, entendido como una manifestación de la
persona o como su don, o sea signo de entrega y de donación a la
otra persona, consciente del don, persuadida y decidida a responder
a él de modo igualmente personal, se convierte en fuente de una «comunicación»
interpersonal particular. Como ya se ha dicho, ésta es una
comunicación particular en la humanidad misma. Esa comunicación
interpersonal penetra profundamente en el sistema de la comunión (communio
personarum), al mismo tiempo crece de él y se desarrolla
correctamente en su ámbito. Precisamente a causa del gran valor del
cuerpo en este sistema de «comunión» interpersonal, el hacer del
cuerpo en su desnudez -que expresa exactamente «el elemento» del
don- el objeto-tema de la obra de arte o de la reproducción
audiovisual, es un problema no sólo de naturaleza estética, sino, al
mismo tiempo de naturaleza ética. En efecto, ese «elemento del don»
queda suspendido, por decirlo así, en la dimensión de una recepción
incógnita y de una respuesta imprevista, y con ello queda de algún
modo intencionalmente «amenazado», en el sentido de que puede
convertirse en objeto anónimo de «apropiación», objeto de abuso.
Precisamente por esto la verdad integral sobre el hombre constituye,
en ese caso, la base de la norma según la cual se modela el bien o
el mal de determinadas acciones, comportamientos, costumbres o
situaciones. La verdad sobre el hombre, sobre lo que en él -precisamente
a causa de su cuerpo y de su sexo (feminidad-masculinidad)- es
particularmente personal e interior, crea aquí límites claros que no
es lícito sobrepasar.
4. Estos límites deben ser reconocidos y observados por el artista
que hace del cuerpo humano objeto, modelo o tema de la obra de arte
o de la reproducción audiovisual. Ni él ni otros responsables en
este campo tienen el derecho de exigir, proponer o actuar de manera
que otros hombres, invitados, exhortados o admitidos a ver, a
contemplar la imagen, violen esos límites junto con ellos o a causa
de ellos. Se trata de la imagen, en la que lo que en sí mismo
constituye el contenido y el valor profundamente personal, lo que
pertenece al orden del don y del recíproco darse de la persona a la
persona, queda, como tema, desarraigado de su auténtico substrato,
para convertirse, por medio de la comunicación social», en objeto e
incluso, en cierto sentido, en objeto anónimo.
5. Todo el problema de la «pornovisión» y de la «pornografía», como
resulta de lo que se ha dicho más arriba, no es efecto de mentalidad
puritana ni de estrecho moralismo, así como no es producto de un
pensamiento cargado de maniqueísmo. Se trata aquí de una
importantísima, fundamental esfera de valores, frente a los cuales
el hombre no puede quedar indiferente a causa de la dignidad de la
humanidad, del carácter personal y de la elocuencia del cuerpo
humano. Todos esos contenidos y valores, a través de las obras de
arte y de la actividad de los medios audiovisuales, pueden ser
modelados y profundizados, pero también pueden ser deformados y
destruidos «en el corazón» del hombre. Como se ve, nos encontramos
continuamente en la órbita de las palabras pronunciadas por Cristo
en el sermón de la montaña. También los problemas que estamos
tratando aquí se deben examinar a la luz de esas palabras, que
consideran el «mirar» nacido de la concupiscencia como un «adulterio
cometido en el corazón».
Y por eso parece que la reflexión sobre estos problemas, importantes
para «crear un clima favorable a la educación de la castidad»,
constituye un anexo indispensable a todos los análisis anteriores
que, en el curso de los numerosos encuentros de los miércoles, hemos
dedicado a este tema.
Esta página es obra
de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
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