el respeto al
cuerpo en las obras de arte
Audiencia General del 22 de abril de 1981
1. Reflexionemos ahora
-en relación con las palabras de Cristo en el sermón de la montaña-
sobre el problema del ethos del cuerpo humano en las obras de la
cultura artística. Este problema tiene raíces muy profundas.
Conviene recordar aquí la serie de análisis hechos en relación con
la referencia de Cristo al «principio», y sucesivamente con la
llamada que El mismo «hizo al «corazón» humano, en el sermón de la
montaña. El cuerpo humano -el desnudo cuerpo humano en toda la
verdad de su masculinidad y feminidad- tiene un significado de don
de la persona a la persona. El ethos del cuerpo, es decir, la
regularidad ética de su desnudez, a causa de la dignidad del sujeto
personal, está estrechamente vinculado a ese sistema de referencia,
entendido como sistema esponsalicio, en el que el dar de una parte
se encuentra con la apropiada y adecuada respuesta de la otra al
don. Tal respuesta decide sobre la reciprocidad del don. La
objetivación artística del cuerpo humano en su desnudez masculina y
femenina, a fin de hacer de el primero un modelo y, después, tema de
la obra de arte, es siempre una cierta transferencia al margen de
esta originaria y específica configuración suya con la donación
interpersonal. Ello constituye, en cierto sentido, un desarraigo del
cuerpo humano de esa configuración y su transferencia a la dimensión
de la objetivación artística: dimensión específica de la obra de
arte o bien de la reproducción típica de las técnicas
cinematográficas o fotográficas de nuestro tiempo.
En cada una de estas dimensiones -y en cada una de modo diverso- el
cuerpo humano pierde ese significado profundamente subjetivo del
don, y se convierte en objeto destinado a un múltiple conocimiento,
mediante el cual los que miran, asimilan, o incluso, en cierto
sentido, se adueñan de lo que evidentemente existe, es más, debe
existir esencialmente a nivel de don, hecho de la persona a la
persona, no ya en la imagen, sino en el hombre vivo. A decir verdad,
ese «adueñarse» se da ya a otro nivel, es decir, a nivel del objeto
de la transfiguración o reproducción artística; sin embargo, es
imposible no darse cuenta que desde el punto de vista del ethos del
cuerpo, entendido profundamente, surge aquí un problema. Problema
muy delicado, que tiene sus niveles de intensidad según los diversos
motivos y circunstancias tanto por parte de la actividad artística,
como por parte del conocimiento de la obra de arte o de su
reproducción. Del hecho que se plantee este problema no se deriva
ciertamente que el cuerpo humano, en su desnudez, no pueda
convertirse en tema de la obra de arte, sino sólo que este problema
no es puramente estético ni moralmente indiferente.
2. En nuestros análisis anteriores (sobre todo en relación a la
referencia de Cristo al «principio»), hemos dedicado mucho espacio
al significado de la vergüenza, tratando de comprender la diferencia
entre la situación -y el estado- de la inocencia originaria, en la
que «estaban ambos desnudos... sin avergonzarse de ello» (Gén 2, 25)
y, sucesivamente, entre la situación -y el estado- pecaminoso en el
que nació entre el hombre y la mujer, junto con la vergüenza, la
necesidad específica de la intimidad hacia el propio cuerpo. En el
corazón del hombre sujeto a la concupiscencia esta necesidad sirve,
si bien indirectamente, a asegurar el don y la posibilidad del darse
recíprocamente. Tal necesidad determina también el modo de actuar
del hombre como «objeto de la cultura», en el más amplio significado
de la palabra. Si la cultura demuestra una tendencia explícita a
cubrir la desnudez del cuerpo humano, ciertamente lo hace no sólo
por motivos climáticos, sino también con relación al proceso de
crecimiento de la sensibilidad personal del hombre. La anónima
desnudez del hombre-objeto contrasta con el progreso de la cultura
auténticamente humana de las costumbres. Probablemente es posible
confirmar esto también en la vida de las poblaciones así llamadas
primitivas. El proceso de afinar la sensibilidad personal humana es
ciertamente factor y fruto de la cultura.
Detrás de la necesidad de la vergüenza, es decir, de la intimidad
del propio cuerpo (sobre la cual informan con tanta precisión las
fuentes bíblicas en Génesis 3), se esconde una norma más profunda:
la del don orientada hacia las profundidades mismas del sujeto
personal o hacia la otra persona, especialmente en la relación
hombre-mujer según la perenne regularidad del darse recíproco. De
este modo, en los procesos de la cultura humana, entendida en
sentido amplio, constatamos -incluso en el estado pecaminoso
heredado por el hombre- una continuidad bastante explícita del
significado esponsalicio del cuerpo en su masculinidad y feminidad.
Esa vergüenza originaria, conocida ya desde los primeros capítulos
de la Biblia, es un elemento permanente de la cultura y de las
costumbres. Pertenece al origen del ethos del cuerpo humano.
3. El hombre de sensibilidad desarrollada supera, con dificultad y
resistencia interior, el límite de esa vergüenza. Lo que se pone en
evidencia incluso en las situaciones que por lo demás justifican la
necesidad de desnudar el cuerpo, como por ejemplo, en el caso de los
exámenes o de las intervenciones médicas. Especialmente hay que
recordar también otras circunstancias, como por ejemplo, las de los
campos de concentración o de los lugares de exterminio, donde la
violación del pudor corpóreo es un método conscientemente usado para
destruir la sensibilidad personal y el sentido de la dignidad humana.
Por doquier -si bien de modos diversos- se confirma la misma línea
de regularidad. Siguiendo la sensibilidad personal, el hombre no
quiere convertirse en objeto para los otros a través de la propia
desnudez anónima, ni quiere que el otro se convierta para él en
objeto de modo semejante. Evidentemente «no quiere» en tanto en
cuanto se deja guiar por el sentido de la dignidad del cuerpo humano.
Varios, en efecto, son los motivos que pueden inducir, incitar,
incluso empujar al hombre a actuar de modo contrario a lo que exige
la dignidad del cuerpo humano, en conexión con la sensibilidad
personal. No se puede olvidar que la fundamental «situación»
interior del hombre «histórico» es el estado de la triple
concupiscencia (cf. 1 Jn 2, 16). Este estado -y, en particular, la
concupiscencia de la carne- se hace sentir de diversos modos, tanto
en los impulsos interiores del corazón humano, como en todo el clima
de las relaciones interhumanas y en las costumbres sociales.
4. No podemos olvidar esto ni siquiera cuando se trata de la amplia
esfera de la cultura artística, sobre todo la de carácter visivo y
espectacular, como tampoco cuando se trata de la cultura de «masas»,
tan significativa para nuestros tiempos y vinculada con el uso de
las técnicas de divulgación de la comunicación audiovisual. Se
plantea un interrogante: cuándo y en qué caso esta esfera de
actividad del hombre -desde el punto de vista del ethos del cuerpo-
se pone bajo acusa de «pornovisión», así como la actividad literaria,
a la que se acusaba y se acusa frecuentemente de «pornografía» (este
segundo término es más antiguo). Lo uno y lo otro se realiza cuando
se rebasa el límite de la vergüenza, o sea, de la sensibilidad
personal respecto a lo que tiene conexión con el cuerpo humano, con
su desnudez, cuando en la obra artística o mediante las técnicas de
la reproducción audiovisual se viola el derecho a la intimidad del
cuerpo en su masculinidad o feminidad y -en último análisis- cuando
se viola la profunda regularidad del don y del darse recíproco, que
está inscrita en esa feminidad y masculinidad a través de toda la
estructura del ser hombre. Esta inscripción profunda -mejor incisión-
decide sobre el significado esponsalicio del cuerpo humano, es decir,
sobre la llamada fundamental que éste recibe a formar la «comunión
de las personas» y a participar en ella.
Al interrumpir en este punto nuestra reflexión, que continuaremos en
el próximo capítulo conviene hacer constar que la observancia o la
no observancia de estas regularidades, tan profundamente vinculadas
a la sensibilidad personal del hombre, no puede ser indiferente para
el problema de «crear un clima favorable a la castidad» en la vida y
en la educación social.
Esta página es obra
de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
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