la pureza del
corazón según san pablo
Audiencia General del 8 de febrero de 1981
1. En nuestras
consideraciones del capítulo anterior sobre la pureza, según la
enseñanza de San Pablo, hemos llamado la atención sobre el texto de
la primera Carta a los Corintios. El Apóstol presenta allí a la
Iglesia como Cuerpo de Cristo, y esto le ofrece la oportunidad de
hacer el siguiente razonamiento acerca del cuerpo humano: «...Dios
ha dispuesto los miembros en el cuerpo, cada uno de ellos como ha
querido... Aún más: los miembros del cuerpo que parecen más débiles
son los más necesarios; y a los que parecen más viles los rodeamos
de mayor respeto, y a los que tenemos por menos decentes los
tratamos con mayor decencia, mientras que los que de suyo son
decentes no necesitan de más. Ahora bien: Dios dispuso el cuerpo
dando mayor decencia al que carecía de ella, a fin de que no hubiera
escisioco en el cuerpo, antes todos los miembros se preocupen por
igual unos de otros» (1 Cor 12, 18. 22-25).
2. La «descripción» paulina del cuerpo humano corresponde a la
realidad que lo constituye: se trata, pues, de una descripción «realista».
En el realismo de esta descripción se entreteje, al mismo tiempo, un
sutilísimo hilo de valuación que le confiere un valor profundamente
evangélico, cristiano. Ciertamente, es posible «describir» el cuerpo
humano, expresar su verdad con la objetividad propia de las ciencias
naturales; pero dicha descripción -con toda su precisión- no puede
ser adecuada (esto es, conmensurable con su objeto), dado que no se
trata sólo del cuerpo (entendido coma organismo, en el sentido «somático)»
sino del hombre que se expresa a sí mismo por medio de ese cuerpo, y
en este sentido «es», diría, ese cuerpo. Así pues, ese hilo de
valoración, teniendo en cuenta que se trata del hombre como persona,
es indispensable al describir el cuerpo humano. Además, queda dicho
cuán justa es esta valoración. Esta es una de las tareas y de los
temas perennes de toda la cultura: de la literatura, escultura,
pintura e incluso de la danza, de las obras teatrales y finalmente
de la cultura de la vida cotidiana, privada o social. Tema que
merecía la pena de ser tratado separadamente.
3. La descripción paulina de la primera Carta a los Corintios 12,
18-25 no tiene ciertamente un significado «científico»: no presenta
un estudio biológico sobre el organismo humano, o bien, sobre la «somática»
humana: desde este punto de vista es una simple descripción «pre-científica»
por lo demás concisa, hecha apenas con unas pocas frases. Tiene
todas las características del realismo común y es, sin duda,
suficientemente «realista». Sin embargo, lo que determina su
carácter específico, lo que de modo particular Justifica su
presencia en la Sagrada Escritura, es precisamente esa valoración
entretejida en la descripción y expresada en su misma trama «narrativo-realista».
Se puede decir con certeza que esta descripción no sería posible sin
toda la verdad de la creación y también sin toda la verdad de la «redención
del cuerpo», que Pablo profesa y proclama. Se puede afirmar también
que la descripción paulina del cuerpo corresponde precisamente a la
actitud espiritual de «respeto» hacia el cuerpo humano, debido a la
«santidad» (cf. 1 Tes 4, 3-5, 7-8) que surge de los misterios de la
creación y de la redención. La descripción paulina esta igualmente
lejana tanto del desprecio maniqueo del cuerpo, como de las varias
manifestaciones de un «culto del cuerpo» naturalista.
4. El autor de la primera Carta a los Corintios 12, 18-25 tiene ante
los ojos el cuerpo humano en toda su verdad; por lo tanto, el cuerpo
impregnado, ante todo (si así se puede decir) por la realidad entera
de la persona y de su dignidad. Es, al mismo tiempo, el cuerpo del
hombre «histórico», varón y mujer, esto es, de ese hombre que,
después del pecado, fue concebido, por decirlo así, dentro y por la
realidad del hombre que había tenido la experiencia de la inocencia
originaria. En las expresiones de Pablo acerca de los «miembros
menos decentes» del cuerpo humano, como también acerca de aquellos
que «parecen más débiles», o bien acerca de los «que tenemos por más
viles», nos parece encontrar el testimonio de la misma vergüenza que
experimentaron los primeros seres humanos, varón y mujer, después
del pecado original. Esta vergüenza quedó impresa en ellos y en
todas las generaciones del hombre «histórico», como fruto de la
triple concupiscencia (con referencia especial a la concupiscencia
de la carne). Y, al mismo tiempo, en esta vergüenza -como ya se puso
de relieve en los análisis precedentes- quedo impreso un cierto
«eco» de la misma inocencia originaria del hombre: como un «negativo»
de la imagen, cuyo «positivo» había sido precisamente la inocencia
originaria.
5. La «descripción» paulina del cuerpo humano parece confirmar
perfectamente nuestros análisis anteriores. Están en el cuerpo
humano los «miembros menos decentes» no a causa de su naturaleza «somática»
(ya que una descripción científica y fisiológica trata a todos los
miembros y a los órganos del cuerpo humano de modo «neutral», con la
misma objetividad), sino sola y exclusivamente porque en el hombre
mismo existe esa vergüenza que hace ver a algunos miembros del
cuerpo como «menos decentes» y lleva a considerarlos como tales. La
misma vergüenza parece, ala vez, constituir la base de lo que
escribe el Apóstol en la primera Carta a los Corintios: «A los que
parecen más viles los rodeamos de mayor respeto, y a los que tenemos
por menos decentes los tratamos con mayor decencia» (1 Cor 12, 33).
Así, pues, se puede decir que de la vergüenza nace precisamente el «respeto»
por el propio cuerpo: respeto, cuyo mantenimiento pide Pablo en la
primera Carta a los Tesalonicenses (4, 4). Precisamente este
mantenimiento del cuerpo «en santidad y respeto» se considera como
esencial para la virtud de la pureza.
6. Volviendo todavía a la «descripción» paulina del cuerpo en la
primera Carta a los Corintios 12, 18-25, queremos llamar la atención
sobre el hecho de que, según el autor de la Carta, ese esfuerzo
particular que tiende a respetar el cuerpo humano y especialmente a
sus miembros más «débiles» o «menos decentes», corresponde al
designio originario del Creador, o sea, a esa visión de la que habla
el libro del Génesis: «Y vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho»
(Gén 1, 31). Pablo escribe: «Dios dispuso el cuerpo dando mayor
decencia al que carecía de ella, a fin de que no hubiera escisiones
en el cuerpo, antes todos los miembros se preocupen por igual unos
de otros» (1 Cor 12, 24-25). La «escisión en el cuerpo», cuyo
resultado es que algunos miembros son considerados «más débiles», «más
viles», por lo tanto, «menos decentes», es una expresión ulterior de
la visión del estado interior del hombre después del pecado
original, esto es, del hombre «histórico». El hombre de la inocencia
originaria, varón y mujer, de quienes leemos en el Génesis 2, 25 que
«estaban desnudos... sin avergonzarse de ello», tampoco
experimentaba esa «desunión en el cuerpo». A la armonía objetiva,
con la que el Creador ha dotado al cuerpo y que Pablo llama cuidado
recíproco de los diversos miembros (cf. 1 Cor 12, 25), correspondía
una armonía análoga en el interior del hombre: la armonía del «corazón»
Esta armonía, o sea, precisamente la «pureza de corazón», permitía
al hombre y a la mujer, en el estado de la inocencia originaria,
experimentar sencillamente (y de un modo que originariamente hacía
felices a los dos) la fuerza unitiva de sus cuerpos, que era, por
decirlo así, el substrato «insospechable» de su unión personal o
communio personarum.
7. Como se ve, el Apóstol en la primera Carta a los Corintios (12,
18-25) vincula su descripción del cuerpo humano al estado del hombre
«histórico». En los umbrales de la historia de este hombre está la
experiencia de la vergüenza ligada con la «desunión en el cuerpo»,
con el sentido del pudor por ese cuerpo (y especialmente por esos
miembros que somáticamente determinan la masculinidad y la feminidad).
Sin embargo, en la misma «descripción», Pablo indica también el
camino que (precisamente basándose en el sentido de vergüenza) lleva
a la transformación de este estado hasta la victoria gradual sobre
esa «desunión en el cuerpo», victoria que puede y debe realizarse en
el corazón del hombre. Este es precisamente el camino de la pureza,
o sea, «mantener el propio cuerpo en santidad y respeto». Al «respeto»,
del que trata en la primera Carta a los Tesalonicenses (4, 3-5),
Pablo se remite de nuevo en la primera Carta a los Corintios (12
18,25), al usar algunas locuciones equivalentes, cuando habla del «respeto»,
o sea, de la estima hacia los miembros «más viles», «más débiles»
del cuerpo y cuando recomienda mayor «decencia» con relación a lo
que en el hombre es considerado «menos decente». Estas locuciones
caracterizan más de cerca ese «respeto», sobre todo, en el ámbito de
las relaciones y comportamientos humanos en lo que se refiere al
cuerpo; lo cual es importante tanto respecto al «propio» cuerpo,
como evidentemente también en las relaciones recíprocas (especialmente
entre el hombre y la mujer, aunque no se limitan a ellas).
No tenemos duda alguna de que la «descripción» del cuerpo humano en
la primera Carta a los Corintios tiene un significado fundamental
para el conjunto de la doctrina paulina sobre la pureza.
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de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
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