el respeto al
cuerpo según san pablo
Audiencia General del 28 de enero de 1981
1. Escribe San Pablo en
la primera Carta a los Tesalonicenses: «...Esta es la voluntad de
Dios, vuestra santificación; que os abstengáis de la fornificación;
que cada uno sepa mantener su propio cuerpo en santidad y respeto,
no con afecto libidinoso, como los gentiles que no conocen a Dios»
(1 Tes 4, 3-5). Y después de algunos versículos, continua: «Que no
os llamó Dios a la impureza, sino a la santidad. Por tanto, quien
estos preceptos desprecia, no desprecia al hombre, sino a Dios, que
os dio su Espíritu Santo» (ib., 4, 7-8). A estas frases del Apóstol
hicimos referencia durante nuestro encuentro del pasado 14 de enero.
Sin embargo, hoy volvemos sobre ellas porque son particularmente
importantes para el tema de nuestras meditaciones.
2. La pureza, de la que habla Pablo en la primera Carta a los
Tesalonicenses (4, 3-5. 7-8), se manifiesta en el hecho de que el
hombre «sepa mantener el propio cuerpo en santidad y respeto, no con
afecto libidinoso». En esta formulación cada palabra tiene un
significado particular y, por lo tanto, merece un comentario
adecuado.
En primer lugar, la pureza es una «capacidad», o sea en el lenguaje
tradicional de la antropología y de la ética: una actitud. Y en este
sentido, es virtud. Si esta capacidad es decir, virtud. Lleva a
abstenerse «de la impureza», esto sucede porque el hombre que la
posee sabe «mantener el propio cuerpo en santidad y respeto, no con
afecto libidinoso. Se trata aquí de una capacidad práctica, que hace
al hombre apto para actuar de un modo determinado y, al mismo tiempo,
para no actuar del modo contrario. La pureza, para ser esta
capacidad o actitud, obviamente debe estar arraigada en la voluntad,
en el fundamento mismo del querer y del actuar consciente del
hombre. Tomás de Aquino, en su doctrina sobre las virtudes, ve de
modo aun más directo el objeto de la pureza en la facultad del deseo
sensible, al que él llama appetitus concupiscibilis. Precisamente
esta facultad debe ser particularmente «dominada», ordenada y hecha
capaz de actuar de modo conforme a la virtud, a fin de que la «pureza»
pueda atribuírsele al hombre. Según esta concepción, la pureza
consiste, ante todo, en contener los impulsos del deseo sensible,
que tiene como objeto lo que en el hombre es corporal y sexual. La
pureza es una variante de la virtud de la templanza.
3. El texto de la primera Carta a los Tesalonicenses (4; 3-5)
demuestra que la virtud de la pureza, en la concepción de Pablo,
consiste también en el dominio y en la superación de «pasiones
libidinosas»; esto quiere decir que pertenece necesariamente a su
naturaleza la capacidad de contener los impulsos del deseo sensible,
es decir, la virtud de la templanza. Pero, a la vez, el mismo texto
paulino dirige nuestra atención hacia otra función de la virtud de
la pureza, hacia otra dimensión suya -podría decirse- más positiva
que negativa. La finalidad, pues, de la pureza, que el autor de la
Carta parece poner de relieve, sobre todo, es no sólo (y no tanto)
la abstención de la «impureza» y de lo que a ella conduce, por lo
tanto, la abstención de «pasiones libidinosas», sino, al mismo
tiempo, el mantenimiento del propio cuerpo e, indirectamente,
también del de los otros con «santidad y respeto».
Estas dos funciones, la «abstención» y el «mantenimiento» están
estrechamente ligadas y son recíprocamente dependientes. Porque, en
efecto, no se puede «mantener el cuerpo con santidad y respeto», si
falta esa abstención «de la impureza», y de lo que a ella conduce,
en consecuencia se puede admitir que el mantenimiento del cuerpo (propio
e, indirectamente, de los demás) «en santidad y respeto» confiere
adecuado significado y valor a esa abstención. Esta, de suyo,
requiere la superación de algo que hay en el hombre y que nace
espontáneamente en él como inclinación, como atractivo y también
como valor que actúa, sobre todo, en el ámbito de los sentidos, pero
muy frecuentemente no sin repercusiones sobre otras dimensiones de
la subjetividad humana, y particularmente sobre la dimensión
afectivo-emotiva.
4. Considerando todo esto, parece que la imagen paulina de la virtud
de la pureza-imagen que emerge de la confrontación tan elocuente de
la función de la «abstención» (esto es, de la templanza) con la del
«mantenimiento del cuerpo con santidad y respeto»- es profundamente
justa, completa y adecuada. Quizá debemos esta plenitud no a otra
cosa sino al hecho de que Pablo considera la pureza no sólo como
capacidad (esto es, actitud) de las facultades subjetivas del
hombre, sino, al mismo tiempo, como una manifestación concreta de la
vida «según el Espíritu», en la cual la capacidad humana está
interiormente fecundada y enriquecida por lo que Pablo, en la Carta
a los Gálatas 5, 22, llama «fruto del Espíritu». El respeto que nace
en el hombre hacia todo lo que es corpóreo y sexual, tanto en sí,
como en todo otro hombre, varón y mujer, se manifiesta como la
fuerza más esencial para mantener el cuerpo «en santidad». Para
comprender la doctrina paulina sobre la pureza, es necesario entrar
a fondo en el significado del término «respeto», entendido aquí,
obviamente, como fuerza de carácter espiritual. Precisamente esta
fuerza interior es la que confiere plena dimensión a la pureza como
virtud, es decir, como capacidad de actuar en todo ese campo en el
que el hombre descubre, en su interior mismo, los múltiples impulsos
de «pasiones libidinosas», y a veces, por varios motivos, se rinde a
ellos.
5. Para entender mejor el pensamiento del autor de la primera Carta
a los Tesalonicenses, es oportuno tener presente además otro texto,
que encontramos en la primera Carta a los Corintios. Pablo expone
allí su gran doctrina eclesiológica, según la cual, la Iglesia es
Cuerpo de Cristo; aprovecha la ocasión para formular la
argumentación siguiente acerca del cuerpo humano: «...Dios ha
dispuesto los miembros en el cuerpo, cada uno de ellos como ha
querido» (1 Cor 12, 18); y más adelante: «Aún hay más: los miembros
del cuerpo que parecen más débiles son los más necesarios; y a los
que parecen más viles los rodeamos de mayor honor, y a los que
tenemos por indecentes, los tratamos con mayor decencia, mientras
que los que de suyo son decentes no necesitan de mas. Ahora bien:
Dios dispuso el cuerpo dando mayor decencia al que carecía de ella,
a fin de que no hubiera escisiones en el cuerpo, antes todos los
miembros se preocupen por igual unos de otros» (ib., 12, 22-25).
6. Aunque el tema propio del texto en cuestión sea la teología de la
Iglesia como Cuerpo de Cristo, sin embargo en torno a este pasaje,
se puede decir que Pablo, mediante su gran analogía eclesiológica (que
se repite en otras Cartas, y que tomaremos a su tiempo), contribuye,
a la vez, a profundizar en la teología del cuerpo. Mientras en la
primera Carta a los Tesalonicenses escribe acerca del mantenimiento
del cuerpo «en santidad y respeto», en el pasaje que acabamos de
citar de la primera Carta a los Corintios quiere mostrar a este
cuerpo humano precisamente como digno de respeto; se podría decir
también que quiere enseñar a los destinatarios de su Carta la justa
concepción del cuerpo humano.
Por eso, esta descripción paulina del cuerpo humano en la primera
Carta a los Corintios, parece estar estrechamente ligada a las
recomendaciones de la primera Carta a los Tesalonicenses: «Que cada
uno sepa mantener el propio cuerpo en santidad y respeto» (1 Tes 4,
4). Este es un hilo importante, quizá el esencial, de la doctrina
paulina sobre la pureza.
Esta página es obra
de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
Copyright
© 2001 SCTJM |