la pureza de
corazón evangélica
Audiencia General del 14 de enero de 1981
1. San Pablo escribe en
la Carta a los Gálatas: «Vosotros, hermanos habéis sido llamados a
la libertad; pero cuidado con tomar la libertad por pretexto para
servir a la carne, antes servíos unos a otros por la caridad. Porque
toda la ley se resume en este solo precepto: Amarás a tu prójimo
como a ti mismo» (Gál 5, 13-14). La semana pasada nos hemos detenido
ya a reflexionar sobre estas palabras; sin embargo, nos volvemos a
ocupar de ellas hoy, en relación al tema principal de nuestras
reflexiones.
Aunque el pasaje citado se refiera ante todo al tema de la
justificación sin embargo, el Apóstol tiende aquí explícitamente a
hacer comprender la dimensión ética de la contraposición «cuerpo-espíritu»
esto es, entre la vida según la carne y la vida según el Espíritu.
Más aún, precisamente aquí toca el punto esencial, descubriendo casi
las mismas raíces antropológicas del ethos evangélico. Efectivamente
si «toda la ley» (ley moral del Antiguo Testamento) «halla su
plenitud» en el mandamiento de la caridad, la dimensión del nuevo
ethos evangélico no es más que una llamada dirigida a la libertad
humana, una llamada a su realización plena y, en cierto sentido, a
la mas plena «utilización» de la potencialidad del espíritu humano.
2. Podría parecer que Pablo contraponga solamente la libertad a la
ley y la ley a la libertad. Sin embargo, un análisis profundo del
texto demuestra que San Pablo, en la Carta a los Gálatas, subraya
ante todo la subordinación ética de la libertad a ese elemento en el
que se cumple toda la ley, o sea, al amor, que es el contenido del
mandamiento más grande del Evangelio. «Cristo nos ha liberado para
que seamos libres», precisamente en el sentido en que El nos ha
manifestado la subordinación ética (y teológica) de la libertad a la
caridad y que ha unido la libertad con el mandamiento del amor.
Entender así la vocación a la libertad («Vosotros... hermanos,
habéis sido llamados a la libertad», Gál 5, 13), significa
configurar el ethos, en el que se realiza la vida «según el Espíritu».
Efectivamente, hay también el peligro de entender la libertad de
modo erróneo, y Pablo lo señala con claridad, al escribir en el
mismo contexto: «Pero cuidado con tomar la libertad por pretexto
para servir a la carne, antes servíos unos a otros por la caridad» (ib.)
3. En otras palabras: Pablo nos pone en guardia contra la
posibilidad de hacer mal uso de la libertad, un uso que contraste
con la liberación del espíritu humano realizada por Cristo y que
contradiga a esa libertad con la que «Cristo nos ha liberado». En
efecto, Cristo ha realizado y manifestado la libertad que encuentra
la plenitud en la caridad, la libertad, gracias a la cual, estamos «los
unos al servicio de los otros»; en otras palabras: la libertad que
se convierte en fuente de «obras» nuevas y de «vida» según el
Espíritu. La antítesis y, de algún modo, la negación de este uso de
la libertad tiene lugar cuando se convierte para el hombre en «un
pretexto para vivir según la carne». La libertad viene a ser
entonces una fuente de «obras» y de «vida» según la carne. Deja de
ser la libertad auténtica, para la cual «Cristo nos ha liberado», y
se convierte en «un pretexto para vivir según la carne», fuente (o
bien instrumento) de un «yugo» específico por parte de la soberbia
de la vida, de la concupiscencia de los ojos y de la concupiscencia
de la carne. Quien de este modo vive «según la carne», esto es, se
sujeta -aunque de modo no del todo consciente, más sin embargo,
efectivo- a la triple concupiscencia, y en particular a la
concupiscencia de la carne, deja de ser capaz de esa libertad para
la que «Cristo nos ha liberado»; deja también de ser idóneo para el
verdadero don de si, que es fruto y expresión de esta libertad.
Además, deja de ser capaz de ese don que está orgánicamente ligado
con el significado esponsalicio del cuerpo humano, del que hemos
tratado en los precedentes análisis del libro del Génesis (cf. Gén
2, 23-25).
4. De este modo, la doctrina paulina acerca de la pureza, doctrina
en la que encontramos el eco fiel y auténtico del sermón de la
montaña, nos permite ver la «pureza de corazón» evangélica y
cristiana en una perspectiva más amplia, y sobre todo nos permite
unirla con la caridad en la que toda «la ley encuentra su plenitud».
Pablo, de modo análogo a Cristo, conoce un doble significado de la «pureza»
(y de la «impureza»): un sentido genérico y otro específico. En el
primer caso, es «puro» todo lo que es moralmente bueno; en cambio,
es «impuro» lo que es moralmente malo. Lo afirman con claridad las
palabras de Cristo según Mateo 15, 18-20, citadas anteriormente. En
los enunciados de Pablo acerca de las «obras de la carne», que
contrapone al «fruto del Espíritu», encontramos la base para un modo
análogo de entender este problema. Entre las «obras de la carne»,
Pablo coloca lo que es moralmente malo, mientras que todo bien moral
está unido con la vida «según el Espíritu». Así, una de las
manifestaciones de la vida «según el Espíritu» es el comportamiento
conforme a esa virtud, a la que Pablo, en la Carta a los Gálatas,
parece definir más bien indirectamente, pero de la que habla de modo
directo en la primera Carta a los Tesalonicenses.
5. En los pasajes de la Carta a los Gálatas, que ya hemos sometido
anteriormente a análisis detallado, el Apóstol enumera en el primer
lugar, entre las «obras de la carne»: «fornicación, impureza,
libertinaje»; sin embargo, a continuación, cuando contrapone a estas
obras el «fruto del Espíritu», no habla directamente de la «pureza»,
sino que solamente nombra el «dominio de sí», la enkráteia. Este «dominio»
se puede reconocer como virtud que se refiere a la continencia en el
ámbito de todos los deseos de los sentidos, sobre todo en la esfera
sexual; por lo tanto, está en contraposición con la «fornicación,
con la impureza, con el libertinaje», y también con la «embriaguez»,
con las «orgías». Se podría admitir, pues, que el paulino «dominio
de sí» contiene lo que se expresa con el término «continencia» o «templanza»,
que corresponde al término latino temperantia. En este caso, nos
hallamos frente al conocido sistema de las virtudes, que la teología
posterior, especialmente la escolástica, tomará prestado, en cierto
sentido, de la ética de Aristóteles. Sin embargo, Pablo ciertamente
no se sirve, en su texto, de este sistema. Dado que por «pureza» se
debe entender el justo modo de tratar la esfera sexual, según el
estado personal (y no necesariamente una abstención absoluta de la
vida sexual), entonces indudablemente esta «pureza» está comprendida
en el concepto paulino de «dominio» o enkráteia. Por esto, en el
ámbito del texto paulino encontramos sólo una mención genérica e
indirecta de la pureza, en tanto en cuanto el autor contrapone a
estas «obras de la carne» como «fornicación, impureza, libertinaje»,
el «fruto del Espíritu», es decir, obras nuevas, en las que se
manifiesta «la vida según el Espíritu». Se puede deducir que una de
estas obras nuevas es precisamente la «pureza»: es decir, la que se
contrapone a la «impureza» y también a la «fornicación» y al «libertinaje».
6. Pero ya en la primera Carta a los Tesalonicenses, Pablo escribe
sobre este tema de modo explícito e inequívoco. Allí leemos «La
voluntad de Dios es vuestra santificación; que os abstengáis de la
fornicación; que cada uno sepa mantener el propio cuerpo (1) en
santidad y honor, no como objeto de pasión libidinosa, como los
gentiles, que no conocen a Dios (1 Tes 4, 3-5). Y luego: «Que no nos
llamó Dios a la impureza, sino a la santidad. Por tanto, quien estos
preceptos desprecia, no desprecia al hombre, sino a Dios, que os dio
su Espíritu Santo» (1 Tes 4, 7-8). Aunque también en este texto nos
dé que hacer el significado genérico de la «pureza» identificada en
este caso con la «santificación» (en cuanto que se nombra a la «impureza»
como antítesis de la «santificación»), sin embargo, todo el contexto
indica claramente de qué «pureza» o de qué «impureza» se trata, esto
es, en qué consiste lo que Pablo llama aquí «impureza», y de que
modo la «pureza» contribuye a la «santificación» del hombre.
Y, por esto, en las reflexiones sucesivas, convendrá volver de nuevo
sobre el texto de la primera Carta a los Tesalonicenses, que
acabamos de citar.
Notas
(1) Sin entrar en las discusiones detalladas de los exegetas, sin embargo,
es necesario señalar que la expresión griega tò heatoû skeûos puede
referirse también a la mujer (cf. 1 Pe 3, 7).
Esta página es obra
de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
Copyright
© 2001 SCTJM |