la redención del
cuerpo
Audiencia General del 3 de diciembre de 1980
1. Al comienzo de
nuestras consideraciones sobre las palabras de Cristo en el sermón
de la montaña (Mt 5, 27-28), hemos constatado que contienen un
profundo significado ético y antropológico. Se trata aquí del pasaje
en el que Cristo recuerda el mandamiento: «No adulterarás», y añade:
«Todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella (o
con relación a ella) en su corazón». Hablamos del significado ético
y antropológico de estas palabras, porque aluden a las dos
dimensiones íntimamente unidas del ethos y del hombre «histórico».
En el curso de los análisis precedentes, hemos intentado seguir
estas dos dimensiones, recordando siempre que las palabras de Cristo
se dirigen al «corazón», esto es, al hombre interior. El hombre
interior es el sujeto específico del ethos del cuerpo, y Cristo
quiere impregnar de esto la conciencia y la voluntad de sus oyentes
y discípulos. Se trata indudablemente de un ethos «nuevo». Es «nuevo»
en relación con el ethos de los hombres del Antiguo Testamento, como
ya hemos tratado de demostrar en análisis más detallados. Es «nuevo»
también respecto al estado del hombre «histórico», posterior al
pecado original, esto es, respecto al «hombre de la concupiscencia».
Se trata, pues, de un ethos «nuevo» en un sentido y en un alcance
universales. Es «nuevo» respecto a todo hombre, independientemente
de cualquier longitud y latitud geográfica e histórica.
2. Este «nuevo» ethos, que emerge de la perspectiva de las palabras
de Cristo pronunciadas en el sermón de la montaña, lo hemos llamado
ya más veces «ethos de la redención» y, más precisamente, ethos de
la redención del cuerpo. Aquí hemos seguido a San Pablo, que en la
Carta a los Romanos contrapone «la servidumbre de la corrupción»
(Rom 8, 21) y la sumisión a «la vanidad» (ib., 8, 20) -de la que se
hace participe toda la creación a causa del pecado- al deseo de la «redención
de nuestro cuerpo» (ib., 8, 23). En este contexto, el Apóstol habla
de los gemidos de «toda la creación» que «abriga la esperanza de que
también ella será libertada de la servidumbre de la corrupción, para
participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios» (ib.,
8, 20-21). De este modo, San Pablo desvela la situación de toda la
creación, y en particular la del hombre después del pecado. Para
esta situación es significativa la aspiración que -juntamente con la
«adopción de hijos» (ib., 8, 23)- tiende precisamente a la «redención
del cuerpo», presentada como el fin, como el fruto escatológico y
maduro del misterio de la redención del hombre y del mundo,
realizada por Cristo.
3. ¿En qué sentido, pues, podemos hablar del ethos de la redención y
especialmente del ethos de la redención del cuerpo? Debemos
reconocer que en el contexto de las palabras del sermón de la
montaña (Mt 5, 27-28), que hemos analizado, este significado no
aparece todavía en toda su plenitud. Se manifestará más
completamente cuando examinemos otras palabras de Cristo, esto es,
aquellas en las que se refiere a la resurrección (cf. Mt 22, 30; Mc
12, 25; Lc 20, 35-36). Sin embargo, no hay duda alguna de que
también en el sermón de la montaña Cristo habla en la perspectiva de
la redención del hombre y del mundo (y precisamente, por lo tanto,
de la «redención del cuerpo»). De hecho, ésta es la perspectiva de
todo el Evangelio, de toda la enseñanza, más aún, de toda la misión
de Cristo. Y aunque el contexto inmediato del sermón de la montaña
señale a la ley y a los Profetas como el punto de referencia
histórico, propio del Pueblo de Dios de la Antigua Alianza, sin
embargo, no podemos olvidar jamás que en la enseñanza de Cristo la
referencia fundamental a la cuestión del matrimonio y al problema de
las relaciones entre el hombre y la mujer, se remite al «principio».
Esta llamada sólo puede ser justificada por la realidad de la
redención; fuera de ella, en efecto, permanecería únicamente la
triple concupiscencia, o sea, esa «servidumbre de la corrupción», de
la que escribe el Apóstol Pablo (Rom 8, 21). Solamente la
perspectiva de la redención justifica la referencia al «principio»,
o sea, la perspectiva del misterio de la creación en la totalidad de
la enseñanza de Cristo acerca de los problemas del matrimonio, del
hombre y de la mujer y de su relación recíproca. Las palabras de
Mateo 5, 27-28 se sitúan, en definitiva, en la misma perspectiva
teológica.
4. En el sermón de la montaña Cristo no invita al hombre a retomar
al estado de la inocencia originaria, porque la humanidad la ha
dejado irrevocablemente detrás de sí, sino que lo llama a encontrar
-sobre el fundamento de los significados perennes y, por así decir,
indestructibles de lo que es «humano»- las formas vivas del «hombre
nuevo». De este modo se establece un vínculo, más aún, una
continuidad entre el «principio» y la perspectiva de la redención.
En el ethos de la redención del cuerpo deberá reanudarse de nuevo el
ethos originario de la creación. Cristo no cambia la ley, sino que
confirma el mandamiento: «No adulterarás»; pero, al mismo tiempo,
lleva el entendimiento y el corazón de los oyentes hacia esa «plenitud
de la justicia» querida por Dios creador y legislador, que encierra
este mandamiento en sí. Esta plenitud se descubre: primero con una
visión interior «del corazón», y luego con un modo adecuado de ser y
de actuar. La forma del hombre «nuevo» puede surgir de este modo de
ser y de actuar, en la medida en que el ethos de la redención del
cuerpo domina la concupiscencia de la carne y a todo el hombre de la
concupiscencia. Cristo indica con claridad que el camino para
alcanzarlo debe ser camino de templanza y de dominio de los deseos,
y esto en la raíz misma, ya en la esfera puramente interior («todo
el que mira para desear..»). El ethos de la redención contiene en
todo ámbito -y directamente en la esfera de la concupiscencia de la
carne- el imperativo del dominio de sí, la necesidad de una
inmediata continencia y de una templanza habitual.
5. Sin embargo, la templanza y la continencia no significan -si es
posible expresarse así- una suspensión en el vacío: ni en el vacío
de los valores ni en el vacío del sujeto. El ethos de la redención
se realiza en el dominio de sí, mediante la templanza, esto es, la
continencia de los deseos. En este comportamiento el corazón humano
permanece vinculado al valor, del cual, a través del deseo, se
hubiera alejado de otra manera, orientándose hacia la mera
concupiscencia carente de valor ético (como hemos dicho en el
análisis precedente). En el terreno del ethos de la redención la
unión con ese valor mediante un acto de dominio, se confirma, o bien
se restablece, con una fuerza y una firmeza todavía mas profundas. Y
se trata aquí del valor del significado esponsalicio del cuerpo, del
valor de un signo transparente, mediante el cual el Creador -junto
con el perenne atractivo recíproco del hombre y de la mujer a través
de la masculinidad y feminidad- ha escrito en el corazón de ambos el
don de la comunión, es decir, la misteriosa realidad de su imagen y
semejanza. De este valor se trata en el acto del dominio de sí y de
la templanza, a los que llama Cristo en el sermón de la montaña (Mt
5, 27-28).
6. Este acto puede dar la impresión de la suspensión «en el vacío
del sujeto». Puede dar esta impresión particularmente cuando es
necesario decidirse a realizarlo por primera vez, o también, mas
todavía, cuando se ha creado el hábito contrario, cuando el hombre
se ha habituado a ceder a la concupiscencia de la carne. Sin
embargo, incluso ya la primera vez, y mucho más si se adquiere
después el hábito, el hombre realiza la gradual experiencia de la
propia dignidad y, mediante la templanza, atestigua el propio
autodominio y demuestra que realiza lo que en él es esencialmente
personal. Y, además, experimenta gradualmente la libertad del don,
que por un lado es la condición, y por otro es la respuesta del
sujeto al valor esponsalicio del cuerpo humano, en su feminidad y
masculinidad. Así, pues, el ethos de la redención del cuerpo se
realiza a través del dominio de sí, a través de la templanza de los
«deseos», cuando el corazón humano estrecha la alianza con este
ethos, o más bien, la confirma mediante la propia subjetividad
integral: cuando se manifiestan las posibilidades y las
disposiciones más profundas y, no obstante, más reales de la
persona, cuando adquieren voz los estratos más profundos de su
potencialidad, a los cuales la concupiscencia de la carne, por
decirlo así, no permitiría manifestarse. Estos estratos no pueden
emerger tampoco cuando el corazón humano está anclado en una
sospecha permanente, como resulta de la hermenéutica freudiana. No
pueden manifestarse siquiera cuando en la conciencia domina el «antivalor»
maniqueo. En cambio, el ethos de la redención se basa en la estrecha
alianza con esos estratos.
7. Ulteriores reflexiones nos darán prueba de ello. Al terminar
nuestros análisis sobre el enunciado tan significativo de Cristo
según Mateo 5, 27-28, vemos que en él el «corazón» humano es sobre
todo objeto de una llamada y no de una acusación. Al mismo tiempo,
debemos admitir que la conciencia del estado pecaminoso en el hombre
histórico es no sólo un necesario punto de partida, sino también una
condición indispensable de su aspiración a la virtud, a la «pureza
de corazón», a la perfección. El ethos de la redención del cuerpo
permanece profundamente arraigado en el realismo antropológico y
axiológico de la Revelación. Al referirse, en este caso, al «corazón»,
Cristo formula sus palabras del modo más concreto: efectivamente, el
hombre es único e irrepetible sobre todo a causa de su «corazón»,
que decide de él «desde dentro». La categoría del «corazón» es, en
cierto sentido, lo equivalente de la subjetividad personal. El
camino de la llamada a la pureza del corazón, tal como fue expresada
en el sermón de la montaña, es en todo caso reminiscencia de la
soledad originaria, de la que fue liberado el hombre-varón mediante
la apertura al otro ser humano, a la mujer. La pureza de corazón se
explica, en fin de cuentas, con la relación hacia el otro sujeto,
que es originaria y perennemente «conllamado».
La pureza es exigencia del amor. Es la dimensión de su verdad
interior en el «corazón» del hombre.
Esta página es obra
de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
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