relación ética
entre lo interior y lo exterior
Audiencia General del 1 de octubre de 1980
1. Llegamos en nuestro análisis
a la tercera parte del enunciado de Cristo en el sermón de la montaña (Mt 5,
27-28). La primera parte era: «Habéis oído que fue dicho: No adulterarás».
La segunda: «pero yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola»,
está gramaticalmente unida a la tercera: «ya adulteró con ella en su corazón».
El método aplicado, que es el de dividir, «romper» el enunciado de Cristo en
tres partes que se suceden, puede parecer artificioso. Sin embargo, cuando
buscamos el sentido ético de todo el enunciado en su totalidad, puede ser
útil precisamente la división del texto empleada por nosotros, con tal de
que no se aplique sólo de manera disyuntiva, sino conjuntiva. Y es lo que
intentamos hacer. Cada una de las distintas partes tiene un contenido propio
y connotaciones que le son específicas, y es precisamente lo que queremos
poner de relieve mediante la división del texto; pero al mismo tiempo se
advierte que cada una de las partes se explica en relación directa con las
otras. Esto se refiere, en primer lugar, a los principales elementos
semánticos, mediante los cuales el enunciado constituye un conjunto. He aquí
estos elementos: cometer adulterio, desear, cometer adulterio en el cuerpo,
cometer adulterio en el corazón. Resultaría especialmente difícil establecer
el sentido ético del «desear» sin el elemento indicado aquí últimamente,
esto es, el «adulterio en el corazón». El análisis precedente ya tuvo en
consideración, de cierta manera, este elemento; sin embargo, una comprensión
más plena del miembro «cometer adulterio en el corazón», sólo es posible
después de un adecuado análisis.
2. Como ya hemos aludido al comienzo, aquí se trata de establecer el sentido
ético. El enunciado de Cristo, en Mt. 5, 27-28, toma origen del mandamiento
«no adulterarás», para mostrar cómo es preciso entenderlo y ponerlo en
práctica, a fin de que abunde en el la «justicia» que Dios Yahvé ha querido
como Legislador: a fin de que abunde en mayor medida de la que resultaba de
la interpretación y de la casuística de los doctores del Antiguo Testamento.
Si las palabras de Cristo en este sentido, tienden a construir el nuevo
ethos (y basándose en el mismo mandamiento), el camino para esto pasa a
través del descubrimiento de los valores que se habían perdido en la
comprensión general veterotestamentaria y en la aplicación de este
mandamiento.
3. Desde este punto de vista es significativa también la formulación del
texto de Mateo 5, 27-28. El mandamiento «no adulterarás» esta formulado como
una prohibición que excluye de modo categórico un determinado mal moral. Es
sabido que la misma ley (decálogo), además de la prohibición «no adulterarás»,
comprende también la prohibición «no desearás la mujer de tu prójimo» (Ex
20, 14. 17; Dt 5, 18. 21). Cristo no hace vana una prohibición respecto a la
otra. Aún cuando hable del «deseo», tiende a una clarificación más profunda
del «adulterio». Es significativo que, después de haber citado la
prohibición «no adulterarás» como conocida a los oyentes, a continuación, en
el curso de su enunciado cambie su estilo y la estructura lógica de
regulativa en narrativo-afirmativa. Cuando dice «Todo el que mira a una
mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón», describe un hecho
interior, cuya realidad pueden comprender fácilmente los oyentes. Al mismo
tiempo, a través del hecho así descrito y calificado, indica cómo es preciso
entender y poner en práctica el mandamiento «no adulterarás», para que lleve
a la «justicia» querida por el Legislador.
4. De este modo hemos llegado a la expresión «adulteró en el corazón»,
expresión-clave, como parece, para entender su justo sentido ético. Esta
expresión es, al mismo tiempo, la fuente principal para revelar los valores
esenciales del nuevo ethos: el ethos del sermón de la montaña. Como sucede
frecuentemente en el Evangelio, también aquí volvemos a encontrar una cierta
paradoja. En efecto, ¿cómo puede darse el «adulterio» sin «cometer adulterio»,
es decir, sin el acto exterior que permite individuar el acto prohibido por
la ley? Hemos visto cuánto se interesaba la casuística de los «doctores de
la ley» para precisar este problema. Pero, aún independientemente de la
casuística, parece evidente que el adulterio sólo puede ser individuado «en
la carne», esto es, cuando los dos: el hombre y la mujer que se unen entre
sí de modo que se convierten en una sola carne (cfr. Gén. 2, 24) no son
cónyuges legales: esposo y esposa. Por lo tanto, ¿qué significado puede
tener el «adulterio cometido en el corazón»? ¿Acaso no se trata de una
expresión sólo metafórica, empleada por el Maestro para realizar el estado
pecaminoso de la concupiscencia?
5. Si admitiésemos esta lectura semántica del enunciado de Cristo (cfr. Mt.
5, 27-28) sería necesario reflexionar profundamente sobre las consecuencias
éticas que se derivarían de ella, es decir, sobre las conclusiones acerca de
la regularidad ética del comportamiento. El adulterio tiene lugar cuando el
hombre y la mujer que se unen entre sí de modo que se convierten en una sola
carne (cfr. Gén. 2, 24), esto es, de la manera propia de los cónyuges, no
son cónyuges legales. La individuación del adulterio como pecado cometido
«en el cuerpo» está unida estrecha y exclusivamente al acto «exterior», a la
convivencia conyugal que se refiere también al estado, reconocido por la
sociedad, de las personas que actúan así. En el caso en cuestión, este
estado es impropio y no autoriza a tal acto (de aquí, precisamente, la
denominación: «adulterio»).
6. Pasando a la segunda parte del enunciado de Cristo (esto es, a aquella en
la que comienza a configurarse el nuevo ethos) sería necesario entender la
expresión «todo el que mira a una mujer deseándola», en relación exclusiva a
las personas según su estado civil, es decir, reconocido por la sociedad,
sean, o no cónyuges. Aquí comienzan a multiplicarse los interrogantes.
Puesto que no puede crear dudas el hecho de que Cristo indique el estado
pecaminoso del acto interior de la concupiscencia manifestada a través de la
mirada dirigida a toda mujer que no sea la esposa de aquel que la mira de
ese modo, por tanto, podemos e incluso debemos preguntarnos si con la misma
expresión Cristo admite y comprueba esta mirada, este acto interior de la
concupiscencia, dirigido a la mujer que es esposa del hombre que la mira así.
A favor de la respuesta afirmativa a esta pregunta parece estar la siguiente
premisa lógica: (en el caso en cuestión) puede cometer el «adulterio en el
corazón» solamente el hombre que es sujeto potencial del «adulterio en la
carne». Dado que este sujeto no puede ser el hombre-esposo con relación a la
propia legítima esposa el «adulterio en el corazón» pues, no puede referirse
a él, pero puede culparse a todo otro hombre. Si es el esposo, él no puede
cometerlo con relación a su propia esposa. Sólo el tiene el derecho
exclusivo de «desear» de «mirar con concupiscencia» a la mujer que es su
esposa, y jamás se podrá decir que por motivo de ese acto interior merezca
ser acusado del «adulterio cometido en el corazón». Si en virtud del
matrimonio tiene el derecho de «unirse con su esposa», de modo que «los dos
serán una sola carne» este acto nunca puede ser llamado «adulterio»
análogamente no puede ser definido «adulterio cometido en él corazón» el
acto interior del «deseo» del que trata el sermón de la montaña.
7. Esta interpretación de las palabras de Cristo en Mt 5 27-28, parece
corresponder a la lógica del decálogo, en el cual además del mandamiento «no
adulterarás» (VI), está también el mandamiento «no desearás la mujer de tu
prójimo» (IX). Además, el razonamiento que se ha hecho en su apoyo tiene
todas las características de la corrección objetiva y de la exactitud. No
obstante, queda fundadamente la duda de si este razonamiento tiene en cuenta
todos los aspectos de la revelación, además de la teología del cuerpo, que
deben ser considerados, sobre todo cuando queremos comprender las palabras
de Cristo. Hemos visto ya anteriormente cuál es el «peso específico» de esta
locución cuán ricas son las implicaciones antropológicas y teológicas de la
única frase en la que Cristo se refiere «al origen» (cfr. Mt. 19, 8). Las
implicaciones antropológicas y teológicas del enunciado del sermón de la
montaña, en el que Cristo se remite al corazón humano, confieren al
enunciado mismo también un «peso específico» propio, y a la vez determinan
su coherencia con el conjunto de la enseñanza evangélica. Y por esto,
debemos admitir que la interpretación presentada arriba, con toda su
objetividad concreta y precisión lógica, requiere cierta ampliación y, sobre
todo, una profundización. Debemos recordar que la apelación al corazón
humano, expresada quizá de modo paradójico (cfr. Mt. 5, 27-28), proviene de
Aquel que «conocía lo que en el hombre había» (Jn. 2, 25). Y si sus palabras
confirman los mandamientos del decálogo (no sólo el sexto, sino también el
noveno), al mismo tiempo expresan ese conocimiento sobre el hombre, que -como
hemos puesto de relieve en otra parte- , nos permite unir la conciencia del
estado pecaminoso humano con la perspectiva de la «redención del cuerpo» (cfr.
Rom 8, 23). Precisamente este «conocimiento» está en las bases del nuevo
ethos que emerge de las palabras del sermón de la montaña.
Teniendo en consideración todo esto, concluimos que, como al entender el «adulterio
en la carne», Cristo somete a crítica la interpretación errónea y unilateral
del adulterio que deriva de la falta de observar la monogamia (esto es, del
matrimonio entendido como la alianza indefectible de las personas), así
también, al entender el «adulterio en el corazón», Cristo toma en
consideración no sólo el estado real jurídico del hombre y de la mujer en
cuestión. Cristo hace depender la valoración moral del deseo, sobre todo de
la misma dignidad personal del hombre y de la mujer; y esto tiene su
importancia, tanto cuando se trata de personas no casadas, como -y quizá
todavía más- cuando son cónyuges, esposo y esposa. Desde este punto de vista
nos convendrá completar el análisis de las palabras del sermón de la montaña,
y lo haremos en el próximo capítulo.
Esta página es obra
de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
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