la triple
concupiscencia altera la significación esponsal del cuerpo
Audiencia General del 25 de junio de 1980
1. El
análisis que hicimos durante la reflexión precedente se centraba en
las siguientes palabras del Génesis 3, 16, dirigidas por Dios-Yahvé
a la primera mujer después del pecado original: «Buscarás con ardor
a tu marido, que te dominará» (Gén 3, 16). Llegamos a la conclusión
de que estas palabras contienen una aclaración adecuada y una
interpretación profunda de la vergüenza originaria (cf. Gén 3, 7),
que ha venido a ser parte del hombre y de la mujer junto con la
concupiscencia. La explicación de esta vergüenza no se busca en el
cuerpo mismo, en la sexualidad somática de ambos, sino que se
remonta a las transformaciones más profundas sufridas por el
espíritu humano. Precisamente este espíritu es particularmente
consciente de lo insaciable que es de la mujer. Y esta conciencia,
por decirlo así, culpa al cuerpo de ello, le quita la sencillez y
pureza del significado unido a la inocencia originaria del ser
humano. Con relación a esta conciencia, la vergüenza es una
experiencia secundaria: si, por un lado, revela el momento de la
concupiscencia, al mismo tiempo puede prevenir de las consecuencias
del triple componente de la concupiscencia. Se puede incluso decir
que el hombre y la mujer, a través de la vergüenza, permanecen casi
en el estado de la inocencia originaria. En efecto, continuamente
toman conciencia del significado esponsalicio del cuerpo y tienden a
protegerlo, por así decir, de la concupiscencia, tal como si
trataran de mantener el valor de la comunión, o sea, de la unión de
las personas en la «unidad del cuerpo».
2. El Génesis 2, 24 habla con discreción, pero también con claridad
de la «unión de los cuerpos» en el sentido de la auténtica unión de
las personas: «El hombre... se unirá a su mujer y vendrán a ser los
dos una sola carne»; y del contexto resulta que esta unión proviene
de una opción, dado que el hombre «abandona» al padre y a la madre
para unirse a su mujer. Semejante unión de las personas comporta que
vengan a ser «una sola carne». Partiendo de esta expresión
«sacramental» que corresponde a la comunión de las personas -del
hombre y de la mujer- en su originaria llamada a la unión conyugal,
podemos comprender mejor el mensaje propio del Génesis 3, 16; esto
es, podemos establecer y como reconstruir en qué consiste el
desequilibrio, más aún, la peculiar deformación de la relación
originaria interpersonal de comunión, a la que aluden las palabras «sacramentales»
del Génesis 2, 24.
3. Se puede decir, pues, -profundizando en el Génesis 3, 16- que
mientras por una parte el «cuerpo», constituido en la unidad del
sujeto personal, no cesa de estimular los deseos de la unión
personal, precisamente a causa de la masculinidad y feminidad («buscarás
con ardor a tu marido»), por otra parte y al mismo tiempo, la
concupiscencia dirige a su modo estos deseos; esto lo confirma la
expresión: «él te dominará». Pero la concupiscencia de la carne
dirige estos deseos hacia la satisfacción del cuerpo, frecuentemente
a precio de una auténtica y plena comunión de las personas. En este
sentido, se debería prestar atención a la manera en que se
distribuyen las acentuaciones semánticas en los versículos del
Génesis 3; efectivamente, aun estando esparcidas, revelan coherencia
interna. El hombre es aquel que parece sentir vergüenza del propio
cuerpo con intensidad particular: «Temeroso porque estaba desnudo,
me escondí» (Gén 3, 10); estas palabras ponen de relieve el carácter
realmente metafísico de la vergüenza. Al mismo tiempo, el hombre es
aquel para quien la vergüenza, unida a la concupiscencia, se
convertirá en impulso para «dominar» a la mujer («él te dominará»).
A continuación, la experiencia de este dominio se manifiesta más
directamente en la mujer como el deseo insaciable de una unión
diversa. Desde el momento en que el hombre la «domina», a la
comunión de las personas -hecha de plena unidad espiritual de los
dos sujetos que se donan recíprocamente- sucede una diversa relación
mutua, esto es, una relación de posesión del otro a modo de objeto
del propio deseo. Si este impulso prevalece por parte del hombre,
los instintos que la mujer dirige hacia él, según la expresión del
Génesis 3, 16, pueden asumir -y asumen- un carácter análogo. Y acaso
a veces previenen el «deseo» del hombre, o tienden incluso a
suscitarlo y darle impulso.
4. El texto del Génesis 3, 16 parece indicar sobre todo al hombre
como aquel que «desea», análogamente al texto de Mateo 5, 27-28, que
constituye el punto de partida para las meditaciones presentes; no
obstante, tanto el hombre como la mujer se han convertido en un «ser
humano» sujeto a la concupiscencia. Y por esto ambos sienten la
vergüenza, que con su resonancia profunda toca lo íntimo tanto de la
personalidad masculina como de la femenina, aun cuando de modo
diverso. Lo que sabemos por el Génesis 3 nos permite delinear apenas
esta duplicidad, pero incluso los solos indicios son ya muy
significativos. Añadamos que, tratándose de un texto tan arcaico, es
sorprendentemente elocuente y agudo.
5. Un análisis adecuado del Génesis 3 lleva, pues, a la conclusión,
según la cual la triple concupiscencia, incluida la del cuerpo,
comporta una limitación del significado esponsalicio del cuerpo
mismo, del que participaban el hombre y la mujer en el estado de la
inocencia originaria. Cuando hablamos del significado del cuerpo,
ante todo hacemos referencia a la plena conciencia del ser humano,
pero incluimos también toda experiencia efectiva del cuerpo en su
masculinidad y feminidad y, en todo caso, la predisposición
constante a esta experiencia. El «significado» del cuerpo no es sólo
algo conceptual. Sobre esto ya hemos llamado suficientemente la
atención en los análisis precedentes. El «significado del cuerpo» es
a un tiempo lo que determina la actitud: es el modo de vivir el
cuerpo. Es la medida, que el hombre interior, es decir, ese «corazón»,
al que se refiere Cristo en el sermón de la Montaña, aplica al
cuerpo humano con relación a su masculinidad/feminidad (por lo tanto,
con relación a su sexualidad).
Ese «significado» no modifica la realidad en sí misma, lo que el
cuerpo humano es y no cesa de ser en la sexualidad que le es propia,
independientemente de los estados de nuestra conciencia y de
nuestras experiencias. Sin embargo, este significado puramente
objetivo del cuerpo y del sexo, fuera del sistema de las reales y
concretas relaciones interpersonales entre el hombre y la mujer, es,
en cierto sentido, «ahistórico». En cambio, nosotros, en el presente
análisis -de acuerdo con las fuentes bíblicas- tenemos siempre en
cuenta la historicidad del hombre (también por el hecho de que
partimos de su prehistoria teológica). Se trata aquí obviamente de
una dimensión interior, que escapa a los criterios externos de la
historicidad, pero que, sin embargo, puede ser considerada «histórica».
Más aún, está precisamente en la base de todos los hechos, que
constituyen la historia del hombre -también la historia del pecado y
de la salvación- y así revelan la profundidad y la raíz misma de su
historicidad.
6. Cuando, en este amplio contexto, hablamos de la concupiscencia
como de limitación, infracción o incluso deformación del significado
esponsalicio del cuerpo, nos remitimos, sobre todo, a los análisis
precedentes, que se referían al estado de la inocencia originaria,
es decir a la prehistoria teológica del hombre. Al mismo tiempo,
tenemos presente la medida que el hombre «histórico», con su «corazón»,
aplica al propio cuerpo respecto a la sexualidad masculina/femenina.
Esta medida no es algo exclusivamente conceptual: es lo que
determina las actitudes y decide en general el modo de vivir el
cuerpo.
Ciertamente, a esto se refiere Cristo en el sermón de la Montaña.
Nosotros tratamos de acercar las palabras tomadas de Mateo 5, 27-28
a los umbrales mismos de la historia teológica del hombre,
tomándolas, por lo tanto, en consideración ya en el contexto del
Génesis 3. La concupiscencia como limitación, infracción o incluso
deformación del significado esponsalicio del cuerpo, puede
verificarse de manera particularmente clara (a pesar de la concisión
del relato bíblico) en los dos progrenitores, Adán y Eva; gracias a
ellos hemos podido encontrar el significado esponsalicio del cuerpo
y descubrir en qué consiste como medida del «corazón» humano, capaz
de plasmar la forma originaria de la comunión de las personas. Si en
su experiencia personal (que el texto bíblico nos permite seguir)
esa forma originaria sufrió desequilibrio y deformación -como hemos
tratado de demostrar a través del análisis de la vergüenza- debía
sufrir una deformación también él significado esponsalicio del
cuerpo, que en la situación de la inocencia originaria constituía la
medida del corazón de ambos, del hombre y de la mujer. Si llegamos a
reconstruir en qué consiste esta deformación, tendremos también la
respuesta a nuestra pregunta: esto es, en qué consiste la
concupiscencia de la carne y qué es lo que constituye su nota
específica teológica y a la vez antropológica. Parece que una
respuesta teológica y antropológicamente adecuada, importante para
lo que concierne al significado de las palabras de Cristo en el
sermón de la Montaña (Mt 5, 27-28), puede sacarse ya del contexto
del Génesis 3 y de todo el relato yahvista, que anteriormente nos ha
permitido aclarar el significado esponsalicio del cuerpo humano.
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de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
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