los problemas del
matrimonio en la visión integral del hombre
Audiencia General del 2 de abril de 1980
1. El
Evangelio según Mateo y según Marcos nos refiere la respuesta que
Cristo dio a los fariseos cuando le preguntaron acerca de la
indisolubilidad del matrimonio, remitiéndose a la ley de Moisés que
admitía, en ciertos casos, la práctica del llamado libelo de repudio.
Recordándoles los primeros capítulos del libro del Génesis, Cristo
respondió: «¿No habéis leído que al principio el Creador los hizo
varón y mujer? Y dijo: Por esto dejará el hombre al padre y a la
madre y se unirá a la mujer y serán los dos una sola carne. De
manera que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que
Dios unió no lo separe el hombre». Luego, refiriéndose a su pregunta
sobre la ley de Moisés, Cristo añadió: «Por la dureza de vuestro
corazón os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres, pero al
principio no fue así» (Mt 19, 3 ss; Mc 12, 2 ss.). En su respuesta
Cristo se remitió dos veces al «principio» y, por esto, también
nosotros, en el curso de nuestros análisis, hemos tratado de
esclarecer del modo más profundo posible el significado de este «principio»,
que es la primera herencia de cada uno de los seres humanos en el
mundo, varón y mujer, el primer testimonio de la identidad humana
según la palabra revelada, la primera fuente de la certeza de su
vocación como persona creada a imagen de Dios mismo.
2. La respuesta de Cristo tiene un significado histórico, pero no
sólo histórico. Los hombres de todos los tiempos plantean la
pregunta sobre el mismo tema. También lo hacen nuestros
contemporáneos los cuales, sin embargo, en sus preguntas no se
remiten a la ley de Moisés, que admitía el libelo de repudio, sino a
otras circunstancias y a otras leyes. Estas preguntas suyas están
cargadas de problemas, desconocidos a los interlocutores
contemporáneos de Cristo. Sabemos qué preguntas concernientes al
matrimonio y a la familia han hecho al último Concilio, al Papa
Pablo VI, y se formulan continuamente en el período postconciliar,
día tras día, en las más diversas circunstancias. Las hacen muchas
personas, esposos, novios, jóvenes, pero también escritores,
publicistas, políticos, economistas, demógrafos, en una palabra, la
cultura y la civilización contemporánea.
Pienso que entre las respuestas que Cristo daría a los hombre de
nuestro tiempo y a sus preguntas, frecuentemente tan impacientes,
todavía sería fundamental la que dio a los fariseos. Al contestar a
sus preguntas, Cristo se remitiría ante todo al «principio». Lo
haría quizá de modo tanto más decisivo y esencial, cuanto que la
situación interior y a la vez cultural del hombre de hoy parece
alejarse de ese «principio» y asumir formas y dimensiones que
divergen de la imagen bíblica del «principio» en puntos
evidentemente cada vez más distantes.
Sin embargo, Cristo no quedaría «sorprendido» por ninguna de estas
situaciones, y supongo que continuaría haciendo referencia sobre
todo al «principio».
3. Por esto la respuesta de Cristo exigía un análisis
particularmente profundo. En efecto, esa respuesta evoca verdades
fundamentales y elementales sobre el ser humano, como varón y mujer.
Es la respuesta a través de la cual entrevemos la estructura misma
de la identidad humana en las dimensiones del misterio de la
redención y al mismo tiempo, en la perspectiva del misterio de la
redención. Sin esto, no hay modo de construir una antropología
teológica y, en su contexto, una «teología del cuerpo», de la que
traiga origen también la visión plenamente cristiana del matrimonio
y de la familia. Lo puso de relieve Pablo VI cuando en su Encíclica
dedicada a los problemas del matrimonio y de la procreación, en su
significado humana y cristianamente responsable, hizo referencia a
la «visión integral del hombre» (Humanæ vitæ, 7). Se puede decir que,
en la respuesta a los fariseos, Cristo presentó a los interlocutores
también esta «visión integral del hombre», sin la cual no se puede
dar respuesta alguna adecuada a las preguntas relacionadas con el
matrimonio y la procreación. Precisamente esta visión integral del
hombre debe ser construida según el «principio».
Esto es igualmente válido para la mentalidad contemporánea, tal como
lo era, aun cuando de modo diverso para los interlocutores de Cristo.
Efectivamente, somos hijos de una época en la que, por el desarrollo
de varias disciplinas, esta visión integral del hombre puede ser
fácilmente rechazada y sustituida por múltiples concepciones
parciales que, deteniéndose sobre uno u otro aspecto del compositum
humanum, no alcanzan al integrum del hombre, o lo dejan fuera del
propio campo visivo. Se insertan luego diversas tendencias
culturales que -según estas verdades parciales- formulan sus
propuestas e indicaciones prácticas sobre el comportamiento humano
y, aún más frecuentemente, sobre cómo comportarse con el «hombre».
El hombre se convierte, pues, más en un objeto de determinadas
técnicas, que en el sujeto responsable de la propia acción. La
respuesta que Cristo dio a los fariseos exige también que el hombre,
varón y mujer, sea este sujeto, es decir, un sujeto que decida sobre
sus propias acciones a la luz de la verdad integral sobre sí mismo,
en cuanto verdad originaria, o sea, fundamento de las experiencias
auténticamente humanas. Esta es la verdad que Cristo nos hace buscar
en el «principio». Por eso nos dirigimos a los primeros capítulos
del Génesis.
4. El estudio de estos capítulos, acaso más que de otros, nos hace
conscientes del significado y de la necesidad de la «teología del
cuerpo». El «principio» nos dice relativamente poco sobre el cuerpo
humano, en el sentido naturalista y contemporáneo de la palabra.
Desde este punto de vista, en el estudio presente, nos encontramos a
un nivel del todo pre-científico. No sabemos casi nada sobre las
estructuras interiores y sobre las regulaciones que reinan en el
organismo humano. Sin embargo, al mismo tiempo -quizá a causa de la
antigüedad del texto-, la verdad importante para la visión integral
del hombre se revela de modo más sencillo y pleno. Esta verdad se
refiere al significado del cuerpo humano en la estructura del sujeto
personal. Sucesivamente, la reflexión sobre esos textos arcaicos nos
permite extender este significado a toda la esfera de la
intersubjetividad humana, especialmente en la perenne relación
varón-mujer. Gracias a esto, adquirimos, según esta relación, una
óptica que debemos poner necesariamente en la base de toda la
ciencia contemporánea acerca de la sexualidad humana, en sentido
bio-fisiológico. Esto no quiere decir que debamos renunciar a esta
ciencia o privarnos de sus resultados. Al contrario: si éstos deben
servir para enseñarnos algo sobre la educación del hombre, en su
masculinidad y feminidad, y acerca de la esfera del matrimonio y de
la procreación, es necesario -a través de todos y cada uno de los
elementos de la ciencia contemporánea- llegar siempre a lo que es
fundamental y esencialmente personal, tanto en cada individuo, varón
o mujer, cuanto en sus relaciones recíprocas.
Y precisamente en este punto es donde la reflexión sobre el texto
arcaico del Génesis se manifiesta insustituible. Constituye
realmente el «principio» de la teología del cuerpo. El hecho de que
la teología comprenda también al cuerpo no debe maravillar ni
sorprender a nadie que sea consciente del misterio y de la realidad
de la Encarnación. Por el hecho de que el Verbo de Dios se ha hecho
carne, el cuerpo ha entrado, diría, por la puerta principal en la
teología, esto es, en la ciencia que tiene como objeto la divinidad.
La Encarnación -y la redención que brota de ella- se ha convertido
también en la fuente definitiva de la sacramentalidad del matrimonio,
del que trataremos más ampliamente a su debido tiempo.
5. Las preguntas que se plantean al hombre contemporáneo son también
preguntas de los cristianos: de aquellos que se preparan para el
sacramento del matrimonio o de aquellos que ya viven en el
matrimonio, que es el sacramento de la Iglesia. Estas no son sólo
las preguntas de las ciencias, sino, y aún más, las preguntas de la
vida humana. Muchos hombres y muchos cristianos buscan en el
matrimonio la realización de su vocación. Muchos quieren encontrar
en él el camino de la salvación y de la santidad.
Para ellos es particularmente importante la respuesta que Cristo dio
a los fariseos, celadores del Antiguo Testamento. Los que buscan la
realización de la propia vocación humana y cristiana en el
matrimonio, ante todo están llamados a hacer de esta «teología del
cuerpo», cuyo «principio» encuentran en los primeros capítulos del
Génesis, el contenido de su vida y de su comportamiento.
Efectivamente, ¡cuán indispensable es, en el camino de esta vocación,
la conciencia profunda del significado del cuerpo, en su
masculinidad!, ¡cuán necesaria es una conciencia precisa del
significado generador dado que todo esto, que forma el contenido de
la vida de los esposos, debe encontrar constantemente su dimensión
plena y personal en la convivencia, en el comportamiento, en los
sentimientos! Y esto, tanto más en el trasfondo de una civilización,
que está bajo la presión de un modo de pensar y valorar materialista
y utilitario. La bio-fisiología contemporánea puede suministrar
muchas informaciones precisas sobre la sexualidad humana. Sin
embargo, el conocimiento de la dignidad personal del cuerpo humano y
del sexo se saca también de otras fuentes. Una fuente particular es
la Palabra de Dios mismo, que contiene la revelación del cuerpo, ésa
que se remonta al «principio».
¡Qué significativo es que Cristo, en la respuesta a todas estas
preguntas, mande al hombre volver, en cierto modo, al umbral de su
historia teológica! Le ordena ponerse en el límite entre la
inocencia-felicidad originaria y la herencia de la primera caída. ¿Acaso
no le quiere decir, de este modo, que el camino por el que El
conduce al hombre, varón-mujer, en el sacramento del matrimonio,
esto es, el camino de la «redención del cuerpo», debe consistir en
recuperar esta dignidad en la que se realiza simultáneamente el
auténtico significado del cuerpo humano, su significado personal y
«de comunión»?
6. Por ahora, terminamos la primera parte de nuestras meditaciones
dedicadas a este tema tan importante. Para dar una respuesta más
exhaustiva a nuestras preguntas, tal vez apremiantes, sobre el
matrimonio -o todavía más exactamente: sobre el significado del
cuerpo-, no podemos detenernos solamente en lo que Cristo respondió
a los fariseos, haciendo referencia al «principio» (cf. Mt 19, 3 ss.:
Mc 10, 2 ss.). También debemos tomar en consideración todas las
demás enunciaciones, entre las cuales destacan especialmente dos, de
carácter particularmente sintético: la primera, la del sermón de la
montaña, a propósito de las posibilidades del corazón humano
respecto a la concupiscencia del cuerpo (cf. Mt 5, 8), y la segunda,
aquella en que Jesús se refiere a la resurrección futura (cf. Mt 22,
24-30; Mc 12, 18-27; Lc 20, 27-36).
Estas dos enunciaciones serán objeto de nuestras sucesivas
reflexiones.
Esta página es obra
de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
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