significado
esponsal del cuerpo humano
Audiencia General del 16 de enero de 1980
1. Continuamos hoy el análisis de los textos del libro del Génesis,
que hemos emprendido según la línea de la enseñanza de Cristo.
Efectivamente, recordamos que en la conversación sobre el
matrimonio, El se remitió al «principio».
La revelación y, al mismo tiempo, el descubrimiento originario del
significado «esponsalicio» del cuerpo, consiste en presentar al
hombre, varón y mujer, en toda la realidad y verdad de su cuerpo y
sexo («estaban desnudos»), y a la vez, en la plena libertad de toda
coacción del cuerpo y del sexo. De esto parece dar testimonio la
desnudez de los progenitores, interiormente libres de la vergüenza.
Se puede decir que, creados por el Amor esto es, dotados en su ser
de masculinidad y feminidad, ambos están «desnudos», porque son
libres de la misma libertad del don. Esta libertad está precisamente
en la base del significado esponsalicio del cuerpo. El cuerpo
humano, con su sexo, y con su masculinidad y feminidad, visto en el
misterio mismo de la creación, es no sólo fuente de fecundidad y de
procreación, como en todo el orden natural, sino que incluye desde
«el principio» el atributo «esponsalicio», es decir, la capacidad de
expresar el amor: ese amor precisamente en el que el hombre-persona
se convierte en don y -mediante este don- realiza el sentido mismo
de su ser y existir. Recordemos aquí el texto del último Concilio,
donde se declara que el hombre es la única criatura en el mundo
visible a la que Dios ha querido «por sí misma», añadiendo que este
hombre no puede «encontrar su propia plenitud si no a través de un
don sincero de sí» (1).
2. La raíz de esa desnudez originaria libre de la vergüenza, de la
que habla el Génesis 2, 25, se debe buscar precisamente en esa
verdad integral sobre el hombre. Varón y mujer, en el contexto de su
«principio» beatificante, están libres de la misma libertad del don.
Efectivamente, para poder permanecer en la relación del «don sincero
de sí» y para convertirse en este don el uno para el otro, a través
de toda su humanidad hecha de feminidad y masculinidad (incluso en
relación a esa perspectiva de la que habla el Génesis 2, 24), deben
ser libres precisamente de este modo. Entendemos aquí la libertad
sobre todo como dominio de sí mismos (autodominio). Bajo este
aspecto, esa libertad es indispensable para que el hombre pueda
«darse a sí mismo», para que pueda convertirse en don, para que
(refiriéndonos a las palabras del Concilio) pueda «encontrar su
propia plenitud» a través de «un don sincero de sí». De este modo,
las palabras «estaban desnudos sin avergonzarse de ello» se pueden y
se deben entender como revelación -y a la vez como descubrimiento-
de la libertad que hace posible y califica el sentido «esponsalicio»
del cuerpo.
3. Pero el Génesis 2, 25 dice todavía más. De hecho, este pasaje
indica la posibilidad y la calidad de esta recíproca «experiencia
del cuerpo». Y además nos permite identificar ese significado
esponsalicio del cuerpo in actu. Cuando leemos que «estaban desnudos
sin avergonzarse de ello», tocamos indirectamente casi la raíz y
directamente ya sus frutos. Interiormente libres de la coacción del
propio cuerpo y sexo, libres de la libertad del don, varón y mujer
podían gozar de toda la verdad, de toda la evidencia humana, tal
como Dios Yahvé se las había revelado en el misterio de la creación.
Esta verdad sobre el hombre, que el texto conciliar precisa con las
palabras antes citadas, tiene dos acentos principales. El primero
afirma que el hombre es la única criatura en el mundo a la que el
Creador ha querido «por sí misma»; el segundo consiste en decir que
este hombre mismo, querido por Dios desde el «principio» de este
modo, puede encontrarse a sí mismo sólo a través de un don
desinteresado de sí. Ahora, esta verdad acerca del hombre, que en
particular parece abarcar la condición originaria unida al
«principio» mismo del hombre en el misterio de la creación, puede
ser interpretada -según el texto conciliar- en ambas direcciones.
Esta interpretación nos ayuda a entender todavía mejor el
significado esponsalicio del cuerpo, que aparece inscrito en la
condición originaria del varón y de la mujer (según el Génesis 2,
23-25) y en particular en el significado de su desnudez originaria.
Si, como hemos constatado, en la raíz de la desnudez está la
libertad interior del don -don desinteresado de sí mismos-, ese don
precisamente permite a ambos, varón y mujer, encontrarse
recíprocamente, en cuanto al Creador ha querido a cada uno de ellos
«por sí mismo» (cf. Gaudium et spes, 24). Así el hombre en el primer
encuentro beatificante encuentra de nuevo a la mujer y ella le
encuentra a él. De este modo él la acoge interiormente; la acoge tal
como el Creador la ha querido «por sí misma», como ha sido
constituida en el misterio de la imagen de Dios a través de su
feminidad; y recíprocamente, ella le acoge del mismo modo, tal como
el Creador le ha querido «por sí mismo», y le ha constituido
mediante su masculinidad. En esto consiste la revelación y el
descubrimiento del significado «esponsalicio» del cuerpo. La
narración yahvista, y en particular el Génesis 2, 25, nos permite
deducir que el hombre, como varón y mujer, entra en el mundo
precisamente con esta conciencia del significado del propio cuerpo,
de su masculinidad y feminidad.
4. El cuerpo humano, orientado interiormente por el «don sincero» de
la persona, revela no sólo su masculinidad o feminidad en el plano
físico, sino que revela también un valor y una belleza que
sobrepasan la dimensión simplemente física de la «sexualidad» (2).
De este modo se completa, en cierto sentido, la conciencia del
significado esponsalicio del cuerpo, vinculado a la
masculinidad-feminidad del hombre. Por un lado, este significado
indica una particular capacidad de expresar el amor, en el que el
hombre se convierte en don; por otro, le corresponde la capacidad y
la profunda disponibilidad a la «afirmación de la persona», esto es,
literalmente, la capacidad de vivir el hecho de que el otro -la
mujer para el varón y el varón para la mujer- es, por medio del
cuerpo, alguien a quien ha querido el Creador «por sí mismo», es
decir, único e irrepetible: alguien elegido por el Amor eterno. La
«afirmación de la persona» no es otra cosa que la acogida del don,
la cual, mediante la reciprocidad, crea la comunión de las personas;
ésta se construye desde dentro, comprendiendo también toda la
«exterioridad» del hombre, esto es, todo eso que constituye la
desnudez pura y simple del cuerpo en su masculinidad y feminidad.
Entonces -como leemos en el Génesis 2, 25-, el hombre y la mujer no
experimentaban vergüenza. La expresión bíblica «no experimentaban»
indica directamente «la experiencia» como dimensión subjetiva.
5. Precisamente en esta dimensión subjetiva, como dos «yo» humanos y
determinados por su masculinidad y feminidad, aparecen ambos, varón
y mujer, en el misterio de su beatificante «principio» (nos
encontramos en el estado de la inocencia originaria y, al mismo
tiempo, de la felicidad originaria del hombre). Este aparecer es
breve, ya que comprende sólo algún versículo en el libro del
Génesis; sin embargo, está lleno de un contenido sorprendente,
teológico y a la vez antropológico. La revelación y el
descubrimiento del significado esponsalicio del cuerpo explican la
felicidad originaria del hombre y, al mismo tiempo, abren la
perspectiva de su historia terrena, en la que él no se sustraerá
jamás a este «tema» indispensable de la propia existencia.
Los versículos siguientes del libro del Génesis, según el texto
yahvista del capítulo 3, demuestran, a decir verdad, que esta
perspectiva «histórica» se construirá de modo diverso del
«principio» beatificante (después del pecado original). Pero es
tanto más necesario penetrar profundamente en la estructura
misteriosa, teológica y a la vez antropológica, de este «principio».
Efectivamente, en toda la perspectiva de la propia «historia», el
hombre no dejará de conferir un significado esponsalicio al propio
cuerpo. Aun cuando este significado sufre y sufrirá múltiples
deformaciones, siempre permanecerá el nivel más profundo, que exige
ser revelado en toda su simplicidad y pureza, y manifestarse en toda
su verdad, como signo de la «imagen de Dios». Por aquí pasa también
él camino que va del misterio de la creación a la «redención del
cuerpo» (cf. Rom 8).
Al detenernos, por ahora, en el umbral de esta perspectiva
histórica, nos damos cuenta claramente, según el Génesis 2, 23-25,
del mismo vínculo que existe entre la revelación y el descubrimiento
del significado esponsalicio del cuerpo y la felicidad originaria
del hombre. Este significado «esponsalicio» es también beatificante
y, como tal, manifiesta, en definitiva, toda la realidad de esa
donación, de la que hablan las primeras páginas del Génesis. Su
lectura nos convence del hecho de que la conciencia del significado
del cuerpo que se deriva de él -en particular del significado
«esponsalicio»- constituye el componente fundamental de la
existencia humana en el mundo.
Este significado «esponsalicio» del cuerpo humano se puede
comprender solamente en el contexto de la persona. El cuerpo tiene
su significado «esponsalicio» porque el hombre-persona es una
criatura que Dios ha querido por sí misma y que, al mismo tiempo, no
puede encontrar su plenitud si no es mediante el don de sí.
Si Cristo ha revelado al hombre y a la mujer, por encima de la
vocación al matrimonio, otra vocación -la de renunciar al matrimonio
por el Reino de los cielos-, con esta vocación ha puesto de relieve
la misma verdad sobre la persona humana. Si un varón o una mujer son
capaces de darse en don por el Reino de los cielos, esto prueba a su
vez (y quizás aún más) que existe la libertad del don en el cuerpo
humano. Quiere decir que este cuerpo posee un pleno significado
«esponsalicio».
Notas
(1) «Más aún, cuando el Señor Jesús ruega al Padre para que todos sean una
sola cosa, como yo y tú somos una sola cosa (Jn 17, 21-22), abriéndonos
perspectivas cerradas a la razón humana, nos ha sugerido una cierta
semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de
Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre,
única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma, no puede
encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a
los demás» (Gaudium et spes, 24).
El análisis estrictamente teológico del libro del Génesis, en particular Gén
2, 23-25, nos permite hacer referencia a este texto. Esto es, constituye un
paso más entre la «antropología adecuada» y la «teología del cuerpo»,
estrechamente ligada al descubrimiento de las características esenciales de
la existencia personal en la «prehistoria teológica» del hombre. Aunque esto
puede encontrar resistencia por parte de la mentalidad evolucionista
(incluso entre los teólogos), sin embargo sería difícil no advertir que el
texto analizado del libro del Génesis, especialmente Gén 2, 23-25, demuestra
la dimensión no sólo «originaria», sino también «ejemplar» de la existencia
del hombre, en particular del hombre «como varón y mujer».
(2) La tradición bíblica refiere un eco lejano de la perfección física del
primer hombre. El Profeta Ezequiel, comparando implícitamente al Rey de Tiro
con Adán en el Edén, escribe así:
«Era el sello de la perfección, lleno de sabiduría y acabado de belleza.
Habitaba en el Edén, en el jardín de Dios...» (Ez 28, 12-13).
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