la anticoncepción
y la continencia periódica
Audiencia General 29 de
agosto de 1984
1. La Encíclica «Humanæ
vitæ», demostrando el mal moral de la anticoncepción, al mismo
tiempo, aprueba plenamente la regulación natural de la natalidad y,
en este sentido, aprueba la paternidad y maternidad responsables.
Hay que excluir aquí que pueda ser calificada de «responsable»,
desde el punto de vista ético, la procreación en la que se recurre a
la anticoncepción para realizar la regulación de la natalidad. El
verdadero concepto de «paternidad y maternidad responsables», por el
contrario, está unido a la regulación de la natalidad honesta desde
el punto de vista ético.
2. Leemos a este propósito: «Una práctica honesta de la regulación
de la natalidad exige sobre todo a los esposos adquirir y poseer
sólidas convicciones sobre los verdaderos valores de la vida y de la
familia, y también una tendencia a procurarse un perfecto dominio de
sí mismos. El dominio del instinto, mediante la razón y la voluntad
libre, impone, sin ningún género de duda, una ascética, para que las
manifestaciones afectivas de la vida conyugal estén en conformidad
con el orden recto y particularmente para observar la continencia
periódica. Esta disciplina, propia de la pureza de los esposos,
lejos de perjudicar el amor conyugal, le confiere un valor humano
más sublime. Exige un esfuerzo continuo, pero, en virtud de su
influjo beneficioso, los cónyuges desarrollan íntegramente su
personalidad, enriqueciéndose de valores espirituales...» (Humanæ
vitæ, 21).
3. La Encíclica ilustra luego las consecuencia de este
comportamiento no sólo para los mismos esposos, sino también para
toda la familia, entendida como comunidad de personas. Habrá que
volver a tomar en consideración este tema. La Encíclica subraya que
la regulación de la natalidad éticamente honesta exige de los
cónyuges ante todo un determinado comportamiento familiar y
procreador: esto es, exige a los esposos «adquirir y poseer sólidas
convicciones sobre los verdaderos valores de la vida y de la familia»
(Humanæ vitæ, 21). Partiendo de esta premisa, ha sido necesario
proceder a una consideración global de la cuestión, como hizo el
Sínodo de los Obispos del año 1980 («De muneribus familiæ christianæ»).
Luego, la doctrina relativa a este problema particular de la moral
conyugal y familiar, de que trata la Encíclica «Humanæ vitæ», ha
encontrado su justo puesto y la óptica oportuna en el contexto total
de la Exhortación Apostólica «Familiaris consortio». La teología del
cuerpo, sobre todo como pedagogía del cuerpo, hunde sus raíces, en
cierto sentido, en la teología de la familia y, a la vez, lleva a
ella. Esta pedagogía del cuerpo, cuya clave es hoy la Encíclica «Humanæ
vitæ», sólo se explica en el contexto pleno de una visión correcta
de los valores de la vida y de la familia.
4. En el texto antes citado el Papa Pablo VI se remite a la castidad
conyugal, al escribir que la observancia de la continencia periódica
es la forma de dominio de sí, donde se manifiesta «la pureza de los
esposos» (Humanæ vitæ, 21).
Al emprender ahora un análisis más profundos de este problema, hay
que tener presente toda la doctrina sobre la pureza, entendida como
vida del espíritu (cf. Gál 5, 25), que ya hemos considerado
anteriormente, a fin de comprender así las respectivas indicaciones
de la Encíclica sobre el tema de la «continencia periódica».
Efectivamente, esa doctrina sigue siendo la verdadera razón, a
partir de la cual la enseñanza de Pablo VI define la regulación de
la natalidad y la paternidad y maternidad responsables como
éticamente honestas.
Aunque la «periodicidad» de la continencia se aplique en este caso a
los llamados «ritmos naturales» (Humanæ vitæ, 16), sin embargo, la
continencia misma es una determinada y permanente actitud moral, es
virtud, y por esto, todo el modo de comportarse, guiado por ella,
adquiere carácter virtuoso. La Encíclica subraya bastante claramente
que aquí no se trata sólo de una determinada «técnica», sino de la
ética en el sentido estricto de la palabra como moralidad de un
comportamiento.
Por tanto, la Encíclica pone de relieve oportunamente, por un lado,
la necesidad de respetar en tal comportamiento el orden establecido
por el Creador, y, por otro, la necesidad de la motivación inmediata
de carácter ético.
5. Respecto al primer aspecto leemos: «Usufructuar (...) el don del
amor conyugal respetando las leyes del proceso generador significa
reconocerse no árbitros de las fuentes de la vida humana, sino más
bien administradores del plan establecido por el Creador» (Humanæ
vitæ, 13). «La vida humana es sagrada» -como recordó nuestro
predecesor de s. m. Juan XXIII en la Encíclica «Mater et Magistra»-,
«desde su comienzo compromete directamente la acción creadora de
Dios» (AAS 53, 1961; cf. Humanæ vitæ, 13). En cuanto a la motivación
inmediata, la Encíclica «Humanæ vitæ» exige que «para espaciar los
nacimientos existan serios motivos, derivados de las condiciones
físicas o psicológicas de los cónyuges o de circunstancias
exteriores...» (Humanæ vitæ, 16).
6. En el caso de una regulación moralmente recta de la natalidad que
se realiza mediante la continencia periódica, se trata claramente de
practicar la castidad conyugal, es decir, de una determinada actitud
ética. En el lenguaje bíblico diríamos que se trata de vivir el
espíritu (cf. Gál 5, 25).
La regulación moralmente recta se denomina también «regulación
natural de la natalidad», lo que puede explicarse como conformidad
con la «ley natural». Por «ley natural» entendemos aquí el «orden de
la naturaleza» en el campo de la procreación, en cuanto es
comprendido por la recta razón: este orden es la expresión del plan
del Creador sobre el hombre. Y esto precisamente es lo que la
Encíclica, juntamente con toda la Tradición de la doctrina y de la
práctica cristiana, subraya de modo especial: el carácter virtuoso
de la actitud que se manifiesta con la regulación «natural» de la
natalidad, está determinado no tanto por la fidelidad a una
impersonal «ley natural», cuanto al Creador-persona, fuente y Señor
del orden que se manifiesta en esta ley.
Desde este punto de vista, la reducción a la sola regularidad
biológica, separada del «orden de la naturaleza», esto es, del «plan
del Creador», deforma el auténtico pensamiento de la Encíclica «Humanæ
vitæ» (cf. Humanæ vitæ, 14).
El documento presupone ciertamente esa regularidad biológica, más
aún, exhorta a las personas competentes a estudiarla y aplicarla de
un modo aún más profundo, pero entiende siempre esta regularidad
como la expresión del «orden de la naturaleza» esto es, del plan
providencial del Creador, en cuya fiel ejecución consiste el
verdadero bien de la persona humana.
Esta página es obra
de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
|