la doctrina de la
encíclica "humanae vitae"
Audiencia General 10 de
julio de 1984
1. Las reflexiones que
hasta ahora hemos expuesto acerca del amor humano en el plano divino,
quedarían, de algún modo, incompletas si no tratásemos de ver su
aplicación concreta en el ámbito de la moral conyugal y familiar.
Deseamos dar este nuevo paso, que nos llevará a concluir nuestro ya
largo camino, bajo la guía de una importante declaración del
Magisterio reciente: la Encíclica «Humanæ vitæ», que publicó el Papa
Pablo VI, en julio de 1968. Vamos a releer este significativo
documento a la luz de los resultados a que hemos llegado, examinando
el designio inicial de Dios y las palabras de Cristo, que nos
remiten a él.
2. «La Iglesia... enseña que cualquier acto matrimonial debe quedar
abierto a la transmisión de la vida...» (Humanæ vitæ, 11). «Esta
doctrina, muchas veces expuesta por el Magisterio, está fundada
sobre la inseparable conexión que Dios ha querido y que el hombre no
puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del
acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador» (Humanæ
vitæ 12).
3. Las consideraciones que voy a hacer se referirán especialmente al
pasaje de la Encíclica «Humanæ vitæ», que trata de los «dos
significados del acto conyugal» y de su «inseparable conexión». No
intento hacer un comentario a toda la Encíclica, sino más bien
explicarla y profundizar en dicho pasaje. Desde el punto de vista de
la doctrina moral contenida en el documento citado, este pasaje
tiene un significado central. Al mismo tiempo es un párrafo que se
relaciona estrechamente con nuestras anteriores reflexiones sobre el
matrimonio en su dimensión de signo (sacramental).
Puesto que, según he dicho, se trata de un pasaje central de la
Encíclica, resulta obvio que esté inserto muy profundamente en toda
su estructura: su análisis, en consecuencia, debe orientarse hacia
las diversas componentes de esa estructura, aunque la intención no
sea comentar todo el texto.
4. En las reflexiones acerca del signo sacramental, se ha dicho ya
varias veces que está basado sobre «el lenguaje del cuerpo» releído
en la verdad. Se trata de una verdad afirmada por primera vez al
principio del matrimonio, cuando los nuevos esposos, prometiéndose
mutuamente «ser fieles siempre... y amarse y respetarse durante
todos los días de su vida», se convierten en ministros del
matrimonio como sacramento de la Iglesia.
Se trata, por tanto, de una verdad que por decirlo así, se afirma
siempre de nuevo. En efecto, el hombre y la mujer, viviendo en el
matrimonio «hasta la muerte», reproponen siempre, en cierto sentido,
ese signo que ellos pusieron -a través de la liturgia del sacramento-
el día de su matrimonio.
Las palabras antes citadas de la Encíclica del Papa Pablo VI se
refieren a ese momento de la vida común de los cónyuges, en el cual,
al unirse mediante el acto conyugal, ambos vienen a ser, según la
expresión bíblica, «una sola carne» (Jn 2, 24). Precisamente en ese
momento tan rico de significado también particularmente importante
que se relea el «lenguaje del cuerpo» en la verdad. Esa lectura se
convierte en condición indispensable para actuar en la verdad, o
sea, para comportarse en conformidad con el valor y la norma moral.
5. La Encíclica no sólo recuerda esta norma, sino que intenta
también darle su fundamento adecuado. Para aclarar más a fondo esa
«inseparable conexión que Dios ha querido... entre los dos
significados del acto conyugal», Pablo VI continúa así en la frase
siguiente: «...el acto conyugal, por su íntima estructura, mientras
une profundamente a los esposos, los hace aptos para la generación
de nuevas vidas, según las leyes inscritas en el ser mismo del
hombre y de la mujer» (Humanæ vitæ, 12).
Podemos observar cómo en la frase precedente el texto recién citado
trata, sobre todo, del «significado» y en la frase sucesiva, de la «íntima
estructura» (es decir, de la naturaleza) de la relación conyugal.
Definiendo esta «íntima estructura», el texto hace referencia a las
«leyes inscritas en el ser mismo del hombre y de la mujer».
El paso de la frase, que expresa la norma moral, a la frase que la
explica y motiva, es particularmente significativo. La Encíclica nos
induce a buscar el fundamento de la norma, que determina la
moralidad de las acciones del hombre y de la mujer en el acto
conyugal, en la naturaleza de este mismo acto y, todavía más
profundamente, en la naturaleza de los sujetos mismos que actúan.
6. De este modo, la «íntima estructura» (o sea, la naturaleza) del
acto conyugal constituye la base necesaria para una adecuada lectura
y descubrimiento de los significados, que deben ser transferidos a
la conciencias y a las decisiones de las personas agentes, y también
la base necesaria para establecer la adecuada relación entre estos
significados, es decir, su inseparabilidad. Dado que, «el acto
conyugal...» -a un mismo tiempo- «une profundamente a los esposos»,
y, a la vez, «los hace aptos para la generación de nuevas vidas»; y
por tanto una cosa como otra se realizan «por su íntima estructura»:
de todo se deriva en consecuencia que la persona humana (con la
necesidad propia de la razón, la necesidad lógica) «debe» leer al
mismo tiempo los «dos significados del acto conyugal» y también la
«inseparable conexión... entre los dos significados del acto
conyugal».
No se trata, pues, aquí de ninguna otra cosa sino de leer en la
verdad el «lenguaje del cuerpo», como repetidas veces hemos dicho en
los precedentes análisis bíblicos. La norma moral, enseñada
constantemente por la Iglesia en este ámbito, y recordada y
reafirmada por Pablo VI en su Encíclica, brota de la lectura del «lenguaje
del cuerpo» en la verdad.
Se trata aquí de la verdad, primero en su dimensión ontológica («estructura
íntima») y luego -en consecuencia- de la dimensión subjetiva y
psicológica («significado»). El texto de la Encíclica subraya que,
en el caso en cuestión, se trata de una norma de la ley natural.
Esta página es obra
de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
|