el amor conyugal en la carta a los efesios
Audiencia General 4 de julio de 1984
 


1. Hoy vamos a referirnos al texto clásico del capítulo 5 de la Carta a los Efesios, la cual revela las fuentes eternas de la Alianza en el amor del Padre y, a la vez, su nueva y definitiva institución en Jesucristo.

Este texto nos lleva a una dimensión tal del «lenguaje del cuerpo» que podríamos llamar «mística». En efecto, habla del matrimonio como de un «gran misterio» («Gran misterio es éste», Ef 5, 32), si bien se verifica de manera definitiva en las dimensiones escatológicas, sin embargo el autor de la Carta a los Efesios no duda en extender la analogía de la unión de Cristo con la Iglesia en el amor esponsal, delineada de un modo tan «absoluto» y «escatológico», al signo sacramental del pacto esponsal del hombre y de la mujer, los cuales están «sujetos los unos a los otros en el temor de Cristo» (Ef 5, 21). No vacila en extender aquella analogía mística al «lenguaje del cuerpo», interpretado en la verdad del amor esponsal y de la unión conyugal de los dos.

2. Es necesario reconocer la lógica de este magnífico texto, que libera radicalmente nuestro modo de pensar de elementos maniqueístas o de una consideración no personalista del cuerpo, y, al mismo tiempo, aproxima el «lenguaje del cuerpo», encerrado en el signo sacramental del matrimonio, a la dimensión de la santidad real.

Los sacramentos insertan la santidad en el terreno de la humanidad del hombre; penetran el alma y el cuerpo, la femineidad y la masculinidad del sujeto personal, con la fuerza de la santidad. Todo ello viene expresado en el lenguaje de la liturgia: en él se expresa y se hace realidad.

La liturgia, el lenguaje litúrgico, eleva el pacto conyugal del hombre y de la mujer, fundamentado en «el lenguaje del cuerpo» interpretado en la verdad, a las dimensiones del «misterio» y, al mismo tiempo, permite que tal pacto se realice en las susodichas dimensiones mediante el «lenguaje del cuerpo».

De esto habla precisamente el signo del sacramento del matrimonio, el cual, en el lenguaje litúrgico, expresa un suceso interpersonal, cargado de intenso contenido personalista, encomendado a los dos «hasta la muerte». El signo sacramental significa no sólo el «fieri» -el nacer del matrimonio- sino que edifica todo su «esse», su duración: el uno y el otro en cuanto realidad sagrada y sacramental, radicada en la dimensión de la Alianza y de la Gracia, en la dimensión de la creación y de la redención. De este modo, el lenguaje litúrgico confía a entre ambos, al hombre y a la mujer, el amor, la fidelidad y la honestidad conyugal mediante el «lenguaje del cuerpo». Les confía la unidad y la indisolubilidad del matrimonio con el «lenguaje del cuerpo». Les asigna como tarea todo el «sacrum» de la persona y de la comunión de las personas, igualmente las respectivas femineidad y masculinidad precisamente con este lenguaje.

3. En este sentido, afirmamos que la expresión litúrgica llega a ser «lenguaje del cuerpo». Esto pone de manifiesto toda una serie de hechos y cometidos que forman la «espiritualidad» del matrimonio, su «ethos». En la vida diaria de los esposos estos hechos se convierten en obligaciones, y las obligaciones en hechos. Estos hechos -como también los compromisos- son de naturaleza espiritual, sin embargo se expresan al mismo tiempo con el «lenguaje del cuerpo».

El autor de la Carta a los Efesios escribe a este propósito: «...los maridos deben amar a sus mujeres como a su propio cuerpo...» (Ef 5, 33), (= «como a sí mismos» Ef 5, 33), «y la mujer reverencie a su marido» (Ef 5, 33). Ambos, finalmente estén «sujetos los unos a los otros en el temor de Cristo» (Ef 5, 21).

El «lenguaje del cuerpo», en cuanto ininterrumpida continuidad del lenguaje litúrgico se expresa no sólo como el atractivo y la complacencia recíproca del Cantar de los Cantares, sino también como una profunda experiencia del «sacrum» que parece estar inmerso en la misma masculinidad y femineidad mediante la dimensión del «mysterium»: «mysterium magnum» de la Carta a los Efesios, que ahonda sus raíces precisamente en el «principio», es decir, en el misterio de la creación del hombre: varón y hembra a imagen de Dios, llamados ya «desde el principio», a ser signo visible del amor creativo de Dios.

4. De esta manera, pues, aquel «temor de Cristo» y «respeto» de los cuales habla el autor de la Carta a los Efesios, no es otra cosa que una forma espiritualmente madura de ese atractivo recíproco; es decir, del hombre por la femineidad y de la mujer por la masculinidad, atractivo que se manifiesta por primera vez en el Libro del Génesis (Gén 2, 23-25). Inmediatamente, el mismo atractivo parece deslizarse como largo torrente a través de los versículos del Cantar de los Cantares para encontrar, en circunstancias totalmente distintas, su expresión más concisa y concentrada en el Libro de Tobías.

La madurez espiritual de este atractivo no es otra cosa que el fructificar del don del temor, uno de los siete dones del Espíritu Santo, de los cuales nos ha hablado San Pablo en la primera Carta a los Tesalonicenses (1 Tes 4, 4-7).

Por otra parte, la doctrina de San Pablo sobre la castidad como «vida según el Espíritu» (cf. Rom 8, 5), nos permite (particularmente en base a la primera Carta a los Corintios, cap. 6) interpretar aquel «respeto» en un sentido carismático, o sea, como don del Espíritu Santo.

5. La Carta a los Efesios, al exhortar a los esposos a fin de que estén sujetos los unos a los otros «en el temor de Cristo» (Ef 5, 21) y al inducirles, luego, al «respeto» en la relación conyugal parece poner de relieve, conforme a la tradición paulina, la castidad como virtud y como don.

De esta manera, a través de la virtud y más aún a través del don («vida según el Espíritu») madura espiritualmente el mutuo atractivo de la masculinidad y de la femineidad. Ambos, el hombre y la mujer, alejándose de la concupiscencia encuentran la justa dimensión de la libertad de entrega, unida a la femineidad y masculinidad en el verdadero significado del cuerpo.

Así, el lenguaje litúrgico, o sea, el lenguaje del sacramento y del «mysterium», se hace en su vida y la convivencia «lenguaje del cuerpo» en toda una profundidad, sencillez y belleza hasta aquel momento desconocidas.

6. Tal parece ser el significado integral del signo sacramental del matrimonio. En ese signo -mediante el «lenguaje del cuerpo»-, el hombre y la mujer salen al encuentro del gran «mysterium», para transferir la luz de ese misterio -luz de verdad y de belleza, expresado en el lenguaje litúrgico- en «lenguaje del cuerpo», es decir, lenguaje de la práctica del amor, de la fidelidad y de la honestidad conyugal, o sea, en el ethos que tiene su raíz en la «redención del cuerpo» (cf. Rom 8,23). En esta línea, la vida conyugal viene a ser, en algún sentido, liturgia.
 

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