la verdad sobre
el amor en el cantar
Audiencia General 6 de
junio de 1984
1. También
reflexionaremos sobre el Cantar de los Cantares a fin de comprender
mejor el signo sacramental del matrimonio.
La verdad del amor, proclamada por el Cantar de los Cantares, no
puede separarse del «lenguaje del cuerpo». La verdad del amor hace
ciertamente que el mismo «lenguaje del cuerpo» se relea en la verdad.
Esta es también la verdad del progresivo acercamiento de los esposos
que crece por medio del amor: y la cercanía significa también la
iniciación en el misterio de la persona, pero sin que implique su
violación (cf. Cant 1, 13-14. 16).
La verdad de la creciente cercanía de los esposos por medio del amor
se desarrolla en la dimensión subjetiva «del corazón», del afecto y
del sentimiento, que permite descubrir en sí al otro como don y, en
cierto sentido, de «gustarlo» en sí (cf. Cant 2, 3-67).
A través de esta cercanía, el esposo vive más plenamente la
experiencia del don que, por parte del «yo» femenino, se une con la
expresión y el significado nupciales del cuerpo. Las palabras del
hombre (cf. Cant 7, 1-8) no contienen solamente una descripción
poética de la amada, de su belleza femenina, en la que se detienen
los sentidos, sino que hablan del don y del donarse de la persona.
La esposa sabe que hacia ella se dirige el «anhelo» del esposo y va
a su encuentro con la prontitud del don de sí (cf. Cant 7, 9-10.
11-13), porque en el amor que los une es de naturaleza espiritual y
sensual a la vez. Y también, a base de ese amor, se realiza la
relectura del significado del cuerpo en la verdad, porque el hombre
y la mujer deben constituir en común el signo de recíproco don de sí,
que pone el sello sobre toda su vida.
2. En el Cantar de los Cantares el «lenguaje del cuerpo» se inserta
en el proceso singular de la atracción recíproca del hombre y de la
mujer, que se expresa en frecuentes retornelos que hablan de la
búsqueda llena de nostalgia, de solicitud afectuosa (cf. Cant 2, 7)
y de recíproco encuentro de los esposos (cf. Cant 5,2). Esto les
proporciona alegría y sosiego y parece inducirlos a una búsqueda
continua. Se tiene la impresión de que, al encontrase al juntarse
experimentando la propia cercanía, continúan tendiendo
incesantemente a algo: ceden a la llamada de algo que supera el
contenido del momento y traspasa los mitos del eros, tal cual se ven
en las palabras del mutuo «lenguaje del cuerpo» (cf. Cant 1, 7-8; 2,
17). Esta búsqueda tiene una dimensión interior: «el corazón vela»
incluso en el sueño. Esta aspiración que nace del amor, sobre la
base del «lenguaje del cuerpo» es una búsqueda de la belleza
integral, de la pureza libre de toda mancha: es una búsqueda de
perfección que contiene, diría, la síntesis de la belleza humana,
belleza del alma y del cuerpo.
En el Cantar de los Cantares el eros humano desvela el rostro del
amor siempre en búsqueda y casi nunca saciado. El eco de esta
inquietud impregna las estrofas del poema:
«Yo misma abro a mi amado; / abro, y mi amado se ha marchado ya. /
Lo busco y no lo encuentro; /lo llamo y no responde» (Cant 5, 6). «Muchachas
de Jerusalén, os conjuro / que si encontráis a mi amado / le digáis...,
¿qué le diréis?.., / que estoy enferma de amor» (Cant 5, 9).
3. Así, pues, algunas estrofas del Cantar de los Cantares presentan
el eros como la forma del amor humano, en el que actúan las energías
del deseo. Y en ellas se enraíza la conciencia, o sea, la certeza
subjetiva del recíproco, fiel y exclusivo pertenecerse. Pero, al
mismo tiempo, otras muchas estrofas del poema nos obligan a
reflexionar sobre la causa de la búsqueda y de la inquietud que
acompañan a la conciencia de ser el uno de la otra. Esta inquietud,
¿forma parte también de la naturaleza del eros? Si fuese así, esta
inquietud indicaría también la necesidad de la autosuperación. La
verdad del amor se expresa en la conciencia de la recíproca
pertenencia, fruto de la aspiración y de la mutua búsqueda, y en la
necesidad de la aspiración y de la búsqueda, resultado de la
pertenencia recíproca.
En esta necesidad interior, en esta dinámica de amor, se descubre
indirectamente la casi imposibilidad de apropiarse y posesionarse de
la persona por parte de la otra. La persona es alguien que supera
todas las medidas de apropiación y enseñoreamiento, de posesión y
saciedad, que brotan del mismo «lenguaje del cuerpo». Si el esposo y
la esposa releen este «lenguaje» bajo la luz de la plena verdad de
la persona y del amor, llegan siempre a la convicción cada vez más
profunda de que la amplitud de su pertenencia constituye ese don
recíproco donde el amor se revela «fuerte como la muerte», esto es,
se remonta hasta los últimos límites del «lenguaje del cuerpo», para
superarlos. La verdad del amor interior y la verdad del don
recíproco llaman, en cierto sentido, continuamente al esposo y la
esposa -a través de los medios de expresión de la recíproca
pertenencia e incluso apartándose de esos medios- a lograr lo que
constituye el núcleo mismo del don de persona a persona.
La verdad del amor, proclamada por el Cantar de los Cantares, no
puede separarse del «lenguaje del cuerpo». La verdad del amor hace
ciertamente que el mismo «lenguaje del cuerpo» se relea en la verdad.
Esta es también la verdad del progresivo acercamiento de los esposos
que crece por medio del amor: y la -cercanía significa también la
iniciación en el misterio de la persona, pero sin que implique su
violación (cf. Cant 1, 13-14. 16).
4. Siguiendo los senderos de las palabras trazadas por las estrofas
del «Cantar de los Cantares», parece que nos acercamos, pues, a la
dimensión en la que el «eros» trata de integrarse, también mediante
la otra verdad del amor. Siglos después -a la luz de la muerte y
resurrección de Cristo-, esta verdad la proclamará Pablo de Tarso,
con las palabras de la Carta a los Corintios:
«La caridad es longánime, es benigna, no es envidiosa; no es
jactanciosa, no se hincha; no es descortés, no busca lo suyo, no se
irrita, no piensa mal; no se alegra de la injusticia, se complace en
la verdad; todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo
tolera. La caridad jamás decae» (1 Cor 13, 4-8).
¿La verdad sobre el amor, expresada en las estrofas del «Cantar de
los Cantares» queda confirmada a la luz de estas palabras paulinas?
En el Cantar leemos, por ejemplo, sobre el amor, que sus «celos» son
«crueles como el abismo» (Cant 8, 6), y en la Carta paulina leemos
que «la caridad no es envidiosa. ¿En qué relación se hallan ambas
expresiones sobre el amor? ¿En qué relación está el amor que «es
fuerte como la muerte», según el Cantar de los Cantares, con el amor
que «jamás decae», según la Carta Paulina? No multipliquemos estas
preguntas, no abramos el análisis comparativo. Sin embargo, parece
que el amor se abre aquí ante nosotros en dos perspectivas: como si
aquello, en que el «eros» humano cierra el propio horizonte, se
abriese todavía, a través de las palabras paulinas, a otro horizonte
de amor que habla otro lenguaje; el amor que parece brotar de otra
dimensión de la persona y llama, invita a otra comunión. Este amor
ha sido llamado con el nombre de «ágape» y el ágape lleva a plenitud
al eros, purificándolo .
Concluimos así estas breves meditaciones sobre el Cantar de los
Cantares, destinadas a profundizar ulteriormente el tema del «lenguaje
del cuerpo». En este ámbito, el «Cantar de los Cantares» tiene un
significado totalmente singular.
Esta página es obra
de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
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