las experiencias
primordiales del hombre
Audiencia General del 12 de diciembre de 1979
1. Se puede decir que el análisis de los primeros capítulos del
Génesis nos obliga, en cierto sentido, a reconstruir los elementos
constitutivos de la experiencia originaria del hombre. En este
sentido, el texto yahvista es una fuente peculiar por su carácter.
Al hablar de las originarias experiencias humanas, tenemos en la
mente no tanto su lejanía en el tiempo, cuanto más bien su
significado básico. Lo importante, pues, no es que estas
experiencias pertenezcan a la prehistoria del hombre (a su
«prehistoria teológica»), sino que estén siempre en la raíz de toda
experiencia humana. Esto es verdad, aun cuando no se presta mucha
atención a estas experiencias esenciales en el desarrollo ordinario
de textos genesíacos (2, 20 y 2, 23), que nos han permitido ya
precisar el significado de la sociedad originaria y de la unidad
originaria del hombre. Se añade a éstos, como elemento tercero, el
significado de la desnudez originaria, claramente puesto en
evidencia dentro del contexto; y lo cual, en el primer esbozo
bíblico de la antropología, no es algo accidental. Al contrario, es
precisamente la clave para su comprensión plena y completa.
3. Es obvio que precisamente este elemento del antiguo texto bíblico
da a la teología del cuerpo estas experiencias primordiales en las
que aparece de manera casi completa la originalidad absoluta de lo
que es el ser humano varón-mujer: esto es, en cuanto hombre a través
de su cuerpo. La experiencia humana del cuerpo, tal como la
descubrimos en los textos bíblicos citados, se encuentra ciertamente
en los umbrales de toda la experiencia «histórica» sucesiva. Sin
embargo, parece apoyarse también sobre una profundidad ontológica
tal, que el hombre no la percibe en la propia vida cotidiana, aun
cuando al mismo tiempo y en cierto modo la presupone y la postula
como parte del proceso de formación de la propia imagen.
2. Sin esta reflexión introductoria, sería imposible precisar el
significado de la desnudez originaria y afrontar el análisis del
Génesis 2, 25, que dice así: «Estaban ambos desnudos, el hombre y su
mujer, sin avergonzarse de ello». A primera vista, la introducción
de este detalle, aparentemente secundario, en el relato yahvista de
la creación del hombre puede parecer algo inadecuado y desfasado.
Cabría pensar que el pasaje citado no puede sostener la comparación
con lo que se trata en los versículos precedentes y que, en cierto
sentido, sobrepasa el contexto. Sin embargo, en un análisis
profundo, este juicio no se mantiene. Efectivamente, el Génesis 2,
25 presenta uno de los elementos-clave de la revelación originaria,
igualmente determinante que los otros textos genesíacos (2, 20 y 2,
23), que nos han permitido ya precisar el significado de la sociedad
originaria y de la unidad originaria del hombre. Se añade a éstos,
como elemento tercero, el significado de la desnudez originaria,
claramente puesto en evidencia dentro del contexto; y lo cual, en el
primer esbozo bíblico de la antropología, no es algo accidental. Al
contrario, es precisamente la clave para su comprensión plena y
completa.
3. Es obvio que precisamente este elemento del antiguo texto bíblico
da a la teología del cuerpo una aportación específica, de la que no
se puede prescindir en absoluto. Nos lo confirmarán los análisis
ulteriores. Pero, antes de comenzarlos, me permito observar que el
propio texto del Génesis 2, 25 exige expresamente unir las
reflexiones sobre la teología del cuerpo con la dimensión de la
subjetividad personal del hombre; en este ámbito, efectivamente, se
desarrolla la conciencia del significado del cuerpo. El Génesis 2,
25 habla de ello de manera mucho más directa que otras partes de ese
texto yahvista, que hemos definido ya como primer registro de la
conciencia humana. La frase, según la cual los primeros seres
humanos, varón y mujer, «estaban desnudos» y sin embargo «no se
avergonzaban de ello», describe indudablemente su estado de
conciencia, más aun, su experiencia recíproca del cuerpo, esto es,
la experiencia por parte del hombre de la feminidad que se revela en
la desnudez del cuerpo y, recíprocamente, la experiencia análoga de
la masculinidad por parte de la mujer. Al afirmar que («no se
avergonzaban de ello)» el autor trata de describir esta experiencia
recíproca del cuerpo con la máxima precisión que le es posible. Se
puede decir que este tipo de precisión refleja una experiencia base
del hombre en sentido «ordinario» y precientífico, pero corresponde
también a las exigencias de la antropología y en particular de la
antropología contemporánea, que se vuelve gustosamente a las
llamadas experiencias de fondo, como la experiencia del pudor (1).
4. Al aludir aquí a la precisión del relato, tal cual le era posible
al autor del texto yahvista, somos inducidos a considerar los grados
de experiencia del hombre «histórico» cargado con la herencia del
pecado, pero esos grados de experiencia arrancan metodológicamente
del estado de inocencia originaria. Ya hemos constatado antes que al
referirse «al principio» (sometido por nosotros aquí a sucesivos
análisis del contexto), Cristo establece indirectamente la idea de
continuidad y de vinculación entre esos dos estados, como si nos
permitiese retroceder desde el umbral de la situación de pecado
«histórica» del hombre hasta su inocencia originaria. Precisamente
el Génesis 2, 25 exige de manera especial pasar ese umbral. Es fácil
observar cómo este paso, junto con el significado de la desnudez
originaria inherente a él, se inserta en el conjunto del contexto de
la narración yahvista.
Efectivamente, después de algunos versículos, escribe el mismo
autor: «Abriéronse los ojos de ambos, y entonces viendo que estaban
desnudos, cosieron unas hojas de higuera y se hicieron unos
cinturones» (Gén 3, 7). El adverbio «entonces» indica un momento
nuevo y una nueva situación que siguen a la ruptura de la primera
Alianza; es una situación que sigue a la desilusión de la prueba
unida al árbol de la ciencia del bien y del mal, que al mismo tiempo
constituía la primera prueba de «obediencia», esto es, de escucha de
la Palabra en toda su verdad y de aceptación del Amor, según la
plenitud de las exigencias de la Voluntad creadora. Este momento
nuevo o situación nueva comporta también un contenido nuevo y una
calidad nueva de la experiencia del cuerpo, de modo que no se puede
decir más: «Estaban desnudos, pero no se avergonzaban de ello». La
vergüenza, por lo tanto, es aquí una experiencia no sólo originaria,
sino «de límite».
5. Por esto, es significativa la diferencia de formulaciones que
separa al Génesis 2, 25 del Génesis 3, 7. En el primer caso «estaban
desnudos, pero no se avergonzaban de ello»; en el segundo caso, «se
dieron cuenta de que estaban desnudos». ¿Acaso quiere decirse con
esto que en un primer tiempo «no se habían dado cuenta de estar
desnudos»? ¿Que no sabían y no veían recíprocamente la desnudez de
sus cuerpos? La transformación significativa que nos testimonia el
texto bíblico sobre la experiencia de la vergüenza (de la que habla
aún el Génesis, especialmente en 3, 10-12) se realiza en un nivel
más profundo del puro y simple uso del sentido de la vista. El
análisis comparativo entre Génesis 2, 25 y Génesis 3, lleva
necesariamente a la conclusión de que aquí no se trata del paso del
«no conocer» al «conocer», sino de un cambio radical del significado
de la desnudez originaria de la mujer frente al varón y del varón
frente a la mujer. Surge de su conciencia como fruto del árbol de la
ciencia del bien y del mal: «¿Quién te ha hecho saber que estabas
desnudo? ¿Es que has comido del árbol de que te prohibí comer?» (Gén
3, 11). Este cambio se refiere directamente a la experiencia del
significado del propio cuerpo frente al Creador y a las criaturas.
Esto se confirma a continuación por las palabras del hombre: «Te he
oído en el jardín, y temeroso porque estaba desnudo, me escondí»
(Gén 3, 10). Pero especialmente ese cambio que el texto yahvista
delinea de manera tan concisa y dramática, se refiere directamente,
acaso del modo más directo posible, a la relación varón-mujer,
feminidad-masculinidad.
6. Deberemos volver sobre el análisis de esta transformación todavía
en otras partes de nuestras reflexiones ulteriores. Ahora, llegados
a ese límite que atraviesa la esfera del «principio» al que se
remitió Cristo, deberemos preguntamos si será posible reconstruir,
de algún modo, el significado originario de la desnudez, que en el
libro del Génesis constituye el contexto próximo de la doctrina
acerca de la unidad del ser humano en cuanto varón y mujer. Esto
parece posible, si tomamos como punto de referencia la experiencia
de la vergüenza, tal como está claramente presentada como
experiencia «liminal» en el antiguo texto bíblico.
Trataremos de hacer un intento de esta reconstrucción en nuestras
meditaciones siguientes.
Notas
(1) Cf. por ejemplo: M. Scheler, Uber Scham und Schamgerfühl,
Halle 1914; Fr. Sawicki, Fenomenologia wstydliwosci (Femenología del
pudor), Cracovia, 1949; y también K. Wojtyla, Milosc i
odpowiedzialnosc. Cracovia, 1962, págs. 165-185. (En italiano: Amore
e responsabilitità, Roma, 1978. II ed., págs. 161-178).
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