el "lenguaje del
cuerpo" en la comunión del matrimonio sacramental
Audiencia General 5 de
enero de 1983
1. «Yo, ... te quiero a
ti, ..., como esposa»; «yo, ... te quiero a ti, ..., como esposo»:
estas palabras están en el centro de la liturgia del matrimonio como
sacramento de la Iglesia. Estas palabras las pronuncian los novios
insertándolas en la siguiente fórmula del consentimiento: «...prometo
serte fiel, en las alegrías y en las penas, en la salud y en la
enfermedad, y amarte y honrarte todos los días de mi vida». Con
estas palabras los novios contraen matrimonio y al mismo tiempo lo
reciben como sacramento, del cual ambos son ministros. Ambos, hombre
y mujer, administran el sacramento. Lo hacen ante los testigos.
Testigo cualificado es el sacerdote, que al mismo tiempo bendice el
matrimonio y preside toda la liturgia del sacramento. Testigos, en
cierto sentido, son además todos los participantes en el rito de la
boda, y en «forma oficial» algunos de ellos (normalmente dos),
llamados expresamente. Ellos deben testimoniar que el matrimonio se
contrae ante Dios y lo confirma la Iglesia. En el orden normal de
las cosas, el matrimonio sacramental es un acto público, por medio
del cual dos persona un hombre y una mujer, se convierten ante la
sociedad de la iglesia en marido y mujer, es decir, en sujeto actual
de la vocación y de la vida matrimonial.
2. El matrimonio como sacramento se contrae mediante la palabra, que
es signo sacramental en razón de su contenido: «Te quiero a ti como
esposa -como esposo- y prometo serte fiel, en las alegrías y en las
penas, en la salud y en la enfermedad, y amarte y honrarte todos los
días de mi vida». Sin embargo, esta palabra sacramental es de por sí
solo el signo de la celebración del matrimonio. Y la celebración del
matrimonio se distingue de su consumación hasta el punto de que, sin
esta consumación, el matrimonio no está todavía constituido en su
plena realidad. La constatación de que un matrimonio se ha contraído
jurídicamente, pero no se ha consumado (ratum - non consummatum),
corresponde a la constatación de que no se ha constituido plenamente
como matrimonio. En efecto, las palabras mismas «Te quiero a ti como
esposa -esposo-» se refieren no sólo a una realidad determinada,
sino que puede realizarse sólo a través de la cópula conyugal. Esta
realidad (la cópula conyugal) por lo demás viene definida desde el
principio por institución del Creador: «Por eso dejará el hombre a
su padre y a su madre; y se adherirá a su mujer; y vendrán a ser los
dos una sola carne» (Gén 2, 24).
3. Así pues, de las palabras con las que el hombre y la mujer
expresan su disponibilidad a llegar a ser «una sola carne», según la
eterna verdad establecida en el misterio de la creación, pasamos a
la realidad que corresponde a estas palabras. Uno y otro elemento es
importante respecto a la estructura del signo sacramental, al que
conviene dedicar el resto de las presentes consideraciones. Puesto
que el sacramento es el signo mediante el cual se expresa y al mismo
tiempo se actúa la realidad salvífica de la gracia y de la alianza,
hay que considerarlo ahora bajo el aspecto del signo, mientras que
las reflexiones anteriores se han dedicado a la realidad de la
gracia y de la alianza.
El matrimonio, como sacramento de la Iglesia, se contrae mediante
las palabras de los ministros, es decir, de los nuevos esposos:
palabras que significan e indican, en el orden intencional, lo que
(o mejor: quien) ambos han decidido ser, de ahora en adelante, el
uno para el otro y el uno con el otro. Las palabras de los nuevos
esposos toman parte de la estructura integral del signo sacramental,
no sólo por lo que significan, sino, en cierto sentido, también con
lo que ellas significan y determinan. El signo sacramental se
constituye en el orden intencional, en cuanto que se constituye
contemporáneamente en el orden real.
4. Por consiguiente, el signo del sacramento del matrimonio se
constituye mediante las palabras de los nuevos esposos, en cuanto
que a ellas corresponde la «realidad» que ellas mismas constituyen.
Los dos, como hombre y mujer, al ser ministros del sacramento en el
momento de contraer matrimonio, constituyen al mismo tiempo el pleno
y real signo visible del sacramento mismo. Las palabras que ellos
pronuncian no constituirían de por sí el signo sacramental del
matrimonio, si no correspondiesen a ellas la subjetividad humana del
novio y de la novia y al mismo tiempo la conciencia del cuerpo,
ligada a la masculinidad y a la femineidad del esposo y de la esposa.
Aquí hay que traer de nuevo a la mente toda la serie de análisis
relativos al libro del Génesis. (cf. Gén 1; 2), hechos anteriormente.
La estructura del signo sacramental sigue siendo ciertamente en su
esencia la misma que «en principio». La determina, en cierto sentido,
«el lenguaje del cuerpo», en cuanto que el hombre y la mujer, que
mediante el matrimonio deben llegar a ser una sola carne, expresan
en este signo el don recíproco de la masculinidad y de la femineidad,
como fundamento de la unión conyugal de las personas.
5. El signo del sacramento del matrimonio se constituye por el hecho
de que las palabras pronunciadas por los nuevos esposos adquieren el
mismo «lenguaje del cuerpo» que al «principio», y en todo caso le
dan una expresión concreta e irrepetible. Le dan una expresión
intencional en el plano del intelecto y de la voluntad, de la
conciencia y del corazón. Las palabras «Yo te quiero a ti como
esposa - como esposo» llevan en sí precisamente ese perenne, y cada
vez único e irrepetible, «lenguaje del cuerpo» y al mismo tiempo lo
colocan en el contexto de la comunión de las personas: «Prometo
serte fiel, en las alegrías y en las penas, en la salud y en la
enfermedad, y amarte y honrarte todos los días de mi vida». De este
modo, el «lenguaje del cuerpo» perenne y cada vez nuevo, es no sólo
el «substrato» sino, en cierto sentido, el contenido constitutivo de
la comunión de las personas. Las personas -hombre y mujer- se
convierten de por sí en un don recíproco. Llegan a ser ese don en su
masculinidad y femineidad, descubriendo el significado esponsalicio
del cuerpo y refiriéndolo recíprocamente a sí mismo de modo
irreversible: para toda la vida.
6. Así el sacramento del matrimonio como signo permite comprender
las palabras de los nuevos esposos, palabras que confieren un
aspecto nuevo a su vida en la dimensión estrictamente personal (e
interpersonal: communio personarum), basándose en el «lenguaje del
cuerpo». La administración del sacramento consiste en esto: que en
el momento de contraer matrimonio el hombre y la mujer, con las
palabras adecuadas y en la relectura del perenne «lenguaje del
cuerpo», forman un signo, un signo irrepetible, que tiene también un
significado de cara al futuro: «todos los días de mi vida», es decir,
hasta la muerte. Este es signo visible y eficaz de la alianza con
Dios en Cristo, esto es, de la gracia, que en dicho signo debe
llegar a ser parte de ellos, como «propio don» (según la expresión
de la primera Carta a los Corintios, 7).
7. Al formular la cuestión en categorías sociojurídicas, se puede
decir que entre los nuevos esposos se ha estipulado un pacto
conyugal de contenido bien determinado. Se puede decir además que,
como consecuencia de este pacto, ellos se convierten en esposos de
modo socialmente reconocido, y que de esta manera se ha constituido
en su germen la familia como célula social fundamental. Este modo de
entender está obviamente en consonancia con la realidad humana del
matrimonio, más aún, es fundamental también en el sentido religioso
y religioso-moral. Sin embargo, desde el punto de vista de la
teología del sacramento, la clave para comprender el matrimonio
sigue siendo la realidad del signo, con el que el matrimonio se
constituye sobre el fundamento de la alianza del hombre con Dios en
Cristo y en la Iglesia: se constituye en el orden sobrenatural del
vínculo sagrado que exige la gracia. En este orden el matrimonio es
un signo visible y eficaz. Originado en el misterio de la creación,
tiene su nuevo origen en el misterio de la redención, sirviendo a la
«unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad» (Gaudium
et spes, 24). La liturgia del sacramento del matrimonio da forma a
ese signo: directamente, durante el rito sacramental, sobre la base
del conjunto de sus elocuentes expresiones; indiretamente, a lo
largo de toda la vida. El hombre y la mujer, como cónyuges, llevan
este signo toda la vida y siguen siendo ese signo hasta la muerte.
Esta página es obra
de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
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