matrimonio
sacramento y la significación esponsal y redentora del amor
Audiencia General 15 de
diciembre de 1982
1. El autor de la Carta
a los Efesios, como ya hemos visto, hablar de un «gran misterio»,
unido al sacramento primordial mediante la continuidad del plan
salvífico de Dios. También él se remite al «principio», como había
dicho Cristo en la conversación con los fariseos (cf. Mt 19, 8),
citando las mismas palabras: «Por eso dejará el hombre a su padre y
a su madre, y se unirá a su mujer; y serán los dos una sola carne» (Gén
2, 24). Ese «misterio grande» es, sobre todo, el misterio de la
unión de Cristo con la Iglesia, que el Apóstol presenta a semejanza
de la unidad de los esposos: «Lo aplico a Cristo y a la Iglesia» (Ef
5, 32). Nos encontramos en el ámbito de la gran analogía, donde el
matrimonio como sacramento, por un lado, es presupuesto y, por otro,
descubierto de nuevo. Se presupone como sacramento del «principio»
humano, unido al misterio de la creación. En cambio, es descubierto
de nuevo como fruto del amor nupcial de Cristo y de la Iglesia,
vinculado con el misterio de la redención.
2. El autor de la Carta a los Efesios, dirigiéndose a los esposos,
les exhorta a plasmar su relación recíproca sobre el modelo de la
unión nupcial de Cristo y de la Iglesia. Se puede decir que -presuponiendo
la sacramentalidad del matrimonio en su significado primordial- les
manda aprender de nuevo este sacramento a base de la unión nupcial
de Cristo y de la Iglesia: «Vosotros, los maridos, amad a vuestras
mujeres, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para
santificarla...» (Ef 5, 25-26). Esta invitación dirigida por el
Apóstol a los esposos cristianos, tiene su plena motivación en
cuanto ellos, mediante el matrimonio como sacramento, participan en
el amor salvífico de Cristo, que se expresa, al mismo tiempo, como
amor nupcial de El a la Iglesia. A la luz de la Carta a los Efesios
-precisamente por medio de la participación en este amor salvífico
de Cristo- se confirma y a la vez se renueva el matrimonio como
sacramento del «principio» humano, es decir, sacramento en el que el
hombre y la mujer, llamados a hacerse «una sola carne», participan
en el amor creador de Dios mismo. Y participan en él tanto por el
hecho de que, creados a imagen de Dios, han sido llamados en virtud
de esta imagen a una particular unión (communio personarum), como
porque esta unión ha sido bendecida desde el principio con la
bendición de la fecundidad (cf. Gén 1, 28).
3. Toda esta originaria y estable estructura del matrimonio como
sacramento del misterio de la creación -según el «clásico» texto de
la Carta a los Efesios (Ef 5, 21.22) se renueva en el misterio de la
redención, ya que ese misterio asume el aspecto de la gratificación
nupcial de la Iglesia por parte de Cristo. Esa originaria y estable
forma del matrimonio se renueva cuando los esposos lo reciben como
sacramento de la Iglesia, beneficiándose de la nueva profundidad de
la gratificación del hombre por parte de Dios, que se ha revelado y
abierto con el misterio de la redención, porque «Cristo amó a la
Iglesia y se entregó a ella, para santificarla...» (Ef 5, 25-26). Se
renueva esa originaria y estable imagen del matrimonio como
sacramento, cuando los esposos cristianos -conscientes de la
auténtica profundidad de la «redención del cuerpo» se unen «en el
temor de Cristo» (Ef 5, 21).
4. La imagen paulina del matrimonio, asociada al «misterio grande»
de Cristo y de la Iglesia, aproxima la dimensión redentora del amor
a la dimensión nupcial. En cierto sentido, une estas dos dimensiones
en una sola. Cristo se ha convertido en Esposo de la Iglesia, ha
desposado a la Iglesia como a su Esposa, porque «se entregó por ella»
(Ef 5, 25). Por medio del matrimonio como sacramento (como uno de
los sacramentos de la Iglesia) estas dos dimensiones del amor, la
nupcial y la redentora, juntamente con la gracia del sacramento,
penetran en la vida de los esposos. El significado nupcial del
cuerpo en su masculinidad y feminidad, que se manifestó por vez
primera en el misterio de la creación sobre el fondo de la inocencia
orginaria del hombre, se une en la imagen de la Carta a los Efesios
con el significado redentor, y de este modo queda confirmado y en
cierto sentido «nuevamente creado».
5. Esto es importante con relación al matrimonio, a la vocación
cristiana de los maridos y de las mujeres. El texto de la Carta a
los Efesios (5, 21-33) se dirige directamente a ellos y les habla
sobre todo a ellos. Sin embargo, esa vinculación del significado
nupcial del cuerpo con su significado «redentor» es igualmente
esencial y válido para la hermenéutica del hombre en general; para
el problema fundamental de su comprensión y de la autocomprensión de
su ser en el mundo. Es obvio que no podemos excluir de este problema
el interrogatorio sobre el sentido de ser cuerpo, sobre el sentido
de ser, en cuanto cuerpo, hombre y mujer. Estos interrogantes se
plantearon por primera vez en relación con el análisis del «principio»
humano, en el contexto del libro del Génesis. En cierto sentido, fue
ese contexto quien exigió que se plantearan. Del mismo modo lo exige
el texto «clásico» de la Carta a los Efesios. Y si el «misterio
grande» de la unión de Cristo con la Iglesia nos obliga a vincular
el significado nupcial del cuerpo con su significado redentor, en
esta vinculación encuentran los esposos la respuesta al interrogante
sobre el sentido de «ser cuerpo», y no sólo ellos, aunque sobre todo
a ellos se dirija este texto de la Carta del Apóstol.
6. La imagen paulina del «misterio grande» de Cristo y de la Iglesia
habla indirectamente también de la «continencia por el reino de los
cielos», en la que ambas dimensiones del amor, nupcial y redentor,
se unen recíprocamente de un modo diverso que en el matrimonial,
según proporciones diversas. ¿Acaso no es el amor nupcial, con el
que Cristo «amó a la Iglesia», su Esposa, «y se entregó por ella»,
de idéntico modo la más plena encarnación del ideal de la «continencia
por el reino de los cielos» (cf. Mt 19, 12)? ¿No encuentran su
propio apoyo en ella todos los que -hombres y mujeres- al elegir el
mismo ideal, desean vincular la dimensión nupcial del amor con la
dimensión redentora, según el modelo de Cristo mismo? Quieren
confirmar con su vida que el significado nupcial del cuerpo -de su
masculinidad o feminidad-, grabado profundamente en la estructura
esencial de la persona humana, se ha abierto de un modo nuevo, por
parte de Cristo y con el ejemplo de su vida, a la esperanza unida a
la redención del cuerpo. Así, pues, la gracia del misterio de la
redención fructifica también -más aún, fructifica de modo especial-
con la vocación a la continencia «por el reino de los cielos».
7. El texto de la Carta a los Efesios (5, 22-33) no habla de ellos
explícitamente. Ese texto se dirige a los esposos y está construido
según la imagen del matrimonio, que por medio de la analogía explica
la unión de Cristo con la Iglesia: unión en el amor redentor y
nupcial, al mismo tiempo. Precisamente este amor que, como expresión
viva y vivificante del misterio de la redención, ¿no supera acaso el
círculo de los destinatarios de la Carta, circunscritos por la
analogía del matrimonio? ¿No abarca a todo hombre y, en cierto
sentido, a toda la creación, como denota el texto paulino sobre la «redención
del cuerpo» en la Carta a los Romanos (cf. Rom 8, 23)? El «sacrammentum
magnum» en este sentido es incluso un nuevo sacramento del hombre en
Cristo y en la Iglesia: sacramento «del hombre y del mundo», del
mismo modo que la creación del hombre, varón y mujer, a imagen de
Dios, fue el originario sacramento del hombre y del mundo. En este
nuevo sacramento de la redención está incluido orgánicamente el
matrimonio, igual que estuvo incluido en el sacramento originario de
la creación.
8. El hombre, que «desde el principio» es varón y mujer, debe buscar
el sentido de su existencia y el sentido de su humanidad, llegando
hasta el misterio de la creación a través de la realidad de la
redención. Ahí se encuentra también la respuesta esencial al
interrogante sobre el significado del cuerpo humano, sobre el
significado de la masculinidad y feminidad de la persona humana. La
unión de Cristo con la Iglesia nos permite entender de qué modo el
significado nupcial del cuerpo se completa con el significado
redentor, y esto en los diversos caminos de la vida y en las
distintas situaciones: no sólo en el matrimonio o en la «continencia»
(o sea, virginidad o celibato), sino también, por ejemplo, en el
multiforme sufrimiento humano, más aún: en el mismo nacimiento y
muerte del hombre. A través del «misterio grande», de que trata la
Carta a los Efesios, a través de la nueva alianza de Cristo con la
Iglesia, el matrimonio queda incluido de nuevo en ese «sacramento
del hombre» que abraza al universo, en el sacramento del hombre y
del mundo, que gracias a las fuerzas de la «redención del Cuerpo» se
modela según el amor nupcial de Cristo y de la Iglesia hasta la
medida del cumplimiento definitivo en el reino del Padre.
El matrimonio como sacramento sigue siendo una parte viva y
vivificante de este proceso salvífico.
Esta página es obra
de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
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