la
sacramentalidad del matrimonio y la redención del cuerpo
Audiencia General 27 de
octubre de 1982
1. El texto de la Carta a los Efesios (5, 22-23) habla de los
sacramentos de la Iglesia -y en particular del Bautismo y de la
Eucaristía-, pero sólo de modo indirecto y en cierto sentido alusivo,
desarrollando la analogía del matrimonio con referencia a Cristo y a
la Iglesia. Y así leemos primeramente que Cristo, el cual «amó a la
Iglesia y se entregó por ella» (5, 25), hizo esto «para santificarla,
purificándola, mediante el lavado del agua con la palabra» (5, 26).
Aquí se trata, sin duda, del sacramento del Bautismo, que por
institución de Cristo se confiere desde el principio a los que se
convierten. Las palabras citadas muestran con gran plasticidad de
qué modo el Bautismo saca su significado esencial y su fuerza
sacramental del amor nupcial del Redentor, en virtud del cual se
constituye sobre todo la sacramentalidad de la Iglesia misma,
sacramentum magnum. Quizá se pueda decir lo mismo también de la
Eucaristía, que da la impresión de estar indicada por las palabras
siguientes sobre el alimento del propio cuerpo, que cada uno de los
hombres nutre y cuida «como Cristo a la Iglesia, porque somos
miembros de su Cuerpo» (5, 29-30). En efecto. Cristo nutre a la
Iglesia con su Cuerpo precisamente en la Eucaristía.
2. Sin embargo, se ve que ni el primero ni en el segundo caso
podemos hablar de un tratado de sacramentos ampliamente desarrollado.
Tampoco se puede hablar de ello cuando se trata del sacramento del
matrimonio como uno de los sacramentos de la Iglesia. La Carta a los
Efesios, expresando la relación nupcial de Cristo con la Iglesia,
permite comprender que, basándonos en esta relación, la Iglesia
misma es el «gran sacramento», el nuevo signo de la Alianza y de la
gracia, que hunde sus raíces en la profundidad del sacramento de la
redención, lo mismo que de la profundidad del sacramento de la
creación brotó el matrimonio, signo primordial de la Alianza y de la
gracia. El autor de la Carta a los Efesios proclama que ese
sacramento primordial Se realiza de modo nuevo en el «sacramento» de
Cristo y de la Iglesia. Incluso por esta razón el Apóstol, en el
texto «clásico» de Ef 5, 21-33, se dirige a los esposos a fin de que
estén «sujeto, los unos a los otros en el temor de Cristo» (5, 21) y
modelen su vida conyugal fundándola sobre el sacramento instituido
desde el «principio» por el Creador: sacramento que halló su
definitiva grandeza y santidad en la alianza nupcial de gracia entre
Cristo y la Iglesia.
3. Aunque la Carta a los Efesios no hable directa e inmediatamente
del matrimonio como de uno de los sacramentos de la Iglesia, sin
embargo la sacramentalidad del matrimonio queda particularmente
confirmada y profundizada en ella. En el «gran sacramento» de Cristo
y de la Iglesia los esposos cristianos están llamados a modelar su
vida y su vocación sobre el fundamento sacramental.
4. Después del análisis del texto clásico de El 5, 21-33, dirigido a
los esposos cristianos, donde Pablo les anuncia el «gran misterio» (sacramentum
magnum) del amor nupcial de Cristo y de la Iglesia, es oportuno
retornar a las significativas palabras del Evangelio, que ya hemos
sometido anteriormente a análisis, viendo en ellas los enunciados-clave
para la teología del cuerpo. Cristo pronuncia estas palabras, por
decirlo así, desde la profundidad divina de la «redención del cuerpo»
(Rom 8, 23). Todas estas palabras tienen un significado fundamental
para el hombre, precisamente dado que él es cuerpo, en cuanto es
varón y mujer. Tienen un significado para el matrimonio, donde el
hombre y la mujer se unen de tal manera que vienen a ser «una sola
carne», según la expresión del libro del Génesis (2, 24), aunque, al
mismo tiempo, las palabras de Cristo indiquen también la vocación a
la continencia «por el reino de los cielos» (Mt 19, 12).
5. En cada uno de estos caminos «la redención del cuerpo» no es sólo
una gran esperanza de los que poseen «las primicias del Espíritu»
(Rom 8, 23), sino también un manantial permanente de esperanza de
que la creación será «liberada de la servidumbre de la corrupción
para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios» (ib.
8, 21). Las palabras de Cristo, pronunciadas desde la profundidad
divina del misterio de la redención, y de la «redención del cuerpo»,
llevan en sí el fermento de esta esperanza: les abren la perspectiva
tanto en la dimensión escatológica, como en la dimensión de la vida
cotidiana. Efectivamente, las palabras dirigidas a los oyentes
inmediatos se dirigen a la vez al hombre «histórico» de los diversos
tiempos y lugares. Precisamente ese hombre que posee «las primicias
del Espíritu... gime... suspirando por la redención del... cuerpo» (ib.,
8, 23). En el se centra también la esperanza «cósmica» de toda la
creación, que en él, en el hombre, «espera con impaciencia la
manifestación de los hijos de Dios» (ib., 8, 19).
6. Cristo conversa con los fariseos que le preguntan: «¿Es lícito
repudiar a la mujer por cualquier causa?» (Mt 19, 3); le preguntan
de este modo, precisamente porque la ley atribuida a Moisés admitía
el llamado «libelo de repudio» (Dt 24, 1). La respuesta de Cristo es
ésta: «¿No habéis leido que al principio el Creador los hizo varón y
mujer? Y dijo: Por esto dejará el hombre al padre y a la madre y se
unirá a la mujer y serán los dos una sola carne. De manera que ya no
son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios unió no lo
separe el hombre» (Mt 19, 4-6). Si luego se trata del «libelo de
repudio», Cristo responde así: «Por la dureza de vuestro corazón os
permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres, pero al principio no
fue así. Y yo digo que quien repudia a su mujer (salvo caso de
adulterio) y se casa con otra, adultera» (ib., 19, 8-9). «El que se
casa con la repudiada por el marido, comete adulterio» (Lc 16, 18).
7. El horizonte de la «redención del cuerpo» se abre con estas
palabras, que constituyen la respuesta a una pregunta concreta de
carácter jurídico-moral; se abre, ante todo, por el hecho de que
Cristo se coloca en el plano de ese sacramento primordial que sus
interlocutores heredan de modo singular, puesto que heredan también
la revelación del misterio de la creación, encerrada en los primeros
capítulos del libro del Génesis.
Estas palabras contienen a la vez una respuesta universal, dirigida
al hombre «histórico» de todos los tiempos y lugares, porque son
decisivas para el matrimonio y para su indisolubilidad;
efectivamente, se remiten a lo que es el hombre, varón y mujer, como
ha venido a ser de modo irreversible por el hecho de ser creado «a
imagen y semejanza de Dios»: el hombre que no deja de ser tal
incluso después del pecado original, aun cuando este le haya privado
de la inocencia original y de la justicia. Cristo que, al responder
a la pregunta de los fariseos, hace referencia al «principio» parece
subrayar de este modo particularmente el hecho de que El habla desde
la profundidad del misterio de la redención, y de la redención del
cuerpo. La redención, en efecto, significa como una «nueva creación»,
significa la apropiación de todo lo que es creado: para expresar en
la creación la plenitud de justicia, equidad y santidad designada
por Dios, y para expresar esa plenitud sobre todo en el hombre,
creado como varón y mujer, «a imagen de Dios».
Así, en la óptica de las palabras de Cristo, dirigidas a los
fariseos, sobre lo que era el matrimonio «desde el principio»,
volvemos a leer el texto clásico de la Carta a los Efesios (5,
22-33) como testimonio de la sacramentalidad del matrimonio, basada
en el «gran misterio» de Cristo y de la Iglesia.
Esta página es obra
de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
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