el taller de san josé
Texto de la homilía En el taller de José, pronunciada por
San
Josemaría Escrivá el 19-III-1963.
La figura de San José en el Evangelio
Sabemos que era un trabajador, como millones de otros hombres en
todo el mundo; ejercía el oficio fatigoso y humilde que Dios
había escogido para sí, al tomar nuestra carne y al querer vivir
treinta años como uno más entre nosotros. La Sagrada Escritura
dice que José era artesano.
Una gran personalidad
De las narraciones evangélicas se desprende la gran personalidad
humana de José: en ningún momento se nos aparece como un hombre
apocado o asustado ante la vida; al contrario, sabe enfrentarse
con los problemas, salir adelante en las situaciones difíciles,
asumir con responsabilidad e iniciativa las tareas que se le
encomiendan.
No estoy de acuerdo con la forma clásica de representar a San
José como un hombre anciano, aunque se haya hecho con la buena
intención de destacar la perpetua virginidad de María. Yo me lo
imagino joven, fuerte, quizá con algunos años más que Nuestra
Señora, pero en la plenitud de la edad y de la energía humana.
La pureza nace del amor
Para vivir la virtud de la castidad, no hay que esperar a ser
viejo o a carecer de vigor. La pureza nace del amor y, para el
amor limpio, no son obstáculos la robustez y la alegría de la
juventud. Joven era el corazón y el cuerpo de San José cuando
contrajo matrimonio con María, cuando supo del misterio de su
Maternidad divina, cuando vivió junto a Ella respetando la
integridad que Dios quería legar al mundo, como una señal más de
su venida entre las criaturas. Quien no sea capaz de entender un
amor así, sabe muy poco de lo que es el verdadero amor, y
desconoce por entero el sentido cristiano de la castidad.
Todos los días, trabajo
Era José, decíamos, un artesano de Galilea, un hombre como
tantos otros. Y ¿qué puede esperar de la vida un habitante de
una aldea perdida, como era Nazaret? Sólo trabajo, todos los
días, siempre con el mismo esfuerzo. Y, al acabar la jornada,
una casa pobre y pequeña, para reponer las fuerzas y recomenzar
al día siguiente la tarea.
Pero el nombre de José significa, en hebreo, Dios añadirá. Dios
añade, a la vida santa de los que cumplen su voluntad,
dimensiones insospechadas: lo importante, lo que da su valor a
todo, lo divino. Dios, a la vida humilde y santa de José, añadió
—si se me permite hablar así— la vida de la Virgen María y la de
Jesús, Señor Nuestro. Dios no se deja nunca ganar en
generosidad. José podía hacer suyas las palabras que pronunció
Santa María, su esposa: Quia fecit mihi magna qui potens est,
ha hecho en mi cosas grandes Aquel que es todopoderoso, quia
respexit humilitatem, porque se fijó en mi pequeñez.
Un hombre en el que Dios confió
José era efectivamente un hombre corriente, en el que Dios se
confió para obrar cosas grandes. Supo vivir, tal y como el Señor
quería, todos y cada uno de los acontecimientos que compusieron
su vida. Por eso, la Escritura Santa alaba a José, afirmando que
era justo . Y, en el lenguaje hebreo, justo quiere decir
piadoso, servidor irreprochable de Dios, cumplidor de la
voluntad divina; otras veces significa bueno y caritativo con el
prójimo. En una palabra, el justo es el que ama a Dios y
demuestra ese amor, cumpliendo sus mandamientos y orientando
toda su vida en servicio de sus hermanos, los demás hombres.
Es Cristo que pasa, 40
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