"Jóvenes, sed
los santos del siglo XXI"
Discurso a los estudiantes de las escuelas católicas británicas
S.S. Benedicto XVI
Septiembre 17, 2010
www.zenit.org
Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
Queridos jóvenes

Quiero manifestaros ante todo mi alegría por estar con vosotros hoy
aquí. Os saludo con cariño a todos los que habéis venido a la
Universidad de Saint Mary desde las diversas escuelas y facultades
católicas de todo el Reino Unido, y a los que seguís este encuentro
a través de la televisión o internet. Agradezco al Obispo McMahon su
amable bienvenida. Doy las gracias también al coro y a la orquesta
por la preciosa música que ha dado comienzo a nuestra celebración, e
igualmente deseo expresar mi gratitud a la Señorita Bellot por las
amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos los jóvenes
aquí presentes. Con vistas a los próximos Juegos Olímpicos en
Londres, me ha sido grato inaugurar esta fundación deportiva,
llamada así en honor del Papa Juan Pablo II, y rezo para que cuantos
vengan aquí den gloria a Dios con sus actividades deportivas y
disfruten ellos mismos y los demás.
No es frecuente que un Papa u otra persona tenga la posibilidad de
hablar a la vez a los alumnos de todas las escuelas católicas de
Inglaterra, Gales y Escocia. Y como tengo esta oportunidad, hay algo
que deseo enormemente deciros. Espero que, entre quienes me
escucháis hoy, esté alguno de los futuros santos del siglo XXI. Lo
que Dios desea más de cada uno de vosotros es que seáis santos. Él
os ama mucho más de lo jamás podríais imaginar y quiere lo mejor
para vosotros. Y, sin duda, lo mejor para vosotros es que crezcáis
en santidad.
Quizás alguno de vosotros nunca antes pensó esto. Quizás, alguno
opina que la santidad no es para él. Dejad que me explique. Cuando
somos jóvenes, solemos pensar en personas a las que respetamos,
admiramos y como las que nos gustaría ser. Puede que sea alguien que
encontramos en nuestra vida diaria y a quien tenemos una gran
estima. O puede que sea alguien famoso. Vivimos en una cultura de la
fama, y a menudo se alienta a los jóvenes a modelarse según las
figuras del mundo del deporte o del entretenimiento. Os pregunto:
¿Cuáles son las cualidades que veis en otros y que más os gustarían
para vosotros? ¿Qué tipo de persona os gustaría ser de verdad?
Cuando os invito a ser santos, os pido que no os conforméis con ser
de segunda fila. Os pido que no persigáis una meta limitada y que
ignoréis las demás. Tener dinero posibilita ser generoso y hacer el
bien en el mundo, pero, por sí mismo, no es suficiente para haceros
felices. Estar altamente cualificado en determinada actividad o
profesión es bueno, pero esto no os llenará de satisfacción a menos
que aspiremos a algo más grande aún. Llegar a la fama, no nos hace
felices. La felicidad es algo que todos quieren, pero una de las
mayores tragedias de este mundo es que muchísima gente jamás la
encuentra, porque la busca en los lugares equivocados. La clave para
esto es muy sencilla: la verdadera felicidad se encuentra en Dios.
Necesitamos tener el valor de poner nuestras esperanzas más
profundas solamente en Dios, no en el dinero, la carrera, el éxito
mundano o en nuestras relaciones personales, sino en Dios. Sólo él
puede satisfacer las necesidades más profundas de nuestro corazón.
Dios no solamente nos ama con una profundidad e intensidad que
difícilmente podremos llegar a comprender, sino que, además, nos
invita a responder a su amor. Todos sabéis lo que sucede cuando
encontráis a alguien interesante y atractivo, y queréis ser amigo
suyo. Siempre esperáis resultar interesantes y atractivos, y que
deseen ser vuestros amigos. Dios quiere vuestra amistad. Y cuando
comenzáis a ser amigos de Dios, todo en la vida empieza a cambiar. A
medida que lo vais conociendo mejor, percibís el deseo de reflejar
algo de su infinita bondad en vuestra propia vida. Os atrae la
práctica de las virtudes. Comenzáis a ver la avaricia y el egoísmo y
tantos otros pecados como lo que realmente son, tendencias
destructivas y peligrosas que causan profundo sufrimiento y un gran
daño, y deseáis evitar caer en esas trampas. Empezáis a sentir
compasión por la gente con dificultades y ansiáis hacer algo por
ayudarles. Queréis prestar ayuda a los pobres y hambrientos,
consolar a los tristes, deseáis ser amables y generosos. Cuando todo
esto comience a sucederos, estáis en camino hacia la santidad.
En vuestras escuelas católicas, hay cada vez más iniciativas, además
de las materias concretas que estudiáis y de las diferentes
habilidades que aprendéis. Todo el trabajo que realizáis se sitúa en
un contexto de crecimiento en la amistad con Dios y todo ello debe
surgir de esta amistad. Aprendéis a ser no sólo buenos estudiantes,
sino buenos ciudadanos, buenas personas. A medida que avanzáis en
los diferentes cursos escolares, debéis ir tomando decisiones sobre
las materias que vais a estudiar, comenzando a especializaros de
cara a lo que más tarde vais a hacer en la vida. Esto es justo y
conveniente. Pero recordad siempre que cuando estudiáis una materia,
es parte de un horizonte mayor. No os contentéis con ser mediocres.
El mundo necesita buenos científicos, pero una perspectiva
científica se vuelve peligrosa si ignora la dimensión religiosa y
ética de la vida, de la misma manera que la religión se convierte en
limitada si rechaza la legítima contribución de la ciencia en
nuestra comprensión del mundo. Necesitamos buenos historiadores,
filósofos y economistas, pero si su aportación a la vida humana,
dentro de su ámbito particular, se enfoca de manera demasiado
reducida, pueden llevarnos por mal camino.
Una buena escuela educa integralmente a la persona en su totalidad.
Y una buena escuela católica, además de este aspecto, debería ayudar
a todos sus alumnos a ser santos. Sé que hay muchos no-católicos
estudiando en las escuelas católicas de Gran Bretaña, y deseo
incluiros a todos vosotros en mi mensaje de hoy. Rezo para que
también vosotros os sintáis movidos a la práctica de la virtud y
crezcáis en el conocimiento y en la amistad con Dios junto a
vuestros compañeros católicos. Sois para ellos un signo que les
recuerda ese horizonte mayor, que está fuera de la escuela, y de
hecho, es bueno que el respeto y la amistad entre miembros de
diversas tradiciones religiosas forme parte de las virtudes que se
aprenden en una escuela católica. Igualmente, confío en que queráis
compartir con otros los valores e ideas aprendidos gracias a la
educación cristiana que habéis recibido.
Queridos amigos, os agradezco vuestra atención; os prometo que
rezaré por vosotros, y os pido que recéis por mí. Espero veros a
muchos de vosotros el próximo agosto, en la Jornada Mundial de la
Juventud, en Madrid. Mientras tanto, que Dios os bendiga.
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