"la
educación no debe ser utilitaria"
Discurso a los religiosos dedicados a la enseñanza
S.S. Benedicto XVI
Septiembre 17, 2010
www.zenit.org
Excelentísimo Secretario de Estado de Educación,
Señor Obispo Stack,
Doctor Naylor,
Reverendos Padres, Hermanos y Hermanas en Cristo:

Me complace tener esta oportunidad para rendir homenaje a la
destacada contribución, brindada por religiosos y religiosas en esta
tierra, a la noble tarea de la educación. Doy las gracias a los
jóvenes por sus magníficas canciones, y agradezco a la Hermana
Teresa sus palabras. A ella y a todos los hombres y mujeres que
dedican sus vidas a enseñar a los jóvenes, deseo manifestarles mis
sentimientos de profundo agradecimiento. Formáis a las nuevas
generaciones no sólo en el conocimiento de la fe, sino en cada
aspecto de lo que significa vivir como ciudadanos maduros y
responsables en el mundo actual.
Como sabéis, la tarea de un maestro no es sencillamente comunicar
información o proporcionar capacitación en unas habilidades
orientadas al beneficio económico de la sociedad; la educación no es
y nunca debe considerarse como algo meramente utilitario. Se trata
de la formación de la persona humana, preparándola para vivir en
plenitud. En una palabra, se trata de impartir sabiduría. Y la
verdadera sabiduría es inseparable del conocimiento del Creador,
porque «en sus manos estamos nosotros y nuestras palabras y toda la
prudencia y destreza de nuestras obras» (Sab 7,16).
Los monjes percibieron con claridad esta dimensión trascendente del
estudio y la enseñanza, que tanto contribuyó a la evangelización de
estas islas. Me refiero a los benedictinos que acompañaron a San
Agustín en su misión a Inglaterra; a los discípulos de San Columbano,
que propagaron la fe por Escocia y el norte de Inglaterra; a San
David y sus compañeros en Gales. Ya que la búsqueda de Dios, que
está en el corazón de la vocación monástica, requiere un compromiso
activo con los medios por los que Él se da a conocer -su creación y
su Palabra revelada-, era natural que el monasterio tuviera una
biblioteca y una escuela (cf. Discurso a los representantes del
mundo de la cultura en el "Colegio de los Bernardinos" en París, el
12 de septiembre de 2008). La dedicación monacal al aprendizaje como
senda de encuentro con la Palabra de Dios encarnada sentó las bases
de nuestra cultura y civilización occidentales.
Al mirar a mi alrededor hoy en día, veo a muchos religiosos de vida
activa cuyo carisma incluye la educación de los jóvenes. Ello me
ofrece la oportunidad de dar gracias a Dios por la vida y obra de la
Venerable María Ward, originaria de esta tierra, cuya visión de la
vida religiosa apostólica femenina ha dado tantos frutos. Yo mismo,
siendo niño, fui educado por las "Damas Inglesas", y tengo hacia
ellas una profunda deuda de gratitud. Muchos pertenecéis a
congregaciones dedicadas a la enseñanza, que han llevado la luz del
Evangelio a tierras lejanas, como parte de la gran obra misionera de
la Iglesia. También doy gracias a Dios por esto y le alabo. A
menudo, pusisteis las bases de la previsión educativa mucho antes de
que el Estado asumiera la responsabilidad de este servicio vital
tanto para el individuo como para la sociedad. Como los papeles
respectivos de la Iglesia y el Estado en el ámbito de la educación
siguen evolucionando, nunca olvidéis que los religiosos tienen una
única contribución que ofrecer a este apostolado, sobre todo a
través de sus vidas consagradas a Dios y por medio de su fidelidad:
el testimonio de amor a Cristo, el Maestro por excelencia.
En efecto, la presencia de los religiosos en las escuelas católicas
es un signo que recuerda intensamente el tan discutido ethos
católico que debe permear todos los aspectos de la vida escolar.
Esto va más allá de la evidente exigencia de que el contenido de la
enseñanza concuerde siempre con la doctrina de la Iglesia. Se trata
de que la vida de fe sea la fuerza impulsora de toda actividad
escolar, para que la misión de la Iglesia se desarrolle con
eficacia, y los jóvenes puedan descubrir la alegría de participar en
"el ser para los demás", propio de Cristo (cf. Spe Salvi, 28).
Antes de concluir, deseo añadir una palabra especial de aprecio
hacia quienes tienen la tarea de garantizar que nuestras escuelas
ofrezcan un entorno seguro para niños y jóvenes. Nuestra
responsabilidad hacia aquellos que nos han confiado su formación
cristiana no puede exigir menos. De hecho, la vida de fe se puede
cultivar con eficacia cuando prevalece un clima de confianza
respetuosa y afectuosa. Rezo para que ello siga siendo un sello
distintivo de las escuelas católicas en este país.
Con estos sentimientos, queridos hermanos y hermanas, os invito
ahora a poneros en pie y orar.
* * *
Señor Obispo Stack, le ruego, como Presidente de la Junta de
Gobierno de la Universidad de Santa María, que reciba, en nombre del
Colegio, este mosaico de la Santísima Virgen María, que obsequio.