
Ante
el costado traspasado de Jesús en la Cruz es posible comprender que
«Dios es amor»
-Benedicto XVI, 24 feb, 2007
Propone una Cuaresma centrada en la contemplación de su costado
traspasado
Queridos hermanos y hermanas:
Este año, el Mensaje para la
Cuaresma se inspira en el versículo del Evangelio de Juan, que a su
vez se remonta a una profecía mesiánica de Zacarías: «Mirarán al que
traspasaron» (Juan 19, 37). El discípulo predilecto, presente junto a
María, la Madre de Jesús, y las demás mujeres en el Calvario, fue
testigo ocular del golpe de lanza que traspasó el costado de Cristo,
haciendo que saliera sangre y agua (Cf. Juan 19, 31-34). Este gesto de
un solado anónimo romano, destinado a perderse en el olvido, se quedó
impreso en los ojos y en el corazón del apóstol, quien lo volvió a
narrar en su Evangelio. A través de los siglos, ¡cuántas conversiones
han tenido lugar precisamente gracias al elocuente mensaje de amor que
recibe aquel que dirige la mirada a Jesús crucificado!
Entramos, por tanto, en el tiempo de Cuaresma, con la «mirada» puesta en
el costado de Jesús. En la carta encíclica
«Deus caritas est» (Cf.
n. 12) quise subrayar que, sólo dirigiendo la mirada a Jesús, muerto en
la cruz por nosotros, se puede conocer y contemplar esta verdad
fundamental: «Dios es amor» (1 Juan 4, 8.16). «Desde esa mirada, el
cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar» («Deus
caritas est», 12).
Contemplando con los ojos de la fe al Crucificado, podemos comprender
profundamente qué es el pecado, su trágica gravedad, y al mismo tiempo
la inconmensurable potencia del perdón y de la misericordia del Señor.
Durante estos días de Cuaresma, no apartemos el corazón de este misterio
de profunda humanidad y de elevada espiritualidad. Al contemplar a
Cristo, sintamos que al mismo tiempo somos contemplados por Él. Aquel a
quien nosotros mismos hemos traspasado con nuestras culpas no se cansa
en derramar sobre el mundo un torrente inagotable de amor
misericordioso. Que la humanidad comprenda que sólo de esta fuente es
posible sacar la energía espiritual indispensable para construir esa paz
y esa felicidad que todo ser humano está buscando sin descanso.
Pidamos a la Virgen María, cuya alma quedó traspasada junto a la cruz
del Hijo, que nos alcance el don de una fe firme. Que, guiándonos en el
camino de la Cuaresma, nos ayude a dejar todo los que nos aparta de la
escucha de Cristo y de su palabra de salvación.
A ella confío, en particular, la semana de ejercicios espirituales que
comenzará en la tarde de hoy, aquí en el Vaticano, y en la que
participaré junto a mis colaboradores de la Curia Romana.
Queridos hermanos y hermanas: os pido que me acompañéis con vuestra
oración, yo haré lo mismo con gusto en el recogimiento del retiro,
invocando la potencia divina sobre cada uno de vosotros, sobre vuestras
familias y vuestras comunidades.