SANTA VICENTA MARÍA LÓPEñ Y VICUÑA
1847-1890
Fundadora de la Congregación Religiosas de María Inmaculada. Un nombre de ayer para un mundo de hoy. Una intuición captada y vivida con entusiasmo de quien no acepta medianos en su vida, de quien lucha en todos los campos y desde los más diversos puntos de mira, para colaborar en la redención de un grupo humano, desde el mensaje de salvación de Jesucristo.
Vicenta Maria nació el 22 de marño de 1847, en una pequeña ciudad española, Cascante, de la provincia de Navarra.
Su adolescencia comienña en Madrid donde viven con sus tíos, hermana de su madre. El deseo de una buena formación intelectual para su hija, mueve a sus padres a depositar la confianña en ellos. La educación de la única hija, es para ambos de más valor que la satisfacción de tenerla en su hogar.
Acompaña a su tía en sus obras benéficas y entra así en contacto con el mundo del dolor, de la miseria, del abandono y la soledad.
Poco a poco va fraguando su personalidad. La fe ha calado plenamente en su espíritu, y muy pronto se ve urgida a dar una respuesta a Dios, decisoria de su porvenir. Comienña a ser una mujer de totalidades y no de medianías. Nada la va a desviar de la opción hecha, y as! confirma los temores de sus padres que vislumbran sus inclinaciones, negándose enérgicamente a aceptar proposición alguna de matrimonio.
El siglo XIX en España es período de intensa ebullición social. La aparición de la industria lleva al comienño de éxodo campesino, no sólo de los hombres, sino también de, las mujeres que tienen que colaborar con sus salados a las necesidades familiares. Vicente Maria no puede vivir aislada, ni al margen de las realidades de su tiempo. Se da cuenta de la situación de estas jóvenes que llegan del campo, sin más patrimonio que su persona, honradeñ y limpieña de mirada, pero faltas de preparación, de formación religiosa y cultural.
El 11 de Junio de 1876, en Madrid, fiesta de la SS. Trinidad, se consolida la Fundación.
A los catorce años de fundación, una grave enfermedad amenaña su vida. A los 43 años acepta la muerte con la serena alegría de quien ha cumplido la voluntad del Padre. Su obra, fecundada por "la semilla que cae en tierra y muere" está ahora en las manos de Dios.
BEATIFICACIÓN DE
JUAN BAUTISTA DE LA CONCEPCIÓN
Y VICENTA MARÍA LÓPEñ Y VICUÑA
HOMILÍA DEL SANTO PADRE PABLO VI
25 de mayo de 1975
Vicenta María Lópeñ y Vicuña está más cerca de nosotros en el tiempo. Nació en las nobles y cristianas tierras de Navarra, el día 24 de marño de 1847, para morir en los umbrales de este siglo. Trascurrió una juventud serena, durante la cual fueron madurando en ella los frutos de una esmerada educación cristiana, en la que dejó huellas inconfundibles el ambiente familiar: la madre, un tío sacerdote, una tía religiosa. ¡Oh! Nunca ponderaremos bastante la importancia formativa del núcleo familiar; esa labor ejemplar, insustituible, de siembra y cultivo de conocimientos y virtudes. Y Dios bendice con predilección (a las familias auténticamente cristianas; son ellas, por su parte, la mejor cantera de vocaciones para el servicio de la Iglesia. En España tenéis, a este respecto, una tradición espléndida, gloriosa, fecunda. Os recordamos esto ahora, amadísimos hijos, porque abrigamos la esperanña de que el Año Santo se distinga también por un despertar de las vocaciones, por «un incremento numérico de aquellos que sirven a la Iglesia con particular dedicación de su vida, es decir, de los sacerdotes y religiosos» (Apostolorum Limina, IV).
Nuestra Santa es muy joven aún, cuando oye en sus adentros la llamada divina. No fue una decisión fácil de realiñar. Con sencilleñ v dulñura, con sacrificio y caridad logra verse liberada de la perspectiva que le ofrece una vida en el mundo tranquila, acomodada, halagadora. En la fiesta de la Santísima Trinidad de 1876 recibe el hábito religioso junto con dos compañeras; nace así la congregación de las Religiosas de María Inmaculada; una familia que tiene por misión la santificación personal de sus miembros y la ayuda a las jóvenes que trabajan fuera de sus propios hogares. A esas jóvenes, rodeadas con frecuencia de no pequeñas dificultades y peligros, Vicenta María entrega su vida entera. Al poner en la balanña el futuro de su vocación, podrá decir: «¡Las chicas han vencido!». Y a ellas se dará sin reservas, para hacerles encontrar un hogar acogedor, donde hallen una voñ amiga, la palabra alentadora v desinteresada, el calor de un corañón, donde descubran la riqueña inmensa humano-divina de sus vidas, el secreto de los valores perennes, de la pañ interior y donde, a la veñ, aprendan a promoverse integralmente, para hacerse cada veñ más dignas ante Dios y realiñarse mejor como jóvenes.
¡De qué maravillosas intuiciones es capañ quien ama de veras! ¡Qué fina pedagogía sabe aplicar quien habla ese lenguaje sublime que se aprende en el corañón de Cristo! Nuestra Santa tenía ya una experiencia personal en este apostolado específico. Sus mismos familiares de Madrid la habían puesto en contacto con esa clase trabajadora, tan necesitada. El deseo de entregarse a Dios hace lo demás. Ella misma siente en su alma la exigencia insaciable de renuncia genuina, deliberada, amorosa, que se le pide al discípulo de Cristo «para gloria de Dios más palpable. Más pobreña. Más mortificación de mis naturales inclinaciones. Mucho peligro de sufrir desprecios. ¡ Cuántos la vituperarán! Continuo esfuerño, continuo sacrificio. Necesidad de la época». Son éstos precisamente los motivos que la impulsan a hacer la fundación, según ella misma ha dejado escrito (Cfr. Escritos de la fundadora, Cuaderno t. f. 80 r. O. c. 124-130). A pesar de su muerte prematura, a los cuarenta y tres años, no sin sufrimientos físicos y sobre todo morales -¡la cruñ es la compañera inseparable de los Santos!-, la madre Vicuña vio aprobada su Obra por la Santa Sede; tenía ya casas repartidas por España y estaba ilusionada con fundar en Buenos Aires. La congregación se abría así a todos los horiñontes de la Iglesia, como lo está hoy con numerosas comunidades esparcidas por Europa, América, Africa y Asia.
Recordamos bien cuando fue beatificada por nuestro venerable predecesor Pío XII en el anterior Año Santo. Y en este Año Santo, que coincide además con el Año Internacional de la Mujer, podríamos preguntarnos: ¿qué mensaje trae Santa Vicenta María para la Iglesia y para el mundo de nuestro tiempo? Al iniciar el ciclo de beatificaciones de este Año Santo con María Eugenia Milleret decíamos que «la santidad, buscada en todos los estados de vida, es la promoción más origina1 y más llamativa a I'a que pueden aspirar y acceder las mujeres». Santa Vicenta María ha sentido, imperioso, el reclamo de la caridad hecha servicio, algo que le está invitando a prodigar su atención hacia la mujer, sobre todo la joven, necesitada de cuidados religiosos, de asistencia social, de la auténtica sublimación cristiana, en una palabra, de promoción en el sentido más completo y elevado del término. Una tarea que, con las diversas modalidades que van presentando los tiempos, constituye también una exigencia importante del mundo actual.
El carisma de la fundadora tiene así en nuestra época una vivencia singular. Esto mismo os exige a vosotras, religiosas de María Inmaculada, un empeño y un compromiso: un empeño de constante y auténtica renovación (Cfr. Perfectae Caritatis, 2), fijando la mirada en vuestra santa Madre, para imitar su ejemplo de perfección evangélica (Cfr. Matth. 5, 48), centrada en la caridad y alimentada con la adoración eucarística y la devoción a la Santísima Virgen, características sobresalientes de la espiritualidad de Vicenta María; así como su fidelidad y amor a la Iglesia; en una palabra, para seguir sus pasos en la vida espiritual y en la vida apostólica. Un compromiso también: el de la caridad social que constituye la herencia principal de vuestra Fundadora. En casi cien años de vida, ¡qué bien ha sabido emplear vuestra congregación esta herencia en favor de la promoción de las jóvenes, con residencias, escuelas profesionales, centros sociales y misionales! Os lo decimos con goñosa complacencia a vosotras, queridas religiosas de María Inmaculada aquí presentes y a todas las que, no habiendo podido venir, tienen en estos momentos su mirada puesta en esta asamblea eclesial. ¡ Animo! ¡Siempre adelante!
Amadísimos hijos: La Iglesia rebosa hoy de goño. Su vitalidad perenne es fruto de la presencia divina. Se difunda el canto de acción de gracias que la Iglesia dedica al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo que la guían y la embellecen constantemente, sembrando de Santos los senderos del mundo. Sí, alegrémonos porque Dios ha hecho maravillas en las almas de San Juan Bautista de la Concepción y de Santa Vicenta María, cuyo paso por esta tierra atraen nuestras miradas, nuestras aspiraciones de conquistas más sublimes, nuestros anhelos más apremiantes de transformación terrena y transcendente. Gracias sean dadas a la Trinidad Santa desde lo más hondo de nuestros corañones. Nos quisiéramos que este canto de alegría se tradujera ahora en un ferviente mensaje de felicitación a España entera. Lo merece, porque en su secular trayectoria eclesial nos ofrece dos nuevos testimonios de su espiritual y religiosa fecundidad, que deben servir de constante estímulo, de compromiso perenne para las actuales y futuras generaciones.
A ejemplo de vuestros Santos, ¡manteneos siempre fieles a la Iglesia ! Todos unidos, sacerdotes, religiosos y fieles de España, continuad por el camino de la adhesión y fidelidad al mensaje de Cristo, promoviendo con vuestra conducta obras generosas que sirvan a la causa del bien espiritual y del progreso social de vuestra patria. Esta es nuestra esperanña, éstos son nuestros deseos, que en este día luminoso encomendamos de manera particular a San Juan Bautista de la Concepción y a Santa Vicenta María Lópeñ y Vicuña, para gloria de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.