Mensaje de Navidad de Juan Pablo II
25-XII-2002
«¡Que la humanidad acoja el mensaje de paz de la Navidad!»
1. «Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado» (Is 9,5). Hoy se renueva el misterio de la Navidad: nace también para los hombres de nuestro tiempo este Niño que trae la salvación al mundo; nace llevando alegría y paz a todos. Nos acercamos al Portal conmovidos para encontrar, junto a María, al Esperado de los pueblos, al Redentor del hombre. «Cum Maria contemplemur Christi vultum». Contemplemos con María el rostro de Cristo: en aquel Niño envuelto e pañales y acostado en el pesebre (cf. Lc 2, 7), es Dios que viene a visitarnos para guiar nuestros pasos por el camino de la paz (cf Lc 1, 79). María lo contempla, lo acaricia y lo arropa, interrogándose sobre el sentido de los prodigios que rodean el misterio de la Navidad.
2. La Navidad, misterio de alegría En esa noche los ángeles han cantado: «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que Dios ama» (Lc 2, 14). Han anunciado el acontecimiento a los pastores como «una gran alegría, que lo será para todo el pueblo» (Lc 2, 10). Alegría, incluso estando lejos de casa, la pobreza del pesebre, la indiferencia del pueblo, la hostilidad del poder. Misterio de alegría a pesar de todo, porque «hoy os ha nacido, en la ciudad de David, un salvador» (Lc 2, 11). De este mismo gozo participa la Iglesia, inundada hoy por la luz del Hijo de Dios: las tinieblas jamás podrán apagarla. Es la gloria del Verbo eterno, que, por amor, se ha hecho uno de los nuestros.
3. La Navidad, misterio de amor. Amor del Padre, que ha enviado al mundo a su Hijo unigénito, para darnos su propia vida (cf. 1 Jn 4, 8-9). Amor del «Dios con nosotros», el Emmanuel, que ha venido a la tierra para morir en la Cruz. En el frío Portal, en medio del silencio, la Virgen Madre, con presentimientos en el corazón, siente ya el drama del Calvario. Será una lucha angustiosa entre la luz y las tinieblas, entre la muerte y la vida, entre el odio y el amor. El Príncipe de la paz, nacido hoy en Belén, dará su vida en el Gólgota para que en la tierra reine el amor.
4. Navidad, misterio de paz. Desde la gruta de Belén se eleva hoy una llamada apremiante para que el mundo no caiga en la indiferencia, la sospecha y la desconfianza, aunque el trágico fenómeno del terrorismo acreciente incertidumbres y temores. Los creyentes de todas las religiones, junto con los hombres de buena voluntad, abandonando cualquier forma de intolerancia y discriminación, están llamados a construir la paz: ante todo en Tierra Santa, para detener finalmente la inútil espiral de ciega violencia, y en Oriente Medio, para apagar los siniestros destellos de un conflicto, que puede ser evitado con el esfuerzo de todos; en África, donde carestías devastadoras y luchas intestinas agravan las condiciones, ya precarias, de pueblos enteros, si bien no faltan indicios de optimismo; en Latinoamérica, en Asia, en otras partes del mundo, donde crisis políticas, económicas y sociales inquietan a numerosas familias y naciones. ¡Que la humanidad acoja el mensaje de paz de la Navidad!
5. Misterio adorable del Verbo Encarnado Junto a ti, Virgen Madre, permanecemos pensativos ante el pesebre donde está acostado el Niño, para participar de tu mismo asombro ante la inmensa condescendencia de Dios. Danos tus ojos, María, para descifrar el misterio que se oculta tras la fragilidad de los miembros del Hijo. Enséñanos a reconocer su rostro en los niños de toda raza y cultura. Ayúdanos a ser testigos creíbles de su mensaje de paz y de amor, para que los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, caracterizado aún por tensos contrastes e inauditas violencias, reconozcan en el Niño que está en tus brazos al único Salvador del mundo, fuente inagotable de la paz verdadera, a la que todos aspiran en lo más profundo del corazón. [Traducción del original italiano distribuida por la Sala de Prensa de la Santa Sede. Al dirigir su saludo en 62 idiomas, Juan Pablo II dijo en castellano:] «¡Feliz Navidad! Que la Paz de Cristo reine en vuestros corazones, en la familias y en todos los pueblos».
Homilía de Juan Pablo II
en la misa de la Noche de Navidad, 2002
El Niño, «señal de esperanza para toda la familia humana»
1. «Dum medium silentium tenerent omnia... - Un silencio sereno lo envolvía todo, y, al mediar la noche su carrera, tu Palabra todopoderosa, Señor, vino desde el trono real de los cielos» (Ant. Magn. 26 diciembre).
En esta Noche Santa se cumple la antigua promesa: el tiempo de la espera ha terminado, y la Virgen da a luz al Mesías.
Jesús nace para la humanidad que va en busca de libertad y de paz; nace para todo hombre oprimido por el pecado, necesitado de salvación y sediento de esperanza.
Dios responde en esta noche al clamor incesante de los pueblos: ¡Ven, Señor, sálvanos!: su eterna Palabra de amor ha asumido nuestra carne mortal. «Sermo tuus, Domine, a regalibus sedibus venit». El Verbo ha entrado en el tiempo: ha nacido el Emmanuel, el Dios-con-nosotros.
En las catedrales y en las basílicas, así como en las iglesias más pequeñas y diseminadas por todos los lugares de la tierra, se eleva con emoción el canto de los cristianos: «Hoy nos ha nacido el Salvador» (Salmo resp.).
2. María «dio a la luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre» (Lc 2,7).
He aquí el icono de la Navidad: un recién nacido endeble, que las manos de una mujer envuelven con ropas pobres y acuestan en el pesebre.
¿Quién puede pensar que aquel pequeño ser humano es el «Hijo del Altísimo»? (Lc 1,32). Sólo ella, su Madre, conoce la verdad y guarda su misterio.
En esta noche también nosotros podemos "pasar" a través de su mirada, para descubrir en este Niño el rostro humano de Dios. También para nosotros, hombres del tercer milenio, es posible encontrar a Cristo y contemplarlo con los ojos de María.
La noche de Navidad se convierte así en escuela de fe y vida.
3. En la segunda Lectura, proclamada antes, el apóstol Pablo nos ayuda a comprender el acontecimiento-Cristo, que celebramos en esta noche de luz. Él escribe: «Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres» (Tt 2,11).
La «gracia de Dios aparecida» en Jesús es su amor misericordioso, que dirige toda la historia de la salvación y la lleva a su cumplimiento definitivo. La revelación de Dios «en la humildad de nuestra carne» (Prefacio de Adviento I) anticipa en la tierra su «manifestación» gloriosa al final de los tiempos (cf. Tt 2,13).
No sólo eso. El acontecimiento histórico que estamos viviendo en el misterio es el «camino» que nos ofrece para llegar al encuentro con Cristo glorioso. En efecto, con su Encarnación, Jesús, --como observa el Apóstol-- nos enseña a «renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos, y a llevar desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos» (Tt 2,12-13).
¡Oh Navidad del Señor, que has inspirado a Santos de todos los tiempos! Pienso, entre otros, en san Bernardo y en sus elevaciones espirituales ante la escena conmovedora del belén; pienso en san Francisco de Asís, inventor inspirado de la primera animación «en vivo» del misterio de la Noche Santa; pienso en santa Teresa del Niño Jesús, que con su «pequeño camino» propuso el auténtico espíritu de la Navidad a la orgullosa conciencia moderna.
4. «Encontraréis un niño, envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2,12).
El Niño acostado en la pobreza de un pesebre: ésta es la señal de Dios. Pasan los siglos y los milenios, pero queda la señal, y vale también para nosotros, hombres y mujeres del tercer milenio. Es señal de esperanza para toda la familia humana: señal de paz para cuantos sufren a causa de todo tipo de conflictos; señal de liberación para los pobres y los oprimidos; señal de misericordia para quien se encuentra en el círculo vicioso del pecado; señal de amor y de consuelo para quien se siente solo y abandonado.
Señal pequeña y frágil, humilde y silenciosa, pero rica de la fuerza de Dios, que se hizo hombre por amor.
5. Señor Jesús, junto con los pastores
nosotros nos acercamos a tu pesebre
para contemplarte envuelto en pañales
y acostado en el pesebre.
Oh Niño de Belén,
te adoramos en silencio con María,
tu Madre siempre Virgen.
A ti la gloria y la alabanza por los siglos,
divino Salvador del mundo. Amén.
[Traducción del original italiano distribuida por la Sala de Prensa de la Santa Sede]