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Nací el 17 de enero del 1963 en La Habana, Cuba. Mis padres, Luis Carlos Acosta y Julia Dolores Acosta, tuvieron tres hijos, de los cuales yo era la mayor. El mes de marzo del año 1969, mi familia completa (padre, madre, mi hermano y mi hermana) emigramos a los Estados Unidos, como muchos cubanos, debido al comunismo que azotaba la isla. Llegamos a la Florida y a la semana nos fuimos a New Jersey, porque había más posibilidad de trabajo para mis padres y porque vivían allá algunos familiares. Yo tenía 6 años, mi hermano 5 y mi hermana apenas un año. Mi hermano y yo fuimos bautizados en Cuba, mi hermana se bautizó en New Jersey.
Vivimos muchos años en New Jersey, toda mi educación de primaria y secundaria fue en colegios públicos. Recuerdo con mucho cariño estos años de infancia y parte de la adolescencia de ambiente familiar y amistad.
Me criaron mis abuelos paternos, Nicolás y Lucila García hasta los 6 años de edad en que salimos para los Estados Unidos. Ellos vivían una cuadra de la casa de mis padres en Cuba. Mis abuelos se ofrecieron a ayudar a mi madre que se quedó sola con mi hermano pequeño y conmigo cuando el gobierno comunista envió a mi padre a trabajar al campo forzado. Esto era muy común en el gobierno comunista, cuando sabía que la familia había pedido salir del país.
Mis abuelos maternos fueron muy especiales para mí. Me quisieron mucho. Recuerdo el amor especial que me tenían. Mucho aprendí de ellos y mucho amor recibí de ellos. Un recuerdo muy especial es éste: mi abuela visitaba al Santísimo Sacramento los jueves, y siempre me llevaba con ella; no recuerdo mucho, pero sí su presencia a mi lado, sentada en la Iglesia ante Jesús Sacramentado.
Mi familia era católica, pero poco practicante, al llegar a los Estados Unidos. Recuerdo que se hablaba de Dios y de tener fe en Dios, de pedirle a la Virgen de la Caridad. Era un ambiente familiar, religioso; pero una religiosidad, diría yo, “a nuestra manera“, con muchas confusiones sobre la fe. Visitamos la Iglesia de vez en cuando.
Desde niña, siempre sentía que iba a vivir una vida diferente a las demás personas, y no sabía porque tenía este sentimiento. Siempre pensé que me casaría y tendría una familia con muchos hijos; pero, a la vez, algo en mi interior me decía que había algo más, algo que yo no conocía todavía, algo por venir.
Las cosas de Dios siempre me atraían, y me daba cuenta cuando algo no venía de Dios, yo sentía: gran malestar físico, y me alejaba del área o de la persona. Ahora me doy cuenta de esto. Me gustaba tener en mi cuarto imágenes religiosas, una cruz o una imagen de la virgen.
No recuerdo haber ido a alguna religiosa o a algún sacerdote en mi niñez y juventud; solamente recuerdo haberles visto en películas. Creo que si hubiera conocido alguna religiosa de niña, me hubiera dado cuenta de la vocación religiosa a más temprana edad.
El 1 de julio del 1980, toda mi familia se trasladó a la ciudad de Miami. Todos estaban contentos del cambio. Yo no lo estaba, ya que no quería dejar a mis abuelos y amistades, que vivían en New Jersey. Pero todo estaba en el plan maravilloso de Dios, en su divina providencia. Mi vida cambió para siempre con este traslado.
En esta época de adolescencia, buscaba a Dios sin saberlo. Nada me llenaba. A los 18 años me gradué de secundaria y sentía un gran vacío interior. Una amiga del colegio me invitó a una Iglesia Protestante. Sentí la presencia de Dios, pues ellos alababan al Señor con el corazón y con gozo, pero a la vez sabía que no era mi lugar.
Jesús me llamaba; era como una voz delicada y suave, y yo no lo percibía. Sentía que tenía que comenzar a asistir a la Iglesia, pero a mi Iglesia, o sea a la Iglesia Católica.
En esta época (1981-2), comencé a trabajar en una tienda de departamento muy conocida en Miami, mientras estudiaba en el colegio mayor. Conocí a una persona muy especial, a quien el Señor utilizó para que toda mi vida cambiara. Nos conocimos en el trabajo. Nunca me imaginé que este encuentro marcaría mi vida para siempre, en realidad para toda la eternidad. Esta persona muy especial fue instrumento de Dios para que regresara a la Iglesia y recibiera los sacramentos. Fue el instrumento que Dios utilizó para que conociera a Jesús y a María, y así se realizara mi primera conversión, y fue la puerta abierta para conocer y responder a la llamada del amado. Más adelante hablare más sobre esta persona muy especial. La vida está llena de encuentros fecundos.
Esta persona muy especial me hablaba mucho de Dios y de la Santísima Virgen, me contaba sus experiencias del poder y del amor de Jesús, de la vida del Espíritu, de los dones y carismas. Mi corazón se inflamaba de deseos de escuchar más.
Me maravillaba, cada vez que hablaba, de su sabiduría espiritual y su amor y celo por Jesús y María, y por las almas, y de su don de liderazgo. Me impresionaba su carácter determinado y su don de fortaleza de espíritu para buscar la voluntad de Dios y cumplirla. Particularmente me llamaba mucho la atención su amor a la Virgen María.
Yo me decía a mi misma: esta persona es alguien muy especial para Dios y Dios necesita de ella. Yo decía “¡quiero sentir lo mismo, conocer así a Jesús y a su Madre Santísima, amarlo como ella lo ama!".
Esta persona especial me invitó a un grupo de oración Carismático, que se reunía todos los martes por la noche en la parroquia cerca de mi casa. Dios me llamaba para sí y yo no me daba cuenta.
Cuando fui por primera vez me cautivó la cantidad de personas que cantaban y alababan a Dios con todo su corazón, ¡y eran Católicos! Recuerdo que esa misma noche un grupo de hermanos oraron por mí (imponiendo las manos). Fue una experiencia inexplicable, que marco toda mi vida. Yo lloraba de sentir el amor de Dios. Su amor que me abrazaba y me sanaba el corazón.
Esa noche sentí o vi en mi interior el Rostro de Jesús. Su mirada misericordiosa me cautivó el corazón. Sólo sentía amor y perdón de parte de Jesús, pero a la vez sentía que Jesús me decía algo con su mirada, me pedía algo, y en este momento no supe qué. ¡Qué amor tan grande el de Jesús ! ¡Qué experiencia de amor de su corazón! Sólo quería llorar, y así fue. Llore mucho: lágrimas de amor y dolor, y de arrepentimiento.
Desde ese momento no dejé de asistir al grupo de oración, en el cual nació una familia espiritual muy especial. Participaba de todo lo que podía con el grupo: retiros, etc. Mi deseo de estar con Jesús crecía, y las cosas que antes me llamaban la atención fueron desapareciendo. Sólo quería estar en la Iglesia cerca de la Eucaristía.
Comencé a asistir diariamente a la Santa Misa. Cada vez que participaba en la Misa, mi corazón se dolía, porque no podía recibirlo. Todavía no había hecho mi primera comunión.
Prontamente me preparé y pude recibir los sacramentos de la confesión, comunión y confirmación. También asistí a un Seminario de Vida en el Espíritu y recibí el bautizo del Espíritu Santo. Todo fue dentro de un marco de menos de 6 meses. ¡Tantas gracias del Corazón Misericordioso de Jesús y de María Santísima!
Creo que después de esta oración recibí una gracia especial: como un conocimiento infuso de las verdades de la fe Católica. Me daba cuenta que sabía cosas de la fe que no eran fruto de una lectura ni duna asistencia a clases. Fue una gracia muy particular del Señor.
La cuaresma del 1983, proclamado por S.S. Juan Pablo II, “Año de la Redención”, fue un tiempo de mucha gracia espiritual. Me atraían mucho las meditaciones de la pasión, que para mí hasta entonces eran desconocidas. Me sentía inclinada a conocer más sobre los sufrimientos de Jesús, de su pasión. Percibía que Jesús quería que hiciera algo más por El, algo que le ayudara a aliviar sus dolores, y no sabia como hacerlo.
Durante esta cuaresma, comencé a rezar el Santo Rosario, y me comprometí hacerlo todo los días. La Virgen me llevaba a conocer más a Jesús. Aunque el encuentro con Jesús cambió mi vida, yo sabía que no era suficiente: Jesús me pedía algo más.
Nuestro grupo de oración patrocinaba/ayudaba a muchos niños pobres en un barrio de la República Dominicana. En el verano del año 1984, nos unimos un grupo pequeño de personas para ir en misión al barrio pobre que ayudábamos en la República Dominicana. Fue el sacerdote y también la persona especial.
El tener contacto con tanto sufrimiento humana, físico y espiritual, conmovió mi corazón y lo que sentía era que Dios me pedía que ayudara a su pueblo, a los que sufren. Mientras pasaba los días en la misión, mas se llenaba mi corazón con deseos de dejarlo todo por Jesús y de ayudar a los pobres y necesitados.
En este viaje, visitamos el Santuario de la Virgen de Schoenstatt, en el pueblo de la Victoria, R.D. Después de las misiones, el padre y la persona especial decidieron que sería importante pasar unos días de retiro en este santuario de la Virgen.
Tuvimos unas meditaciones por el Padre y después nos preparamos para la Santa Misa y la consagración de nuestro ser, nuestro corazón, a la Santísima Virgen. La idea de consagrarme a la Virgen me conmovió mucho el corazón, aunque no entendía realmente lo que significaba, y menos las consecuencias o sus frutos espirituales.
Estando en la capilla se nos acercaron las hermanas del santuario y nos explican el significado de la consagración a María en las capillas de Schoenstatt. Lo que ocurre es que hay un intercambio de corazón: nosotros le damos a la Virgen nuestro corazón y la Virgen nos da su corazón doloroso y traspasado.
La consagración e intercambio de corazón con María Santísima marcó el camino hacia la vocación religiosa. Todo se lo debo a María Santísima. Mi vocación religiosa es fruto de esta consagración, del intercambio de corazón con María. Es el fundamento de nuestro espiritualidad: “Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María”. La Virgen me mostraba su corazón materno.
Recibí muchas gracias del Señor por mediación de la Virgen, que no puedo explicar. Jesús me llamaba para que fuera totalmente suya, su esposa, y la Virgen me lo hacía saber. Lo sabía, pero ¿cómo, cuándo y dónde?
En este año 1984-85, el Señor me hablaba de muchas maneras, confirmando la llamada, a través de hermanos del grupo, de lecturas, pero particularmente en lo más íntimo de mi corazón. Lecturas bíblicas que atesoro como confirmación del llamado del Señor son: Gálatas 2,19-21 y Gálatas 6,14.
El año 1985 fue un año inolvidable. Volvimos a las misiones de la República Dominicana. Recibimos tantas bendiciones y gracias del Señor. La persona muy especial también fue: es Madre Adela Galindo, Fundadora de nuestra comunidad, “Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María."
Considero una bendición inmensa el haberla conocido en estos tiempos, antes de la fundación, siendo así testigo del poder y la gracia de Dios actuando en un alma y en su obra. Siendo testigo de cuando se le dice “Sí” al Señor, como la Virgen, todo se maximiza y florece.
Existen pocas personas que han tenido este don tan precioso de Dios de haber convivido con su fundadora en tantas etapas y en épocas diferentes de su vida. Es un don muy precioso, y así lo atesoro en mi corazón, pues he vivido diferentes etapas que son insustituibles.
En este viaje, fuimos a renovar nuestra consagración a María Santísima en la misma capilla preciosa de Schoenstatt. Los Corazones de Jesús y María tenían designios grandes de misericordia, y se los revelaban a nuestra Madre Fundadora, pues solo ella y Dios los sabían.
En este año de 1985, en la capilla de la Virgen de Schoenstatt, nuestra querida Madre Adela renovaba su consagración a María, pero le ofrecía su vida entera al Señor, con los votos de castidad, pobreza y obediencia.
Cuando la Madre pronunció este compromiso, mi corazón palpitaba tan rápido que creía que se me salía del pecho. Sentí una voz interior que me decía “¡síguela adonde quiera que vaya!” Comprendí el llamado de Dios: me llamaba a ser toda suya, dando pasos de fe y confianza en su Corazón Traspasado de Amor; comprendí que me llamaba a hacerlo siguiendo a la Madre Adela.
En este mismo año, unos meses después, le ofrecí mi vida al Señor, en castidad, obediencia y pobreza, junto con la hermana Carmen María. La historia se sigue escribiendo.
Esta página
es obra de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María
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