Hna. Enma del Corazón Traspasado de María
_________________________________________ Mi vocación se la debo a la Misericordia insondable del Señor y a la protección de la Santísima Virgen María. Desde la niñez sentía inclinación a las cosas religiosas, es decir asistía a misas regularmente por voluntad propia, me sentía atraída a las devociones propias de la cultura de mi país, como los cantos y los rezos a la Virgen. A pesar de que mi alma buscaba a Dios, no sentía el llamado a la vida religiosa, pues no tenía conocimiento de ello. Siendo niña, sólo conocía a una religiosa, a la cual veía de vez en cuando. Dejándome llevar por las cosas del mundo, fui perdiendo mi amor a Dios, pues pensaba que la práctica de la fe era parte de la cultura. A los 12 años, salí de Nicaragua con mis hermanos y mi mamá para reunirme con mi papá en los Estados Unidos. Este cambio en mi vida me separó más de Dios, pues me fui envolviendo más en el mundo y me fui olvidando de Dios. Ya no frecuentaba los sacramentos, no me confesaba, iba a misa los domingos porque mis padres me lo exigían; cuando mi mamá nos pedía rezar el rosario, me parecía muy aburrido. Me gustaba salir con mis amistades. La meta de siempre era “pasarla bien”. Aunque hacía todo lo que me gustaba, siempre sentía un vacío en mi corazón, y no lograba entender el porqué de tal sentimiento. Ahora sé la respuesta: “Tu eres grande, Señor, y muy digno de alabanza..., porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en ti” (San Agustín).
Cinco años después, en octubre de 1998, una amiga nos pidió a mi hermana y a mí que la acompañáramos a un grupo de oración en la Iglesia de la Divina Providencia; fue ahí donde descubrí mi vocación. Esa noche el Señor me dio a conocer el plan que tenía para mi vida, lo que llenaría mi corazón: vivir para Él. Durante la oración, pidieron que cerráramos los ojos y le pidiéremos al Señor que viniera a nosotros. Vi que todos los presente hicieron lo que habían pedido, y yo también lo hice; le pedí al Señor que viniera a mí, que lo quería sentir en mi corazón. El Señor se digno escuchar mi oración. Se realizó en mí esta promesa evangélica: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que busca halla; y al que llama, se le abrirá” (Mt. 7,7).Sentí la presencia y el amor del Señor; lloré de arrepentimiento porque, a pesar de que me había olvidado y separado de Dios, Él me esperó y respondió a mi petición. Al estar llorando tan profundamente, los miembros del grupo oraron por mí. Mientras ellos oraban, sentía en mi corazón que el Señor me pedía que no tuviera miedo y que me entregara a Él. Cuando llegue a mi casa, mi hermana le contó a mi mamá lo que me había sucedido. Mi mamá me preguntó qué era lo que había sentido. Le respondí que sentía que el Señor me pedía que me entregara a El. Inmediatamente mi mamá me dijo que si eso significaba ser religiosa. Me quedé pensando en lo que me dijo mi mamá, porque no había pensado en ser religiosa para responder a lo que el Señor me estaba pidiendo. Seguí mi vida normal en la escuela y con mis amistades, pero mi corazón buscaba responder a la llamada de Dios. Continué en el grupo; ayudaba en el coro y en las distintas actividades. Mientras pasaba el tiempo, sentía más fuerte que el Señor me llamaba a la vida religiosa, pero no sabía qué hacer pues no conocía ninguna congregación religiosa: no sabía adónde acudir con mi inquietud.Dos meses después, en la conferencia de Adviento de la Renovación Carismática, el Señor tenía las respuestas a mis dudas. Fue una conferencia llena de misericordia; me confesé por primera vez, después de ocho años de no haber recibido el sacramento. En esta conferencia también sentí la presencia materna de la Santísima Virgen; nunca perdí el amor que la tenía desde niña; a pesar de estar distraída con las cosas del mundo, siempre sentí su presencia y su cuidado. Ella siempre estuvo a mi lado, protegiendo mi vocación. En la conferencia, vi por primera vez a Madre Adela Galindo, fundadora de nuestra congregación. Ella dio una enseñanza sobre la Santísima Virgen;atrajo mi atención el amor y la reverencia con que ella se refería a la Madre de Dios. Después de su enseñanza, siguió la adoración al Santísimo Sacramento. En esta hora de adoración, el Señor liberó mi alma de todo aquello que me separaba de Él. Sentía en mi alma una batalla, tenía mucho miedo. El Señor liberó mi corazón de todas las ataduras de la carne, del demonio, y del mundo. Durante la adoración, la Hermana Ana Lanzas oró por mí. Mientras ella oraba, sentí paz, sentí la presencia de María Santísima, experimenté la paz y la confianza que siente un hijo que encuentra a su madre después de haber andado perdido.
Después de la adoración, hablé con la hermana y le comenté la inquietud que sentía. Me dio el teléfono para hablar un poco más del tema. Tuve muchas tentaciones antes de llamar; pasé un mes luchando y con muchas dudas. En enero de 1999, me propuse llamar. Hablé con la hermana y me dio una cita. Dios usa medios para guiarnos y para darnos luz. La cita con la hermana fue una gran ayuda para mi discernimiento. Me di cuenta de que sentir la vocación religiosa no es un sentimiento superficial o algo insignificante. El llamado a la vocación religiosa es algo que viene de Dios y requiere de nuestra parte mucha docilidad, generosidad y discernimiento. Sólo así se puede responder con madurez.
La hermana me invitó al Cenáculo Eucarístico. Asistía al Cenáculo todos los viernes, y fue ahí donde el Señor fue moldeando mi alma. A través del poder de la Eucaristía fui renunciando a todo aquello que en mí se oponía a responderle. Durante este tiempo, por el ejemplo de la hermanas, aprendí el verdadero significado de la vida religiosa. Aprendí también a amar a la Iglesia, en especial al Santo Padre, ya que, por haberme dejado llevar por los criterios del mundo, no apreciaba el tesoro de la Iglesia Católica.Mi amor a la Santísima Virgen se fue fortificando, pues ya no era una simple devoción, sino un amor sólido. En este período, las tentaciones no faltaron. Empezaron a venir cosas a mi vida, que siempre deseé tener, pero el Señor me dio la gracia de renunciar a ellas. La oración de un corazón generoso, el Señor siempre la acepta, si va de acuerdo con su voluntad. En este tiempo, en el cual discernía mi vocación, sentía tan palpable el amor de Dios que me era imposible no responder a su llamada. Pensaba constantemente en Su bondad para conmigo, por haberme escogido para ser consagrada a Él. Yo, una criatura, pecadora y débil, había sido escogida para ser Su esposa. Era esto lo que me movía a pedirle al Señor: “Quítame todo lo que se oponga a que yo cumpla Tu voluntad”. El Señor escuchaba mi oración y me respondía con las gracias que más necesitaba en los momento de renunciar al yo, a lo que más me gustaba, a lo que más quería, pero que no estaba de acuerdo con el plan de Dios.
Durante todo el tiempo del discernimiento me mantuve cerca de las hermanas; trataba de ayudarlas en lo que podía y de participar en todas sus actividades. Yo le agradezco mucho al Señor por haberme puesto en contacto con la comunidad y con las hermanas, que en ese tiempo me ayudaron a ir conociendo los designios que Él tenía para mi vida. En julio del 2000, comencé a visitar la comunidad. Fue un tiempo más profundo de discernimiento. Así fui conociendo las disposiciones que hay que tener para la vida religiosa. Entré como postulante en la comunidad antes de que se cerrara la Puerta Santa, el 5 de enero del 2001, penúltimo día del Año Jubilar, año de gracia y misericordia. Seis meses después, el 16 de julio, empecé el noviciado, junto con otras tres postulantes. Este fue un tiempo muy importante en mi vocación religiosa, pues el noviciado es “una experiencia de iniciación, mediante la cual se llega a conocer mejor la vocación peculiar de la Comunidad, a probar su modo de vida, a formar la mente y el corazón con su espíritu” (Dic. Teológico de la Vida Consagrada).
En el Bautismo recibimos la gracia que corresponde a la vocación de ser personas cristianas. Esta vocación es la que nos lleva a vivir en plenitud la razón por la cual fuimos creadas por Dios. La vocación religiosa es un llamado a vivir en perfección la gracia bautismal. También es un llamado a “vivir una consagración más intima” (CIC n. 916).O sea una "peculiar consagración" (PC 5 ). El 24 de enero de 1982 fui bautizada y fui consagrada a Dios por la consagración bautismal. Gracias a la protección de la Santísima Virgen, 21 años después, profesé mis primeros votos, el 24 de enero del 2003. Y así fui consagrada con una especial consagración. Ahora, con la intercesión de los santos patronos de nuestra comunidad, de todos los santos del cielo y especialmente de la Madre de Dios, espero vivir en plenitud y perfección la vocación a la que el Señor me ha llamado desde la eternidad: ser esposa de Cristo.
“Me has tejido en el vientre de mi madre; yo te doy gracias por tantas maravillas” (Sal. 139,13-14). Esta página es obra de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María Copyright © 2004 SCTJM
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