Naturaleza y
racionalidad en Santo Tomás de Aquino
Entrevista a la profesora Ana Marta
González de la Universidad de Navarra
27 marzo 2006 (ZENIT.org).-
El pensamiento de
Santo Tomás de Aquino
es actual «porqué siempre volvemos a él». Lo afirma en esta
entrevista la profesora Ana Marta González, autora de una
exhaustiva investigación publicada por Eunsa, «Moral, razón y
naturaleza. Una investigación sobre Tomás de Aquino» (Eunsa,
Pamplona, 2006, 2ª edición).
Ana Marta González (Orense, 1969) es doctora en filosofía y
profesora en el Departamento de Filosofía de la Universidad de
Navarra .
--¿Por qué la ética tomista es actual?
--González: La palabra actual tiene dos significados que
conviene distinguir: uno de ellos lo hace equivalente a la moda:
es actual lo que está de moda, o aquello de lo que se habla hoy,
pero ya no se habla mañana, lo que suele pasar con las noticias
de los periódicos.
El otro sentido es más filosófico: es actual lo que es
permanente. Las cuestiones filosóficas tienen este tipo de
actualidad, que es la que suele atribuirse, también, a lo
«clásico».
El pensamiento de Tomás de Aquino es siempre actual en este
segundo sentido. Por eso volvemos a él, como volvemos en general
a los clásicos, en los que se afrontan cuestiones de interés
permanente.
Pero además es actual en el primer sentido, en la medida en que
la ética contemporánea continúa profundizando en aquella
rehabilitación de la filosofía práctica comenzada en el último
cuarto de siglo XX. Si entonces la recuperación de la razón
práctica vino especialmente de la mano de Aristóteles y Kant,
era razonable que esa recuperación alcanzara tarde o temprano a
Tomás de Aquino, que tanto por razones cronológicas como
conceptuales ocupa un lugar intermedio entre ambos autores.
--¿Qué entendía Tomás de Aquino por naturaleza?
--González: Es una pregunta importante, porque de cómo
entendamos el término “naturaleza” depende su posible relevancia
para la ética. De hecho, buena parte de las críticas a la ley
natural o al papel de la naturaleza en la ética dependen de cómo
se entienda la naturaleza. Pienso en las críticas de Hume, John
Stuart Mill, John Dewey...
Al mismo tiempo, es una pregunta difícil, porque la palabra
naturaleza se usa en muchos sentidos distintos aunque
relacionados entre sí: como origen, como principio intrínseco,
como materia, como forma, como esencia... Tomás de Aquino era
perfectamente consciente de la multiplicidad de sentidos que
tiene este término.
Él mismo trata de dar razón de todos ellos en un conocido texto
(S.Th.III, q. 2, a. 1). Pero de todos ellos destaca uno por
encima de los demás: la esencia, en cuanto principio de
operaciones. De este modo, Tomás emplea un concepto metafísico
de naturaleza que se puede extender también a los seres
racionales, permitiéndonos hablar de naturaleza racional. Hablar
de naturaleza racional es hablar del hombre como un principio
singular, que Aristóteles describe como «inteligencia deseosa o
deseo inteligente», e identifica con la elección (EN, VI, 2).
--¿Cuáles son los efectos de la crisis de racionalidad?
--González: Esta pregunta merecería una contestación más amplia.
Digamos que el hombre contemporáneo es muy racional cuando se
trata de poner medios para conseguir objetivos que se ha
prefijado de antemano, o cuando se trata de certificar
cuestiones de hecho y enmarcarlas en un modelo teórico.
Pero, fuera de eso, y precisamente en las cuestiones que se
suelen considerar de importancia vital se muestra emotivo y
sentimental. Como si en lo que se refiriese a la orientación de
la vida y de las acciones no hubiera lugar para la verdad. Ha
desarrollado mucho la racionalidad instrumental y la
racionalidad científica, pero ese desarrollo no se ha visto
compensado por un desarrollo paralelo de la racionalidad ética o
metafísica, que tiene que ver con el fin de la vida humana.
El resultado es que el contexto humano y trascendente de la
actividad técnica y científica tiende a oscurecerse. Como suele
decirse: los árboles no dejan ver el bosque.
--¿Estamos en una crisis moral que refleja una crisis más
profunda de otra índole?
González: En cierto modo ya he contestado a su pregunta. Si hay
crisis, ésta es en primer lugar una crisis de racionalidad. La
proliferación de medios que caracteriza la moderna sociedad
tecnológica no se corresponde con una profundización en la
sabiduría acerca de los fines: ya hemos hablado de la técnica.
Otro tanto cabría decir de la economía o de la política: ¿cuál
es el fin de la actividad económica? Aristóteles ponía mucho
empeño en distinguir economía (arte de administrar) y
crematística (arte de adquirir).
Ciertamente, el pensamiento económico de Aristóteles no es sin
más trasladable a nuestro mundo, pero la intuición ética que
presidía sus distinciones sí lo es. Concretamente, decía que la
crematística responde simplemente al «deseo de vivir», mientras
que la economía responde al deseo de «vivir bien», y por eso
ponía empeño en subordinar la economía a la política, porque
entendía que la actividad económica sólo tiene sentido cuando se
ordena a la convivencia de ciudadanos libres. Sin embargo,
nosotros también nos encontramos desconcertados respecto a la
naturaleza de la política.
A menudo da la impresión de que no es otra cosa que el arte de
hacerse con el poder y mantenerlo, en cuyo caso, no tendría nada
que ver con la justicia. Estas reflexiones no son ociosas: hoy
las necesitamos más que nunca.
Estamos embarcados en muchas tareas muy interesantes, y somos
conscientes de la interdependencia creciente de todas ellas,
pero a menudo nos falta la visión necesaria para introducir
orden y ver de qué manera sirven efectivamente al bien humano.
La ética, según Tomás de Aquino, es el saber que se ocupa de
introducir orden en los actos voluntarios. Ahora bien, para
introducir orden en un conjunto de medios no sólo es necesario
tener un cierto sentido de la armonía, sino tener un
conocimiento claro del fin.
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