Ver también: Transubstanciación
Accidentes no son cosas que existen en sí mismas sino que su naturaleza es existir en otra.
Las cosas que existen en sí mismas son las substancias. La substancia y el accidente son seres, pero la substancia es en sí, esto es, no tiene necesidad del accidente para subsistir; ella es, por tanto, de una manera más perfecta que el accidente. Es evidente que un cuerpo es de una manera más perfecta que el accidente. Es evidente que un cuerpo es de una manera más perfecta que sus cualidades físicas, las cuales son en él transitorias. Un espíritu es de una manera más perfecta que los fenómenos de conciencia de que es sujeto. El accidente tiene más necesidad de la substancia para subsistir; él es en ella y por ella, y no podría existir solo. Así el color en el sujeto colorado y la sensación de color en el que ve. La substancia constituye una sola categoría, porque no hay más que una manera de ser en sí para las cosas creadas, al paso que hay nueve categorías de accidentes que constituyen nueve maneras de ser en otra cosa, nueve modos de ser accidental diferentes.
La substancia es en sí, y se define: una esencia a la cual es propio existir en sí y no en otro.
Tiene dos caracteres distintivos: el primero es el de subsistir (subsistire en latín), esto es, de ser en sí; el segundo es ser sujeto de accidentes, de llevarlos, de soportarlos, de comunicarles en cierto modo su existencia real, de ser su raíz y su principio, de ser -para expresarnos mediante una imagen- detrás de ellos o bajo ellos (en latín substare, estar debajo). En esta segunda propiedad de la substancia de donde proviene su nombre y con todo la primera es aún más importante, porque ¿quién no comprende que la substancia no podría ser sujeto de accidentes, si no subsistiese en sí misma? Sería entonces necesario que de sí fuese ya accidente con referencia a un sujeto primero, mas tal sujeto sería la verdadera substancia. Porque nosotros llamamos substancia al sujeto primero de los accidentes, subsistente en sí.
La propiedad que tiene la substancia de ser sujeto de los accidentes es, con todo, muy digna de ser considerada, en razón a que ella nos conduce a la comprensión del procedimiento mediante el cual nos elevamos a la idea de substancia: o sea, comprendiendo que lo transitorio se funda en lo estable y lo permanente, e investigando el fondo de las cosas, porque los accidentes que, de buen principio, impresionan a nuestros sentidos, pueden ser considerados constituyendo en cierto modo la periferia de lo real. Pero esas modalidades importan una realidad más fundamental, más profunda, que no varía cuando ellas varían, que permanece, que subsiste en sí: la substancia.
En efecto, contrariamente a la substancia, el accidente es una esencia a la cual conviene existir en otra cosa. El completa y acaba a la substancia. Más que un ser, él es "de un ser", dicen los escolásticos; pero esto no le imposibilita para ser real, bien que con una realidad relativa, en cierto modo. Entre las nueve categorías de accidentes, las más importantes son:
- la cantidad, que presta a la substancia corpórea sus propiedades de ser extensa, mensurable, etc.;
- la relación, por la cual una cosa es realmente puesta en relación con otra cosa;
- la acción , por la cual obra; la pasión, por la cual recibe;
- y final y principalmente la cualidad, cuyas naturalezas, indefinidamente variadas, adjudican a cada cosa su fisonomía propia; porque la cualidad aporta a la substancia una determinación y un modo particular, tanto si se trata de cualidades innatas como de cualidades adquiridas.
Por Ejemplo: En el sacramento de la Eucaristía, -como en todo sacramento-, debemos distinguir la materia (pan y vino), de la forma (las palabras de la consagración por las que, el sacerdote obra en la Persona de Cristo -In Persona Christi-) por intervención del Espíritu Santo. Es verdad, que luego de la consagración ya no hay más pan y vino, pero, como distingue Santo Tomás de Aquino, aunque ya no está más la sustancia del pan y del vino, sino la del Cuerpo y Sangre del Señor (esto es lo que se llama, justamente, "transubstanciación"), sin embargo, permanecen los accidentes del pan y del vino, es decir, el color, tamaño, peso, gusto, etc. Santo Tomás lo explica así:
Consta por el testimonio de los sentidos que, después de la consagración, los accidentes del pan y del vino permanecen.Y esto lo ha dispuesto así sabiamente la divina providencia.Primero, porque no es habitual entre los hombres, sino cosa horrible, comer y beber carne y sangre humanas, se nos ofrece la carne y la sangre de Cristo bajo las especies de unos alimentos que son los más frecuentemente utilizados por los hombres, o sea, el pan y el vino. Segundo, para no exponer este sacramento a la burla de los infieles, cosa que sucedería si comiéramos al Señor en su estado físico. Tercero, para que el hecho de recibir invisiblemente el cuerpo y la sangre del Señor aumente el mérito de nuestra fe. (S. Th., III, 75, 5)
Por lo que si un sacerdote consumiera un litro de vino consagrado (que es sangre de Cristo), podría sufrir los efectos del alcohol, y un fiel que comiera dos kilos de pan consagrado, se alimentaría corporalmente, puesto que al conservarse los accidentes, también se conservan esas propiedades. Es que Jesús está verdadera, real y sustancialmente en la Eucaristía, pero no en especie propia (de modo que lo veamos, lo toquemos, etc.) sino en especie ajena (las especies del pan y del vino), por eso es que cuando lo comemos no le hacemos daño, y cuando se cae una hostia al suelo, no se golpea Cristo, etc. porque esto afecta a los accidentes, que son los que tienen contacto con lo exterior. (Puede ver estos temas en la Suma Teológica, III Parte, cuestiones 73-83.)