“QUE EL AMOR NO SEA
DESPERDICIADO”
"Carta
de Cuaresma escrita por Madre Adela,
Fundadora
SCTJM y FCT
20 de febrero de 2010
Fiesta de
los Beatos Jacinta y Francisco
Queridos hermanos y hemanas:
El
Señor en su infinita sabiduría ha permitido que escriba esta carta
precisamente en la fiesta de los Beatos Jacinta y Francisco,
pequeños
corazones
llamados a ofrecerse como sacrificios vivos de
amor y reparación a los Corazones de Jesús y María. Tan heroica
vocación solo puede surgir de una particular contemplación del
precio tan alto que estos Dos Corazones han pagado por nosotros.
Precio que se identifica con la
misión singular de cada uno. El precio que el Corazón de Jesús, el
Redentor del Hombre, paga tan altamente, es el precio del Amor del
Dios hecho Hombre, que culmina de forma visible en la Cruz, en la
entrega de Su Sangre, de Su Cuerpo, de Su Vida y de Su Corazón, para
salvar al hombre, para devolver a la humanidad la grandeza y la
belleza de su dignidad original: restaurar la belleza de la imagen y
semejanza de Dios en nuestras almas y para abrir para siempre las
puertas de Nuestro Hogar: la Casa del Padre. El precio que el
Corazón de María, Madre del Redentor, paga tan altamente, es el
precio del dolor materno, es cruz materna, es traspaso materno… Es
amor totalmente unido al amor del Corazón de Su Hijo, es amor que en
El y con El, es todo para el Padre y todo para los hombres.
Los
Corazones de Jesús y María, el Corazón del Redentor y el Corazón de
la Madre del Redentor nos han amado hasta el extremo, el extremo
propio del amor Redentor del Dios hecho Hombre, y del amor Materno
de la única criatura concebida Inmaculada. Ellos nos han amado hasta
el extremo, y esto significa que el amor redentor de Cristo, amor
cuya potencia es la fuerza de Su Misericordia, y el amor materno de
María, cuya potencia es la fuerza de la maternidad inmaculada, no
tiene límites, no conoce límites, no se origina en límites, no se
define por límites y no se limita cuando la humanidad no recibe su
amor, o incluso lo desprecia, lo rechaza, lo ignora… o simplemente,
no lo atesora, no lo cuida, no lo guarda celosamente y lo
desperdicia. El amor de los Corazones de Jesús y María es un amor
que “todo lo soporta, todo lo espera, todo lo cree”… (1 Cor 13). Es
amor misericordioso, es amor puro, es amor incondicional, es amor
fiel, es amor que se da y se da sin reservas. Es simplemente y
ciertamente, amor.
Creo que una gracia que los Beatos Jacinta y Francisco, junto con la
Sierva de Dios Sr. Lucía, recibieron como fruto de las Apariciones
de Nuestra Señora en Fátima, fue la de contemplar profundamente este
misterio del amor y del dolor de los Corazones de Jesús y María. El
misterio del amor que siempre paga un precio muy alto por el amado,
el misterio del amor que no es amado, el misterio del amor que no es
recibido con gratitud y reverencia… el misterio de las espinas que
rodean esos Corazones significando los pecados de la humanidad, la
dureza, la ligereza, la ingratitud, la rebeldía, la soberbia, la
insolencia, la indiferencia, la superficialidad, el abuso de su amor
y el desperdicio de su gracia, que tanto cuesta… Oh, cuánto se
desperdicia el amor de Sus Corazones, cuánto se desperdicia el amor,
cuánto se desperdicia cada don que proviene del amor.
Con este sentido, con esta contemplación del amor que es
desperdiciado, creo que el Señor mismo nos ha introducido en esta
Cuaresma. En el
Cenáculo del día 29 de enero recibimos una palabra profética
muy profunda y dolorosa, por lo menos puedo decir que lo fue para mi
corazón. Fue la noche en que el Señor nos llevaba a contemplar la
fuerza del amor que brota de Su Corazón cada vez que El nos comunica
una gracia, una palabra, un don, un llamado, cada vez que siembra
una semilla en el terreno de nuestros corazones... Pero también nos
mostraba su dolor cuando esta semilla no era recibida con amor y
responsabilidad, cuando no la atesoramos, cuando no la guardamos con
cuidado, cuando la recibimos con superficialidad, cuando no
cooperamos para que ella crezca, sino que la dejamos asfixiarse en
las espinas de nuestra ligereza, orgullo, comodidad, lentitud o
falta de generosidad. Sí, contemplamos el dolor del Corazón de Jesús
por todos los dones de su amor que han sido desperdiciados,
asfixiados, ahogados o no desarrollados, por la falta de
responsabilidad y cuidado del terreno del corazón. Junto con el
dolor del Corazón Traspasado del Redentor, de donde brotan todas las
gracias y dones, también pudimos contemplar el dolor materno de la
Virgen… ¿Cómo no conmovernos ante la imagen que recibimos de la mano
herida y sangrante de la Virgen, rasgándose entre las espinas de
nuestro corazón, para llegar a preservar la semilla plantada por su
Hijo? ¿Cómo no conmovernos ante ese amor materno, que paga cualquier
precio, lo arriesga todo, no escatima en sufrir y batallar “con su
talón herido”, por preservar todas las gracias, los dones, las
semillas que han sido plantadas en nuestro corazón? ¿Cómo no sentir
la responsabilidad propia de quien ama, de no dejar que la semilla
se asfixie, se oprima, se seque por la superficialidad del terreno,
y no dé fruto por la falta de abono y fertilidad del terreno? ¡El
Amor no puede ser desperdiciado! ¡Tanto amor no puede tomarse a la
ligera! ¡Tanto amor no puede usarse y tirarse! ¡Tanto amor debe
amarse y responsablemente cuidarse y hacerle crecer!
Es
mi más profundo sentimiento en esta Cuaresma, que todos y cada uno
según las exigencias del amor y la responsabilidad de su propia
vocación, nos dispongamos a ser un terreno bueno, generoso,
disponible, profundo y fértil, para que ninguna “semilla” que
proviene del amor del Corazón de Cristo caiga entre espinas,
piedras, tierra superficial o ligera… Que su Misericordia,
manifestada en un torrente de continuas gracias y palabras,
enseñanzas y oportunidades de servir, sea acogida con gran gratitud
y responsabilidad. Esta Cuaresma debe ser para nosotros un tiempo de
trabajar en el terreno del corazón, de eliminar las espinas, remover
las piedras, poner más tierra y abonar con virtudes y penitencias el
terreno, para que sea más parecido al corazón de Nuestra Madre,
terreno donde la “semilla” fue plenamente recibida, cuidadosamente
atesorada y plenamente fecunda.
Quisiera invitarlos a dedicarse a trabajar el terreno del corazón a
través de las siguientes pautas (ustedes deben de buscar su
aplicación personal y muchas más que sean las necesarias para la
conversión y transformación de su terreno).
Un camino de amor y responsabilidad
1.
Conocimiento del terreno personal: Un profundo examen de
conciencia basado en el conocimiento pleno de nuestro terreno
(corazón) y cómo hemos cuidado todos los dones que hemos recibido
personalmente y en nuestras familias.
2. Poner 7 Pilares: Basado en este examen, escribir 7
virtudes concretas (honestidad, prudencia, docilidad, humildad,
mansedumbre, etc.) que van a purificar el terreno y desmoronar las
espinas y piedras. Ofrecer al Señor construir estas virtudes en
nuestros corazones, ponerlas en práctica y llevar un pequeño
recuento por escrito de cómo las vivimos a diario o cómo las
fallamos.
3. Ante la Eucaristía, pedir por el terreno de nuestro corazón:
Para los que les sea posible, aunque fuese 15 minutos, les invito a
ir tres veces por semana al Santísimo Sacramento, a ofrecer nuestro
amor, consolación y reparación a los Corazones Traspasados,
particularmente por “las semillas” que no hemos cuidado o
profundizado, y que por lo tanto, no han dado su fruto apropiado.
Pidamos ante el Corazón Eucarístico, que todos seamos un verdadero
terreno mariano, puro, sano, generoso, disponible, fuerte y fecundo.
4. Ayuno y penitencias para remover las piedras del terreno:
El ayuno, vivido con disposiciones interiores y exteriores, es un
arma poderosa para purificar el corazón de apegos corporales, apegos
de la voluntad, apegos de los apetitos y desórdenes afectivos, y de
los “apegos al yo”; también tiene un valor de reparación y
protección muy poderoso. Hay muchas semillas, muchas gracias que han
sido desperdiciadas, también hay muchas gracias para las que debemos
preparar el camino de nuestro propio corazón, y hay mucho que el
Señor desea hacer en nosotros y debe vencer la oposición de los tres
enemigos de nuestras almas: el demonio, la carne y del mundo…
debemos ayunar y hacer batalla para remover las espinas y las
piedras, y para dar libertad a la gracia en nuestra corazón. Les
invito a tener una cuaresma penitencial, basada en el reconocimiento
sincero de la necesidad de conversión que cada uno tenemos.
5. Silencio para recibir la semilla y guardarla: En un mundo
de tanto ruido, empezando por nuestro propio interior, necesitamos
un tiempo donde creemos un espacio de silencio para Dios, su
Palabra, su Voz… Les recomiendo y según sus posibilidades, pues sé
que los padres con niños pequeños no pueden hacer grandes opciones
en esta área, que se tomen un tiempo extra al día, para tener
silencio. Quizás significará cortar un poco las horas de TV o de
hablar por teléfono… Cada uno sabe dónde están sus ruidos… Traten de
darse un poco más de silencio, para que sus almas puedan aprender el
lenguaje poderoso del silencio, que forma y transforma el lenguaje
humano, que lo purifica, lo eleva, lo santifica y lo ordena. El
lenguaje que proviene de escuchar a Dios hablarnos se transforma en
un medio fundamental de edificación de la civilización del amor.
Guarden silencio y eviten las palabras que no edifican, que no
elevan, que no abren espacio al diálogo sincero; las palabras que
sobran o que no son las que revelan la dignidad de la persona
humana. Un silencio que nos permita escuchar y guardar el misterio
del amor de los Corazones Traspasados.
6.Contemplar al Amor Misericordioso, para atesorarlo y no
desperdiciarlo: La Misericordia de Dios, de la cual la Virgen es
reflejo materno, no tiene límites, por ello es nuestra
responsabilidad no desperdiciarla, no jugar con ella, no abusarla,
más bien dejar que esa Misericordia se convierta en el mayor tesoro
de nuestro corazón y nos convierta en canales de Misericordia.
Quisiera invitarlos, ya que esta Cuaresma nos prepara para la
peregrinación hacia el legado de Juan Pablo II y al Domingo de la
Misericordia, que tengan como lectura espiritual esta cuaresma la
Encíclica “Rico en Misericordia”, de Juan Pablo II, y el Diario de
Santa Faustina. Así, todos caminaremos juntos hacia el Corazón
Traspasado de Cristo, fuente de Misericordia, contemplando el gran
precio que cuesta la Misericordia, y cuánto la Virgen conoce este
gran precio que ha pagado su Hijo.
7.No permitir que Nuestra Madre se rasgue la mano protegiendo la
semilla: Quisiera invitarlos a que renueven su consagración a la
Virgen, para que le den plena libertad a Ella de cuidar, enseñar,
corregir y trabajar en el terreno. También, los invito a rezar el
Santo Rosario a diario en reparación por todos sus sufrimientos
maternos, especialmente cuando “la semilla” que su Hijo planta en
nuestros corazones no encuentra el terreno preparado, el terreno
listo para acoger y para dar fruto.
Queridos hermanos y hermanas, mis palabras son simplemente un
pequeño fruto de un terreno que desea vivir para que el Amor de los
Corazones Traspasados no sea desperdiciado… ¡El amor no puede ser
desperdiciado! Es nuestro don y nuestra tarea hacer de nuestro
corazón un terreno donde el amor sea recibido, sea cuidado y sea
fecundo.
Que
esta Cuaresma consolemos y reparemos al amor que ha sido
desperdiciado, y lo hagamos con amor y responsabilidad,
verdaderamente preparando, limpiando, abonando el terreno de nuestro
corazón.
Que
todos seamos una ofrenda de amor y consolación al amor de los
Corazones Traspasados.
Madre Adela
Fundadora SCTJM y FCT