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“Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor” (Lucas 1:45).
Isabel proclama la primera bienaventuranza del Evangelio y es proclamada para María en razón de su fe. La felicidad de la Santísima Virgen es una condición interior. La fe que llena, sostiene y dirige todos los sentimientos, actos y disposiciones de Su Corazón es la razón de su felicidad. Es la fe la razón de su dicha y su esperanza. Ahora bien, si la fe es algo digno de proclamar como bienaventuranza o felicidad, debemos tomar el tiempo de adentrarnos en el conocimiento de esta virtud teologal, debemos entender qué es la fe.

¿Qué es la fe? La fe es la virtud por la cual creemos firmemente en Dios y en todas las verdades que Él ha revelado. “La fe es la garantía de los bienes que se esperan, la plena certeza de las realidades que no se ven” (Hebreos 11:1).

La fe es el medio para acercarnos a Dios. “Ahora bien, sin la fe es imposible agradar a Dios, porque aquel que se acerca a Dios debe creer que Él existe y que es el justo remunerador de los que lo buscan” (Hebreos 11:6).

La fe es una virtud infusa, o sea, dada por Dios a nuestras almas en el Bautismo. “No porque podamos atribuirnos algo que venga de nosotros mismos, ya que toda nuestra capacidad viene de Dios” (2 Corintios 3:5). “Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de nosotros, sino que es don de Dios…". (Efesios 2:8). Las virtudes teologales que son las infusas (fe, esperanza y caridad) adaptan las facultades del ser humano a la participación de la vida divina. Estas se refieren directamente a Dios, disponen el alma a vivir en relación con la Santísima Trinidad. Tienen como origen, motivo y objetivo a Dios mismo.

Aunque la fe se nos ha sido dada e infundida en nuestras almas por el Bautismo, hay que alimentarla y hacerla madurar a través de nuestros actos de obediencia. “Por la fe, Abraham, al ser llamado por Dios, obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba" (Hebreos 11:8).

La fe es fuente de salvación. “Habiendo, pues, recibido de la fe nuestra justificación, estamos en paz con Dios, por nuestro Señor Jesucristo" (Romanos 5:1).

La fe es la raíz de nuestra vida espiritual. Así como la raíz no solo sustenta al árbol, sino que provee alimento para producir las hojas, flores y frutos, así también la fe no solo mantiene la vida espiritual, sino que la alimenta e inspira para que hagamos actos de caridad y vivamos con esperanza. En la fe depende nuestra perfección cristiana, la vocación y todo celo apostólico. “Porque no tenemos puesta la mirada en las cosas visibles, sino en las invisibles: lo que se ve es transitorio, lo que no se ve es eterno” (2 Corintios 4:18).

La fe nos mueve a las buenas obras. “Porque así como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta” (Santiago 2:26). ¿Por qué está muerta? Porque estaría privada de la esperanza y de la caridad; entonces una fe sin caridad no une plenamente el alma a Cristo, ni la persona es un miembro vivo de su Cuerpo. Por lo tanto, no está insertada en el tronco, y la sabia no llega a su alma. Por eso es una fe muerta.

Por la fe, nos dice el Concilio Vaticano II (CVII) en “Dei Verbum” 5: “El hombre se entrega entera y libremente a Dios”.

La fe nos sostiene en la adversidad. “Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para el bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio...” (Romanos 8:28).

La fe es fundamento de toda nuestra vida. Ahora bien, creer nunca ha sido fácil, ya que siempre implica la renuncia a: -Las medidas propias para aceptar la medida de Dios, que es infinitamente superior a las nuestras. -Nuestras maneras de ver las cosas y aceptar la sabiduría infinita, pero misteriosa de Dios. -Nuestros propios caminos, para aceptar los caminos de Dios. “Porque no son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos. Porque cuanto aventajan los cielos a la tierra, así aventajan mis caminos a los vuestros y mis pensamientos a los vuestros” (Isaías 55:8).

Precisamente, porque la fe requiere que nos reconozcamos criaturas y conlleva renuncias a nuestras medidas, sabiduría humana y a nuestros propios deseos, es que nuestra era, tan llena de secularismo, materialismo y arrogancia hasta el punto de que el hombre se cree Dios y quiere ocupar el lugar de Dios, se caracteriza por una gran crisis de fe. Crisis que la Santísima Virgen profetizó con profundo dolor en Fátima cuando habló de los “errores” que serían propagados por todo el mundo, de manera especial a través de Rusia. ¿Cuál es el mayor error propagado en estos tiempos? El ateísmo, que es la negación de Dios y la negación de su revelación como verdad absoluta.

Entre las definiciones de lo que es la fe, sabemos que es asentir a la Palabra de Dios, a su revelación. “Creer quiere decir ‘abandonarse’ en la verdad misma de la Palabra del Dios viviente, sabiendo y reconociendo humildemente ¡cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos!” (“Redemptoris Mater” -RM- 14).

Tenemos una crisis de fe, porque hay una falta de obediencia a Dios que se ha revelado a sí mismo y que ha revelado también la verdad. En la encíclica “Tertio Millennio Adveniente” (TMA), de San Juan Pablo II, se lee: “De hecho, no se puede negar que la vida espiritual atraviesa en muchos cristianos un momento de incertidumbre que afecta no solo la vida moral, sino incluso la oración y la misma rectitud teologal de la fe. Esta, ya probada por el careo con nuestro tiempo, está a veces desorientada por posturas teológicas erróneas, que se difunden también a causa de la crisis de obediencia al Magisterio de la Iglesia” (36).

San Juan Pablo II nos está diciendo que nuestra fe está siendo probada en estos tiempos, porque el error ha entrado en todas las áreas de nuestra vida: espiritual, moral y doctrinal. Debido a esta crisis de fe, las mentes se han oscurecido y las conciencias están desorientadas y confundidas. El pecado ya no se llama por su nombre, y es por esto que vemos tanto caos, orgullo intelectual, rebeldía, búsqueda de la verdad fuera de Dios y definiendo la verdad de acuerdo a la interpretación personal de cada uno y a las circunstancias. Hay también una fascinación por lo oculto y por el movimiento de la Nueva Era. Y toda esta confusión también podemos observarla, incluso, algunas veces en los círculos religiosos.

Cómo no tendría dolor nuestra Madre al hablar de los errores y de la crisis de fe que vendría a la humanidad, cuando Ella vivió totalmente movida por la fe, se entrega a Dios movida por la fe, camina en todos los eventos de su vida movida por la fe, se unió plenamente a la obra salvadora de Cristo por la fe; y se mantiene de pie erguida ante la cruz, gracias a su fe. Porque Su Corazón es lleno de gracia y de fe es que ante el anuncio de la crisis de fe, la Virgen en Fátima nos ofrece Su Corazón como refugio seguro. En su Inmaculado Corazón, tan puro e íntegro, la revelación nunca fue diluida o minimizada para acomodarla a su voluntad, conveniencia o parecer. Por esto es que como nos dice en RM 6: “Su excepcional peregrinación de la fe representa un punto de referencia constante para la Iglesia, para los individuos y comunidades, para los pueblos y naciones, y, en cierto modo, para toda la humanidad”.

Por su fe, la Palabra que Ella siempre escuchó, amó, obedeció y con gran reverencia guardó en Su Corazón, se hizo carne en Ella y a través de Ella fue dada al mundo. Ella nos está llamando a escuchar y obedecer lo que Cristo ha dicho y continúa diciendo a través de su Iglesia, de una forma única, a través de San Juan Pablo II y del Magisterio.

La Santísima Virgen quiere compartir su fe con sus hijos. En RM 27 dice: “Su fe permanece en el corazón de la Iglesia... en cierto sentido todos participamos de la fe de María”. Esto es lo que Ella hizo en Caná. Ella creyó en el poder de Su Hijo para cambiar el agua en vino y dijo a los sirvientes: “Haced lo que Él os diga”. Las intervenciones de Nuestra Señora son siempre un llamado a crecer en la fe, a escuchar y obedecer todo lo que hemos oído. Las Escrituras dicen que por este milagro, los discípulos comenzaron a creer en Él. Su misión, en esta crisis, es llevarnos a la verdadera fe.

María nos está diciendo hoy que creamos en la verdad de la Palabra de Dios y que confiemos en el poder que hay en cada uno de sus mandamientos y órdenes. Ella es la portavoz de la voluntad de Su Hijo y quiere que entendamos que el camino estrecho es el que nos trae la verdadera felicidad. El camino de la salvación es estrecho para nuestra carne, pero verdadera vida para nuestras almas.

Los errores esparcidos en nuestro tiempo son oscuridad para nuestras almas y vidas, porque lo que nosotros creamos o no creamos afecta nuestro comportamiento y nuestras decisiones. Fe en la revelación de Dios es luz para nuestros corazones y mentes. Nuestras mentes iluminadas por la verdad mueven nuestra voluntad a obedecer la Palabra de Dios, y amando y obedeciendo su voluntad es que el ser humano se realiza.

Nuestra Señora dice: “Haced (actúen) lo que Él os diga (revele)”. Una llamada a la fe que es aceptar y obedecer la revelación.

Esta crisis de fe se ha convertido en el gran diluvio que amenaza la supervivencia espiritual de la humanidad. Es por esto que necesitamos entrar en su Inmaculado Corazón, la nueva arca de Noé, en la cual nuestra fe será preservada. En Génesis 7:18 dice: “Subió el nivel de las aguas y crecieron mucho sobre la tierra, mientras el arca flotaba sobre la superficie de las aguas... quedando solo Noé y los que con él estaban en el arca”.

Abramos el corazón y adentrémonos hoy en el Inmaculado Corazón de Nuestra Madre, esa nueva arca, donde debemos pedirle que nos haga crecer en fe y confianza en Dios. Y vamos a Ella, porque María tuvo una fe ejemplar. Más que cualquiera de nosotros, Ella se encontró con que su vida tenía que estar siempre llena de una fe heroica para poder vivir el misterio al que se le llamó.

La fe de María
Según el Evangelio de San Lucas, María se mueve exclusivamente en el ámbito de la fe. De la vida de la Santísima Virgen podemos deducir:

-La fe de María fue la más perfecta: las verdades sublimes le fueron presentadas y Ella las aceptó con prontitud, obediencia y constancia.

-Ella fue llamada a tener una fe heroica y difícil. Pues si es verdad que Dios hizo en Ella “cosas grandes” (Lucas 1:49), no debemos olvidar que esto requirió que Ella estuviera a la altura de la dura tarea que le fue confiada. Y la dificultad de su fe se refiere tanto a su maternidad divina y virginal como a la capacidad de vivir y convivir permanentemente con el misterio de la persona de Su Hijo y su plan de redención. Y a su total participación en la obra redentora de Su Hijo.

-Creyó y respondió con prontitud. No dudó ni un instante. “Hágase en mí según su voluntad”. Actitud fundamental de María, no solo en la Anunciación, sino en toda su vida (Mateo 2:14): “Se levantó, tomó al niño y partió a Egipto”.

-Creyó con constancia: en las tantas pruebas y tribulaciones de su vida, su fe siempre fue fuerte y generosa. Como una roca en el medio del mar, que las tormentas no pueden mover. De ahí su “sí incondicional” a todos los eventos de la vida.

María coopera con su fe y obediencia en la obra de redención La colaboración en este mundo de cualquier criatura humana al plan salvador de Dios tiene lugar básicamente a través de la fe. Evidentemente, la fe de María no es la mera aceptación intelectual de la verdad revelada, sino la "fe que actúa por el amor" (Gálatas 5:6), la fe viva, que engloba la esperanza y la caridad, y que se traduce en obras (Santiago 2), la fe por la que “el hombre se entrega entera y libremente a Dios” (“Dominum et Vivificantem” -DV- 5).

Cuando Dios revela hay que prestarle la obediencia de la fe (Romanos 16:26), por la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios, prestando obediencia a Dios que revela la ofrenda del entendimiento y la voluntad. Según San Juan Pablo II: “Esta descripción de la fe encontró una realización perfecta en María” (RM 13).

La Virgen Santísima dice: “He aquí la esclava del Señor”. Esclavitud implica obediencia. María es del Señor. Al proclamarse esclava del Señor, María realiza un acto supremo de libertad, pues no hay libertad mayor que la de quien, posponiendo intereses personales y privados, pone en las manos de Dios su destino.

Esta obediencia de María “ha decidido, desde el punto de vista humano, la realización del misterio divino. Dios pudo haber realizado su designio salvador de otro modo, pero quiso que la encarnación redentora de Su Hijo estuviese precedida “por la aceptación de la madre, para que así como una mujer contribuyó a la muerte, así también una mujer contribuyera a la vida”.

En las narraciones de los milagros encontramos frecuentemente estas palabras en labios de Jesús: “Tu fe te ha salvado”. En la economía del reino, Jesús ha querido que el milagro, signo de la salvación mesiánica, fuera precedido de la fe. De la misma manera, Dios ha querido que la encarnación de Su Hijo fuera precedida de la fe de María, la cual, de este modo, ha cooperado con su fe al nacimiento de Su Hijo y, por consecuencia, al establecimiento del reino mesiánico que se inaugura con su venida al mundo.

María, peregrina en la fe según el Concilio Vaticano II (CVII)
En el documento conciliar “Lumen Gentium” (LG) c. VIII, la Iglesia nos habla acerca de la fe de María. El CVII nos presenta la cooperación de fe de María, como una total consagración de Ella a la persona y obra de Su Hijo a lo largo de toda la vida de este, describiéndola como una peregrinación en la fe.

Itinerario de fe: Siguiendo a María a través de las diversas etapas de su itinerario terreno, se pone de manifiesto su constante y radical confianza en Dios. A pesar de que esto es fruto de la gracia, es al mismo tiempo obra de la colaboración propia de María con el plan de Dios. Los Padres de la Iglesia nos enseñan que María no fue un instrumento pasivo en manos de Dios, sino que cooperó con la salvación del hombre con una fe y una obediencia plenamente libres. San Irineo: “Creyendo y obedeciendo se hizo causa de salvación para sí misma y para todo el género humano”.

LG 56: “Lo atado por la incredulidad de Eva lo desató María mediante su fe. El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María”.

“Así avanzó también la Santísima Virgen en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin un designio divino, se mantuvo en pie, sufriendo profundamente con su Unigénito y se asoció con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que Ella misma había engendrado” (LG 58).

María en su peregrinación de fe
María avanzó cada día en la fe y en la obediencia, en medio de las oscuridades que son inherentes a la condición humana y que a Ella no le fueron ahorradas. Es decir, este carácter de peregrinación subraya lo que la fe de María tiene de común con la nuestra. Aunque Ella ha completado su peregrinación terrestre, es para todos nosotros la estrella del mar cuyo auxilio implora el pueblo que, en su peregrinar, cae y lucha por levantarse.

La Anunciación representa el momento culminante de la fe de María a la espera de Cristo, pero es además el punto de partida de donde inicia todo su camino hacia Dios, todo su camino de fe. María “avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con Su Hijo hasta la cruz” (LG 58). María avanzó en su peregrinación de la fe, entre penumbras y luchas.

1) La fe de María en la Anunciación:
-Desde el saludo: “Ave, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lucas 1:28) requiere fe, pues el ángel le presentaba toda una identidad de la que ella no estaba consciente. Es por eso que leemos que María se turbó, y es porque el ángel la invita a darse cuenta de lo privilegiada y de lo sublime que era esa elección de Dios hacia Ella. Solo la fe le permite aceptarse por lo que el ángel le dice lo que Ella es (llena de gracia) en el plan de Dios: el misterio de su propio ser, ya que Ella es situada de una forma nueva, que antes ni siquiera sospechaba.

-Fe para creer que Su Hijo seria llamado Hijo del Altísimo, o sea, que sería Hombre y Dios. Y ella sería la Madre de este Hombre-Dios.

-La pregunta de María: “¿Y cómo será esto, pues no conozco varón?”, no es una duda, sino como muchos padres de la Iglesia concuerdan en decir que María aparentemente había hecho un voto de virginidad y aunque estaba desposada con José, de hecho no intentaba romper su voto. Y es por eso la pregunta, pues Ella debía oír de Dios cuál era la otra manera en la que podía dar a luz siendo virgen, ya que humanamente su maternidad era imposible. Pero es precisamente este camino de la imposibilidad el que Dios elige para demostrar que en realidad para Él todo es posible.

-La fe se convierte para María en la única medida para abrazar no solo su propio misterio, sino el de su mismo Hijo: un puro don que Dios le ha dado no para su gozo o su exaltación, sino para el bien de todos.

-“He aquí la esclava del Señor”. Esta es una confesión de humildad, pero sobre todo de una confianza total en la palabra de Dios. Precisamente, porque esta Palabra no encontró el más mínimo obstáculo o sombra de vacilación en el corazón de María, se convirtió de manera absoluta en palabra creadora. (“La Palabra se hizo carne”)… “Si tuvieran fe como un grano de mostaza”... San Agustín: “Ella concibió primero en su corazón (por la fe) y después en su vientre”.

-Las palabras de María con las que da su asentimiento –“hágase en mí según su palabra”– nos hablan de la consciente aceptación de su llamado de ser Madre del Mesías, a pesar del desafío de una realidad y de un conjunto de acontecimientos que están más allá de la medida de la inteligencia y del sentido común: una mujer virgen, la Madre de Dios hecho hombre. Y esta respuesta solo la pudo dar un corazón lleno de fe.

2) En el Nacimiento de Jesús:
Todos los demás acontecimientos de la vida de María pueden comprenderse tan solo a la luz de la fe, que le hace palpar el sentido de las cosas y el signo de la presencia de Dios incluso en donde, humanamente, podía parecer que no había ningún sentido o que Dios se había ocultado de alguna manera.

-Pensemos en la extrema pobreza... ¿No era también una prueba para la fe de María, a quien el ángel había anunciado el nacimiento del Mesías, un Mesías Rey tan pobre que ni siquiera tenía casa propia y que recibía tan solo el homenaje de unos humildes pastores? ¿En qué consiste entonces ese reino que había mencionado el ángel? ¿No se habría engañado Ella al interpretar esas palabras?

-Las apariencias parecerían desmentir su fe; pero es por eso que “María guardaba todas las cosas en su corazón”, porque quería a través de la fe descubrir la profundidad de las cosas y llegar incluso a creer más fuertemente. Este guardar todas las cosas en su corazón era una búsqueda honesta del sentido de los acontecimientos que Ella se empeña en explorar, porque está segura de que Dios no puede haberla engañado ni puede dejarla desamparada. Este guardar significa conservar en el recuerdo y meditar: precisamente esta es la actitud del sabio según la tradición bíblica. Importancia de la “memoria” en el Deuteronomio 4:9: “No vayas a olvidarte de las cosas que tus ojos han visto... guardaros de olvidar la alianza que el Señor ha establecido con vosotros”. En los momentos de dificultad, Moisés recuerda los actos salvadores de Dios.

3) El pasaje de la Visitación:
La primera bienaventuranza del Evangelio es proclamada por Isabel para María en razón de su fe. “Feliz tú que has creído que se cumplirían las cosas que te fueron dichas de parte del Señor”. -¿Qué se le dijo a María de parte del Señor? El mensaje del ángel le anuncia la maternidad mesiánica. Es la maternidad de un hijo cuyo destino conoce de antemano: el salvador, el Mesías cuya venida instaura el reino de Dios que no conocerá ocaso. No es solo maternidad biológica, sino la unión indisoluble de dos vidas y destinos para siempre y en todo. María estará unida para siempre a la persona y misión de Su Hijo. Maternidad que Isabel exalta y proclama con bendiciones: “Bendita tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre”.

Isabel la llama dichosa por haber creído, porque María, más que nadie, puede apreciar el contraste entre la incredulidad de Zacarías ante las palabras del ángel, y la fe de Ella ante el anuncio del ángel. Zacarías desconfía del poder de Dios para hacer realidad su anhelo de paternidad y por eso pide una señal. El ángel calificó de falta de fe su actitud. “Porque no diste crédito a mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo...”.

-El cántico del Magníficat: Isabel alaba a María e inmediatamente después, la Santísima Virgen responde a ese reconocimiento de su fe con el cántico del Magníficat, que yo considero es un canto de fe profunda, que fluye de un corazón auténticamente humilde. Pues la fe solo nace en un corazón humilde y sencillo.

-“Miró con bondad la humillación de su sierva”. Solo reconociéndose nada es que puede apreciar y a la vez necesitar fe para creer en las maravillas que Dios había hecho y haría con Ella.

-“En adelante me felicitarán todas las generaciones”. María tuvo fe en lo que Dios –“el Poderoso ha hecho grandes cosas en mí"– haría con Ella.

-“Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que le temen”. Y empieza a describir lo que por fe sabe que Dios hará con su pueblo.

4) En la presentación del Niño en el templo:
No es Jesús quien se ofrece a sí mismo, sino de brazos de María. Aquí, la Virgen María recibe “su segundo anuncio”, que parecía contrastar con el primero. En la Anunciación, María recibe un anuncio de gloria; en la presentación, un anuncio de dolor. Como dice RM 16: “El anuncio de Simeón ha revelado a María que deberá vivir en el sufrimiento su obediencia de fe al lado del salvador que sufre, y que su maternidad será oscura y dolorosa”.

5) Los pastores y la huida a Egipto:
Los pastores reciben un anuncio de parte de un ángel: “No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido un Salvador”. Los pastores, al encontrarles, les relataron todo esto. Y después del homenaje de los magos, se verá obligada a huir a Egipto, porque “ese niño que sería alegría para todos… estaba siendo buscado por Herodes para matarlo”. Su fe la hace aceptar esta aparente incoherencia y comprender el mensaje de que Su Hijo sería un signo de contradicción y una bandera discutida.

6) La pérdida de Jesús en el Templo:
Vemos a María llamada a penetrar más profundamente en el misterio de Su Hijo. “¿Por qué me buscáis? Debo estar en la Casa de mi Padre”. María experimenta por primera vez la realidad de que Su Hijo le pertenecía más a Dios que a Ella.

Y es su misma fe la que la lleva a descubrir que Dios quiere que Ella se adentre en nuevos horizontes, en la verdad de su misión y en el papel que Ella realiza en el plan de Dios. Es la fe de María la que la lleva a descubrir con más ahínco, con más reflexión y profundidad, quién es Su Hijo.

7) Vida oculta:
Viviendo, sufriendo, trabajando y luchando como uno de nosotros. Este largo período de la vida oculta, donde Jesús vivía sujeto a José y a María, son para Ella años donde constantemente y diariamente está en contacto con el misterio inefable de Dios que se ha hecho Hombre”. Cuánta fe la de María, para que tras la aparente rutina de la vida diaria, sin cosas extraordinarias, sin milagros ni vida pública, descubriera diariamente la grandeza de un Dios que se escondió, pasó inadvertido y vivió plenamente como uno de tantos, y desde esa vida derramaba gracias de salvación.

8) En otros episodios:
“Mi Madre y mis hermanos son los que escuchan”... “Dichosos los pechos que te amamantaron”... “Dichosos más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la practican”.
- En ambos episodios, Jesús insiste en su alejamiento de los lazos de parentesco que lo intentan encerrar en la lógica exclusiva o al menos preeminente de la carne y la sangre, mientras que exalta una nueva forma de parentesco en donde el elemento de unidad es la atención dócil a la Palabra de Dios.
-No es en ningún momento renegar de la función de María en su vida, sino la exaltación de su fe y una invitación a profundizar cada vez más en la grandeza de su elección y su misión de corredención.

En el Evangelio de Juan:
1) Caná: “Haced lo que Él os diga”. Vemos que estas palabras de María están saturadas de fe. Ella está segura de que Jesús hará algún gesto o dirá alguna palabra que cambie la situación. Llena de fe intercedió ante Su Hijo por un milagro... Su fe mueve montañas. Pero deja a Su Hijo la libertad de actuar según crea es necesario. A la vez, invita a los empleados a la fe: a creer que Jesús diría algo y que eso debía ser escuchado, aunque pareciera ilógico: “Llenad las tinajas de agua”.

2) María al pie de la cruz. San Juan destaca la fe de María, en este evento, de doble manera: primero porque nos habla de la presencia de María al pie de la cruz, en donde la fe de los discípulos –y ciertamente también la de Ella–, se ve sometida a la más dura prueba.

También con las palabras de Jesús: “Mujer, he ahí a tu hijo”, María se ve invitada, con un tercer anuncio, a ensanchar los horizontes de su fe mucho más allá de la persona del Hijo moribundo, que solo en apariencia parece ser el vencido, mientras que en la realidad es el verdadero vencedor. Su Corazón es invitado a través de la lanza mística que le traspasa, a abrirse al mundo entero, con fe plena en las palabras de Su Hijo. Aquí se le llama a la maternidad espiritual sobre todos los creyentes, los redimidos por la sangre de Cristo. Esta maternidad requiere un acto de fe parecido al de la Anunciación. Maternidad, no de carne, sino del espíritu, lograda por el sacrificio de Su Hijo.

En los Hechos de los Apóstoles:
Acoge con oración, los forma compartiendo con ellos los misterios de Cristo. Que fe la de María para poder adentrarse a esta misión de ser madre, maestra, protectora y guía de la Iglesia naciente; estando al lado de aquellos que abandonaron, negaron y dejaron solo a Su Hijo cuando este los necesitaba.

La fe de María es modelo para la Iglesia Pues igual que María, la Iglesia tiene su propio itinerario, y es la fe la que la guiará por todos los instantes de su vida. Solo la fe de María hizo posible su maternidad virginal, que nos ha dado a Cristo, Señor, Salvador y Cabeza de la Iglesia. Igual, solo la fe de la Iglesia, la fe de cada uno de los fieles, dará vida a Cristo en nuestros corazones, hogares y sociedades.

La hijos de la Iglesia de hoy necesitan mucha fe. Fe para ver más allá de los signos humanos y ver la presencia de Jesús en los sacramentos. Fe para seguir las enseñanzas y ordenanzas de la Iglesia, y saber que Cristo mismo es quien habla a nosotros a través del Magisterio de la Iglesia.

San Juan Pablo II ha elegido esta idea conciliar: “Avanzó en la peregrinación de la fe”, para revelarnos la importancia de la Virgen Santísima en estos tiempos. Precisamente la secularización ha sumergido a los cristianos en una atmósfera sofocante que amenaza con la asfixia total de la fe o que la reduce a la estricta privacidad.

Revitalizar la fe devolviéndole eficacia transformante es la Nueva Evangelización. Por esto es que la fe de María resplandece más que nunca en nuestros tiempos. María aparece como modelo del itinerario espiritual de cada creyente. Se trata, pues, de comprender a la luz de María nuestro propio itinerario de fe. Su excepcional peregrinación en la fe representa un punto de referencia constante para la Iglesia, para los individuos y comunidades, para los pueblos y naciones y, en cierto modo, para toda la humanidad.

La fe de María y la fe de Abraham
San Juan Pablo II, en la encíclica RM ha señalado comparaciones sorprendentes entre la fe de María y la de Abraham.
-La fe de Abraham constituye el comienzo de la antigua alianza. La fe de María en la Anunciación da comienzo a la nueva alianza.
-Abraham creyó en la promesa de un hijo, siendo estéril Sara, su esposa, y él anciano.

“Por la fe Abraham, al ser llamado por Dios, obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia. Por la fe peregrinó por la tierra prometida, como en tierra extraña, habitando en tiendas" (Hebreos 11:8-9). La fe de Abraham es así: renuncia a las seguridades humanas y principio de una peregrinación guiada por la confianza en Dios. La fe de Abraham fue puesta a prueba: el mismo Dios que le ha concedido un hijo se lo pide ahora en sacrificio (Génesis 22:2). La disposición de Abraham a obedecer es prueba de fe (“Sé que eres temeroso de Dios, pues no me has negado a tu hijo único) y motivo de bendición de Yahveh (“Por haber hecho esto, por no haberme negado a tu hijo, yo te colmaré de bendiciones”). Muestra de la fidelidad en la prueba a que fue sometida su fe.

-María creyó que por el poder del altísimo, por obra del Espíritu Santo, se convertiría siendo virgen en la madre del Hijo de Dios. Ambos creyeron en el nacimiento de un hijo en contra de las leyes genéticas. Pero en María todavía es más difícil: sin concurso de varón.