"Vida
fraterna en comunidad,
expresión visible y concreta de nuestra
misión
de construir la civilización del amor"
Por Sr. Delia, sctjm
INTRODUCCIÓN
La vida religiosa es la floración de la
gracia del bautismo. El Vaticano II nos ha presentado
la profesión
religiosa "radicada íntimamente en la consagración bautismal y
expresándola con mayor plenitud".
Para san Benito, el monje es un cristiano perfecto. Por el
Bautismo entramos dentro de la familia Divina, con el titulo de
hijos adoptivos de toda la Trinidad, a imagen del hijo único del
Padre y llamados a vivir, como El, en cada una de nuestras
acciones, bajo el impulso constante de un mismo Espíritu de
Amor. El alma religiosa debe vivir escondida con Cristo en
Dios, enclaustrada en la Trinidad. Ya no le atrae nada de la
tierra. Los consejos evangélicos y el espíritu de las
bienaventuranzas la despegan de todos los bienes creados. La
vida fraterna es una respuesta de amos al amor infinito del
Padre, del hijo y del Espíritu Santo y constituye un verdadero
holocausto, por el don total de la propia personalidad al
servicio de Dios y de la Iglesia. El alma religiosa puede
decir, que su única riqueza es la Trinidad el único amor es
Cristo y su único deseo debe de ser hacer la voluntad del
Padre. La vida fraterna en medio de las ocupaciones diarias
hace de su ser liturgia viva, llega a ser con su vida una
incesante alabanza de la gloria de la Trinidad.
El Bautismo imprime en nosotros la cruz
como sello de la Trinidad en comunión con el misterio pascual.
La cruz nadie la puede quitar, toda santidad culmina en el
calvario, esta es la vida cristiana en perfección, la vida del
amor, es una ascensión, de la Trinidad del bautismo a la
trinidad de la gloria, a través de todas las crucifixiones de la
vida diaria, en unión con Cristo, hasta la consumación de la
unidad.
En la Virgen de la
Encarnación y de la redención encuentra la vida religiosa un
modelo de existencia enteramente divina bajo las apariencias más
humanas, en un continuado fiat de amor. El Concilio Vaticano II
en la conclusión del capitulo VI de Lumen Pentium, considera que
la vida fraterna es un testimonio de la santidad de la Iglesia
para mayor gloria de la Trinidad, que en Cristo y por Cristo es
la fuente y origen de toda santidad
El concilio
Vaticano II presentó la vida religiosa con acento especial en la
fraternidad como elemento a partir del cual se entienden los
otros que la definen y constituyen. Al hablar de la comunidad
fraterna la describió como fruto del amor de Dios derramado por
el Espíritu para reunir a sus miembros "como verdadera familia
consagrada en el nombre del Señor"
. La vida fraterna, en medio de las ocupaciones y de nuestra
rutina diaria se hace liturgia viva e incesantemente alabamos y
glorificamos a la Santa Trinidad.
La vida fraterna se define y entiende cada
vez más como un carisma al servicio del proyecto de Dios. La
fraternidad es esencial entre las personas y pueblos como
elemento clave del anuncio del Evangelio. El religioso debe ser
el que hace vivir la fraternidad en el mundo de hoy debemos
entender fraternidad como amor, vemos como el proyecto
comunitario se convierte en símbolo de los valores relacionales
y de amor sublime que debe de haber en toda comunidad humana.
La fraternidad es el destino universal de
la humanidad. El mundo necesita ejemplos y este testimonio hoy
es muy difícil de encontrarlo en las comunidades religiosas.
Cuando las comunidades no lo viven el mundo no tiene la imagen
viva de la vida fraterna y no esta cumpliendo con su destino
universal de fraternidad.
La fraternidad cristiana no es un simple
sentimiento natural que lleva a una relación que crea vínculos
de afecto y de amistad con los semejantes. Jesús nuestro Señor
nos reveló nuevas dimensiones de la fraternidad que nos permiten
comprender mejor el sentido profundo de los vínculos de
hermandad 'o amor que Dios ha querido que existan entre los
seres humanos.
SS Juan Pablo II,
1996 en la exhortación apostólica "vita consecrata" nos dice: "
la vida consagrada ha sido a través de la historia de la Iglesia
una presencia viva de esta acción del Espíritu, como un espacio
privilegiado de amor absoluto a Dios y al prójimo, testimonio
del proyecto divino de hacer de toda la humanidad, dentro de la
civilización del amor, la familia de los hijos de Dios"
"Ser parte de un
cuerpo, convivir, adaptarse, ceder y morir para que otros tengan
vida, siempre conllevara una cruz."
Mother.
La cruz de Cristo es la que construye la civilización del amor
con su ejemplo.
La gracia mayor de la vida fraterna es el
poder morir para que otros tengan vida es el ejemplo de nuestro
Señor. Jesús nos llama a la vida fraterna para que le
respondamos de la misma manera. "si el grano de trigo no muere,
no de fruto" el grano de trigo tiene que morir para dar los
fruto, para dar vida.
Nuestro Carisma
en la vida fraterna en comunidad como expresión visible y
concreta de nuestra misión de construir la civiliazación del
amor.
Nuestra Madre nos escribe el documento de
vida fraterna en comunidad, por una inquietud que ella tiene de
que hagamos un esfuerzo común de vivir nuestra vida fraterna.
Madre nos dice que la vida fraterna es un elemento fundamental
para nuestra vida religiosa, es como ella dice columna vertebral
que muchas veces no le damos la importancia que tiene.
La consagración religiosa establece una
comunión particular entre el religioso y Dios y en El, entre los
miembros de la comunidad. La vida fraterna está animada por el
espíritu del Evangelio, alimentada por la oración, marcada por
la mortificación generosa y caracterizada por gozo y la
esperanza que brotan de la fecundidad de la cruz. Nos dice:"Que
el religioso no es solo un llamado a una vocación individual, es
un congregado". La obediencia nos une en voluntad, la
pobreza comunión de bienes espirituales y materiales, la
castidad pureza de corazón, mente y cuerpo, que nos da la
libertad de amar a Dios y a mi prójimo en mis hermanas de
comunidad. En uno de sus dichos Madre nos dice:"Nuestra
capacidad de amar se mide con nuestra capacidad de morir al
yo". Tengo que morir a ese amor propio para poder dejar que mis
hermanas vivan dentro de mi amor por El Señor. Madre define la
vida fraterna como ese pilar fundamental que nos ayuda en la
maduración y crecimiento personal en la santidad de la vocación
religiosa. Para esto debemos cultivar la cualidad de una buena
relación humana: Educación, amabilidad, sinceridad, control de
sí, delicadeza, sentido del humor y espíritu de participación,
sabiendo que para fomentarlas y desarrollarlas debemos de poner
mucho de nuestra parte. La educación nos modela a ser dignas
esposas de Cristo. La amabilidad es la delicadeza el ser noble
para así limar asperazas de carácter y temperamento, del tono de
voz y de formas de hablar, la sinceridad es la verdad. El
control de sí, es modelar y madurar nuestras pasiones.
Con la delicadeza tengo un don sagrado en
mis manos, tratar a mis hermanas como tesoros.
El sentido del humor: tomar las situaciones
de la vida con cierta naturalidad que nos permite reír juntas en
nuestras flaquezas y deficiencias. Espíritu de participación:
reconocer los dones de cada hermana. Participar y dejar que las
hermanas participen, reconociendo las gracias.
La vida fraterna es la vida que si la
vivimos con una entrega total como Jesús la vivió nos lleva a la
santidad. Pero tengo que morir a mi yo para que Cristo y mis
hermanas vivan .
Hablar de la
grandeza de la vida fraterna es un tema que arde en mi corazón
como un fuego que consume, es un tema que podría pasar el resto
de mi vida reflexionando y escudriñando. Es un tema
fundamental, que todas, sin excepción deben profundizar y
ejecutar de inmediato su edificación.
Consejos para la
santidad en la vida fraterna
Buscar el mayor bien, en realidad, el
maximo bien debe ser siempre la regla de vida de cada hermana de
esta Congregación. La sencilla razón es porque optamos eb todo,
por la perfección del amor, y esta perfección consiste en la
búsqueda constante y en todas las cosas y situaciones, del
máximo bien.
Consejos:
“Doblegar el orgullo antes de romper el
amor”.
“demoler nuestra propia voluntad antes que
destruir el don inestimable de la unidad”.
“Guardar silencio ante el mal, antes que
herir terriblemente, con palabras o gestos, la belleza del
bien”.
“perder un argumento y dar triunfo a la
humildad, que ganarlo y coronar con ello en mi corazón, a la
soberbia”.
Vivir constantemente sirviendo hasta
gastarnos por el amor, que preservarnos egoístamente y gastarnos
en el yo”.
“Estar dispuesta a los mayores sacrificios
y por ello, pueda el Señor y la congregación contar conmigo, que
vivir sin abrazarlos y no poder escuchar a mi nombre ser llamado
para algo heroico”.
“No hacer ruido y pasar desapercibida, por
excelsa virtud, que tener continua atención por la cantidad de
faltas y vicios”.
“Reconocer con humildad las faltas ante
quien sea y en cualquier circunstancia, que tratar de
esconderlas y justificarlas, cuando están a la vista de todas”.
"Vivir dando vida con pequeñas y constantes
muertes, que no querer morir y cerrar el corazón a ser canal de
abundante vida"
"Ser paciente con la debilidad de la otra y
edificarla para llevarla a la virtud, que ser intransigente, y
faltar yo misma a la virtud que en ellas e impaciente, y faltar
yo misma a la virtud que en ella me molesta".
"Preferir la humillación de la propia
imagen, que procurar protegerla creando una falsa".
Les bendigo, para
que siempre y en todo elijan la perfección del amor y la
plenitud del bien y para hacerlo hermanas, se requiere un
corazón generoso y desprendido de si.
Carta #38
"… El Señor nos dice : "Allí reposarán en
buenos prados". El Señor no quiere que reposemos en cualquier
prado. El Salmo 23 nos dice que nos lleva a verdes prados. El
Señor quiere pastorearnos para llevarnos a reposar a los verdes
prados de santidad. Que bellas se ven las ovejas en un campo
cuando están todas juntas reposando. La oveja que no camina
tras el pastor y no se mantiene congregada, no solo se pierde
del verde prado sino que es presa fácil del lobo.
Hoy es un día de dar gracias al Corazón del
Buen Pastor por congregarnos, traernos a la tierra de la
Congregación y darnos a través de todos los medios que ella nos
provea, la forma de llegar a descansar en verdes prados. Demos
gracias por todos los medios con que el nos apacienta a través
de la Congregación: por las estructuras comunitarias, el
gobierno, las exigencias, la provisión, el reto a la santidad,
por la vida fraterna. Que terrible es caminar en un bosque a
solas! Yo les aseguro que un enfermo que está solo en el
hospital, desea tanta compañía, que no le importa si el que le
va a acompañar está enfermo también, o si incluso está más
enfermo que él. No importa como es, solo se desea no estar
solo.
El don del vida fraterna es una obra de
misericordia del Señor para nosotras, y es ingratitud para con
Dios, el no regocijarnos de tan gran don. El Buen Pastor nos
congrega, no nos hemos elegido las unas a las otras, sino que El
mismo nos saca del pueblo y nos reúne. Que bello es caminar con
ovejas, que como yo, necesitan ser pastoreadas; que como yo son
enfermas, frágiles y débiles. Si en ellas hay algo débil, debo
prestar mi fuerza; si en mi hay debilidades debo recurrir a sus
fuerzas.
El Señor nos apacienta a través de la vida
fraterna porque definitivamente es un reto. Es un reto porque
nos saca del egoísmo y nos lleva al amor,
porque revela los verdaderos sentimientos de nuestros
corazones. La vida Fraterna no muestra lo que está mal en los
demás, sino lo que está mal en mi. No hay nadie que me quite la
paciencia, es que no la tengo; no hay nadie que te irrite es que
yo soy irritable. Por eso el Señor nos provee la vida fraterna
como un buen pasto para descansar en el camino de santidad.
Quizás en algunas
ocasiones pensarán que la vida comunitaria no causa descanso,
porque interpretamos el descanso como "no tener problemas". Sin
embargo, descansar es estar en la voluntad de Dios y aunque sea
en medio de problemas, si esa es su santa voluntad, descansamos;
aunque sea en momentos difíciles, como también en momentos
alegres, si estamos en su pasto, descansamos."
Nuestra Madre nos presenta
nuestro carisma como el carisma del amor hasta el extremo si
hemos dicho si al Señor en este llamado, tenemos que siempre
optar por amor hasta el extremo eso nos lleva a vivir nuestra
vida fraterna que es base fundamental de nuestra vida religiosa
en esa plena y completa donación para que a través de nuestra
respuesta de vida podamos ser material adecuado y una expresión
visible para la construcción del la civilización del amor la
cual es nuestra misión como religiosas y Siervas.
Nuestra Madre después de
meditar la 1 carta a los Corintios capítulo 13, nos comparte que
ha podido entender la potencia creadora y sanadora del Amor. Nos
dice que solo el amor conquista el corazón humano, ya que para
eso hemos sido creados. Solo El Amor conquista el corazón. La
razón y la plenitud del ser está en el amor, podemos decir
entonces que la razón y la plenitud de ser una sierva es el
amor, el amor es nuestro carisma y al tenerlo como carisma lo
adquirimos como Misión ya que la plenitud de un carisma es que
sea vivido en el corazón de nuestra Iglesia. Somos nosotras las
responsables de transmitirlo en su plenitud, no con palabras
sino a través de una vida fraterna rica en amor, paciencia,
compresión compasión, servicial y en ese amor hasta el extremo,
amando siempre ser traspasada, por el Amor absoluto de Cristo
nuestro esposo.
Nuestro amor es el amor de
Cristo, es un amor divino el que nos une, el que nos congrega,
el que nos hace una, para llegar a ser una sola cosa quiere
decir que el Espíritu Santo tiene el poder y desea hacer de los
corazones de muchos discípulos, algo que perece imposible.
Tomar una variedad de personas de toda lengua, raza, pueblo y
nación, y hacerlos una sola cosa. Si vivimos en el Espíritu
podemos alcanzar el ser una sola cosa, aunque seamos personas
diferentes. Eso es lo que fue Pentecostés. El Espíritu Santo
quiere hacer de toda diversidad unidad. Las congregaciones
estamos llamadas a ser signo vivo de la primacía del amor.
Toda congregación religiosa debe ser signo vivo del amor de
Dios, del amor a Dios Y a los hermanos.
Debemos de revelar con nuestra
vida que Dios es nuestro primer amor, que mis hermanas son mi
amor primero y que mi yo es mi amor último. Esa es nuestra
responsabilidad en la vida religiosa. La vida fraterna es un
ideal que se debe perseguir cada día dejándonos traspasar
optando siempre por lo mejor para mi hermana. Tenemos que estar
claras que la vida fraterna es un ideal. Los votos no son solo
para la construcción de mi vida personal sino que me ayudan para
vivir una vida fraterna adecuada. Entre más indivisas somos,
entre más amamos a Dios con todo el corazón, más nos amaremos
las unas a las otras con amor divino, no humano. Entre más
pobres y desprendidas seamos, más cohesión habrá en nosotras por
que no habrá nada que yo espere, ni nada que yo rehúso dar. Nos
amaremos con mucha más libertad, sin envidias ni competencias.
Si hay pobreza, sino espero nada y no busco nada, como no rehúso
nada, todo es un gozo para mí. Y si soy más obediente, somos más
cuerpo. El cuerpo se edifica en dos columnas: en el amor y en
la obediencia.
Ser un solo cuerpo es tener la
unidad de nuestras mentes, de visión y de corazón como nos lo
dicen los hechos de los Apóstoles que ellos eran una solamente
una sola visión y un solo corazón. La comunidad era de una sola
mente, o sea, tenía una misma visión. Cuando el Señor nos llama
a vivir en comunidad, llama a tipos de relaciones mucho mas
profundas. Podemos decir que tenemos comunidad si todas vemos lo
mismo y todas perseguimos lo mismo, con la misma intensidad y el
mismo amor en el corazón. Si vemos algo y nos interesamos en el
corazón lo llega a amar. Por eso primero hay que ver, para que
el corazón responda con amor y con su voluntad. Por eso tenemos
comunidades a la medida que todas vemos lo mismo y todas
aplicamos el corazón a ser con intensidad. La mayor llaga que
puede haber en la vida comunitaria es la falta de visión común.
Cada una fue creada única por Dios. Pero esa unicidad debe de
aplicarse a una visión común. Cada una tiene su don personal,
su personalidad, sus defectos que tal vez la otra no tiene. Hay
algo único en cada una, pero si tenemos la responsabilidad de
ese don único adaptarlo a una visión común para que esa visión
sea enriquecida. Si vivimos a lo que estamos llamadas de una
manera verdadera viviremos el llamado a como lo debemos. Los
dones solo dan verdaderos frutos si los vivimos fraternalmente.
El don no se pude vivir en soledad.
Nuestra Iglesia es muy sabia
cuando nos dice en sus documentos de la vida fraterna que este
llamado a la vida fraterna es muy grande para la Iglesia ya que
al vivirlo nos convertimos en ese ideal el cual debe de llegar a
vivir la Iglesia. Por esto es que Nosotras como Siervas de los
corazones traspasados de Jesús y de María debemos de vivir una
vida fraterna que sea la expresión visible de esa construcción
de la civilización del AMOR.
LA VIDA FRATERNA EN LAS ESCRITURAS
La Vida fraterna en al Antiguo Testamento.
El
pueblo de Israel tiene un proceso historico, en que Dios lo fue
educando como Padre educa a su hijo (cf Dt 8,5),
este fue descubriendo, poco a poco, que el prójimo era más que
un semejante: era un hermano. A este propósito, el capitulo 19
de Levítico presenta una doctrina que es fruto de una maduración
en la fe. Allí se habla de las relaciones entre los miembros de
la Iglesia de Yahvé y se presentan normas que la regulan, en
ellos se prohíbe hacer daño al prójimo. Se defiende al
trabajador y se pide comprensión para los que tienen
limitaciones, se subraya la dignidad de la persona, se prohíbe
la calumnia y el odio, se debe transformar al prójimo en
verdadero hermano, se pide que se amen como se aman ellos mismos
tanto entre Israelitas como extranjeros que habitan entre el
pueblo. Israel aparece como una comunidad de hermanos liberada
por Dios de la esclavitud de Egipto. También el esclavo es
prójimo al que hay que amar como hermano. La conciencia de
haber sido liberado por Yahvé relativiza las diferencias
sociales y crea relaciones de igualdad en la fraternidad.
El Antiguo Testamento transmite
la experiencia de una fraternidad basada en la solidaridad que
da la pertenencia al mismo pueblo de Dios, que tiene sus
orígenes en la promesa hecha a Abraham y que se compromete con
la alianza en que inculcan el amor y la preocupación por el
prójimo- hermano, especialmente por los más pobres y
desamparados. Es en la fraternidad donde se concretiza el ideal
de una sociedad de personas libres, por que han sido liberadas
por Dios, y hermanas porque el mismo Dios las ha convertido en
su familia.
La Fraternidad en el Nuevo Testamento
Jesús
insiste en la fraternidad de todos(Mt 23,8).
Esta fraternidad universal se expresa con la fuerza en la
parábola del Buen Samaritano (Lc 10,25-37):
el prójimo- hermano es todo aquel que se encuentra en necesidad
aunque no pertenezca al pueblo escogido.
Fundamentos de la fraternidad
Un
primer fundamento de la fraternidad lo coloca Jesús en el amor
que Dios tiene a cada persona. Cuando se le dirige la pregunta
sobre cuál de los mandamientos es el primero de todos, Cristo
responde que es el de amar a Dios con todo el corazón y todas
las fuerzas, y añade: "el segundo es semejante a éste: amarás a
tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos peden
toda la ley y los profetas"(Mt 22,36-40).
El amor al hermano es respuesta al amor de Dios. En este
mandamiento se encuentra la explicación del misterio de la
Iglesia: comunidad de amor entre hermanos, hijos del mismo
Padre. El amor hacia él es fuente del amor hacia los hijos. El
amor del Padre se difunde entre los hombres para suscitar en
ellos el amor a los hermanos (1Jn 5,1-2).
Entre el amor a Dios y el amor a los hermanos existe una
compenetración. El amor a Dios ilumina y purifica la
fraternidad. Esta, por su parte, es la manifestación
comunitaria de ese amor y el criterio para discernir su
autenticidad. San Pablo nos dice que para la vida fraterna es
esencial la comunión en Cristo ser copartícipe en la misma fe en
Cristo, que une a los creyentes en fraternidad.
El
Segundo sentido es de ser cooperador en el ministerio de
evangelización (Rom 16,3).
La expresión máxima de la fraternidad en el Nueva testamento son
las comunidades primitivas, ya que en ellas se palpa el primer
fruto del Espíritu: El Amor (Gal 5,22).
La comunión de corazones y el compartir los bienes aparece como
característica ideal para todo cristiano de todos los tiempos
(He 4,32).
A partir
de la fe común los creyentes acogen la palabra de Dios que
convoca a unirse en fraternidad. Esta tiene como fruto y
exigencia a la vez la Koinonía o comunión con el Padre y con su
hijo Jesucristo y entre los creyentes. En ella se integran la
fe y la vida. Esta comunión se manifiesta externamente en la
aceptación de los demás, en compartir los bienes, en la
proyección social del amor. La Eucaristía tiene el significado
profundo de compartir la vida, que es Cristo, el pan del que
todos participan, fuente y alimento de la fraternidad. "En
torno a la mesa sencilla de una casa, escuchando el evangelio y
partiendo el pan, se saben congregados por la obra del Padre en
Jesús Cristo".
La oración se vive como escucha de Dios para
comprometerse con el hermano. La diversidad de carismas conduce
a un servicio mutuo, como expresión de una fraternidad en el
Padre, hijo y Espíritu que comunican esos dones para edificación
de la comunidad y utilidad de todos.
El Amor Fraterno debe de ser como el de
Jesús Hasta el extremo de dar la vida por el hermano.
Jesús
nos dice que nos da un mandamiento nuevo en el sentido de que en
Jesús se tiene la plenitud de todo la revelación con toda la
novedad que trae consigo y que viene a establecer con claridad
la fuente y la meta de la fraternidad cristiana. La fuente no
es otra que el Padre de quien todo procede, el Hijo que se ha
hecho nuestro hermano; el Espíritu que nos transforma en hijos
(Rom 8,15-16)
y nos congrega en la comunión de la Iglesia. Esta fraternidad
tiene como meta la comunión en la unidad trinitaria (Jn
17,21.23.26).
La fraternidad cristiana es el lugar donde Cristo se hace
presente y donde se manifiesta, en forma imperfecta y limitada
pero como signo que puede atraer a los demás, a la comunión de
amor que existe en la Trinidad.
TEOLOGIA DE LA VIDA FRATERNA
El
Concilio Vaticano II ha aportado una contribución fundamental a
la revalorización de la "vida fraterna en común" y a una
renovada visión de la comunidad religiosa. La evolución de la
eclesiología ha incidido, más que ningún otro factor, en la
progresiva comprensión de la comunidad religiosa. El Vaticano
II afirmó que la vida religiosa pertenece "firmemente" a la vida
y a la santidad de la Iglesia, situandola precisamente en el
corazón de su misterio de comunión y de santidad. La comunidad
religiosa participa, pues, de la renovada y más profunda visión
de la Iglesia.
La Vida fraterna en comunidad
no es simplemente un grupo que se unen cristianamente a vivir en
santidad, es la participación y testimonio cualificado de la
Iglesia- Misterio, en cuanto expresión viva y realización
privilegiada de su peculiar "comunión", de la gran "koinomía"
trinitaria de la que el Padre ha querido hacer partícipes a los
hombres en el Hijo y el Espíritu Santo. La comunidad religiosa
hace perceptible el don de la vida fraterna concedido por Dios
a toda la Iglesia. Por ello tiene como tarea irrenunciable, y
como misión, ser y aparecer una célula de intensa comunión
fraterna que sea signo y estímulo para todos los bautizados. La
comunidad religiosa está también llamada a vivir animada por el
carisma fundacional asi la Iglesia se enriquece con la variedad
de ministerios y carismas. La vocación es de primordial
importancia para poder tener la gracia de vivir plenamente la
vida religiosa en comunidad, los miembros de una comunidad se
unen por una común llamada de Dios. El sentido del apostolado
es llevar a los hombres a la unión con Dios y a la unidad entre
sí mediante la caridad divina. La comunión fraterna está, en
efecto, en el principio y en el fin del apostolado.
La Vida fraterna como don del Espíritu
Santo
"Os daré
un corazón nuevo y os infundiré un corazón de carne… Vosotros
sereís mi pueblo y yo seré vuestro Dios" (Ez 36,26-28)
. La vida fraterna es un proyecto directamente de Dios, que nos
quiere comunicar su vida de comunión. La vida fraterna es un
don del Espíritu, antes de ser una construcción humana.
Efectivamente, la comunidad religiosa tiene su origen en el amor
de Dios difundido en los corazones por medio del Espíritu, por
él se construye como una verdadera familia unida en el nombre
del Señor. Nunca podremos comprender la vida fraterna,
si no partimos del don de Dios, que es un misterio en nuestras
vidas, este misterio hunde sus raíces en el corazón de la
Santísima Trinidad, que la quiere como parte del misterio de la
Iglesia para la vida del mundo.
Sabiendo que la vida fraterna
no es de nuestra propia iniciativa sino que es un don de Dios,
debemos de tener una profunda reverencia, como merecen los
votos. La vida en comunidad es un don de Dios, y le daremos
cuenta a Dios de cómo la vivimos como la edificamos o como
obstaculizamos o destruimos. Dios en su infinito amor no nos
une para hacer muchos trabajos si no que nos une para Ser una,
de una sola mente y de un solo corazón, de una sola alma por lo
tanto debemos de tener una misma vida. Ese es el propósito por
el cual el Espíritu Santo nos congrega. Lo que pensamos, lo que
amamos y donde empleamos nuestras potencias, eso es lo que
vivimos. La congregación religiosa es una expresión
particularmente elocuente de este sublime e ilimitado amor. La
congregación revela el sublime don del amor de Cristo.
Nuestro amor no es nacido de la
carne, no es nacido ni de simpatías personales ni de motivos
humanos, sino de Dios. Esto quiere decir que para vivir en una
congregación religiosa, no se puede vivir a nivel de amor
humano, sino a nivel de amor sobrenatural. Nosotras fuimos
congregadas para un amor que sobrepasa lo humano y es
sobrenatural. Tenemos que revelar con nuestra vida que Dios es
nuestro primer amor, que mis hermanas son mi amor primero y que
yo soy mi amor último. La vida fraterna es un ideal que se debe
perseguir. Entre más amamos a Dios con todo el corazón más nos
amaremos las unas a las otras con amor divino, no humano. Entre
mas pobres y desprendidas somos mas cohesión hay en nosotros,
por que no hay nada que esperar. Si no espero nada no rehúso
nada y no busco nada, como no rehúso nada todo es un gozo para
mi.
Fundamento trinitario de la vida fraterna
Desde la
perspectiva teológica hay que resaltar la impronta trinitaria en
la fraternidad cristiana. Si el hombre es imagen de Dios, lo es
de Dios trino y eso supone y exige la apertura hacia los demás.
En la persona humana esta la dimensión relacional se da en tres
direcciones, hacia el Padre como origen y principio, hacia los
demás en una mutua sacramentalidad que revela y oculta el propio
misterio radicado en el verbo en quien por quien fueron creadas
todas las cosas (Col 1,13-20),
y hacia dentro de sí mismo en el misterio del Espíritu Santo.
La trinidad muestra que la fraternidad no puede edificarse ni en
la absolutación de las diferencias de las personas y de las
comunidades de personas, ni tampoco en la de una comunión y
unidad que destruya. En el misterio del Dios trino se de una
diferencia que se armoniza con la igualdad. Solamente respeta
la Dios trinitario una comunidad una, única y unificante, sin
dominio ni opresión dictatorial. Este es el mundo en el que los
seres humanos lo tienen todo en común y lo comparten todo, a
excepción de sus características personales.
La experiencia del Padre y el Espíritu en
la vida fraterna
Jesús es quien nos revela el
rostro del Padre. A partir de esa revelación, en el camino de la
vida fraterna, los creyentes experimentan su presencia paternal-
maternal en el misterio de la existencia recibida como don de
cada gratuito. Es así como, en la existencia de cada persona,
hay como una epifanía del Padre. También en la incomprensión de
los caminos por los cuales conduce la historia de cada uno y de
la comunidad humana. Esa experiencia de ser todos hijos del
Padre común exige la fraternidad que, a su vez, manifiesta la
común filiación.
Al
Espíritu se la experimenta en la aparición de la comunidad que
se funda en lo que es el primer fruto de su presencia: el amor
(Gal 5,22).
El es quien está cerca, con y en la comunidad (Jn 14, 16-17).
En los carismas que suscita y que sostiene y hacen madurar la
fraternidad se percibe como su fuente y como su guía (1Cor
12,4-13).
La experiencia de Cristo en La vida
fraterna
La vida fraterna como
experiencia en la vida de Jesús, el es nuestro hermano mayor,
Jesús está presente en cada persona, desde la perspectiva
cristiana ésta es una realidad que se acepta por la fe. Aquí
radica un aspecto original de la misma. El cristianismo es la
única religión donde encontramos a Dios en los hombres,
especialmente en los más débiles.
Cristo es el
testimonio del amor del Padre hacia nosotros. Por la
encarnación, Cristo ha venido a ser el mediador entre el Padre y
nosotros los hombres. Mediador de la gracia, que es tanto como
decir mediador de vida. Y por ello, realizador de una vida
común entre nosotros. En Cristo tenemos comunidad de la misma
vida divina, una e idéntica (1Jn. 1,3).
En
Cristo es el punto donde se realiza esta comunión vital porque
El es la expresión del amor del Padre inscrito en la naturaleza
humana por la unión hipostática. La resonancia del testimonio
de Cristo nos dice: "Tanto amó Dios al mundo que le dio su
Unigénito Hijo para que todo el que crea en El no perezca sino
que tenga la vida eterna".
(Jn 3,16). Vemos que la encarnación del verbo es revelación del
amor del Padre. Es más, es un amor ponderativo y de una
cualidad de amor. Sn Juan nos manifiesta lo mismo en sus
epístolas: "En esto hemos conocido la caridad, en que El dio su
vida por nosotros".
"La caridad de Dios hacia nosotros se manifiesta en que Dios
envió al mundo a su hijo".
El amor
divino compartido en nosotros resulta un testimonio y una
presencia viva para cuantos no vemos el misterio divino. Desde
el momento en que podemos amar es que Dios habita en nosotros.
"Carísimos, si de esta manera nos amó Dios, también nosotros
debemos amarnos unos a otros. A Dios nunca le vio nadie; si
nosotros nos amamos mutuamente, Dios permanece en nosotros y su
amor es perfecto. Conocemos que permanecemos en El y El en
nosotros en que nos dio su Espíritu. Y hemos visto, y damos de
ello testimonio, que el Padre envió a su hijo por salvador del
mundo. Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios
permanece en él".
Por este testimonio llegamos a
la conclusión de que el amor gratuito del Padre es la base de
una comunión de vida. La razón está en que el amor del Padre
para amar al hombre, ha de fundar en él un bien divino. Y visto
que este amor del Padre llega al extremo de darnos el máximo
bien, esto es, su propio Hijo unigénito en quien tiene El puesta
sus complacencias, resulta también que este amor divino hacia
nosotros es un amor máximo. Tanto, que sólo Dios pudo tomar la
iniciativa. Todo en el amor divino, tiene rasgos de gratuidad,
de donación, de activación constante.
"Tanto
amó Dios al mundo que le dio su Unigénito Hijo, para que todo el
que crea en El… tenga la vida eterna".
El Amor y La Vida palpita en la encarnación del verbo y en todas
las manifestaciones divinas por la acción creadora. Cristo
resume toda la obra creadora por que ha venido a ser, por su
redención, la nueva criatura, el Nuevo Adán, que asume la cruz
para glorificar al Padre. Cristo nos devuelve la vida de la
gracia, el es el Amor siendo El amor, Él es vida.
San Juan nos legó un testimonio
preclaro de esta realidad:
"Todo el que ama es nacido de Dios y conoce
a Dios. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es Amor. El
Amor de Dios hacia nosotros se manifiesta en que Dios envió al
mundo su Hijo Unigénito para que nosotros vivamos por El. En
eso está la caridad, no en que nosotros hayamos amado a Dios,
sino en que El nos amó y envió a su hijo, victima expiatoria de
nuestros pecados. Hijitos, si de esta manera nos amó Dios,
también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nunca le
vio nadie; si nosotros nos amamos mutuamente, Dios permanece
entre nosotros y su amor es en nosotros perfecto.
Conocemos que
permanecemos en El y El en nosotros en que nos dio su espíritu.
Y hemos visto y damos testimonio, que el Padre envió a su Hijo
por Salvador del mundo. Quien confiese que Jesús es el Hijo de
Dios, Dios permanece en él y él en Dios. Y nosotros hemos
conocido y creídoen el Amor que Dios nos tiene. Dios es Amor y
el que vive en Amor permanece en Dios y Dios en él".(1Jn 4,
7-16).
CONCLUSIONES
Cristo nos muestra el camino ha
seguir para que nuestra vida fraterna sea realmente una
expresión visible y concreta de nuestra misión de construir la
civilización del amor.
Él Señor le ha mostrado muy claro a nuestra
Madre la importancia de una vida fraterna en santidad siguiendo
la vida de Cristo que nos amó hasta el extremo. Cristo es la
revelación del estilo de Amor, esto es de un amor que imita la
vida de Dios. Volvemos así al carácter comunitario de este amor
revelado. A nosotros se nos da el amor redentor de la Trinidad
de la misma manera que existe en Dios, en una comunión
misteriosa de las Tres Divinas Personas. Hay comunidad de
estilo entre nuestro amor y el de Dios, porque este amor en la
Trinidad es igualmente "comunidad de amor".
La Vida Fraterna es reflejo del
amor Trinitario, en este camino de pobreza y persecución por el
que marcha la Iglesia hacia los hombres con los frutos de
salvación se sitúa la gracia inmensa que es la vida fraterna de
los consagrados a Dios. La vida fraterna es para la Iglesia lo
que la unión social y visible de la Iglesia es para el Espíritu
Santo y, en último término. Lo que la humanidad de Cristo es a
la Divinidad.
De la unión social pobre y
abnegada brota la profesión de vida fraterna. La comunidad
religiosa es, pues, con propiedad una Iglesia en pequeño, que
fomentan los valores redentores que constituyen la esencia de la
Iglesia, valores que, con la gracia cristiana, la presentan como
no perteneciente a este mundo, sino al Reino de Dios, al Reino
de amor.
El Amor la virtud excelente.
El amor
no solamente es la más excelente de las virtudes cristianas, la
única que las orienta al fin sobrenatural como forma extrínseca
de todas ellas, sino la que ella sola, en su triple dimensión;
Dios, el prójimo y nosotros mismos, resume la ley y los profetas.
El amor a Dios es la primera y más excelente forma de la caridad
sobrenatural, hasta el punto de que valora y condiciona los
otros dos aspectos del amor caritativo que, desvinculados del
motivo de la caridad, la bondad divina en sí misma, dejarían
ipso facto de pertenecer a ella para convertirse en simple
filantropía o amor natural de sí mismo, sin valor alguno en
orden a la vida eterna.
El amor
fraterno se apoya y descansa en un triple fundamento: uno de
orden puramente natural, la comunidad de naturaleza; y otros dos
de orden estrictamente sobrenatural: el bautismo y la profesión
religiosa. El amor al prójimo, procede de la caridad
sobrenatural, es, el segundo mandamiento de la ley, eso nos lo
dijo Jesús.
La mejor prueba y garantía de que cumplimos el primero y más
grande de los mandamientos, que es el de amar a Dios "con todo
el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las
fuerzas".
Como también nos dice San Juan;"si alguno dijere: amo a Dios,
pero aborrece a su hermano, miente. Pues el que no ama a su
hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios, a quien no
ve. Y nosotros tenemos de El este precepto, que quien ama a
Dios, ame también a su hermano".
Columba Marmion nos dice sobre este tema:
"No vacilo en
afirmar que un alma que se entrega sobrenaturalmente, sin
reserva, a Cristo en la persona del prójimo, ama mucho a Cristo
y es infinitamente amada por El; hará grandes progresos en la
unión con nuestro Señor. Mientras que, a pesar de ello, se
cierra voluntariamente a las necesidades de su prójimo, tened
por seguro que hay una gran parte de ilusión en su vida de
oración. Porque la oración no tiene otra finalidad, en su
término, que someter el alma a la plena voluntad divina; pero,
cerrándose al prójimo, esta alma se cierra a Cristo, al deseo
más sagrado de Cristo:"Que todos sean uno, que sean consumados
en uno".
La verdadera santidad resplandece por la caridad y el don entero
de sí mismo.
Si, pues queremos
permanecer unidos a nuestro Señor, importa extremadamente ver si
estamos unidos a los miembros de su Cuerpo místico. Pongámonos
en guardia. La menor frialdad voluntaria, deliberadamente
retenida, contra uno de nuestros hermanos constituirá un
obstáculo, más o menos grave según su grado, a nuestra unión con
Jesús, por esto el mismo Cristo nos dice que si, en el momento
de presentar nuestra ofrenda en el altar, nos acordamos que
nuestro hermano tiene alguna cosa contra nosotros, debemos dejar
allí nuestra ofrenda e ir primero a reconciliarnos con nuestro
hermano y volver después a presentar nuestra ofrenda .
Cuando comulgamos, recibimos la sustancia del cuerpo físico de
Cristo; debemos también recibir y aceptar su Cuerpo místico. Es
imposible que Cristo descienda a nosotros y sea un principio de
unión si conservamos algún resentimiento contra uno de sus
miembros. Santo Tomás califica de mentira a la comunión
sacrílega. ¿Por qué así? Porque el que se acerca a Cristo para
recibirle en la comunión, manifiesta, por el mismo hecho, que
permanece unido a El; y, si se encuentra en pecado mortal esto
es si se encuentra apartado de Cristo, el hecho de acercarse a
El constituye una mentira.”
Consagrados signos y testigos en la
construcción de la civilización del amor.
Los consagrados son signos y
testigos de una anticipación de vida celestial en la vida
terrena, que no puede hallar en sí misma su perfección, sino que
debe orientarse cada vez más a la vida eterna: un futuro ya
presente, en germen, en la gracia generadora de esperanza.
Por todas estas razones, la
Iglesia quiere que la vida consagrada florezca siempre, para
revelar mejor la presencia de Cristo en su Cuerpo místico, donde
hoy vive renovando en sus seguidores los misterios que
nos revela el Evangelio. En particular, resulta importante para
el mundo actual el testimonio de la castidad consagrada:
testimonio de un amor a Cristo más grande que cualquier otro
amor, de una gracia que supera las fuerzas de la naturaleza
humana, de un espíritu elevado que no se deja atrapar en los
engaños y ambigüedades que encierran a menudo las
reivindicaciones de la sensualidad.
Así mismo, hoy, como ayer,
sigue siendo importante el testimonio de la pobreza, que los
religiosos presentan como secreto y garantía de una riqueza
espiritual mayor, y el de la obediencia, profesada y practicada
como fuente de la verdadera libertad.
También en la vida consagrada,
la caridad es el culmen de todas las demás virtudes. En primer
lugar, la caridad con respecto a Dios: con ella la vida
consagrada se convierte en signo del mundo «ofrecido a Dios». En
su ofrenda completa, que incluye asociarse de forma consciente y
amorosa al sacrificio redentor de Cristo, los religiosos abren
al mundo el camino de la verdadera felicidad, la que
proporcionan las bienaventuranzas evangélicas.
En
segundo lugar, la caridad con respecto al prójimo, manifestada
en el amor mutuo entre los que viven en comunidad, en la
práctica de la acogida y la hospitalidad, en la ayuda a los
pobres y a todos los infelices, y en la entrega al apostolado.
Este es un testimonio de importancia esencial, para dar a la
Iglesia un auténtico rostro evangélico. Los consagrados están
llamados a testimoniar y difundir «el mensaje ... oído desde el
principio: que nos amemos unos a otros» (1 Jn 3, 11),
convirtiéndose así en pioneros de la tan anhelada
civilización del amor.
La verdad de la vida consagrada
como unión con Cristo en la caridad divina se expresa en algunas
actitudes de fondo, que deben crecer a lo largo de toda su vida.
A grandes rasgos, se pueden resumir así: el deseo de transmitir
a todos el amor que viene de Dios por medio del corazón de
Cristo, y, por tanto, la universalidad de un amor que no se
detiene ante las barreras que el egoísmo humano levanta en
nombre de la raza, la nación, la tradición cultural, la
condición social o religiosa, etc.; un esfuerzo de benevolencia
y de estima hacia todos, y de manera especial hacia los que
humanamente se tiende a descuidar o despreciar más.
La manifestación de una
especial solidaridad con los pobres, los perseguidos o los que
son víctimas de injusticias: la solicitud por socorrer a los que
más sufren, como son en la actualidad los numerosos
minusválidos, los abandonados, los desterrados, etc.; el
testimonio de un corazón humilde y manso, que se niega a
condenar, renuncia a toda violencia y a toda venganza, y perdona
con alegría: la voluntad de favorecer por doquier la
reconciliación y de hacer que se acoja a el don evangélico de la
paz; la entrega generosa a toda iniciativa de apostolado que
tienda a difundir la luz de Cristo y a llevar la salvación a la
humanidad; la oración asidua según las grandes intenciones del
Santo Padre y de la Iglesia.
Son numerosos e inmensos los
campos donde se requiere, hoy más que nunca, la acción de los
consagrados, como manifestación de la caridad divina en
formas concretas de solidaridad humana. Tal vez en muchos casos
sólo pueden realizar cosas, humanamente hablando,
insignificantes, o al menos poco vistosas, no clamorosas. Pero
también las pequeñas aportaciones son eficaces, si van
impregnadas de verdadero amor (la única cosa
verdaderamente grande y poderosa), sobre todo si es el mismo
amor trinitario derramado en la Iglesia y en el mundo. Los
consagrados están llamados a ser estos humildes y fieles
cooperadores de la expansión de la Iglesia en el mundo, por el
camino de la caridad. Para la construcción de una civilización
del Amor y la vida.
La vida fraterna en comunidad
quiere decir acogida de la persona, calidad de las relaciones
interpersonales y comunitarias, amistad, gozo de estar y
trabajar juntos. Consciente de las dificultades, afirmo que
tenemos necesidad de encontrar, en la vida de nuestras
comunidades, un equilibrio. Experimentamos, de hecho, que la
vida fraterna no se realiza solamente porque hay vida común,
como por otra parte también es evidente que sin vida común no se
crea fraternidad.
Para favorecer la vida fraterna
en comunidad habría que rehacer las comunidades teniendo
presentes las orientaciones que hemos descrito antes y
afirmándose en un núcleo animador. El núcleo animador de una
comunidad es un grupo de religiosos que: se identifican con una
misión común, comparten una espiritualidad y un estilo
carismático, asumen solidariamente la tarea de convocar, motiva
e involucrar a todos aquellos que se interesan en una obra,
forman con los laicos la comunidad de la obra y, juntos,
realizan un proyecto de evangelización.
Todo esto significa que la
comunidad núcleo animador es un elemento fundamental, que está
estrechamente vinculado a los otros como: la participación de
los laicos en la misión, la formación de la comunidad de la
obra, la elaboración de un proyecto local y provincial, la
comunicación de la espiritualidad, el compartir un estilo
carismático. Este modelo recuerda que las actividades y las
obras se rigen, hoy, solamente por criterios de participación,
en recorridos efectivos de eclesiología de comunión, de apertura
y valoración de todas las vocaciones presentes en el pueblo de
Dios.
En la vida fraterna en
comunidad el lugar propio de la relación es la identidad
religiosa, aquella clara conciencia de lo que significa ser
Religioso. Es importante partir de aquí para entender por qué,
hoy, la calidad de las relaciones, a nivel personal y/o
comunitario, a riesgo a de ser sobre valorada solamente por el
hecho de que se dan cuantitativamente más comunicaciones.
No pocos religiosos viven del
teléfono, del móvil, de internet y tienen una agenda llena de
direcciones, pero esto no siempre los hace sujetos
cualitativamente en relación. En verdad la calidad de las
relaciones no es proporcional a su multiplicación, sino más bien
a su valor comunitario, si se convierten en algo más
personalizado, de un espesor humano y espiritual siempre
mayores.
Es singular la experiencia de
los religiosos más jóvenes que, seguramente, tienen un cierto
aprecio y una facilidad para las relaciones, al menos a primera
vista, pero revelan también la sed de experiencias lo más
numerosas y diferente posibles. Tal vez es cierto que en este
consumismo relacional ¿no se oculta, además de causas claramente
positivas, también el excesivo temor de la soledad, si no
incluso la dificultad inconsciente de estar de frente a sí
mismos, de sentirse inseguros de la propia identidad?
La relación, a la luz de una
identidad religiosa, no se limita sólo a nivel horizontal
(relaciones interpersonales, comunitarias, pastorales,
profesionales), porque si el religioso quiere ser el hombre para
los demás, está llamado a ser, ante todo, el hombre para el
Otro. Si falta esta apertura trascendente, si el religioso no
está educado para orientar su existencia para Dios, viviendo "en
obsequió" de Él, se corre el riesgo de la disociación. Por
tanto, ésta no es una de las relaciones posibles, sino aquella
relación fundamental, que da sentido a la identidad propia y que
especifica toda otra relación. En la escuela de esta profundidad
relacional, la comunidad, verdadera encrucijada relacional, se
convierte en espacio teologal donde las relaciones, marcadas por
los consejos evangélicos y por la vida teologal, maduran como
testimonio, solidaridad y servicio apostólico, se abren al
"diálogo con todos" (VC, 100-103) y a la colaboración apostólica
en la Iglesia.
Apéndice
Documentos eclesiales de la Vida Fraterna,
como expresión visible y concreta de la civilización del amor.
Documento de la Congregación para los
Institutos de Vida Consagrada
y las Sociedades de Vida Apostólica
CONCLUSIÓN
71. La comunidad religiosa, como expresión de Iglesia, es fruto
del Espíritu y participación en la comunión trinitaria. De aquí
el compromiso de cada religioso y de todos los religiosos a
sentirse corresponsables de la vida fraterna en común, a fin de
que manifieste de un modo claro la pertenencia a Cristo, que
escoge y llama hermanos y hermanas a vivir juntos en su nombre.
«Toda la fecundidad de la vida religiosa depende de la calidad
de la vida fraterna en común. Más aún; la renovación actual en
la Iglesia y en la vida religiosa se caracteriza por una
búsqueda de comunión y de comunidad»(87).
Para algunas personas consagradas y para algunas comunidades,
comprometerse en la construcción de una vida fraterna en
comunidad, puede parecer una empresa ardua e incluso quimérica.
Frente a algunas heridas del pasado, a las dificultades del
presente, la tarea puede parecer superior a las pobres fuerzas
humanas. Se trata de retomar con fe la reflexión sobre el
sentido teologal de la vida fraterna en común, convencerse de
que a través de ella pasa el testimonio de la consagración. «La
respuesta a esta invitación a edificar la comunidad junto al
Señor con cotidiana paciencia, -añade el Santo Padre-, pasa por
el camino de la cruz, supone frecuentes renuncias a sí
mismo...»(88).
Unidos a María, la Madre de Jesús, nuestras comunidades invocan
al Espíritu, a Aquel que puede crear fraternidades capaces de
irradiar el gozo del Evangelio y de atraer nuevos discípulos,
siguiendo el ejemplo de la comunidad primitiva: «eran asiduos en
escuchar las enseñanzas de los Apóstoles y en la unión fraterna,
en la fracción del pan y en la oración» (Hech 2,42), «e iba
creciendo el número de los hombres y de las mujeres que creían
en el Señor» (Hech 5,14). Que María una en torno a sí a las
comunidades religiosas y las sostenga cada día en la invocación
al Espíritu, vínculo, fermento y fuente de toda comunión
fraterna.
El 15 de enero de 1994 el Santo Padre ha aprobado el presente
documento de la Congregación para los Institutos de Vida
Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica y ha autorizado
su publicación.
Roma, 2 de febrero de 1994, Fiesta de la Presentación del Señor.
ELEMENTOS ESENCIALES DE LA DOCTRINA DE
LA IGLESIA SOBRE
LA VIDA RELIGIOSA
DIRIGIDO A LOS
INSTITUTOS DEDICADOS A OBRAS APOSTÓLICAS
SAGRADA
CONGREGACIÓN PARA LOS RELIGIOSOS E INSTITUTOS SECULARES
COMUNIÓN EN COMUNIDAD
18. La consagración religiosa establece una
comunión particular entre el religioso y Dios y, en El, entre
los miembros de un mismo instituto. Este es el elemento
fundamental en la unidad de un instituto. Tradición compartida,
trabajos comunes, estructuras racionales, recursos mancomunados,
constituciones comunes y espíritu de cuerpo, son todos elementos
que pueden ayudar a construir y a fortalecer la unidad; pero el
fundamento de la unidad es la comunión en Cristo, establecida
por el único carisma fundacional. Esta comunión está enraizada
en la consagración religiosa misma. Esta animada por el espíritu
del Evangelio, alimentada por la oración, marcada por una
mortificación generosa y caracterizada por el gozo y la
esperanza que brotan de la fecundidad de la cruz (cf ET 41).
19. Para los religiosos, la comunión en
Cristo se expresa de una manera estable y visible en la vida
comunitaria. Tan importante es esa vida comunitaria para la
consagración religiosa, que cada religioso, cualquiera que sea
su trabajo apostólico, está obligado a ella por el mero hecho de
la profesión y debe normalmente vivir bajo la autoridad de un
superior local, en una comunidad del instituto al que pertenece.
Normalmente, también, la vida de comunidad lleva consigo el
compartir la vida de cada día según unas estructuras concretas y
las prescripciones de las Constituciones. Compartir la oración,
el trabajo, las comidas, el descanso, el espíritu de grupo « las
relaciones de amistad, la cooperación en el mismo apostolado y
el mutuo apoyo en una vida de comunidad, escogida para seguir
mejor a Cristo, son todos ellos otros tantos valiosos factores
en el diario caminar» (ET 39). Una comunidad reunida como
verdadera familia en el nombre del Señor goza de su presencia
(cf Mt 18, 25) por el amor de Dios que es infundido por el
Espíritu Santo (cf Rm 5, 5). Su unidad es un símbolo de la
venida de Cristo y es una fuente de poderosa energía apostólica
(cf PC 15). En ella la vida consagrada puede desarrollarse en
condiciones ideales (cf ET 38) y queda asegurada la formación
permanente de sus miembros. La aptitud para vivir una vida
comunitaria, con sus gozos y sus limitaciones, es una cualidad
que es índice de vocación religiosa para un determinado
instituto y criterio clave para aceptar un candidato.
20. La comunidad local, como lugar en que
la vida religiosa es vivida prevalentemente, tiene que ser
organizada de forma que queden en evidencia los valores
religiosos. Su centro es la Eucaristía, en la que participan los
miembros de la comunidad a diario, en lo posible, y que es
venerada en un oratorio donde puede tener lugar la celebración y
donde el Santísimo Sacramento está reservado (cf ET 48). Tiempos
de oración en común a diario, basados en la palabra de Dios y en
unión con la oración de la Iglesia, como ocurre especialmente en
la Liturgia de las Horas, alimentan la vida comunitaria. Es
igualmente necesario un ritmo de tiempos más intensos de
oración, ya semanal, ya mensual y, en especial, el retiro anual.
La frecuente recepción del sacramento de la Reconciliación es
también parte de la vida religiosa. Además del aspecto personal
del perdón de Dios y de su amor renovador en el plan individual,
el sacramento construye la comunidad gracias a su poder de
reconciliación y crea también un vínculo especial con la
Iglesia. De acuerdo con las normas propias del instituto, se ha
de dar también un tiempo conveniente para la cotidiana oración
privada y para una provechosa lectura espiritual. Se han de
encontrar maneras de profundizar las devociones propias del
instituto y muy en especial la devoción a María Madre de Dios.
La comunidad debe igualmente tener presentes en su oración las
necesidades del entero Instituto, así como el afectuoso recuerdo
de aquellos miembros que han pasado de esta vida al Padre. La
promoción de estos valores religiosos de la vida comunitaria y
el establecimiento de una organización adecuada, que los
fomente, es responsabilidad de todos los miembros de la
comunidad, pero en particular del superior local (cf ET 26).
21. El estilo mismo de la vida comunitaria
está en relación con la forma de apostolado que los miembros
deben mantener, así como con la cultura y sociedad en que ese
apostolado se ejercita. La forma de apostolado puede ser causa
determinante de la magnitud y ubicación de una comunidad, de sus
necesidades particulares y de sus standards de vida. Mas, sea el
que fuere el apostolado, la comunidad debe esforzarse por vivir
con sencillez, según las normas establecidas para todo el
instituto y para la provincia, aplicadas a su propia situación.
En su forma de vida debe ocupar un lugar importante el
ascetismo, que es parte integrante de la consagración religiosa.
Finalmente, ha de proveer a las necesidades de sus miembros,
conforme a sus propios recursos, teniendo siempre en cuenta sus
obligaciones para con el entero instituto y para con los pobres.
22. En vistas de la importancia crucial de
la vida de comunidad, es necesario notar que su calidad se ve
afectada positiva o negativamente por dos tipos de diferencias
dentro del instituto: en sus miembros y en sus obras. Es esta la
variedad que encontramos en la imagen paulina del Cuerpo de
Cristo o en la imagen conciliar del Pueblo peregrino de Dios. En
ambas, la diversidad es, en verdad, abundancia de dones que
tienden a enriquecer la única realidad. Por lo mismo, el
criterio de aceptación de miembros y obras en un instituto
religioso es la construcción de la unidad (cf MR 12).
Prácticamente habrá que preguntarse: los dones de Dios en esta
persona, o proyecto, o grupo, contribuirán a la unidad y a hacer
más profunda la comunión? Si así fuere, sean bienvenidos. Si no,
sin que importe lo buenos que tales dones puedan parecer en sí
mismos o lo deseables que puedan resultar para algunos miembros,
no son buenos para ese instituto en particular. Es un error
pretender que el don fundacional de un instituto lo abarque
todo. Ni es razonable fomentar un don que, virtualmente, separa
un miembro de la comunión con la comunidad. Tampoco es prudente
tolerar líneas de desarrollo fuertemente divergentes que
carezcan de una recia conexión de unidad en el instituto mismo.
La diversidad sin divisiones y la unidad sin uniformismo son una
riqueza y un reto que favorecen el crecimiento de la comunidad
de oración, de gozo y servicio, como testimonio de la realidad
de Cristo. Constituye una responsabilidad peculiar de los
superiores y de los maestros de formación, el asegurarse que
diferencias que conducen a la desintegración, no sean tomadas
equivocadamente por auténticos valores de diversidad.
DECRETO «PERFECTAE CARITATIS»
La vida
común
15. La vida común, a ejemplo de la Iglesia primitiva, en que la
muchedumbre de los creyentes tenía un solo corazón y una sola
alma (cf. Act 4,32), nutrida por la doctrina evangélica la
sagrada liturgia y, señaladamente, por la Eucaristía, debe
perseverar en la oración y en la comunión del mismo espíritu
(cf. Act 2,4.2). Los religiosos, como miembros de Cristo, han de
adelantarse unos a otros en el trato fraterno con muestras de
deferencia (cf. Rom 12,10), llevando unos las cargas de los
demás (cf. Gal 6,2). Por la caridad de Dios que el Espíritu
Santo ha derramado en los corazones (cf. Rom 5,5), la comunidad,
congregada, como verdadera familia en el nombre del Señor, goza
de su presencia (cf. Mt 18,20). Pues la caridad es la plenitud
de la ley (cf. Rom 13, 10) y vinculo de la perfección (cf. Col
3,14), y por ella sabemos que hemos pasado de la muerte a la
vida (cf. 1 Jn 3, I 4). Es más, la unidad de los hermanos pone
de manifiesto el advenimiento de Cristo (cf. Jn 13,35; 17,21) y
de ella emana una gran fuerza apostólica.
Mas, para que el vínculo de la hermandad sea más intimo entre
los miembros, los que se llaman conversos, coadjutores o con
otro nombre, han de unirse estrechamente a la vida y obras de la
comunidad. Si las circunstancias no aconsejan verdaderamente
otra cosa, hay que procurar que en los institutos de mujeres se
llegue a una sola clase de hermanas. En ese caso, manténgase
sólo la diversidad de personas que exija la variedad de obras a
que se destinen las hermanas, ora por especial vocación de Dios,
ora por su especial aptitud.
SS JUAN PABLO II
VITA CONSECRATA
LA VIDA CONSAGRADA, EPIFANÍA DEL AMOR DE
DIOS EN EL MUNDO
I. EL AMOR HASTA EL EXTREMO
Amar con el corazón de Cristo
75. «Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó
hasta el extremo. Durante la cena (...) se levantó de la mesa...
se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la
toalla con que estaba ceñido» (Jn 13, 1-2, 4-5).
En el gesto de lavar los pies a sus discípulos, Jesús revela la
profundidad del amor de Dios por el hombre: ¡en él, Dios mismo
se pone al servicio de los hombres! Él revela al mismo tiempo el
sentido de la vida cristiana y, con mayor motivo, de la vida
consagrada, que es vida de amor oblativo, de concreto y generoso
servicio. Siguiendo los paso del Hijo del hombre, que «no ha
venido a ser servido, sino a servir» (Mt 20, 28), la vida
consagrada, al menos en los mejores períodos de su larga
historia, se ha caracterizado por este «lavar los pies», es
decir, por el servicio, especialmente a los más pobres y
necesitados. Ella, por una parte, contempla el misterio sublime
del Verbo en el seno del Padre (cf. Jn 1, 1), mientras que, por
otra, sigue al mismo Verbo que se hace carne (cf. Jn 1, 14), se
abaja, se humilla para servir a los hombres. Las personas que
siguen a Cristo en la vía de los consejos evangélicos desean,
también hoy, ir allá donde Cristo fue y hacer lo que él hizo.
Él llama continuamente a nuevos discípulos, hombres y mujeres,
para comunicarles, mediante la efusión del Espíritu (cf. Rm 5,
5), el ágape divino, su modo de amar, apremiándolos a servir a
los demás en la entrega humilde de sí mismos, lejos de cualquier
cálculo interesado. A Pedro que, extasiado ante la luz de la
Transfiguración, exclama: «Señor, bueno es estarnos aquí» (Mt
17,4), le invita a volver a los caminos del mundo para continuar
sirviendo al reino de Dios: «Desciende, Pedro; tú, que deseabas
descansar en el monte, desciende y predica la Palabra, insiste a
tiempo y a destiempo, arguye y exhorta, increpa con toda
longanimidad y doctrina. Trabaja, suda, padece algunos tormentos
a fin de llegar, por el brillo y hermosura de las obras hechas
en caridad, a poseer eso que simbolizan los blancos vestidos del
Señor»180. La mirada fija en el rostro del Señor no
atenúa en el apóstol el compromiso por el hombre; más bien lo
potencia, capacitándole para incidir mejor en la historia y
liberarla de todo lo que la desfigura.
La búsqueda de la belleza divina mueve a las personas
consagradas a velar por la imagen divina deformada en los
rostros de tantos hermanos y hermanas, rostros desfiguradas por
el hambre, rostros desilusionados por promesas políticas;
rostros humillados de quien ve despreciada su propia cultura;
rostros aterrorizados por la violencia diaria e indiscriminada;
rostros angustiados de menores; rostros de mujeres ofendidas y
humilladas; rostros cansados de emigrantes que no encuentran
digna acogida; rostros de ancianos sin las mínimas condiciones
para una vida digna181. La vida consagrada muestra de
este modo, con la elocuencia de las obras, que la caridad divina
es fundamento y estímulo del amor gratuito y operante. Bien
convencido de ello estaba san Vicente de Paúl cuando indicaba
como programa de vida a la Hijas de la Caridad el «entregarse a
Dios para amar a Nuestro Señor y servirlo material y
espiritualmente en la persona de los pobres, en sus casas o en
otros sitios, para instruir a las jóvenes menesterosas, a los
niños y, en general, a todos aquellos que os manda la divina
Providencia»182.
Entre los posibles ámbitos de la caridad,
el que sin duda manifiesta en nuestros días y por un título
especial el amor al mundo «hasta el extremo», es el anuncio
apasionado de Jesucristo a quienes aún no lo conocen, a quienes
lo han olvidado y, de manera preferencial, a los pobres.
Vida
fraterna en el amor
42. La
vida fraterna, entendida como vida compartida en el amor, es un
signo elocuente de la comunión eclesial. Es cultivada con
especial esmero por los institutos religiosos y las sociedades
de vida apostólica, en los que la vida de comunidad adquiere un
peculiar significado. Pero la dimensión de la comunión fraterna
no falta ni en los institutos seculares ni en las mismas formas
individuales de vida consagrada. Los eremitas, en lo recóndito
de su soledad, no se apartan de la comunión eclesial, sino que
la sirven con su propio y específico carisma contemplativo; las
vírgenes consagradas en el mundo realizan su consagración en una
especial relación de comunión con la Iglesia particular y
universal, como lo hacen, de un modo similar, la viudas y viudos
consagrados.
Todas estas personas, queriendo poner en
práctica la condición evangélica de discípulos, se comprometen a
vivir el «mandamiento nuevo» del Señor, amándose unos a otros
como él nos ha amado (cf. Jn 13, 34). El amor llevó a Cristo a
la entrega de sí mismo hasta el sacrificio supremo de la cruz.
De modo parecido, entre sus discípulos no hay unidad verdadera
sin este amor recíproco incondicional, que exige disponibilidad
para el servicio sin reservas, prontitud para acoger al otro tal
como es sin «juzgarlo» (cf. Mt 7, 1-2), capacidad de perdonar
hasta «setenta veces siete» (Mt 18, 22). Para las personas
consagradas, que se han hecho «un corazón solo y una sola alma»
(Hch 4, 32) por el don del Espíritu Santo derramado en los
corazones (cf. Rm 5, 5), resulta una exigencia interior el poner
todo en común: bienes materiales y experiencias espirituales,
talentos e inspiraciones, ideales apostólicos y servicios de
caridad. «En la vida comunitaria, la energía del Espíritu que
hay en uno pasa simultáneamente a todos. Aquí no solamente se
disfruta del propio don, sino que se multiplica al hacer a los
otros partícipes de él, y se goza del fruto de los dones del
otro como si fuera del propio».
En la vida de comunidad, además, debe
hacerse tangible de algún modo que la comunión fraterna, antes
de ser instrumento para una determinada misión, es espacio
teologal en el que se puede experimentar la presencia mística
del Señor resucitado (cf. Mt 18, 20)90. Esto sucede merced al
amor recíproco de cuantos forman la comunidad, un amor
alimentado por la Palabra y la Eucaristía, purificado en el
sacramento de la reconciliación, sostenido por la súplica de la
unidad, don especial del Espíritu para aquellos que se ponen a
la escucha obediente del Evangelio. Es precisamente él, el
Espíritu, quien introduce el alma en la comunión con el Padre y
con su Hijo Jesucristo (cf. 1 Jn 1, 3), comunión en la que está
la fuente de la vida fraterna. El Espíritu es quien guía las
comunidades de vida consagrada en el cumplimiento de su misión
de servicio a la Iglesia y a la humanidad entera, según la
propia inspiración.
En esta perspectiva tienen particular
importancia los «capítulos» (o reuniones análogas), sean
particulares o generales, en los que cada instituto debe elegir
los superiores o superioras según las normas establecidas en las
propias Constituciones, y discernir a la luz del Espíritu el
modo adecuado de mantener y actualizar el propio carisma y el
propio patrimonio espiritual en las diversas situaciones
históricas y culturales.
La fraternidad en un mundo dividido e
injusto
51. La Iglesia encomienda a las comunidades
de vida consagrada la particular tarea de fomentar la
espiritualidad de la comunión, ante todo en su interior y,
además, en la comunidad eclesial misma y más allá aún de sus
confines, entablando o restableciendo constantemente el diálogo
de la caridad, sobre todo allí donde el mundo de hoy está
desgarrado por el odio étnico o las locuras homicidas. Situadas
en las diversas sociedades de nuestro mundo- frecuentemente
laceradas por pasiones e intereses contrapuestos, deseosas de
unidad pero indecisas sobre la vías a seguir-, las comunidades
de vida consagrada, en las cuales conviven como hermanos y
hermanas personas de diferentes edades, lenguas y culturas, se
presentan como signo de un diálogo siempre posible y de una
comunión capaz de poner en armonía las diversidades.
Las comunidades de vida consagrada son
enviadas a anunciar con el testimonio de la propia vida el valor
de la fraternidad cristiana y la fuerza transformadora de la
buena nueva, que hace reconocer a todos como hijos de Dios e
incita al amor oblativo hacia todos, y especialmente hacia los
últimos. Estas comunidades son lugares de esperanza y de
descubrimiento de las bienaventuranzas; lugares en los que el
amor, alimentado con la oración y principio de comunión, está
llamado a convertirse en lógica de vida y fuente de alegría.
Particularmente los institutos
internacionales, en esta época caracterizada por la dimensión
mundial de los problemas y, al mismo tiempo, por el retorno de
los ídolos del nacionalismo, tienen el cometido de dar
testimonio y de mantener siempre vivo el sentido de la comunión
entre los pueblos, las razas y las culturas. En un clima de
fraternidad, la apertura a la dimensión mundial de los problemas
no ahogará la riqueza de los dones particulares, y la afirmación
de una característica particular no creará contrastes con las
otras, ni atentará a la unidad. Los institutos internacionales
pueden hacer esto con eficacia, al tener ellos mismos que
enfrentarse creativamente al reto de la inculturación y
conservar al mismo tiempo su propia identidad.
CAPITULO I
CONFESSIO TRINITATIS
EN LAS FUENTES CRISTOLÓGICO-TRINITARIAS DE LA VIDA CONSAGRADA
Dimensión pascual de la vida consagrada
24. La persona consagrada, en las diversas formas de vida
suscitadas por el Espíritu a lo largo de la historia,
experimenta la verdad de Dios-Amor de un modo tanto más
inmediato y profundo cuanto más se coloca bajo la cruz de
Cristo. Aquel que en su muerte aparece ante los ojos humanos
desfigurado y sin belleza, hasta el punto de mover a los
presentes a cubrirse el rostro (cf. Is 53, 2-3), precisamente en
la cruz manifiesta en plenitud la belleza y el poder del amor de
Dios. San Agustín lo canta así: «Hermoso siendo Dios, Verbo en
Dios (...). Es hermoso en el cielo y es hermoso en la tierra;
hermoso en el seno, hermoso en los brazos de sus padres, hermoso
en los milagros, hermoso en los azotes; hermoso invitado a la
vida, hermoso no preocupándose de la muerte, hermoso dando la
vida, hermoso tomándola; hermoso en la cruz, hermoso en el
sepulcro y hermoso en el cielo. Oíd entendiendo el cántico, y la
flaqueza de su carne no aparte de vuestros ojos el esplendor de
su hermosura»41
La vida consagrada refleja este esplendor
del amor, porque confiesa, con su fidelidad al misterio de la
cruz, creer y vivir del amor del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo. De este modo contribuye a mantener viva en la Iglesia la
conciencia de que la cruz es la sobreabundancia del amor de Dios
que se derrama sobre este mundo, el gran signo de la presencia
salvífica de Cristo. Y esto especialmente en las dificultades y
pruebas. Es lo que testimonian continuamente y con un valor
digno de profunda admiración un gran número de personas
consagradas, que con frecuencia viven en situaciones difíciles,
incluso de persecución y martirio. Su fidelidad al único Amor se
manifiesta y se fortalece en la humildad de una vida oculta, en
la aceptación de los sufrimientos para completar en la propia
carne lo que «falta a las tribulaciones de Cristo» (Col 1, 24),
en el sacrificio silencioso, en el abandono a la santa voluntad
de Dios, en la serena fidelidad incluso ante el declive de las
fuerzas y del propio ascendiente. De la fidelidad a Dios nace
también la entrega al prójimo, que las personas consagradas
viven no sin sacrificio en la constante intercesión por las
necesidades de los hermanos, en el servicio generoso a los
pobres y a los enfermos, en el compartir las dificultades de los
demás y en la participación solícita en las preocupaciones y
pruebas de la Iglesia.
La Vida de Comunidad a la Luz del Evangelio
L’OSSERVATORE ROMANO,
16 de diciembre del 1994.
1. La vida de comunidad, junto con
los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, es
considerada por el concilio Vaticano II, en el decreto
Perfectae caritatis, como uno de los aspectos esenciales de
la vida consagrada, a la luz del Evangelio y del ejemplo de las
primeras comunidades cristianas.
La enseñanza del Concilio en este punto es
muy importante, aunque es verdad que en algunas formas de vida
consagrada, como las eremíticas, no existe una vida de comunidad
muy intensa, o queda muy reducida, mientras que no se requiere
necesariamente en los institutos seculares. Ahora bien, sí
existe en la gran mayoría de los institutos de vida consagrada,
y tanto los fundadores como la misma Iglesia siempre la han
considerado una observancia fundamental para la buena marcha de
la vida religiosa, y para una valida organización del
apostolado. Como confirmación, la Congregación para los
institutos de vida consagrada y las sociedades de vida
apostólica han publicado recientemente (el 2 de febrero de 1994)
un documento especial sobre: La vida fraterna en comunidad.
2. Si contemplamos el Evangelio, se puede
decir que la vida de comunidad responde a la enseñanza de
Jesús sobre el vínculo entre los mandamientos del amor a Dios y
del amor al prójimo. En un estado de vida en el que se quiere
amar a Dios sobre todas las cosas, no se puede menos de
comprometerse también a amar con especial generosidad al
prójimo, comenzando por los que están más cerca dado que
pertenecen a la misma comunidad. Este es el estado de vida de
los consagrados. Además, el evangelío atestigua que las
llamadas de Jesús se dirigieron, ciertamente, a personas
determinadas, pero en general para invitarlas a asociarse, a
formar un grupo: así sucedió en el caso del grupo de los
discípulos, y también en el de las mujeres.
En las páginas evangélicas se encuentra
también documentada la importancia de la caridad fraterna como
alma de la comunidad y, por consiguiente, como valor esencial de
la vida común. El evangelio narra las disputas que se produjeron
en varias ocasiones entre los mismos Apóstoles, los cuales,
siguiendo a Jesús, no habían dejado de ser hombres, hijos de su
tiempo y de su pueblo: se preocupaban por establecer las
primicias de grandeza y de autoridad. La respuesta de Jesús fue
una lección de humildad y de disponibilidad a servir (cf. Mt 18,
3-4; 20, 26-28 y paralelos). Luego, les dio su mandamiento, el
del amor mutuo (cf. Jn 13, 34; 15, 12, 17), siguiendo su
ejemplo. En la historia de la Iglesia, y en especial de los
institutos de religiosos, el problema de las relaciones entre
individuos y grupos se ha repetido a menudo, y la única
respuesta válida que ha tenido es la de la humildad cristiana y
el amor fraterno, que une en el nombre y por virtud de la
caridad de Cristo, como repite el antiguo canto de los «agapes»:
Congregavit nos in unum Christi amor: el amor de Cristo
nos ha reunido.
Desde luego, la práctica del amor fraterno
en la vida común exige esfuerzos y sacrificios notables, y
requiere tanta generosidad como el ejercicio de los consejos
evangélicos. Por eso, ingresar en un instituto religioso o en
una comunidad implica un serio compromiso de vivir el amor
fraterno en todos sus aspectos.
3. La comunidad de los primeros cristianos
es un ejemplo de amor fraterno. Se reúnen inmediatamente
después de la Ascensión, para orar con un mismo espíritu (cf.
Hch 1, 14), y para perseverar en la «comunión» fraterna
(Hch 2, 42), llegando incluso a compartir sus bienes:
«tenían todo en común» (Hch 2, 44). La unidad anhelada
por Cristo encontraba en ese momento del inicio de la Iglesia
una realización digna de recordarse: «La multitud de los
creyentes no tenia sino un solo corazón y una sola alma» (Hch 4,
32).
En la Iglesia ha quedado siempre vivo el
recuerdo -tal vez también la nostalgia - de esa comunidad
primitiva, y en el fondo las comunidades religiosas han tratado
siempre de reproducir ese ideal de comunión en la caridad que se
ha convertido en norma práctica de la vida de comunidad. Sus
miembros, congregados por la caridad de Cristo, viven juntos
porque quieren permanecer en ese amor. Así pueden ser testigos
del auténtico rostro la Iglesia, en el que se refleja su alma:
la caridad. Un solo corazón y una sola alma no significa
uniformidad, monolitismo, rebajamiento, sino comunión profunda
en la comprensión mutua y en el respeto recíproco.
4. Ahora bien, no se puede tratar sólo de
una unión de simpatía y de afecto humano. El Concilio, eco de
los Hechos de los Apóstoles, habla de «comunión del mismo
espíritu» (Perfectae caritatis, 1 S). Se trata de una
unidad que tiene su raíz más profunda en el Espíritu Santo, el
cual derrama la caridad en los corazones (cf. Rm 5, 5) e impulsa
a personas diferentes a ayudarse en el camino de la perfección,
creando y manteniendo entre sí un clima de comprensión y
cooperación. El Espíritu Santo, que asegura la unidad en toda la
Iglesia, la establece y la hace durar de un modo incluso más
intenso en las comunidades de vida consagrada.
¿Cuáles son los caminos de la caridad
derramada por el Espíritu Santo? El Concilio insiste de manera
especial en la estima recíproca (cf. Perfectae caritatís,
15). Aplica a los religiosos dos recomendaciones que hace
san Pablo a los cristianos: «amaos cordialmente los unos a los
otros; estime en más cada uno a los otros (Rm 12, 10); «Ayudaos
mutuamente a llevar vuestras cargas» (Ga 6, 2).
La estima mutua es una expresión del amor
recíproco, que se opone a la tendencia, tan generalizada, a
juzgar severamente al prójimo y a criticarlo. La recomendación
de san Pablo impulsa a descubrir en los demás sus cualidades y
dentro de lo que se puede percibir con los ojos humanos, la
maravillosa obra de la gracia y, en definitiva, del Espíritu
Santo.
Esta estima implica la aceptación del otro
con sus características y su modo de pensar y de actuar; así se
pueden superar muchos obstáculos que impiden la armonía entre
caracteres a menudo muy diversos.
Ayudarse mutuamente a llevar las cargas
significa asumir con benevolencia los defectos, verdaderos o
aparentes, de los demás, incluso cuando nos molestan, y aceptar
con gusto todos los sacrificios que impone la convivencia con
aquellos cuya mentalidad y temperamento no concuerdan plenamente
con nuestro propio modo de ver y juzgar.
5. El Concilio (Perfectae caritatis,
15), también a este respecto, recuerda que la caridad es la
plenitud de la ley (cf, Rm 13, 10), el vínculo de la perfección
(cf. Col 3, 14), el signo del paso de la muerte a la vida (cf. 1
Jn 3, 14), la manifestación de la venida de Cristo (cf. Jn 14,
21.23) y la fuente de dinamismo apostólico. Podemos aplicar a la
vida de comunidad la excelencia de la caridad que describe san
Pablo en la primera carta a los Corintios (13. 1-13), y
atribuirle los que el Apóstol llama frutos del Espíritu: «amor,
alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad,
mansedumbre, dominio de si» (Ga 5, 22-23). Como dice el
Concilio, son frutos del «amor de Dios derramado en nuestros
corazones, (Perfectae caritatis, 15).
Jesús dijo: «Donde están dos o tres
reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,
20). Cristo está presente dondequiera que haya unidad en la
caridad, y la presencia de Cristo es fuente de gozo profundo,
que se renueva diariamente, hasta el momento del encuentro
definitivo con él.
CAMINAR DESDE CRISTO:
UN RENOVADO COMPROMISO DE LA VIDA CONSAGRADA
EN EL TERCER MILENIO
LA VIDA ESPIRITUAL EN EL PRIMER LUGAR
La espiritualidad de comunión
29. ¿Qué es la espiritualidad de la
comunión? Con palabras incisivas, capaces de renovar relaciones
y programas, Juan Pablo II enseña: «Espiritualidad de la
comunión significa ante todo una mirada del corazón hacia el
misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de
ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a
nuestro lado». Y además: «Espiritualidad de la comunión
significa capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad
profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como “uno que me
pertenece”...». De este principio derivan con lógica apremiante
algunas consecuencias en el modo de sentir y de obrar: compartir
las alegrías y los sufrimientos de los hermanos; intuir sus
deseos y atender a sus necesidades; ofrecerles una verdadera y
profunda amistad. Espiritualidad de la comunión es también
capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro,
para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios; es saber «dar
espacio» al hermano llevando mutuamente los unos las cargas de
los otros. Sin este camino espiritual, de poco servirían los
instrumentos externos de la comunión.93
La espiritualidad de la comunión se presenta como clima
espiritual de la Iglesia al comienzo del tercer milenio, tarea
activa y ejemplar de la vida consagrada a todos los niveles. Es
el camino maestro de un futuro de vida y de testimonio. La
santidad y la misión pasan por la comunidad, porque Cristo se
hace presente en ella y a través de ella. El hermano y la
hermana se convierten en sacramento de Cristo y del encuentro
con Dios, posibilidad concreta y, más todavía, necesidad
insustituible para poder vivir el mandamiento del amor mutuo y
por tanto la comunión trinitaria.
En estos años las comunidades y los diversos tipos de
fraternidades de los consagrados se entienden más como lugar de
comunión, donde las relaciones aparecen menos formales y donde
se facilitan la acogida y la mutua comprensión. Se descubre
también el valor divino y humano del estar juntos gratuitamente,
como discípulos y discípulas en torno a Cristo Maestro, en
amistad, compartiendo también los momentos de distensión y de
esparcimiento.
Se nota, además, una comunión más intensa entre las diversas
comunidades en el interior de los Institutos. Las comunidades
multiculturales e internacionales, llamadas a «dar testimonio
del sentido de la comunión entre los pueblos, las razas, las
culturas»,94 en muchas partes son ya una realidad positiva,
donde se experimentan conocimiento mutuo, respeto, estima,
enriquecimiento. Se revelan como lugares de entrenamiento a la
integración y a la inculturación, y, al mismo tiempo, un
testimonio de la universalidad del mensaje cristiano.
La Exhortación Vita consecrata, al presentar esta forma de vida
como signo de comunión en la Iglesia, ha puesto en evidencia
toda la riqueza y las exigencias pedidas por la vida fraterna.
Antes nuestro Dicasterio había publicado el documento
Congregavit nos in unum Christi amor, sobre la vida fraterna en
comunidad. Cada comunidad deberá volver periódicamente a estos
documentos para confrontar el propio camino de fe y de progreso
en la fraternidad.