Mensaje del Papa para la Cuaresma 2005
«En Él está tu vida, así como la prolongación de
tus días»
CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 27 enero 2005 (ZENIT.org).-
Publicamos el Mensaje que ha publicado este jueves Juan Pablo II con
motivo de la Cuaresma 2005 con el tema «En Él está tu vida, así como la
prolongación de tus días» (Deuteronomio 30, 20)
¡Queridos Hermanos y Hermanas!
1. Cada año, la Cuaresma nos propone un tiempo propicio para
intensificar la oración y la penitencia y para abrir el corazón a la
acogida dócil de la voluntad divina. Ella nos invita a recorrer un
itinerario espiritual que nos prepara a revivir el gran misterio de la
muerte y resurrección de Jesucristo, ante todo mediante la escucha
asidua de la Palabra de Dios y la práctica más intensa de la
mortificación, gracias a la cual podemos ayudar con mayor generosidad al
prójimo necesitado.
Es mi deseo proponer este año a vuestra atención, amados Hermanos y
Hermanas, un tema de gran actualidad, ilustrado apropiadamente por estos
versículos del libro del Deuteronomio: «En Él está tu vida, así como la
prolongación de tus días» (30,20). Son palabras que Moisés dirige al
pueblo invitándolo a estrechar la alianza con el Señor en el país de
Moab, «Escoge la vida, para que vivas, tú y tu descendencia, amando al
Señor tu Dios, escuchando su voz, viviendo unido a Él» (Dt 30, 19-20).
La fidelidad a esta alianza divina, constituye para Israel una garantía
de futuro, «mientras habites en la tierra que el Señor juró dar a tus
padres Abrahán, Isaac y Jacob» (Dt 30,20). Llegar a la edad madura es,
en la visual bíblica, signo de la bendición y de la benevolencia del
Altísimo. La longevidad se presenta de este modo, como un especial don
divino.
Desearía que durante la Cuaresma pudiéramos reflexionar sobre este tema.
Ello nos ayudará a alcanzar una mayor comprensión de la función que las
personas ancianas están llamadas a ejercer en la sociedad y en la
Iglesia, y, de este modo, disponer también nuestro espíritu a la
afectuosa acogida que a éstos se debe. En la sociedad moderna, gracias a
la contribución de la ciencia y de la medicina, estamos asistiendo a una
prolongación de la vida humana y a un consiguiente incremento del número
de las personas ancianas. Todo ello solicita una atención más específica
al mundo de la llamada «tercera edad», con el fin de ayudar a estas
personas a vivir sus grandes potencialidades con mayor plenitud,
poniéndolas al servicio de toda la comunidad. El cuidado de las personas
ancianas, sobre todo cuando atraviesan momentos difíciles, debe estar en
el centro de interés de todos los fieles, especialmente de las
comunidades eclesiales de las sociedades occidentales, donde dicha
realidad se encuentra presente en modo particular.
2. La vida del hombre es un don precioso que hay que amar y defender en
cada fase. El mandamiento «No matarás», exige siempre el respeto y la
promoción de la vida, desde su principio hasta su ocaso natural. Es un
mandamiento que no pierde su vigencia ante la presencia de las
enfermedades, y cuando el debilitamiento de las fuerzas reduce la
autonomía del ser humano. Si el envejecimiento, con sus inevitables
condicionamientos, es acogido serenamente a la luz de la fe, puede
convertirse en una ocasión maravillosa para comprender y vivir el
misterio de la Cruz, que da un sentido completo a la existencia humana.
Es en esta perspectiva que el anciano necesita ser comprendido y
ayudado. Deseo expresar mi estima a cuantos trabajan con denuedo por
afrontar estas exigencias y os exhorto a todos, amadísimos hermanos y
hermanas, a aprovechar esta Cuaresma para ofrecer también vuestra
generosa contribución personal. Vuestra ayuda permitirá a muchos
ancianos que no se sientan un peso para la comunidad o, incluso, para
sus propias familias, y evitará que vivan en una situación de soledad,
que los expone fácilmente a la tentación de encerrarse en sí mismos y al
desánimo.
Hay que hacer crecer en la opinión pública la conciencia de que los
ancianos constituyen, en todo caso, un gran valor que debe ser
debidamente apreciado y acogido. Deben ser incrementadas, por tanto, las
ayudas económicas y las iniciativas legislativas que eviten su exclusión
de la vida social. Es justo señalar que, en las últimas décadas, la
sociedad está prestando mayor atención a sus exigencias, y que la
medicina ha desarrollado terapias paliativas que, con una visión
integral del ser humano, resultan particularmente beneficiosas para los
enfermos.
3. El mayor tiempo a disposición en esta fase de la existencia, brinda a
las personas ancianas la oportunidad de afrontar interrogantes
existenciales, que quizás habían sido descuidados anteriormente por la
prioridad que se otorgaba a cuestiones consideradas más apremiantes. La
conciencia de la cercanía de la meta final, induce al anciano a
concentrarse en lo esencial, en aquello que el paso de los años no
destruye.
Es precisamente por esta condición, que el anciano puede desarrollar una
gran función en la sociedad. Si es cierto que el hombre vive de la
herencia de quien le ha precedido, y su futuro depende de manera
determinante de cómo le han sido transmitidos los valores de la cultura
del pueblo al que pertenece, la sabiduría y la experiencia de los
ancianos pueden iluminar el camino del hombre en la vía del progreso
hacia una forma de civilización cada vez más plena.
¡Qué importante es descubrir este recíproco enriquecimiento entre las
distintas generaciones! La Cuaresma, con su fuerte llamada a la
conversión y a la solidaridad, nos ayuda este año a reflexionar sobre
estos importantes temas que atañen a todos. ¿Qué sucedería si el Pueblo
de Dios cediera a una cierta mentalidad actual que considera casi
inútiles a estos hermanos nuestros, cuando merman sus capacidades por
los achaques de la edad o de la enfermedad? ¡Qué diferentes serán
nuestras comunidades si, a partir de la familia, trataremos de
mantenernos siempre con actitud abierta y acogedora hacia ellos!
4. Queridos hermanos y hermanas, durante la Cuaresma, ayudados por la
Palabra de Dios, meditemos cuán importante es que cada comunidad
acompañe con comprensión y con cariño a aquellos hermanos y hermanas que
envejecen. Además, todos debemos acostumbrarnos a pensar con confianza
en el misterio de la muerte, para que el encuentro definitivo con Dios
acontezca en un clima de paz interior, en la certeza que nos acogerá
Aquel «que me ha tejido en el vientre de mi madre» (Salmo 139,13b), y
nos ha creado «a su imagen y semejanza» (Génesis l, 26).
María, nuestra guía en el itinerario cuaresmal, conduzca a todos los
creyentes, especialmente a las personas ancianas, a un conocimiento cada
vez más profundo de Cristo muerto y resucitado, razón última de nuestra
existencia. Ella, la fiel sierva de su divino Hijo, junto a Santa Ana y
a San Joaquín, intercedan por cada uno de nosotros «ahora y en la hora
de nuestra muerte».
Con afecto os imparto mi Bendición.
Vaticano, 8 de septiembre de 2004
IOANNES PAULUS PP II
[Traducción distribuida por la Sala de Prensa de la Santa Sede]